domingo, 17 de junio de 2007

Chantal Maillard

Pongo aqui un par de entrevistas a la poetisa y escritora Chantal Maillard. La primera ha sido publicada en Babelia; dice muchas cosas con las cuales me identifico, alguna de ellas mejor que yo; la segunda, realizada por una psicóloga, escritora y ocasional autora dramática, Susana Guzner, es incluso mejor.

MARÍA LUISA BLANCO 16/06/2007

La escritora malagueña nacida en Bélgica, autora de numerosos libros de filosofía y otros tantos de poesía, reflexiona en esta entrevista sobre el pensamiento oriental y occidental del que ella se nutre. Premio Nacional de Poesía en 2004 por Matar a Platón, publica ahora Hilos, poemas en el umbral de la escritura, que trazan una singular geografía de las emociones.

La experiencia del dolor le viene a Chantal Maillard (Bruselas, 1951) de antiguo. Fue feliz, según declara, hasta los 7 años, pero a partir de ahí, los continuos cambios de internado en Bélgica y después la adaptación a España, donde se trasladó con su familia en pleno franquismo, la convirtieron en una niña desubicada y silenciosa. Nació sin embargo con el don de la escritura, en la palabra encontró cobijo y, a los 14 años, ya había escrito dos novelas y más de cien poemas. Y así hasta hoy. Poeta, filósofa y gran conocedora del pensamiento y estética orientales, es autora de una docena de títulos, entre los que destacan sus diarios, Diarios indios y Filosofía en los días críticos, un milagro de simbiosis entre filosofía y poesía. En 2004 obtuvo el Premio Nacional de Poesía por Matar a Platón, un libro seco y despojado, escrito durante su grave enfermedad, en el que la muerte y el dolor, sin concesiones literarias, palpitan en cada una de sus páginas. Su nuevo poemario, Hilos, posterior a la imprevisible muerte de su hijo, revela a una de las voces poéticas más intensas, honestas y radicales del panorama actual.


PREGUNTA. Entre su poesía y su pensamiento apenas hay ruptura. ¿Qué son una y otro para usted?


RESPUESTA. Es difícil ligarlos porque son dos modos de encarar la realidad. El modo poético es receptivo, y el filosófico requiere la indagación, y la actitud en filosofía es voluntariosa, mientras que la poesía requiere un decaimiento de la voluntad. Yo pretendo ligar una y otra porque participo de ambas. Lo que no se puede hacer es filosofía cuando se hace poesía ni poesía cuando se hace filosofía, eso descartado.


P. ¿Por fidelidad a los géneros?


R. No. Creo que es una cuestión de ritmo, de musicalidad. La musicalidad poética está reñida con la indagación filosófica que, como digo, es voluntariosa.

P. Afirma que tiene problemas con los conceptos tradicionales. ¿La historia del pensamiento occidental es tramposa?


R. Lo que es tramposo es la metafísica cuando uno piensa que lo que cuenta metafísicamente es la realidad. La filosofía, cuando no se aplica a objetos como el arte, la ciencia etcétera, es una lógica aplicada al ámbito del saber y ahí no hay problema. Pero cuando la lógica se aplica en ámbitos que rebasan el conocimiento, es un juego parecido al del ajedrez: tienes unas piezas y se juega en el tablero, pero si pretendes que ese tablero es la realidad exterior, es tramposo. Juegos metafísicos los hay en todas partes, pero la trampa es creer en los grandes conceptos, cuando creemos que las palabras dicen algo de lo concreto. Lo concreto es singular, y los conceptos son universales, la poesía trae a la pantalla lo singular, y la filosofía juega con los universales, ésa es la diferencia. Yo intento, y lo hago a partir de Husos e Hilos, tropezar continuamente con los conceptos. El lenguaje está plagado, tanto en Oriente como en Occidente, de conceptos y yo los cuestiono.


P. Husos e Hilos, ¿qué quiere significar con una y otra palabra?


R. Los husos son parte de una geografía mental, lo que visualmente corresponde a cada estado de ánimo. Los veo como un haz de fibras y cada una de ellas es un hilo mental. Podemos saltar de un huso a otro según cambien los estados de ánimo, y al cabo del día, vamos cambiando y saltamos de uno a otro.


