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lunes, 23 de marzo de 2015

Nada de nada

Entre un momento y el siguiente hay un terrible punto de indistinción; un abismo que resiste al cálculo, como quiere Bécquer. A los griegos les aterrorizaba su irracionalidad. Porque del hecho se sigue que es imposible conocer todos los aspectos, todo el sentido de la existencia. El principio de indeterminación no hizo sino confirmarlo a comienzos del siglo XX: somos imprecisos e inciertos más allá de toda duda, valga la paradoja. Resulta que hay un enigma que es imposible descifrar: el enigma de por qué hay enigmas. Los hay porque está fuera de nuestra capacidad resolverlos y, con ello, resolver el enigma de nuestra propia existencia. Somos un mero deseo que no encuentra cumplimiento; el deseo todo lo aleja y hace inalcanzable: mayor que el amor es el deseo de amor, mayor que la vida es el deseo de vivir. De repente todo queda entre paréntesis, sometido a una interdicción fenomenológica y descubrimos que esa reducción deja lo esencial fuera mismo de la pregunta, que la pregunta es errónea. El terremoto de la insuficiencia humana, de su inválido papel en la existencia abre unas grietas enormes entre los números primos, certificando que el desorden es el elemento más abundante del universo y que, además, crece, inflado por el paso del tiempo y el segundo principio de la termodinámica, la entropía. La perfección en que quieren creer las religiones, las ideologías, las utopías, el amor mismo, desfallece, enflaquece y se trasforma en mera necedad; las líneas rectas se alejan, se pierden, se vuelven borrosas e indefinidas y terminan por no dibujar nada; todo es más complejo de lo que podemos pensar e incluso de lo que podemos sospechar y nuestra ignorancia se vuelve una carga tan insufrible como la vida misma. En ese vacío inicuo, infame, incluso el mejor científico se vuelve solo un ignorante prodigiosamente bien informado; cuanto más sabe, más ignora y mayores fórmulas, instrumentos y ayudantes necesita para saber. 

Y lo único que hemos llegado a saber es que nunca podremos saber sino solo una minúscula parte de lo real. Nuestra visión de la realidad es incompleta, parcial: la materia y la energía que hacen la vida visible son solo un porcentaje ínfimo del todo; hay otra materia y energía oscuras que abundan más y por tanto son más reales y existentes que nosotros mismos, quienes solo podemos percibir un exiguo porcentaje de sus efectos y a escala gigantesca, macroscópica; pues esa macrorrealidad incluso se permite el lujo de ignorarnos y apenas interactúa con nosotros, meros fantasmas de partículas tan impalpables como los neutrinos. El universo es solo el universo observable. Y para la verdadera realidad solo somos eso, fantasmas escritos sobre la superficie del mundo, un haz de informaciones que la muerte dispersará como una pompa en el océano de espuma cuántica; ya lo afirmaba el Budismo y lo han certificado la ciencia y la filosofía.

En esta desolación solo nos tenemos unos a otros y por ello hemos podido rebajar como especie el volumen de nuestra ignorancia; incluso nuestra relación permite compartir o ampliar la información formando parejas, familias, grupos, sociedades, naciones, culturas; pero, aunque creemos que podemos producir o destruir la información que nos hace, en realidad solo podemos aumentarla o reducirla en una escasísima escala. La cada vez más alta marea de datos que es el ciberespacio es engañosa; solo una parte mínima es cierta y aunque podemos enviar nuestra poco esencial información al futuro con el arte, la ciencia o el amor, ahí se acaba todo; la maraña disolverá nuestro estúpido ego hasta hacerlo irreconocible y fundirlo con la materia caótica a niveles incomprensibles.

