La palabra funda y
destruye las escuelas
Es curioso comprobar, una vez
más, cómo, a poco que uno analiza las primeras declaraciones realizadas por
Esperanza Aguirre, y a su rebufo, por otros presidentes y consejeros de
educación de algunas Comunidades Autónomas para justificar el recorte en la
financiación de la escuela pública, es curioso, digo, comprobar que en tales
declaraciones se han utilizado los mimbres retóricos de la más burda estrategia
populista, con la finalidad de aprovechar las creencias previas de las masas
para orientarlas en una clara y determinada dirección ideológica.
Como ya sabían los griegos, para
que un discurso sea convincente lo único que debe hacer el orador es construir
sus argumentos con premisas aceptadas por la mayoría, es decir, a partir de
aquello en que están de acuerdo, casi sin excepción, los miembros de una
comunidad[1]. Cuando el orador es
además un demagogo, como suelen serlo los políticos, la intención del discurso
no será solo persuadir con argumentos sujetos a discusión (y demos gracias si
esto sucede), sino sobre todo procurar obtener la convicción absoluta e
incontestable del auditorio al que se dirige, pues solo así conseguirá votos de
adhesión segura para su causa. Con vistas a alcanzar este fin, el político no utiliza
sofisticados razonamientos lógicos o argumentaciones razonables, sino sencillos
esquemas retórico-afectivos cuyas premisas, compartidas y aceptadas por la
mayoría, no necesita hacer explícitas porque funcionan como cargas de
profundidad. En este sentido, la eficacia de los argumentos empleados por
Esperanza Aguirre reside precisamente en la selección de las premisas ocultas,
basadas en principios tan aceptados por la sociedad que resulta escalofriante
el futuro que nos espera.
Además de esto, en el caso que
nos ocupa (la justificación de la recortes en la financiación de la enseñanza
pública), los políticos de la
Comunidad de Madrid han hecho uso de uno de los mecanismos
retóricos más conocidos desde antiguo, pero también uno de los más burdos:
conseguir la adhesión a la propia causa mediante el descrédito moral o social
del adversario. Veamos cuál pudo ser la cadena de pensamiento que se desarrolló
en el despacho de la señora Aguirre y que sustentó su primera declaración ante
los medios de comunicación:
·
No
hay dinero, por tanto, hemos de recortar gastos y ahorrar. [Según los políticos
españoles (casi sin excepción), esta premisa es una verdad de hecho, por
tanto no hace falta demostrarla, nadie enseña las cuentas y nadie las pide. El
acuerdo con el auditorio en este punto es casi absoluto, por tanto, se
convierte en una premisa extraordinariamente valiosa para construir casi
cualquier argumentación y después para tomar casi cualquier decisión].
·
Como
medida de austeridad, este año no contrataremos a los trabajadores interinos de
la Enseñanza
pública y así nos ahorraremos sus sueldos. Esta decisión resultará impopular,
así que la mantendremos al margen, no la mencionaremos en la primera
intervención ante los medios, con el fin de que solo a posteriori se
deduzca como consecuencia, no como causa. [Esta estrategia es muy eficaz
porque desde el primer momento consigue desviar la atención del causante del
mal (el político) hacia los efectos de su decisión, que entonces solo tendrá
que presentarlos como inevitables o colaterales o como un mal menor dadas las
circunstancias. En todo caso, el agente, el sujeto, el verdadero origen del mal
ocupa un segundo plano en la discusión].
·
Compensaremos
la labor que estos profesores interinos han estado realizando hasta ahora
pidiendo mayor esfuerzo a los trabajadores ya contratados por
concurso-oposición, que habrán de ampliar su horario lectivo dos horas más por
el mismo sueldo.
·
Seguro
que muchos profesores protestan y exigen que se cumplan los convenios firmados,
pero, como no vamos a ceder en sus reivindicaciones, deberemos conseguir a toda
costa que la medida sea legitimada por la mayor parte de la sociedad. Habremos,
por tanto, de poner a la gente de nuestra parte y en contra de los profesores.