P. ¿Habla de la vida, de nuestra vida?


R. Sí. No concibo una filosofía que hable continuamente en tercera persona. El pensamiento debe recuperar a la persona concreta, al singular que está viviendo con sus emociones. Si la teoría pierde de vista al sujeto concreto, no funciona, y yo intento recuperarlo con el material de mi propia vida.


P. ¿Qué quiere contar?


R. En general, la dificultad de saberse en el mundo y como sujeto. Toda mi vida he observado mi propia mente y mi capacidad de ver el mundo. Todo lo que he escrito ha sido desde la necesidad de observar la capacidad de conocer. A través de mi indagación en la filosofía india descubrí que cualquier cosa que observes terminará siendo observada dentro de la propia mente, por lo tanto, cualquier contenido es mental, cualquier cosa que puedas mirar es un pensamiento, y si queremos extrapolarlo a realidades que están fuera de la mente nos equivocamos. Eso el budismo lo tiene muy claro.


P. Eso es lo que cuenta en Benarés y en sus Diarios indios.


R. Sí, en ambos hay una toma de conciencia de nuestra imposibilidad para saltar sobre nuestra sombra que es nuestra mente, no podemos ir más allá de ella. Grandes palabras como Dios, verdad, mundo o realidad, no son más que pensamientos y esos son los hilos, imágenes-pensamiento que van pasando. En Hilos, hay un personaje que tropieza con los conceptos, los cuestiona, pero cada vez que lo hace, se paraliza y termina siendo el personaje "Cual", un interrogativo y un genérico, que aparece en la segunda parte del libro. "Cual" quiere decir ¿quién soy?


P. En su escritura se percibe un proceso muy doloroso. ¿Está conectado con su experiencia?


R. Sí, tanto Husos como Hilos son cuadernos de duelo, de un momento trágico que he pasado y por eso el huso principal en el que estoy en esos libros es el del dolor. Pero no quisiera entrar mucho más en lo personal.


P. Es por abordar los hechos que desencadenan su pensamiento actual, primero su enfermedad, después la muerte repentina de su hijo.


R. Husos e Hilos son libros de pérdidas. Pérdida de mi integridad física, por un lado, y por supuesto la pérdida de mi hijo. Está marcado por el suicidio de mi hijo. ¿Qué más puedo decir? Es todo.


P. Su escritura habla del sujeto, de lo que nos pasa.


R. Me cuesta hablar de ello en el lenguaje ordinario. Mi manera de contarlo es en la escritura. Es verdad que la filosofía tiene muy poco trato con el dolor, se ha escrito mucho más poéticamente sobre él, pero no tengo problemas en desnudarme, en expresarme en los detalles mínimos cuando escribo. Con el cuaderno estoy a solas conmigo y sé que, escribiendo, llego a mucha gente porque la experiencia del dolor es la experiencia de todos. El compadecer con otros está presente en mi escritura, es un grito de dolor que pertenece al momento de mi enfermedad. Lo que he escrito después pertenece a una pérdida incluso más consustancial que la pérdida física, que es la pérdida de un hijo. Esa estrategia de la geografía mental me permitió distanciarme de mí misma. Observarme en la pena, en el dolor, y construir o, simplemente, sobrevivir. Sin esa escritura, sin ese decirme desde la distancia que la escritura procura, no habría sobrevivido a tanta pérdida.


P. ¿Qué es para usted lo más importante de la vida?


R. Pequeñas, grandes cosas: el canto de un pájaro, el gesto de un búfalo, el sonido del pájaro por la mañana, el olor del monte al abrir la ventana, sonidos del bosque.


P. ¿No tiene horizonte?


R. Si alguno tengo, es la paz. Obtener un estado de paz, y sólo lo obtengo a partir de olores y sonidos que percibo y reconozco en el origen.


P. Pero tiene otro hijo, otros afectos. ¿No son importantes las relaciones?


R. Sí, pero yo creo que corazón ya no tengo. Aspiro a una neutralidad, a una ecuanimidad, que es también una palabra del budismo. Situarme en la ecuanimidad, en ese centro desde el cual puedes percibir las cosas con neutralidad. Una neutralidad que es germen de paz.