Aunque nos hagamos una idea o simulación de la realidad grande que nos margina o contiene como la forma contiene a la materia, el destino que espera a nuestro pobre ego y a la pobre imagen que ofrecen por ejemplo estas palabras es el de tal fusión con el desorden: seremos reducidos todo lo más a un recuerdo, una sombra, un sueño incierto en mitad de la noche, la silueta recortada en una fotografía amarillenta, incolora, arrugada; a un fotograma en movimiento o a las palabras malinterpretadas y confusas que forman el personaje de un libro o un drama de marionetas que penden torpemente de los cordajes de arterias del corazón movido por el sentimiento o de los nervios que mueve el cerebro; ni siquiera podemos esperar que los elementos que nos forman reconfiguren un Heráclito en el río o un Leopardi que mire al infinito. La vanidad más insolente terminará por ser tan ridícula como todo lo demás y solo seremos nada de nada, como en la famosa canción de Cecilia, esa Cecilia que, sin embargo, todavía recordamos.

lunes, 20 de octubre de 2014

Viejo en esta plaza

El encomio ajeno se vende a precio de oro en estos tiempos en que la voluntad general se ha vuelto tan exigente. No he visto mejor análisis del asunto que el Abel Sánchez de Miguel de Unamuno, que reduce el vicio a un arte y la virtud a una ciencia. Coincidiría en decir que la envidia es el defecto capital del español. Aquí, en esta tierra, y en especial en la del bachiller Sansón Carrasco, se envidia incluso hasta lo malo, hasta la locura, hasta el sufrimiento se envidia. Cervantes bien que lo sabía, y al respecto compuso el célebre El curioso impertinente en su primer Quijote. Un hombre feliz no logra creérselo porque necesita la envidia para poder sentirse vivo, aunque tal cosa le cueste la muerte. Hay gente así: necesita sufrir para vivir, porque se ha pasado la vida sufriendo y ya no sabe vivir, no reconoce la vida aunque la haya alcanzado al fin. En consecuencia, está ya muerta, aunque el protagonista se muera de verdad al quedarse sin honor, sin dignidad y sin autoestima. ¿Por qué tiene que avergonzarse uno de ser uno mismo y de hacer aquello que le gusta hacer y que hace bien? ¿Y por qué se le tiene que negar el derecho al elogio que exige la franqueza? ¿La sociedad no puede vivir sin mentira ni competencia?¿Por qué se mira siempre a lo malo y no a lo bueno?

Cualquiera que se apreste a hacer un acto público (sin sacrificar ningún becerro) ha de esperar sin duda más un baño de ingratitudes que de multitudes, y si alguna multitud se congrega en alabanza, será porque hay interesados en sí mismos, pues sólo lo que redunda en propio beneficio es lo que interesa "en general"; un trozo del becerro, adecuadamente cocinado con especias. De ahí las grandes cenas: si uno no puede merendarse un buen plato, tendría que merendarse a su vecino. Los dientes necesitan despedazar algo.

Por eso se elogia siempre a los que sostienen la cara más sonriente; los que enseñan más los dientes son los más poderosos del rebaño, los que más pueden morder y dirigir la caza. Los que sufren son, como quiere Walking dead, "ganado", no "carniceros": unos insociables que nos quieren contagiar la lepra. Los que se preocupan de pequeñas cosas han de verse quedar en nada y pasar a los anales de la insignificancia, los pobres, luchando a brazo partido por perder en las eliminatorias o semifinales de la muerte. Son eso, perturbados que van por sendas poco trilladas y en el campo buscan más los cardamomos que las amapolas. Los perdedores en el campo de Agramante del nihilismo. Otros, sin embargo, reciben el tratamiento conveniente para las patologías de su cargo; son delegados del infierno en la región y se relamen las prebendas con gusto. Los que investigan la miseria al pormenor solo quieren sentirse acompañados y comprendidos por aquellos que estudian en su mismo campo o comparten similares aficiones, porque se estudian a ellos mismos. Quieren compartir lo que han descubierto, ese pedacito de verdad que tanto les ha costado desenterrar y del que se sienten legítimamente satisfechos. Pero eso es mucha vanidad, hay que ponerse a cultivar margaritas con una blanca dentadura de pétalos para que se las coman los de siempre.

miércoles, 21 de mayo de 2014

El ayuno de los perros

Me resisto. Me resisto a escribir. Una parte de mí quiere y otra no y así ha sido siempre sin que una venza a la otra, porque el resultado es un equilibrio de pulso: por cada renglón hay un espacio en blanco y, tras cada palabra, otro.

