jueves, 4 de noviembre de 2010

Historia de la Desuniversidad Española I

Con este escrito voy a empezar una serie en la que voy a desmenuzar una de las vigorosas raíces fundamentales de ese esmirriado y deshojado tronco, reproducido exclusivamente por injerto, que es la ciencia española.

Porque la universidad española es una mierda. Si lo dijera yo, sería una afirmación cuando menos contrastable, subjetiva y dudosa, pero el caso es que lo dicen las clasificaciones y baremos internacionales: la universidad española no pasa de mediocre tirando a baja y, además, sigue empeorando. Lo era ya en el siglo XIX, cuando las cátedras estaban en manos de meapilas protegidos por la iglesia -sólo hay que ver esas enormes autoridades intelectuales que no escribieron nunca nada, como el mancheguísimo cardenal Monescillo, que al lado del dieciochesco Lorenzana era un paletudo pardillo (lo digo porque sé de qué hablo: he leído sus cacareados ridículos apéndices -en realidad, uno solo- a la Historia de la filosofía de Bouvier, que poseo, y estoy enterado de la gran operación de propulsión a la cima que los neocatólicos o neos hicieron con él); el Krausismo, con sus librepensadores internacionales y su deseo de crear una vía alternativa de instrucción al aprendizaje oficial, con fundamento en la ética republicana del mérito y el esfuerzo, logró cambiar algo las cosas, pero fue sobre todo la Junta para la Ampliación de Estudios y su benemérito secretario y factótum ciudarrealeño, José Castillejo, la que casi modificó el panorama; incluso hubo un momento, poco antes de la Guerra Civil, en que pudimos hacernos ilusiones y soñar con haber alcanzado una cierta sintonía con Europa, al menos en ciertos terrenos de investigación como la neurología, que nos dio a nuestro único premio Nobel científico -Severo Ochoa tenía la nacionalidad norteamericana-. Pero, quiá, en seguida vinieron los meapilas de siempre con sus amigos los militares y los terratenientes y dieron un frenazo espectacular al progreso tras la Guerra Civil, simi lar al que dio Felipe II al Renacimiento y el Humanismo racionalista y Fernando VII al Ilustroliberalismo.

Así, por la cara, los vencedores, nunca partidarios de una reconciliación, dieron cátedras por méritos exclusivamente políticos, como si una cátedra sirviera más para la política que para el conocimiento. Y este modo de dar las cátedras duró cuarenta años, en que sólo pudieron sentar doctrina los más mediocres de la mediocre y tramposa burguesía española, además de todos los años siguientes, aunque ya más de tapadillo, sin poder competir con catedráticos extranjeros mejor formados y que sabían idiomas porque se les excluía ingénitamente de cualquier procedimiento por puro y trasnochado aldeanismo paleto. Qué pena. Quien quiera hacerse una idea de la imbécil universidad de entonces y sus procedimientos para achicar cualquier talento y terminar con cualquier atisbo de iniciativa, léase Pretérito imperfecto de Carlos Castilla del Pino. A este hombre ya le daba todo igual cuando escribió el libro, porque se iba a morir, después de que se le murieran casi todos los hijos, y lo sabía. Nadie podrá decir que no posea su texto el aroma bruto de la verdad.

1 comentario:

  1. De paso

    Yo que siempre me considero de paso, por uno u otro lugar, creo que la universidad debiera ser sólo eso, un lugar de paso donde aprender o enseñar hasta encontrar una salida al mundo empírico. El problema de la universidad actual, es que se busca sillón, no trampolín.

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