P. ¿Qué le ha dado el pensamiento oriental?


R. La idea de que todo lo que pasa por la mente tiene el mismo estrato y es de la misma naturaleza. Que los pensamientos forman sentimientos y por tanto éstos son sentimentales, y que la paz se encuentra en otro sitio. Yo no sé si el amor entendido desde nuestra tradición, quizás cristiana (aunque temo meter grandes palabras, borre, borre). No sé, que haya algún tipo de entendimiento del amor que pudiera situarse en esa neutralidad, entonces sí hablaríamos de amor. Aunque hablaría más bien de compasión en el sentido budista, desde una tranquilidad, desde una paz, no desde efusiones sentimentales de ningún tipo.


P. ¿Cuáles cree que son los pecados de Oriente y cuáles los de Occidente?
R. La tristeza es el gran pecado de Occidente y uno de los grandes pecados que deben ser evitados en Oriente. Es uno de los síntomas del deseo y si la erradicamos, la paz y el amor son posibles. Me considero una gran pecadora occidental porque la tristeza me define, y mi horizonte es el logro de su erradicación aun en los máximos dolores. Oriente es más ducho en esa erradicación, tiene tradición y sistemas en su haber para procurarlo. Nosotros a eso lo hemos llamado la sumisión del indio. Yo creo en cambio que es un camino de comprensión y la mejor manera de estar en el mundo. No tienen grandes logros tecnológicos, pero mire dónde vamos nosotros por ese lado. Y ahora estamos exportándolo a India y a Oriente en general. Ése es otro gran pecado de Occidente: la necesidad de colonizar. De Occidente y de Oriente Próximo, de todos los monoteísmos. La India no ha tenido nunca esa necesidad. Uno de sus pecados es el síndrome de Estocolmo: su admiración por el colonizador. La aceptación del otro siempre ha sido una virtud en ellos, han aceptado las creencias ajenas, pero ahora también están aceptando y emulando las formas de vida de Occidente. Se están convirtiendo en una gran potencia. ¿Para bien de ellos? Yo creo que para mal de todos.


P. ¿Cómo fue Chantal niña?


R. Ese recuerdo es muy bonito y es parte del retorno, el tema en el que estoy trabajando ahora. Escribo un nuevo diario de la memoria que se llamará Bélgica. Es una vuelta al origen, pero lo que me lleva a volver es un charquito de agua. El diario es la búsqueda del destello de la memoria, que te sitúa de pronto en un lugar o una experiencia que no acabas de ver, no tienes la imagen. En ese charquito de agua lo que había era gozo, un gozo que sólo puede tener el niño, antes del pensamiento, del juicio y del lenguaje. ¿Qué es el rojo antes de saber que el rojo se dice rojo y empieza a perder color con la palabra? Es lo que era el rojo para esa niña que se quedaba mirándolo durante yo no sé el tiempo. La experiencia en intensidad, no en tiempo. La Chantal niña tenía muchas cosas de éstas porque como hija única y a menudo sola fue desarrollando esa percepción.


P. ¿Por qué la internaban en colegios siendo hija única?


R. Mi madre vino antes que yo a España, y mi abuela trabajaba y era difícil para ella. En España me internaron porque la niña molestaba al padre, yo era un elemento molesto. Conocí a mi padre tarde y nunca hizo oficio de tal. He pasado por internados de muy distinto calado, pero esas experiencias me permitieron el descubrimiento de la escritura. En régimen carcelario belga escribí mi primera novela, tenía 12 años, era de capa y espada. Entre los 13 y 14 años escribí una novela social. Lo tiré todo, los cientos de poemas, las canciones, todo. Pero el año pasado, en Bélgica, volví a encontrar a un amigo de infancia que vino con un ejemplar de mi primera novela.


