lunes, 19 de febrero de 2007

El laberinto del fauno, de Guillermo del Toro

Redonda película le ha salido a Del Toro esta, incluso más que la primera de la trilogía que se ha propuesto completar, El espinazo del diablo, en donde también aparecía un reparto de actores parecido y se esbozaba parte de la iconografía que tenía que ver con la Guerra Civil, esa guerra que no solucionó nada y agravó todo lo que estaba mal (Azaña decía que lo peor de este desastre fue su inutilidad). Puede incluso que esta perfección, esta impecable factura técnica y artística, premiada con un montón de Goyas y algún Bafta, vaya algo en su contra: es preciso dejar algún cabo suelto, dejar a la obra algún gancho para que se sujete en el mundo y en la memoria personal. Pero quedará, eso es indudable. Es un siniestro cuento de hadas que incluso ha sido comparado por Stephen King a El mago de Oz, puesto en pie con una estética de realismo mágico que logra ensamblar con destreza historias que admiten tan poco la coyunda como la captura de un comando del maquis en una montaña del norte, en plena y reciente posguerra civil, y un cuento de hadas con elementos carrollianos y mitológicos. Incluso algo hay en la cinta del anime de El viaje de Chihiro. No en vano es ya, y en fecha todavía muy reciente, la película de habla hispana que mas ha recaudado en Estados Unidos en toda su historia, superando incluso a Como agua para chocolate.

Del Toro obra como un buen guionista; sus diálogos no pecan contra el decoro habitual y su España de hace sesenta años es muy más creíble que la que otros españoles mostraron, cuando debían tener más conocimiento de ella; que aprendan. Se deduce de lo que cuenta que este es el único lugar del mundo donde ha triunfado el fascismo, y todavía se encuentra este instalado en la sociología del amiguete y en las estructuras de control de la sociedad que se le suponen antagónicas, incluso en las socialistas.

Las interpretaciones del capitán, de los militares y de los secundarios son memorables; la Verdú tiene ese gancho sexual que siempre se le nota y con el cual juega el director sin llegar a explorar completamente el filón. La niña aparece un algo demasiado decidida, pero es creíble. En suma, una obra maestra que hay que agradecer una vez más a los manchegos hermanos Almodóvar, que han pagado parte del pato de la obra, ya laureada dentro y fuera de nuestras fronteras, y que opta con fuerza al Óscar.

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