domingo, 18 de febrero de 2007

Viaje por España en 1773, de Richard Twiss

Como siempe me ha gustado la literatura de sesgo biográfico, incluso la que sólo tiene de ello algún matiz, he leído con gusto este libro de viajes en una benemérita colección en la que ya había gozado el viaje de Humboldt por España; de este libro me llamó la atención la cuidadosa observación, de típica pesadez alemana, del baile flamenco femenino, así como, por cuestión de investigación, su entrevista con Pedro Estala y los datos sobre sus proyectos editoriales y la Ilustración española; poco más le pude sacar, pues creo que se excluyeron del libro sus observaciones lingüísticas sobre el vasco, que tanto han interesado a la erudición española, como también por otra parte sus andanzas por América del Sur.

Y es que la biografía misma es un viaje; es el tópico del homo viator; el itinerario vital ordena nuestra experiencia cuando tiene que adoptar la forma de narración, y por eso algunos le ven algún sentido, aunque yo no creo que lo tenga. Si es una vida eterna no tiene sentido, y si no lo es, no tiene por qué tenerlo. Claro está que a esto los que creen le llaman infierno. Bastaría con que lo llamaran realidad.

Fuera de esta colección, he leído en el género la Peregrinación de Egeria en plena Alta Edad media; si bien se discute bastante quién era esta, me parece muy verosímil la opinión de que era una monja gallega; su relato en latín vulgar del viaje a Jerusalén es tan sencillo y emotivo y escoge con tanto tino los hechos significativos que encandila; no son muchas las mujeres que nos han dejado cartas de viaje, y sólo recuerdo en este momento los pasajes del diario de George Sand en Mallorca, quien, por demás, de femenino tenía bastante poco, o las de la peruana y "paria" Flora Tristán, llenas de agudas observaciones sobre la sociedad londinenese y criolla del XIX. Leí también las breves Apuntaciones sueltas de Inglaterra de Moratín, que poseen la gracia un poco femenina propia de este escritor y vividor, un auténtico petimetre algo putañero, aunque también tiene bastante de libro de viajes su Epistolario, donde narra sus incomodidades cuando le potrean en Valencia o se muestra curioso observador de la vitalidad del octogenario Goya en la emigración francesa. Del XVIII recuerdo también con interés el telegráfico diario de viaje del venezolano presidente Miranda por Rusia y ya en el XIX, las graciosísimas y extraordinariamente bien escritas cartas de viaje por Rusia y Alemania de Juan Valera, llenas de humor e ironía andaluza, inteligencia y cultura; siendo ambos hombres muy cultos e inteligentes, se ve clara la difeencia de temperamentos entre los dos: Miranda es un hombre de acción, Valera es un observador.También me gustaron las Cartas y diarios de viaje de un estilista como Prosper Merimée por España, a quien siempre agrada releer; de él recuerdo su vívida descripción de una corrida de toros, espectáculo que reprobaba tanto como el circo romano San Agustín, a quien me gusta llamar, por un episodio de sus Confesiones, "El santo robaperas", pero al que, como él, terminó aficionándose una vez que se quitó la mano de los ojos al socaire de una ovación; curiosas son sus andanzas de libertino por Madrid, con la connivencia y guía celestinesca de creo que Mesonero, ya no me acuerdo bien, y su cuantioso recuerdo de la estimulante anatomía de una rozagante chulapona madrileña.

Por el contrario, me parecieron sosos los viajes del pintoresco Domingo Badía a través del Islam, a quien nos quieren hacer pasar por aventurero, siendo como era solamente un espía de Godoy, aunque lo bastante cuidadoso como para hacerse circuncidar para pasar por musulmán si no convencía la pintoresca mentira que urdió para disimular su mal árabe; peor me fue, empero, con la monumental obra de Ibn Battuta, que no pude digerir enteramente: soy un lector hedonista, aunque de amplios gustos, y la siempre beatona y uniforme mentalidad islámica ante las maravillas que van pasando como postales ante él es incapaz de suscitar el entusiasmo; ni siquiera me valió el conocer, si bien de vista, al traductor: habent sua fata libelli. Uno de los primeros libros de viaje que leí fue La Biblia en España, de George Borrow, traducido por Azaña, que me impresionó mucho y del que tendría que hacer capítulo aparte; quizá me marcó tanto que por eso investigué la obra y biografía de otro protestante español, Juan Calderón, de quien se puede decir que he editado ya su obra casi completa.