P. ¿Tiene esperanza?


R. No. Creo que hay que erradicarla, la esperanza es parte del deseo.


Segunda entrevista:

Chantal Maillard. Bruselas 1951. De padres belgas, permaneció en Bélgica hasta los 13 años. A los 17 adquirió la nacionalidad española. Ha vivido un año en Benarés (La India), en cuya universidad se especializó en filosofía y religión indias. De su estancia allí, y de su interés por integrar las distintas vertientes de la experiencia humana, fueron fruto el libro de poemas “ La otra orilla” (1990). Es doctora en Filosofía Pura y profesora titular de Estética y Teoría de las Artes en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Málaga, en la que imparte enseñanza desde 1990. Como ensayista ha publicado “ El monte Lu en lluvia y niebla” , “ María Zambrano y lo divino” (1990), “ La creación por la metáfora. Introducción a la razón poética” (1992), “ El crimen perfecto. Aproximación a la estética india” (1993), “ La sabiduría como estética. China: Confucianismo, budismo Y taoísmo” (1995), “ La razón estética” (1998), “ Rasa. Teoría del placer estética” (1999) y “ Diario de Benarés” (2001). Como poeta ha publicado “ Hainuwelle” (Premio Ricardo Molina, 1990), “ Poemas a mi muerte” (Premio Santa Cruz de la Palma, 1993) y “ Jaisalmer” (1996). Colabora, desde 1998, con críticas de filosofía, estética y pensamiento oriental en el Suplemento Cultural del Abc . Recibió en 1987 el Premio Leonor de poesía por el libro “ Semillas para un cuerpo” , escrito conjuntamente con Jesús Aguado. Premio Nacional de Poesía 2004 por su libro “ Matar a Platón” . Este libro es quizás el más claro exponente de su poesía introspectiva e interrogante. Un poemario que intenta desvelar la inconsistencia de algunas ideas heredadas a modo de juego de espejos y miradas donde la muerte es un “no acontecimiento” descarnado y casi aséptico.

Las entrevistas tienen un único protagonista: la/el entrevistada/o. En no pocas ocasiones, sin embargo, quien pregunta sucumbe a la tentación de pavonearse buscando su propio lucimiento al punto de invertir el centro de interés. No es mi estrategia ni mi intención. Cedo, pues, la palabra a quien verdaderamente nos interesa: Chantal Maillard.

P.- Algunos fragmentos de su obra me producen una sensación inquietante: la muerte como punto final y más allá la nada, la muerte como tránsito hacia otra muerte, o quizás hacia otra vida… ¿La muerte como metáfora sería la argamasa que ensambla las palabras dichas y escritas con las que preferiría no pronunciar?

R.- Desgraciadamente la muerte no es ninguna metáfora. En la primera infancia, simplemente no existe; de niños, ocurra lo que ocurra, somos inmortales. Más adelante, nos permitimos jugar con la palabra: le ponemos mayúscula y la utilizamos en los poemas. Queda bien. Los grandes conceptos son a la literatura lo que la sal a la comida: la hacen más comestible. Se dice Amor, Dios, Muerte, y parece que se ha dicho algo importante... Pero la muerte literaria no es la muerte. De ésta nada puede decirse, nada. Tan sólo el asombro, y la angustia. Porque, en realidad, la muerte no existe, lo que existe son los muertos o, mejor dicho, las ausencias. Lo que existe es el dolor de la desaparición de unos y la anticipación de la nuestra propia. Y el vértigo. Y la náusea.

P.- Ha escrito: “Hay que escribir para perdonar y ser perdonada” ¿Cómo y por qué se retroalimentan la escritura y el perdón? ¿Cómo comunicarse con los muertos si no es mediante la palabra más íntima, la que se dice a solas, la palabra escrita desde sí y para sí? ¿Qué ve y qué desearía ver cuando una mirada ajena le devuelve su imagen?

R.- La mirada ajena, generalmente, me produce malestar, incluso miedo. A la de los seres humanos me refiero, la de los animales es inocente. Y es que miramos juzgando. Cuando era niña acostumbraba a quedarme mirando a las personas, en los tranvías por ejemplo; no miraba exactamente, sino que participaba de aquello que miraba. Me introducía en quienes tenía delante, vivía en ellos. Sin ser conciente de ello, por supuesto, simplemente me ausentaba de mí. Era una mirada inocente. Una mirada sin sujeto y sin objeto. Casi no era mirada. El juicio, en cambio, es el principio de las diferencias. La mirada que enjuicia compara, elabora, crea al otro. No me gusta sentirme otra: el otro siempre está sólo.