La estrategia será la siguiente:
-Presentaremos las objetivas
condiciones laborales de los enseñantes como si fueran privilegios
particulares. Para conseguirlo, no importa decir mentiras al principio,
pues, para cuando nos las refuten, la sociedad ya habrá quedado impactada y reaccionará
conforme a nuestros intereses. Diremos, por tanto, que este grupo profesional
tiene un horario singular, extraordinario y fuera de lo común: diremos que solo
trabaja 18 horas a la semana, de manera que pedirle que lo haga 20 seguirá
siendo mucho menos de lo que trabaja cualquiera.
-A continuación impregnaremos la
petición de valores que no se presten mucho a la discusión, valores en
los que todo el mundo estará de acuerdo, como la solidaridad o el esfuerzo.
Diremos que en las actuales circunstancias de crisis económica y cuando tantos
trabajadores han perdido su empleo o tienen contratos laborales precarios, es
justo pedir un mayor esfuerzo y solidaridad a quienes tienen un trabajo fijo.
Lo que, sin decirlo,
Esperanza Aguirre consiguió en sus primeras declaraciones fue presentar al
profesorado de la escuela pública como un grupo profesional que habitualmente
transgrede las prácticas laborales comunes: quedó implícito que trabajan menos
que todos los demás y sin embargo no temen perder el empleo. Están, por tanto,
al margen o por encima del rasero que homogeneíza a los miembros de una
comunidad de iguales, se salen de la norma general. Con ello consiguió que la
indeterminación de las oscuras amenazas que siente la población en tiempos de
crisis súbitamente tomara cuerpo en un grupo diferente al que, por gozar
de privilegios inadmisibles, es lícito
pedirle responsabilidades o sacrificios.
La argumentación así planteada se
basa en las relaciones que un todo mantiene con una de sus partes,
relación que puede ser a pari (una regla se aplica por igual a todas las
partes del todo) o a contrario (dicha regla se considera una excepción
para la parte tomada como referencia). En el caso que nos ocupa, si el todo es
la comunidad de trabajadores, la estrategia argumentativa consiste en presentar
a una de las partes de ese todo, los profesores, como una excepción a la regla
general. Así, queda implícito que mientras la mayoría carecen de empleo o lo
tienen temporal o sufren horarios esclavizadores, una parte tienen empleo fijo
con un horario al parecer claramente ventajoso (los profesores). Este evidente agravio
comparativo puso automáticamente en juego las previsibles reacciones
emotivas del auditorio, es decir, una inmediata activación de pasiones como la envidia
o el resentimiento. Una sociedad así agraviada, que se siente
víctima de una desigualdad de tal magnitud, no buscará los datos pertinentes
para juzgar con equidad el caso conforme a la Ley o la Verdad , sino que aprovechará para sacar a la
palestra el conocido desfile de tópicos sobre los otros privilegios de
los profesores (el elevado sueldo, las larguísimas vacaciones, la comodidad, el
escaso esfuerzo físico...), privilegios que se convertirán en
debidamente escandalosos cuando sean iluminados con los también conocidos tópicos
adversativos: los pésimos resultados académicos obtenidos por los alumnos
españoles en los últimos años, según indican los informes internacionales (PISA),
o la falta de disciplina y autoridad en los centros, por poner solo dos ejemplos.
Una reacción tan justamente airada por parte de vecinos, amigos, familiares,
periodistas y políticos de distinto pelaje en los primeros días de las
declaraciones de la señora Aguirre, derivó hacia la única conclusión esperable
en tales condiciones de ofuscación: el estado calamitoso de la enseñanza
pública, de la que son responsables en gran medida esa pandilla de
privilegiados.
