viernes, 16 de febrero de 2007

Enrique de Mesa, el mesetario

En Madrid he comprado una antigua antología de un poeta ya muy olvidado, Enrique de Mesa. Pertenece a la Generación del 98; superficialmente podríamos considerarlo uno de esos poetas terruñeros y montaraces de que tanto abunda la geografía nacional. Nada más falso. Es cierto que el paisaje castellano está en toda su obra; con excepción de Unamuno no creo haya otra persona tan conmovida por el paisaje "mesetario" como él. Pero en algunos poemas ese paisaje es identidad: se hunde en él como una conciencia panteísta del paganismo, a pesar de su vestimenta cristiana. Existe en él la conciencia finisecular de la decadencia española; viajó por muchos lugares y, lo que importa más a nuestros intereses, por una Mancha donde los palurdos aldeanos han perdido la sabiduría de Sancho Panza y donde contempla desengañado una estampa significativa: "No lleva lanza ni casco: / no es el caballero andante / Es el bachiller Carrasco / que cabalga en Rocinante". La vulgaridad, la desolación y la falta de justicia del campo manchego hacen mella en él, en especial en "El nieto de Quijano", donde se ve impotentemente cómo atraviesa la calcinada llanura manchega el desfile de una cuerda de nuevos galeotes flanqueado por los guardias civiles, para ansiar que los Quijanos actuales vuelvan a ser Don Quijotes. Hay también un cierto aborrecimiento de la moral clerical adocenada; en el fondo late el típico regeneracionismo, alentado por la reflexión del Centenario de 1905. En cuanto a estética es en verso lo que Gabriel Miró en prosa; ambos poseían una sensibilidad semejante.

Una venta.
Un villano gordo y sucio,
de miserias galeote...
Soñolienta la andadura de su rucio.
¡No aparece en la llanada don Quijote!

Aunque utiliza el estrofismo clásico, también ejerce los medievales eneasílabos y alejandrinos que vuelve a la moda el Modernismo y alguna vez ensaya audacias estróficas sueltas, siempre con una relumbre pálida y oscura muy similar a Antonio Machado; como él le gustan las excursiones y los paseos y da curso a la inspiración lírica popular tradicional, que no desdeña, como hicieron por el contrario los modernistas. Es más, en su deseo de reencontrar la tradición nacional se adentra en la lírica cancioneril del XV, volviendo a escribir serranillas como las de don Íñigo López de Mendoza o glosas como la que hace a la Glosa de Coplas a la muerte de su padre de Jorge Marique por el prior cartujo Rodrigo de Valdepeñas.

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