Mucho se suele hablar contra la superstición conocida como Islam, y no poco de ello está justificado. Cabe decir, sin embargo, que el Islamismo fue más tolerante que el Cristianismo en la Edad Media, pues no promovió la conversión de cristianos y judíos, sino que les hizo pagar un impuesto por su libertad religiosa; Isabel "la Católica" fue menos clemente, y exigió, en contra de lo que había firmado en las capitulaciones de Granada, que los moriscos se convirtieran, haciéndoles pagar un precio de fuego si no transigían. La tolerancia musulmana trajo consigo la asimilación de los saberes griegos que encontraron en Asia y grandes avances científicos; por el contrario, los crueles caballeros cruzados hicieron barbaridades y seguían comiendo con las manos. En la actualidad, sin embargo, se han vuelto las tornas y el Islam es atrasado, cruel y confesamente misógino y machista. "Cuelga el zurriago donde la mujer pueda verlo", dice, fuera de admitir formas de prostitución encubierta como el matrimonio temporal y el concubinato; aún lo es más en las tradiciones o Hadices que en el propio Corán. Por otra parte, es legítimo rechazar la tradición jurídica emanada de él o sharia, que contempla todavía principios de derecho tan bárbaros como el ojo por ojo o penas como la lapidación o la mutilación, fuera de despreciar a la mujer veinte veces más que el Código napoleónico y hacer que su testimonio valga sólo la mitad que el de un hombre. Igualmente detestable es su falta de sentido del humor: reírse es un pecado en el Islam, sólo hay que ver cómo atacan a quienes ejercen la crítica de esa manera; en el Islam no hay Carnavales ni Fallas, es demasiada irreverencia y demasiado pensar. Hizo mucho daño Algacel cuando atacó y destruyó completamente los principios racionalistas que se estaban asentando en su seno tras los esfuerzos de Averroes y Avicena, pero no hay que echarle completamente la culpa; cualquiera que lea con óptica occidental su Autobiografía verá que se los árabes lo han interpretado bastante mal y que Algacel es un pensador estimable, muy moderno y parecido a Agustín de Hipona... aunque islámico.
El Islam tiene su eje en la fe; es una fe absoluta, de carbonero, mientras que el Cristianismo privilegia la caridad; de ahí le viene al primero su alergia a la crítica y a la democracia, su imposible identificación con lo otro: la fe no admite discusiones ni mala conciencia, no admite perdón (véase los casos de Rushdie, Houellebecq o Pamuk) ni el método dialéctico de la discusión racional, todo lo deja al sacro argumento de autoridad. Como consecuencia, los pueblos islámicos no han sabido o podido abandonar la Edad Media y en eso son muy parecidos a los japoneses de anteguerra: por eso no han separado la religión del estado y padecen el influjo excesivo de una clerigalla que todo lo inficiona y pervierte. La religión en el mundo musulmán está metida en todas partes, hasta en la sopa; su creencia de corazón contamina el cerebro y se identifica con cualquier forma de poder, es en sí misma poder. Los musulmanes extraen del Corán una infumable forma de gobierno llamada "república islámica" que es una mezcla antinatural de religión y política. Alá tiene bigotillo fascista y no debe extrañar que el fascismo tenga una forma árabe, el partido Baaz.
Es una religión hecha a la medida de su creador, Mahoma, quien, para ser sólo la voz de Dios que habla en el desierto, le ha dado a Dios una personalidad bastante humana y parecida a la suya: de ahí, por ejemplo, la curiosa, reiterada y machacona insistencia en la protección a los huérfanos (Mahoma fue huérfano). El Corán es también xenófobo contra judíos y cristianos, de quienes respeta sin embargo algunas tradiciones religiosas que sintentiza o más bien amalgama con poco arte; el Islam es un refrito de Judaísmo, Cristianismo y Paganismo tradicional arábigo. Del Cristianismo aborrece en particular la Santísima Trinidad; en cambio, Jesús es considerado un gran profeta y un hombre justo, y se le llama "Hijo de María", aceptando que no es hijo de José, sin decir por ello que Jesús sea de naturaleza divina; María es muy bien tratada considerando que el testimonio de un musulmán hombre vale el doble que el de una mujer; en suma, se puede apreciar a un musulmán como ser humano, pero no como creyente en Alá, porque entonces no tiene ni quiere tener derechos humanos, sino islámicos.