El político populista
no pretende en absoluto manejar argumentos racionales o razonables en el marco
de la exigencia y la búsqueda de la justicia, sino que lo que busca es la
eficacia persuasiva con vistas a la renovación de la victoria electoral. Por
ello prescinde u oculta los datos objetivos o los hechos contrastados y recurre
a la mera opinión de los ciudadanos, opinión que suele estar sustentada
más en prejuicios y reacciones emotivas que en argumentos meditados. La
estrategia del político populista será tanto más eficaz cuanto mayor sea su
capacidad para construir, mediante la palabra, una ilusión de acuerdo o
unidad en las normas y principios con la que la masa pueda identificarse con
facilidad. El acusado es entonces presentado como una amenaza para esa supuesta
unidad política, moral y cívica, unidad que, en nuestra actual
situación, se refiere al esfuerzo al que continuamente nos animan los políticos
a todos para intentar superar con bien la inesquivable crisis económica. Cuando
Esperanza Aguirre elige dejar que la gente piense que los profesores son vagos
e insolidarios, es porque sabe que desde todos los medios y foros oficiales
está siendo generado, en el imaginario colectivo, un cuadro que muestra una
comunidad de esforzados ciudadanos, de buenos trabajadores, cumplidores del
horario, infatigables...que, ante la crisis, no han tenido más remedio que
aceptar de buen grado empleos precarios, sueldos bajos o largas jornadas
laborales[2]. El profesor con sus
privilegios se convierte así en la mayor amenaza para ese “orden normal” de
sacrificio que está haciendo la sociedad. El procedimiento funciona porque,
inmediatamente se oyen entre la gente anécdotas personales: se citan y
relatan historias sobre casos concretos de trabajadores en paro o en situación
de semiesclavitud horaria[3] que no dudan en compararse
y señalar con el dedo las ventajas inmerecidas de los profesores. Antiguamente,
los oradores terminaban su discurso demagógico con expresiones del tipo: “¿no
es terrible que...?, ¿no es vergonzoso que...?” para, obtenida la unanimidad
incontestable del auditorio en la respuesta condicionada, justificar a
continuación cualquier abuso, vejación o injusticia contra el discrepante.
La premisa que subyace en esta
argumentación pertenece al ámbito de “lo preferible” y está entre los llamados
lugares de la cantidad: se basa en la creencia casi universal de que es
mejor lo que está avalado por la mayoría, creencia tan generalmente extendida
que permite, por ejemplo, fundamentar la democracia. Como hemos dicho, la idea
era oponer las circunstancias laborales de la mayoría a la situación
excepcional o de privilegio de un grupo particular. Sin embargo, la presidenta
de la Comunidad
de Madrid se aprovechó de un deslizamiento conceptual que a menudo suelen
realizan las masas y los poderes totalitarios según su variadas conveniencias y
que consiste en identificar lo mayoritario con lo normal o habitual, de manera
que el paso de ‘lo que se hace’ a ‘lo que se debe hacer’, de lo normal a la
norma, parece evidente. En este caso, lo normal es lo que le pasa a la mayoría
de ciudadanos españoles: no tener empleo o tener uno temporal o en régimen de semiesclavitud.
El paso peligroso, el que estamos a punto de dar (si es que no lo hemos dado
ya) es que esa percepción de normalidad en las condiciones de
precariedad y explotación laboral se convierta en norma con la
aquiescencia de la mayoría, es decir, que se cuele en el ámbito de “lo que debe
ser”. Si esto se produce quedarán justificadas todas las medidas encaminadas a
privatizar y mercantilizar la gestión de los derechos básicos de los
ciudadanos.
Lo terrible y
peligroso de este mecanismo argumentativo, propio de los políticos en general y
de los neoliberales en particular, es que, aplicado en las actuales
circunstancias consigue, sin que nos demos cuenta, transferir u otorgar un
cierto valor positivo a lo precario, a lo injusto, a la explotación
salarial y horaria, al silencio y la conformidad..., aceptadas como la conducta
buena, la que va a contribuir a salir de la crisis. Queda latente que el
esfuerzo y el sacrificio comunitario, el que, en última instancia, están
haciendo los hombres y mujeres de bien (entre los que se consideran,
claro está, la mayor parte de los ciudadanos, así como el propio acusador y los
suyos) es puesto en peligro por los privilegios, la vagancia y la insolidaridad
del profesorado. La prueba del éxito de esta tergiversación del lugar del valor
se observa en el hecho de que, cuando los vecinos, amigos, familiares,
políticos o periodistas critican los supuestos privilegios de los profesores,
casi nunca lo hacen para exigir a las autoridades que todos los ciudadanos
tengan esos mismos “privilegios”, esto es, unas condiciones laborales dignas[4], sino que, implícitamente,
lo que fomentan es la idea contraria: si no es aceptable que existan las
supuestas ventajas laborales de los profesores (y, por extensión, de los
funcionarios), lo que entonces se convierte en aceptable es que todos
permanezcamos conformes en el mismo nivel de precariedad y mera subsistencia.
