Hay muchos curiosos infiernos; algunos son maravillosos, como el Dilmun o tierra de la vida, que los ingenuos tomarían por una especie de Jauja; el hindú y el budista es el Naraka; uno muy curioso es el Yomi de los sintoístas, cuya descripción refleja el libro de historia más viejo que ha sido escrito en japonés, el Kojiki; es una ampliación, pero más gris y apagada, de este mundo; en ella da igual si has hecho bien o mal en vida; uno pertenece definitivamente al Yomi si come algo de él; entonces ya no puede volver al mundo real, pero puede vagar por él en sueños si no come nada; algo así es lo expreso en el Viaje de Chihiro. Pero el más antiguo nombre del infierno es el Arallu, sin luz ni esperanza, sin renacimiento, sin reencarnación. En las religiones mesopotámicas todos los muertos van al Arallu, que se encuentra en el centro de un laberinto de siete ríos, siete murallas y siete puertas envuelto en una densa oscuridad que invita al sueño; a él se marchaba en una barca tras la muerte, porque el camino que abre una barca sólo sirve para ir y su estela se deshace al volver la vista atrás; el Arallu es la casa donde se entra para no salir. Tras cada puerta el muerto se degrada un poco más, perdiendo una parte de sí mismo. Gilgamesh descubrió que para volverse inmortal debía atravesar las puertas en siete días y siete noches sin dormir, despierto, pero se durmió y una serpiente le robó el fruto de la inmortalidad; ya sólo le cupo ser parecido a un Dios, pero no un Dios, por lo que se suicidó. La cosmovisión de los sumerios es muy pesimista. Solamente los dioses retuvieron la vida en sus manos y nada se puede esperar de ellos.
El Arallu estaba gobernado por el dios Nergal y la diosa Ereshkigal, que tenían allí su palacio y su corte, formada por una multitud de demonios causantes de calamidades y males, como Pazuzu -rey de los espíritus malignos del aire-; Lamashtu -devoradora de niños-; Labartu -demonio femenino causante de enfermedades-. Tambien imaginaban la existencia de seres celestes benignos pero caprichosos, como Lamassu, Shedu y Utukku. Estos seres, tan volubles como los duendes, debían ser propiciados o contrarrestados mediante prácticas mágicas (shiptu) u oraciones (nish qati). La Ereskigal residia en un palacio llamado Ganzir protegido por 7 puertas. Ese era el domicilio triste y aburrido de los muertos , mucho menos glorioso y valioso que el de los vivos.
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