Por supuesto, hace falta una diferencia de potencial para que cruce la energía hasta el punto final, pero la palabra que más resuena en mi conciencia es "no", el polo negativo. No creo nada, ni siquiera de mí mismo, y eso es muy molesto, incluso para levantarse por las mañanas: exige una reconstrucción perpetua, sin planos y sin manos. Cuando uno se ha vuelto líquido y correoso no puede levantar ninguna ridícula pirámide truncada masónica con sillares o sílabas de agua. Los masones siempre me han parecido ridículos individualmente, no en conjunto, con su mandilito y su mallete y su compás de niño de primaria. Por lo menos hacen obra benéfica, es lo único para lo que valen.

Porque en esto de escribir lo que importa es lo que uno echa fuera, la higiene que hace ver lo hermoso y limpio de la casa. No es raro ver a bellísimas personas que andan taradas y mal envueltas porque han vomitado su diablo a tiempo, antes de dejarlo cuidadosamente empaquetado para regalar a traición. Así es mucha gente: te pueden estrangular con un lacito; el perfecto vecino criminal.

Eso de que cuanto más se conoce a los hombres más se quiere al perro no es misantropía, es bestialismo. Es injusto con los perros, quienes, si se vieran en el caso, te consumirían como alimento espiritual al cabo de una larga ascética de ayuno.

domingo, 20 de octubre de 2013

La sociedad analgésica

No sentimos dolor ajeno y nos acostumbramos, pero no apercibir el propio ya es el colmo; alguien podrá confundir la ausencia de dolor con el placer puro, un satori / nirvana de lo más cool, una mística salvaje a lo Hoffman, pero el que nos empedernicemos de esta manera y sin química ya es insufrible y proviene de la misma reificación (cosificación, para los de la LOGSE) que provoca el mercadeo de almas; es una muerte en espera del trámite. Porque el placer se ha hecho tan común que ahora no se grita por protesta, sino que se protesta por la grita y ni siquiera las mujeres acatan la Biblia y paren con dolor, si es que paren, que es algo muy sucio y poco elegante, y los bebés ya se subrogan o importan, cuando no se despedazan o se tiran en un bosque gallego donde algún alucinado los pueda confundir con un pulgarcito sin migas o un martinico.

Incluso morirse es ahora algo bastante doméstico y gris y no tiene caja de resonancia alguna, ni siquiera de muerto, porque lo de quemarse se lleva hoy hasta al crematorio y se prefiere la urna de columbario o un desvanecerse por mares y desiertos a un recordatorio y memorial vera efigies. Quienes ya no están entre nosotros lo hacen como disculpándose, en la intimidad y con poca ceremonia y florilegio. Hasta las esquelas / nichos del Abc han cerrado las ventanas, porque nadie le importa ya nada a nadie y ni siquiera se oye aquello de "siempre se van los mejores", "le acompaño en el sentimiento" o "parece que fue ayer".

Uno es particularmente indoloro; era quejica de nacimiento, pero una serie de médicos trataron de callarlo con saña y encontraron una fórmula que, por lo menos, pone un filtro de tolerancia al estruendoso humanimal. Es una amalgama de fluoxetina, lorazepam y venlafaxina cada doce horas. Así se agua el vinagre que uno tiene por sangre y la familia y compañeros mártires consiguen soportarlo, Dios los bendiga. Hasta dicen que es un buen chico... cuando está bajo la camisa forzada de las pastillas. Incluso puede pasear entre las ortigas, feliz porque le reaniman la circulación de la sangre. Aunque a algunos eso les parece la tranquilidad del camposanto a Drácula le funciona y al indefinido Michael Jackson casi también.

