Lamentaciones de una industria que hace mucho por el negocio y poco por la cultura.
Primera tirada
Las grandes editoriales se quejan de lo poco que leemos. Y será verdad, pero fíjense también en lo que pretenden vendernos... y en lo que han despreciado.
Apoyo abierta y descaradamente un modesto proyecto editorial que nos traerá una colección de cuentos en homenaje a Ray Bradbury. Ojalá el crowdfunding tenga un éxito apabullante.
En esa colección hay historias cortas de Neil Gaiman (el creador de American Gods, ahora convertida en serie de televisión), de Joe Hill (el hijo de Stephen King) y de muchos otros novelistas de primera categoría. ¿Por qué las grandes editoriales han dejado escapar semejante antología? Parece que por la misma razón que dejaron morir a autores como Ballard. Es inconcebible que escritores de la talla de Melville o Trollope aún tengan obras inéditas en español.
La lista de novelistas condenados al olvido es interminable. Un gigante del género fantástico como Richard Matheson (el autor de Soy leyenda) ya no importa demasiado, por mucho que nos transporte a otros reinos. En realidad, ya hay pocos que ostenten un gran capital literario como para mantenerse en la industria por sus obras. Si los ingresos no acompañan, su trayectoria quedará cercenada.
Tapa dura, el formato preferido de algunos caradura.
La industria editorial es un negocio que se cansó de esperar. No quiere retornos lentos de la inversión, sino grandes lanzamientos que lo peten. Y si a una editorial de las grandes le falta un trocito del pastel, afloja cuarenta milloncejos de nada (como ha hecho Random House con Ediciones B) y se vuelve más competitiva.
Que conste que estas concentraciones empresariales me ponen. Hasta creo que pueden traer algo bueno, aunque normalmente empobrecen los sellos editoriales. Demuestren que me equivoco y escribiré otro artículo pidiendo perdón, o si lo prefieren me crucificaré como en He aquí el hombre, una novela corta descatalogada (luego se quejarán de la piratería).
La industria editorial ha hecho mucho por el negocio y podría hacer mucho más por la cultura. Si se lo proponen, puede que no solo compremos más libros, sino que además los leamos.
El día de las editoriales
Tengo traducida una novela inédita de Michael Moorcock. Regalo la traducción. Han leído bien, la doy sin cobrar nada. No es la primera vez que hago tal cosa. Me arriesgo, eso sí, a que los traductores me peguen una paliza o a que ese gremio me denuncie por tirar los precios sin garantizar los máximos estándares de calidad.
Me puse en contacto con varias editoriales y ninguna, de momento, ha manifestado el menor interés por comprobar si la traducción es buena o no. Una buena novela tiene dificultades para ver la luz porque las grandes editoriales se han enrocado en un circuito que comprende gigantescas agencias literarias, autores extranjeros que vienen recomendados y un sistema perverso de cazatalentos, anticipos, pujas y contrataciones millonarias.
Alguno se preguntará si Moorcock es tan buen autor como para merecer estar en las librerías. Pasee por alguna y ante la avalancha de banalidades se convencerá de que cualquier escritorzuelo merece estar en los escaparates. Es ridículo que autores consagrados no lo consigan porque algunos editores hayan decidido que ser rentables no es suficiente.
Tsundoku
El arte de comprar libros y dejarlos amontonados sin leerlos se conoce como tsundoku. Esa palabra también hace referencia al guion de un cortometraje que escribí sobre las mentiras de la industria editorial.
Espero que de aquí a un año el homenaje a Ray Bradbury, la novela inédita de Michael Moorcock y el cortometraje Tsundoku sean realidades.
La industria editorial ha hecho mucho por el negocio y podría hacer mucho más por la cultura. Si se lo proponen, puede que no solo compremos más libros, sino que además los leamos.
Estimados editores, hagan un esfuerzo para que el título de este artículo pierda todo su sentido.
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