Yo mismo, en mi condición de investigador y autor editor, imprimí un libro de viajes (el de José Viera y Clavijo a La Mancha en 1774); por eso me llamaba la atención la similitud de fechas, en la época más reformista de Carlos III. El británico Twiss no llegó a bajar a la meseta sur, con excepción de la breve jornada en que estuvo en Toledo paa luego marchar a Albacete, pero de todas formas me atraía la comparación de ambos ilustrados. Desde luego, ni la prosa ni el sentido del humor de Twiss pueden compararse a los de Viera, muy superior en ambos aspectos y también en cultura; ambos, sin embargo, son ilustrados, probos y curiosos. Twiss es un fanático coleccionista de pintura y libros raros, y su experiencia como viajero sobrepasa a la de Viera, con ser este también hombre que vio mundo. Twiss hace un apesurado resumen de historia de España, pespunteado de errores, que más se parece a una lista de los reyes godos, incluido el célebre "a Fávila lo mató un oso", sin sobrepasar en su enumeración la referencia a alguna anécdota que justifique la índole o sobrenombre de un monarca. Más curiosa es sin embargo su antología poética de la literatura española, guiada por unos criterios no expresos de misoginia y crítica a las costumbres de la nobleza que me llaman la atención, en especial un buen soneto de Manuel de Velasco:
¿Quieres ser gran señor? Ponte severo,
gusta de sabandijas, ten enano,
con los pícaros sé muy cortesano,
y con la gente honrada muy grosero.
Monta de cuando en cuando por cochero,
lleva a pasear tus mulas en verano,
haz desear lo que penda de tu mano
y olvídate de que eres caballero.
Si te pide el rendido, tuerce el gesto,
de ajena bolsa no escasees gasto,
para las vanidades echa el resto.
Sólo con tu mujer serás muy casto,
pide, debe, no pagues, que con esto,
si no eres gran señor, serás gran trasto.
Apercibe en particular una diferencia de trato entre los saraos españoles e ingleses que he leído también en uno de los trabajos autobiográficos de Elías Canetti, en que narra su estancia en Gran Bretaña:
Habia aquí mucha más libertad entre los invitados de la que jamás he visto en
ninguna reunión en Inglaterra, y nada de esa cautela y reserva obstinadas que
son tan desagradables y típicas de la nación inglesa en general (pág. 180)
Llama la atención a Twiss la obsesión española por los cuernos, de que deja amplia constancia, pero llega a acostumbrarse al chichisbeo. Sus juicios son positivos en general; no le gusta ni el holgazán clero, fruges consumere nati, ni la Inquisición, cuya coerción y desánimo sobre la literatura de ideas nota. Sólo una vez describe una pieza teatral, pero con mucha penetración, pues aprecia el arte de Moreto en El desdén con el desdén e incluso descibe muy visualmente la interpretación. El teatro francés de Cádiz le parece el mejor de todos los que ha visto en Europa fuera de Francia. En todos los lugares da somera reseña de las notabilidades: se asoma al tajo de Ronda, entra en las catedrales de Sevilla y Toledo (pero su gusto es tan neoclásico que apenas comenta con gusto nada barroco), asiste a corridas de toros, en las que le extraña que dejen pasar a las mujeres, asiste a peleas de gallos, bebe caldos de Jerez, se admira de la vega de Valencia, repasa todos los monumentos, cuadros y esculturas de nota, pasea con las damas, le encandila el estilo de vida de Córdoba, toma nota de los animales raros y se lleva algunos vivos o en alcohol, observa cualquier peculiaridad botánica, como que los higos dan doble cosecha en España, al contrario que en Inglaterra, y curiosea como buen inglés sobre la cría de caballos en la Maestranza sevillana. Al fin, como guiri y turista que es, compra jarrones de cerámica, libros, cajitas en Granada. Tiene una curiosa mania, explicable en el siglo del criticismo, por corregir y rebajar visiones demasiado barrocas y exageradas, en lo cual llega a medir personalmente la anchura de El Escorial y a contar el número de rampas de la Giralda. Utiliza bibliografía de viajes preexistentes, pero la corrige con su propia observación personal. En fin, un libro que, aunque no demasiado bien escrito, lo está en esa manera económica y funcional de la Ilustración, que trasluce a su pesar la personalidad de su autor y ofrece informaciones relevantes no sólo sobre España, sino también sobre Inglaterra.

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