Creo yo que muchos cabronazos andan por ahí sin debido diagnóstico y les haría bien atarse a las pastillas para evitar vicios mayores, como excretar en la acera o asesinar a las masas. En los viejos y revolucionarios tiempos, la gente no contaba con este tipo de enlaces/ataduras químicas a lo Heisenberg, y se consolaba derribando gobiernos y sistemas políticos. Es lo subversivo que tiene el dolor. Pero la general indiferencia de la general drogadicción, que no tiene por qué ser química, sino también televisiva, ideológica y deportiva, nos ha vuelto más planos que al hombre unidimensional de Marcuse y aquí nos andamos, felices en un mundo feliz por el soma y por un billón de euros de deuda. 

viernes, 27 de septiembre de 2013

Es hora

Quieren ponernos en hora con el meridiano inglés, cuando nos alistaron al germánico los que declararon la guerra a la gente: militares, paramilitares de gorra roja o camisa azul, sotanas, membresía toda de uniforme. Eso de lo uniforme y de lo uniformal es muy germánico frente a lo descamisado-sansculotiano-informal, que tuvo a la gente a cuerpo serrano y pasando frío. Como las bombas de fósforo, los trenes alemanes siempre llegaban a su hora y en España también, aunque descarrilando, que siempre hemos sido gente muy atropellada y dejadera de todo para el final. Porque incluso para nosotros la muerte no es el final... Pues, coño, ¿qué lo es?

Se suele decir que los finales felices no son verdaderos finales, porque solo aplazan el inevitable no hay tutía y hasta aquí hemos llegado, this is the end. Sócrates decía que la tragedia, que siempre acaba mal, es más parecida a la verdad que la comedia, que lo hace bien, es decir, no acaba. Y para dar ejemplo se bebió la cicuta, por más que todavía quede su alma inmortal escandalizando griegos en pelota por las palestras donde todavía habla Platón, aunque traducido, el de las anchas espaldas. 

Sabemos que en el teatrillo que interpretamos la Vida la pieza nos da cierto margen a la improvisación y la autoría, pero el final ya está escrito, no se puede cambiar y es la hostia de convencional. A todos nos cruzan de brazos, porque, si no fuéramos indiferentes, no podrían cerrar la caja y seríamos unos difuntos muy escandalosos. Y eso de cerrar caja es lo que debe hacerse en toda economía que se precie. Que sí, no lo olvidéis. Como decía el caprichoso Calígula de Camus: "Los hombres mueren y no son felices". Y, podríamos añadir, para disimularlo, les cruzan de brazos.

Pero lo que quiero decir con esto del posible cambio de hora es que muchas cosas no han cambiado en España desde que se estableció el integrismo como regla general. Hay muchas leyes en nuestro código penal que siguen todavía el bigotudo meridiano fascista de Berlín. Más nos hubiera valido ajustarnos al meridiano de la isla de El Hierro, que era propiamente el nuestro, y dejarnos de gilipolleces anglogálicas de una vez por todas. Sigamos el ejemplo de América: en ella hasta los kilómetros son más grandes y se llaman millas.

lunes, 13 de mayo de 2013

Hay días

Se levanta, ¿se levanta? para dejarse caer, tal es su desgana, y cada día le es una montaña cuya cumbre, él mismo, debe alcanzar sin piernas y sin brazos, solo con las palabras, arrastrándose como un gusano, atreviéndose ¿atreviéndose? a consistir todas las horas y repartir su ración de hambre y bilis estomacal con manos abiertas y vacías, sin sentir dientes en las encías, sin sentir nada por hacerlo o peor, muriéndose por no hacerlo, sin pensar ni prolongar más el renglón de la vida.