P.- En su extenso ¿Poema? Escribir, incluido en Matar a Platón - obra que le ha valido el Premio Nacional de Poesía - dice: “escribir/para confundir las palabras/ y que las cosas aparezcan” ¿Nos regalaría otra manera de expresar este mismo concepto?

R.- En los conceptos las cosas están congeladas. No las vemos, las reconocemos. Por eso es preciso eliminar las palabras en algún momento, emborronarlas para así poder ver las cosas de nuevo. Por supuesto, habremos de volver a nombrarlas: sólo limitando una parte de la totalidad puede algo aparecer como algo, pero al menos habremos tenido la ocasión de tomarnos ese trabajo.

P.- ¿A que huele Benarés? ¿Y Málaga? ¿Recuerda los aromas de Bruselas?

R.- Sí, cada lugar tiene sus olores. La memoria olfativa es la más fuerte, según creo. Benarés huele a innumerables cosas: a zotal, a petróleo, a boñiga, a aguas residuales, a cielo húmedo, a pétalos de flores de caléndula, a betel, a incienso, a té con leche, a especias... todo esto se mezcla dando como resultado un olor muy especial. Bharata, autor del primer tratado de dramaturgia, decía que la emoción estética (el rasa) era el resultado de la sabia mezcla de los elementos propios de la representación, de la misma manera que los condimentos, bien administrados, daban como resultado un sabor especial, distinto de cualquiera de ellos. Algo así pasa con los olores en una ciudad. El resultado no es ninguno de ellos en particular. Por eso es difícil decir que Benarés huela a algo; es más fácil decir (y lo digo muy a menudo) que esto o aquello huele a Benarés. Lo mismo pasa con otros lugares. Málaga huele a Málaga: humedad mediterránea mezclada con jazmín, hierbabuena, dama de noche, tomillo, romero, madreselva... un extraño dulzor que se va perdiendo con los años a medida que van destruyendo los antiguos jardines. Bruselas... hace poco fui a recuperar sus olores olfateando sus calles como un perrito perdido. Los encontré, por supuesto.

P.- Ha expresado: “No creo en la poesía como literatura, ni creo en la literatura. Creo que hay formas de expresión que nos permiten conectar con el interior más profundo de nuestro ser, comunicar aquello que no se comunica fácilmente, la interioridad y las emociones, y que para eso ayuda la musicalidad de la poesía”. Esa “forma de expresión” que contacta con lo más hondo de nuestra esencia… ¿No es aquello que tradicionalmente la cultura ha denominado “Arte” y, en este caso en particular, “Literatura”?

R.- Creo que no. Verá, lo que llamamos Arte y Literatura tiene una historia muy reciente, poco más de dos siglos apenas y tiene que ver con la aparición de una forma de apreciación que se ha denominado “gusto estético”. Esto se generó al tiempo que la sociedad burguesa y los museos. Es un gran error creer que el Arte con mayúscula es algo que ha existido siempre. Lo que había, anteriormente a esto, eran oficios y personas que sabían hacer cosas con un determinado fin. La poesía, en sus inicios era un arte mnemotécnico, servía para recordar, cuando la tradición se perpetuaba oralmente.

Por otra parte, la “interioridad” tampoco es un concepto que haya existido siempre; nació con el individualismo. En una sociedad en la que todos hacen lo mismo y en la que los sentimientos son similares porque corresponden a experiencias semejantes, en sociedades cuyos miembros se diferencian poco, ¿podría acaso hablarse de interioridad? La interioridad requiere el concepto de diferencia y esto también es algo que tiene una historia.

Lo que ocurre es que todavía vivimos de los rescoldos del romanticismo. El planteamiento de su pregunta es buena muestra de ello.

P.- ¿Esta entrevista está aconteciendo, o, como escribe en Matar a Platón –cito de memoria, me disculpo - “un acontecimiento es un aroma a la espera de que alguien lo perciba?”