Sin ser consiente de ello, una gran parte de la
sociedad bienpensante aboga y defiende la injusticia, la desigualdad y
el sacrificio. Para conseguir este efecto alienado, los políticos y algunos
medios de comunicación han aprovechado el vicio predilecto de todo esclavo que
cree que alguna vez puede aspirar a amo: Dejarse llevar por los mecanismos de
manipulación ideológica que invitan a la denigración del otro (el vecino, el
extranjero, el profesor...), con el fin de compensar las propias carencias y
degradaciones a las que se ve sometido. En nuestro caso, el resultado de estas
prácticas demagógicas ha sido maravilloso: a la vez que se satisfacen los
instintos inconfesables de los hombres (los celos, la envidia, el odio, el
resentimiento, la venganza...), quedan perpetuadas las desigualdades sociales y
todos tan a gusto.
En esta situación de
amenaza y enjuiciamiento social, el profesor se ve forzado a responder en
público, a defenderse, a sacar a la palestra los primeros principios o
fundamentos de su profesión; se ve obligado a matizar, a corregir los datos, a
justificar su trabajo cotidiano, su esfuerzo, ante los vecinos, ante los amigos,
ante los familiares, en blogs, en la prensa... Pero la piedra ya está tirada y
las ondas se expanden rápidamente alimentando la justa cólera del español
sentado, como decía Lope de Vega. El acusador ha señalado al enemigo y la
sociedad, alienada, envidiosa y resentida, no ha dudado en entregarse al placer
de delinear las dimensiones del pecado cometido por “los privilegiados”.
Resulta, por tanto, vano todo intento de defenderse: salvo honrosas
excepciones, casi ninguna de las alegaciones hechas estas semanas por los
profesores en su propia defensa (ni siquiera los datos positivos o exculpadores
contenidos en el informe publicado por la OCDE pocos días después del inicio de la
polémica) han verdaderamente convencido a la sociedad agraviada, que a la chita
callando sigue sosteniendo un vergonzoso “sí, pero...”.
De todas maneras, hay una
cuestión que sigue abierta y que no debe olvidarse: ¿Por qué los profesores,
base y sustento de la escuela pública, gratuita e igualitaria, son objeto de
escarnio y denigración social? La respuesta no encierra demasiada dificultad:
no son ellos el verdadero enemigo al que combatir, sino una presa fácil a la
que lanzar los perros. En realidad, los profesores no son más que la cabeza
visible de una estructura mucho más compleja y mucho más peligrosa: la Escuela Pública ,
fundamento de la equidad y la justicia social, derecho básico y fundamental de
todos los ciudadanos, de todos, independientemente de su sexo, raza o condición
social. Pero, ¿por qué esta estructura es tan peligrosa? Sencillamente, porque
obstaculiza el libre desarrollo de los intereses políticos, pero sobre todo
ideológicos y económicos, de las clases dominantes. ¡Vaya, vaya! Con la Iglesia hemos topado, con
el Mercado hemos topado, con los Privilegios de clase hemos topado[5], aliados todos para hacer
de esa extraña invención del siglo XVIII, la escuela pública, universal y
gratuita, algo cerrado, privado, pagado y diseñado a la medida de las propias
vanidades, sin inmigrantes, sin gitanos, sin ateos, sin discapacitados, y, si
me apuran, sin juntar a los niños con las niñas, pero con ballet y clases
extras de inglés.
No estará de más
recordar que tanto los políticos como los voceros de la sociedad de masas
configuran las identidades sociales, el orden y los pecados contra dicho orden,
mediante el juego ancestral de la amenaza, el insulto y el descrédito. A ver si
queda claro: ¡Que no se nos olvide quiénes son los buenos!
NOTAS
[1] Según la clasificación que Perelman y Olbrechts-Tyteca
hacen en su Tratado de la argumentación, las premisas que solemos
utilizar cuando argumentamos pueden ser de dos tipos:
*Premisas relativas a
“lo real”, que son aquellas que pretenden alcanzar el acuerdo del auditorio a
partir de hechos (derivados de la experiencia o de datos objetivos –se
suponen incontrovertibles-), de verdades (teorías científicas,
concepciones filosóficas o religiosas....) o de presunciones (lo que un
grupo social tomado como referencia considera “normal” o “creíble” –frente a lo
excepcional o monstruoso-).
