ANTROPOLOGÍA DE LA RELIGIÓN
El autosacrificio, un rito de cohesión social
ROSA M. TRISTÁN
MADRID.- Cilicios ceñidos al cuerpo para mortificar la carne, fustas para golpearse hasta sangrar, pies descalzos, pesadas cruces o pasos de hasta 1.000 kilos cargados sobre las espaldas... El autosacrificio y la penitencia son constantes en la Semana Santa católica, pero no son únicas de esta confesión religiosa.
No hay más que echar un vistazo a la historia, e incluso a las noticias de los periódicos, para comprobar que la ofrenda del sufrimiento a los dioses se remonta al origen de la evolución cultural del 'Homo sapiens'.
Aún en nuestros días los terroristas suicidas realizan el autosacrificio supremo, que es dar la propia vida, con el ánimo de estar más cerca de Dios en el paraíso, una acción que, lejos de crear discusión, sirve para unir más al grupo al que pertenecen.
Y es que ésta es, precisamente, la función del autosacrificio, desde el punto de vista antropológico.
«Es el resultado de una selección cultural propia del ser humano. Aunque parece estar en contra de la selección natural, que favorece la supervivencia de la especie, su función es la de aumentar la cohesión social. Quienes lo practican, en el fondo, quieren demostrar que son capaces de ofrecer su miedo y su sufrimiento por los demás, es una demostración de fortaleza», explica el paleoantropólogo Eudald Carbonell, codirector de las excavaciones en Atapuerca (Burgos) y, además, director del Instituto Catalán de Paleoecología Humana y Evolución Social (IPHES, en catalán).
Actos en público
Su colega Jordi Agustí, también paleontólogo del IPHES, precisa que, por ello, las autoflagelaciones suelen realizarse en público. «Son conductas que, en el pasado, servían para mostrar a los enemigos que el grupo era muy fuerte, hasta el punto de llegar al heroísmo sin que hubiera necesidad», argumenta Agustí.
Dado que las religiones han sido, y son aún en algunos casos, la columna vertebral de las sociedades, no es extraño que incluyeran este mecanismo entre sus ritos «por su función de cohesión, de comunicación entre el mundo sagrado y profano, de control de la naturaleza salvaje y de contención de la violencia», como explica en un artículo la catedrática de Historia mexicana María Alba Pastor, que relaciona el sacrificio con «la reproducción de la comunidad».
El antropólogo estadounidense Marvin Harris, creador del materialismo cultural, ya encontró que los nativos americanos de las llanuras occidentales tenían pruebas de autotortura en público.
Bajo la dirección de los chamanes, los danzantes del Sol se ataban a un poste con una cuerda pasada a través de un corte de su piel. Observados por el grupo, daban vueltas alrededor del poste hasta que se desmayaban o su piel se desgarraba, una forma de demostrar a los europeos recién llegados hasta donde llegaba su valentía. Pero los ancestros de los penitentes actuales que estos días pueden verse en las calles en procesión, tienen una larga historia detrás. De hecho, en la Biblia se recoge un ejemplo de sacrifico humano que no llegó a consumarse (el del hijo de Abraham) y otro que se ha convertido en uno de los pilares del Catolicismo, el de Jesús de Nazaret.
También entre los griegos, los romanos, los celtas y los vikingos se realizaron sacrificios humanos para obtener el favor de las divinidades. En unos casos las víctimas eran degolladas, en otras quemadas en el fuego purificador.
Mundo prehispánico
En América, son muchos los ejemplos de sacrificios humanos anteriores a la llegada del Cristianismo, pero también se han documentado casos de autopenitencias dolorosas: desde épocas muy remotas era común entre los mayas un rito de purificación que consistía en hacerse sangrar las orejas, la lengua e incluso el pene con un instrumento cortante de obsidiana. Se consideraba un acto individual de contrición, pero también podía hacerse de forma colectiva. En definitiva, nada diferente del autocastigo cristiano como fórmula de reconocimiento como pecadores y penitentes, tal como lo definió el sociólogo Michael Foucault. «Se trata de probar el sufrimiento, la vergüenza, la humildad de un individuo lleno de impurezas», señaló.
De ahí esas sobrecogedoras imágenes que aún se ven en algunos pueblos españoles en Semana Santa.
Basten dos ejemplos. En Valverde de la Vera (Extremadura) como cada año se podrá seguir a los 40 penitentes descalzos que, con una soga de esparto a modo de faja y coronados de espinas, cargan con una pesada cruz por las calles durante horas.
Y en San Vicente de Sonsierra (La Rioja), los encapuchados se volverán a flagelar durante 20 minutos en las calles, un acto que se remonta al siglo XVI. Algunos se golpean mil veces, dejando profundas marcas en sus cuerpos. Más modernos son los sacrificios que han pedido para Semana Santa los curas argentinos: la abstinencia digital (ni móviles ni internet) durante estos días.
No hay comentarios:
Publicar un comentario