R.- Muy sagaz. Ciertamente acontece ahora para mí. Y ciertamente la conciencia que traza el bucle en este instante dándose cuenta de ello está inducida por su pregunta. El acontecimiento tiene lugar en este instante, para mí, y tal vez en aquel otro en que Ud. lea mi respuesta y tal vez en el instante en que alguien llegue a ambas, no lo sé. El acontecimiento se da siempre y cuando haya alguien lo suficientemente alerta como para que una pequeña nada le importe y haga impacto.

P.- En La razón estética nos dice: “El arte, en su sentido tradicional, nunca ha pretendido ser arte. Tampoco lo ha sido. Pero lo que eran saberes de identificación de un pueblo han sido sometidos por Occidente a la ley de la distancia estética”. ¿Matizaría hoy y ahora este concepto o se reafirma en su vigencia?

R.- No recordaba haber escrito esto cuando hablaba antes del Arte. Hoy no solamente afirmaría lo mismo sino que sería bastante más contundente.

P.- ¿Está escuchando música en este momento? ¿Podría saber cuál es? De ser una partitura interior, inherente… ¿Cómo la describiría?

R.- Somos música. Y nos interpretamos continuamente. Esto es algo que me parece cada vez más evidente. Por eso lo tengo cada vez más difícil para escuchar música exterior; la música (o el ruido) que se hace fuera perturba generalmente la mía.

P.- En sus palabras: «Me muevo en el ámbito de la prosa poética, pero que sean los críticos quienes clasifiquen mi trabajo; a mi me resulta imposible» ¿Cómo no lo clasificaría?

R.- No es literatura. Ya no lo es.

P.- ¿A qué propuesta respondería SÍ sin pensárselo dos veces?

R.- Volver a la inocencia. Antes del primer error.

P.- "En este país, y no sé si en los demás, está muy generalizado que los premios estén dados de antemano. Parece que un premio, en general, no es ningún premio sino una cuestión política", ha declarado a la prensa ¿Cuál sería el auténtico premio que desearía – o no – recibir?

R.- No creo merecer ningún premio. Por otra parte, entiendo que los premios forman parte de un sistema basado en la competitividad y que, por tanto, alimenta la envidia, la frustración, etc. En la antigua China se procuraba no destacar para no promover discordias. Se entendía que el orden del Estado dependía de ello. Pero ¿cómo sostener un sistema de consumo alentando valores que no sean agresivos?
Lo que importa es que quienes han logrado vislumbrar algo que pueda servirles a otros para sobrellevar su existencia puedan ser escuchados. No creo que sea mi caso, y no sé si los premios son el mejor camino para que esto se dé.

P.- ¿Sueña cuando duerme, sueña despierta, no sueña?

R.- Como todo el mundo, me paso media vida soñando mientras duermo. Soy consciente de mis sueños cuando quiero y le aseguro que prefiero vivir en ellos. Es más fácil controlar los sueños que la propia vida. No obstante, ambos ámbitos de la conciencia se influyen mutuamente en lo que a la vida anímica se refiere. Lo que ocurre es que mi conciencia diurna torpedea cada día lo que mi conciencia onírica construye. Así que soy como Penélope en la inversión de los tiempos: tejiéndome de noche y destejiéndome de día.

P.- ¿Es factible “hacer filosofía” en estos tiempos? ¿Cuáles son las incógnitas primordiales, esa mirada sobre el mundo que como filósofa profundiza o desearía profundizar?

R.- La filosofía es una actitud pero también es un trabajo, un esforzado trabajo de la razón que trata de encadenar los juicios desde unas premisas para llegar unas conclusiones. Suele creerse que dichas conclusiones dicen algo acerca del mundo, pero sólo dicen algo acerca del marco de la ventana por la que se mira o, mejor aún, dicen algo acerca de la capacidad de trazar esos marcos.

Hacer filosofía, en estos días, desde mi punto de vista, es responder a la tarea de observar y entender esa labor de carpintería. La mente es la cuestión. Aquello a lo que llamamos mente. Lo ha sido siempre, por otra parte, salvo para el realismo ingenuo.

P.- ¿Alguna o algunas de mis preguntas le han resultado particularmente gratas o antipáticas?

R.- Creo que son buenas preguntas.

P.- Por favor, de por finalizada esta entrevista como Ud. desee.

Chantal Maillard prefirió el silencio para dar por finalizada esta entrevista. Así queda.

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