lunes, 15 de marzo de 2010
Sobre la perversión intrínseca de lo literario
Francisco Sánchez, El Escéptico, en Quod nihil scitur (Que nada se sabe): "Quid autem Rhetorica et Poëtica non pervertunt?", "¿Qué habrá que no perviertan la retórica y la poética?". Y mucho más adelante: "Cur ergo scribo? Quid ego scio. Cum stultis stultus eris. Homo sum: quid faciam? Perinde est". ¿Por qué escribo? Qué sé yo. Con los tontos, serás tonto. Soy hombre, ¿qué voy a hacer? Tanto da.
Quod nihil scitur es uno de mis libros favoritos; debería escribirse en letras de oro. Su estilo es muy elegante, de latín bastante llano y fácil de traducir; sus metáforas son muy hermosas, como la de los niños que juegan con jardines, incluso las adocenadas, como la de la hidra; sería labor de un buen poeta recogerlas y hacer un centón con todas. Por otra parte, su honestidad es la mayor entre las que cabe encontrar entre los del Renacimiento, y sólo en Giordano Bruno podría encontrarse algo semejante. Es el punto de partida de cualquier filosofía, la ignorancia, la duda y la humildad. De ahí lo fecundo de su inspiración, que fructificó en Descartes y en todos los que le siguieron.
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Más ¿y la autoridad?
ResponderEliminarInteresante Francisco Sánchez y aquello del prólogo: "es innato al hombre querer saber; a pocos les fue concedido saber querer; a menos, saber. Y a mí no me cupo suerte distinta a la de los demás" (viva la wikipedia). Más no acabo de aceptar el destierro de la autoridad, pues implícitamente admite una: la de la percepción de un ser normal, o por mejor decir la objetividad. Hubiera estado bien ver confrontar la definición del arco iris dada por un daltónico con la suya y comprobar el límite de su tolerancia.
Otra solución que veo es el solipcismo, la propia subjetividad como juez y parte, yo me lo guiso, yo me lo como y su seguida: qué más me dará dar a conocer lo que conozco. Algo que ataca la base social del ser humano que es un principio básico aristotélico. Claro que el nihilismo está en sus antípodas.
Algún postmoderno ha propuesto la intersubjetividad como elemento superante de la disputa. Elemento que viene muy bien para cuestiones no cuantificables: sentido moral, el propio lenguaje y tantas otras abstraciones modificables por el consenso social, pero casa muy mal con situaciones objetivas e inalterables, constantes como la velocidad de la luz. Otro dirá: pero la luz no viaja estrictamente a 300.000 km/s, nunca la podremos medir, Heissemberg lo formuló. Y vuelta a empezar.
La solución en próximos capítulos, que es como escurren el bulto los guionistas avezados y sin escrúpulos, tampoco vale.
Propongo, aunque no lo cumpla, forzar la ignorancia hasta alcanzar algún saber, fustigar la duda allí donde aparezca para dar cierta cosa probada y reducir la humildad de manera que no nos llene de soberbia.