Inversamente, el Islam tiene también algo que ofrecer, aunque al lado de las lacras de que se acompaña eso pueda parecer bastante poco; por ejemplo, la consideración de que hay valor moral en el cuerpo y la imagen humana: el islam no permite ninguna forma de exhibicionismo corporal y mucho menos en las mujeres; no valora a la gente por su apariencia; para el islam que la mujer se exhiba desnuda es un desprecio para ella y su mentalidad. La pornografía en el Islam es algo grave, que degrada a las personas. Y eso es algo que Occidente debería tener más en cuenta: dignificar la imagen de la mujer en la publicidad, rebajar los aspectos más superficiales de lo que nuestra cultura considera femenino. También ofrece una moral menos relajada que la que padecemos en Occidente; por ello, de algunos principios musulmanes podríamos beneficiarnos los occidentales.
El Islam tiene su eje en la fe; es una fe absoluta, de carbonero, mientras que el Cristianismo privilegia la caridad; de ahí le viene al primero su alergia a la crítica y a la democracia, su imposible identificación con lo otro: la fe no admite discusiones ni mala conciencia, no admite perdón (véase los casos de Rushdie, Houellebecq o Pamuk) ni el método dialéctico de la discusión racional, todo lo deja al sacro argumento de autoridad. Como consecuencia, los pueblos islámicos no han sabido o podido abandonar la Edad Media y en eso son muy parecidos a los japoneses de anteguerra: por eso no han separado la religión del estado y padecen el influjo excesivo de una clerigalla que todo lo inficiona y pervierte. La religión en el mundo musulmán está metida en todas partes, hasta en la sopa; su creencia de corazón contamina el cerebro y se identifica con cualquier forma de poder, es en sí misma poder. Los musulmanes extraen del Corán una infumable forma de gobierno llamada "república islámica" que es una mezcla antinatural de religión y política. Alá tiene bigotillo fascista y no debe extrañar que el fascismo tenga una forma árabe, el partido Baaz.
Es una religión hecha a la medida de su creador, Mahoma, quien, para ser sólo la voz de Dios que habla en el desierto, le ha dado a Dios una personalidad bastante humana y parecida a la suya: de ahí, por ejemplo, la curiosa, reiterada y machacona insistencia en la protección a los huérfanos (Mahoma fue huérfano). El Corán es también xenófobo contra judíos y cristianos, de quienes respeta sin embargo algunas tradiciones religiosas que sintentiza o más bien amalgama con poco arte; el Islam es un refrito de Judaísmo, Cristianismo y Paganismo tradicional arábigo. Del Cristianismo aborrece en particular la Santísima Trinidad; en cambio, Jesús es considerado un gran profeta y un hombre justo, y se le llama "Hijo de María", aceptando que no es hijo de José, sin decir por ello que Jesús sea de naturaleza divina; María es muy bien tratada considerando que el testimonio de un musulmán hombre vale el doble que el de una mujer; en suma, se puede apreciar a un musulmán como ser humano, pero no como creyente en Alá, porque entonces no tiene ni quiere tener derechos humanos, sino islámicos.
Inversamente, el Islam tiene también algo que ofrecer, aunque al lado de las lacras de que se acompaña eso pueda parecer bastante poco; por ejemplo, la consideración de que hay valor moral en el cuerpo y la imagen humana: el islam no permite ninguna forma de exhibicionismo corporal y mucho menos en las mujeres; no valora a la gente por su apariencia; para el islam que la mujer se exhiba desnuda es un desprecio para ella y su mentalidad. La pornografía en el Islam es algo grave, que degrada a las personas. Y eso es algo que Occidente debería tener más en cuenta: dignificar la imagen de la mujer en la publicidad, rebajar los aspectos más superficiales de lo que nuestra cultura considera femenino. También ofrece una moral menos relajada que la que padecemos en Occidente; por ello, de algunos principios musulmanes podríamos beneficiarnos los occidentales.
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