*Y premisas relativas a “lo
preferible”, que son aquellas que pretenden alcanzar el acuerdo del auditorio a
partir de tópicos relacionados con lo preferible (que una cosa sea mejor
que otra por razones como la calidad, la cantidad, el orden que ocupa en una serie,
su esencia, su existencia, etc.). Estas premisas permiten fundamentar las opiniones
y las jerarquías de valores.
[2] De hecho,
este fue el efecto subjetivo que se operó entre los empleados de la función
pública cuando se les bajó el sueldo en 2010. La mayoría aceptaron la medida
como parte de su cuota de sacrificio, como un ejercicio de responsabilidad ante
la comunidad en una situación de crisis económica excepcional, por eso no
secundaron masivamente las convocatorias de huelga.
[3] Recuérdese
que la explotación horaria no solo la padecen los trabajadores menos
cualificados o que desempeñan actividades poco remuneradas, sino también
aquellos que tienen una formación superior y están empleados en grandes
empresas que les pagan sueldos monumentales. Tanto unos como otros están
sometidos a horarios laborales abusivos, todos se quejan de falta de tiempo
para estar con sus hijos o hacer lo que verdaderamente les gusta.
[4] A lo mejor
hace falta que lo recuerde: garantías de estabilidad en el empleo, cercanía al
hogar y a la familia, sueldo suficiente para poder ahorrar o permitirse
placeres o gustos más allá de la mera subsistencia, horarios humanos, con
tiempo para vivir, cuidar a los hijos, estar con los amigos, etc.
[5] Con el sintagma “privilegios de clase” no me refiero solo a
las ventajas de las que ya gozan los ricos y poderosos (que llevan a sus hijos
a carístimos colegios privados), sino a los privilegios que desean obtener
aquellos otros que, pudiendo costearle a sus hijos una plaza en un colegio
privado concertado pretenden así alcanzar ese anhelado estatus social que los
separará de la chusma.
Olé
ResponderEliminarAsí que cuando atacaban a los liberados sindicales se usaba de la misma táctica. La escuela pública es niveladora en la formación y el sindicalismo, los trabajadores y trabajadoras organizados, lo es en el empleo. Sin una negociación colectiva igualadora, habrá que aceptar empleos por seiscientos, setecientos euros y ser temporal para siempre jamás. Salvo quien dé el salto hacia las clases dominantes. ¿quién miraba presupuestos, boes, boletines varios, reglamentos y demás paperaza? ¿quién hacía los escritos y fiscalizaba en corta medida esos desmanes? No es que se persiga al sindicalista jeta, al cual deberían perseguir sus compañeros trabajadores, sino, se ataca la figura fiscalizadora, sobre todo de lo público, pero también de lo privado. Hace poco, oí decir a un empresario de pro que iba a ver a otro que le decía: ahora toca hacer la revolución de octubre, pero al revés. Creo que ya cruzamos la línea a la que aludía el texto. Celosos, envidiosos, resentidos y vengativos, siempre los hubo, doy fe. Más ¿dónde están los buenos? ¿podría hacer alguien sonar algo así como una trompeta cuando lleguen?
Brillante argumentación que he leído, a pesar de su longitud, fascinado por la contundencia de los enlaces lógicos y la precisión de la conclusión a que nos has llevado. Demoledor y simple el sistema de aplastarnos, a nosotros, los esforzados trabajadores de la enseñanza a los que se quería conceder la categoría de autoridad pública para defenderlos de la indisciplina. Poco ha durado la adhesión a los profesores a los que se presenta poco menos que como escoria llena de vagos y maleantes.
ResponderEliminarTodo esto es posible por el clima de miedo que hay instalado en la sociedad. Las clases medias no las tienen consigo y cada día la prensa trae vaticinios de un desastre que hundirá el euro a merced de los especuladores. Hay miedo, y en épocas de miedo ya que no se puede apuntar a los auténticos responsables que son evasivos, se hace contra los más visibles, los que levantan más envidia y ahí tenemos las vacaciones de los profesores, la supuesta seguridad de los funcionarios (hasta ahora, ya hemos visto que en Grecia están yéndose a la calle).
Esperanza Aguirre lo tenía a huevo. Sabía que habría contestación pero el mecanismo lógico lo tenía bien trabado, no por inteligente pero sí por astuta y populista.
Y sí, la escuela pública está en la diana.
Un placer haberte conocido, Ángel.