Pero viene el perro y le acaricia el cuello y se arrepiente ¿se arrepiente? de envidiar a los muertos, contempla a todos los que le dan la mano para sacarlo y, sin saber por qué ni cómo, suma uno más a la cuenta de sus días, de esos de los que piensan que hay muchos y no uno solo y terrible.

domingo, 12 de mayo de 2013

Abulia, por Ciriaco Morón


El término abulia designa la incapacidad de decidir ante un dilema o la incapacidad de llevar a la práctica la decisión que se percibe intelectualmente como la más deseable. El término comenzó a utilizarse en la psiquiatría francesa en la primera mitad del siglo XIX. De hecho, el primero en emplear la palabra en castellano fue Elías Zerolo, filólogo y traductor español establecido en París, en su Diccionario enciclopédico de la lengua española: “Especie de locura en que domina la ausencia de voluntad”.

             En español, Ángel Ganivet, aunque no fue el primero en emplear la palabra, la popularizó, considerando la indecisión y la inacción como el rasgo más visible de los españoles de su tiempo: "Si yo fuese consultado como médico espiritual para formular el diagnóstico del padecimiento que los españoles sufrimos (porque padecimiento hay y de difícil curación), diría que la enfermedad se designa con el nombre de 'no querer', o en términos más científicos, con la palabra griega ‘aboulía’, que significa eso mismo: ‘extinción o debilitación grave de la voluntad”; y lo sostendría, si necesario fuera, con textos de autoridades y examen de casos clínicos muy detallados, pues desde Esquirol y Maudsley hasta Ribot y Pierre Janet hay una larga serie de médicos y psicólogos que han estudiado esta enfermedad, en la que acaso se revela más claramente que en ninguna otra el influjo de las perturbaciones mentales sobre las funciones orgánicas. Hay una forma vulgar de abulia que todos conocemos y a veces padecemos. ¿A quién no le habrá invadido en alguna ocasión esa perplejidad de espíritu, nacida del quebranto de fuerzas o del aplanamiento consiguiente a una inacción prolongada, en que la voluntad, falta de una idea dominante que la mueva, vacilante entre motivos opuestos que se contrabalancean, o dominada por una idea abstracta, irrealizable, permanece irresoluta, sin saber qué hacer y sin determinarse a hacer nada? (Idearium español, pp. 162-63).

            Los síntomas de la abulia son, según Ganivet: a) incapacidad de abrir la atención a objetos nuevos: el entendimiento se petrifica para la asimilación de lo nuevo y vive de la memoria; b) pero si el entendimiento adquiere una idea nueva, falto de contrapeso de otras, “cae de la atonía en la exaltación, en la ‘idea fija’, que le arrastra a la ‘impulsión violenta” (Idearium, pp. 163-64). “En España, por ejemplo, hay muchos enfermos de la voluntad y, como consecuencia, un estado de abulia colectiva (ib., 164).

El tema de la abulia es común a todos los escritores españoles de la llamada generación del 98. Ya en 1895, Unamuno había usado el término con acento en la i (abulía), respetando la pronunciación griega: “Hay abulía para el trabajo modesto” (En torno al casticismo, V, OC, III, 295). Pero el término se encuentra en un capítulo titulado: “Sobre el marasmo actual de España”. Los síntomas del marasmo son los mismos que Ganivet atribuye a la abulia. Sinónimos de abulia en Unamuno, aunque con matices distintos, son: nicodemismo, noluntad y gana. Nicodemo, el personaje que, según el Evangelio (Juan, 3.1-15), se acercó a Cristo de noche por miedo a que le descubrieran los fariseos, denota la grieta entre la decisión de emprender un camino y el miedo a dar el paso necesario; es, pues, una forma de perplejidad o de abulia. Unamuno repitió en toda su obra la posible función enervadora de la reflexión como ironía, comparando a la conciencia narcisista con un estómago canceroso que en vez de digerir alimentos, se digiere a sí mismo (“Nicodemo el fariseo,” en OC, III, 126). Augusto Pérez, protagonista de Niebla, es un abúlico.

Otro nombre de Unamuno para la abulia es noluntad, aunque este término connota a veces una decisión de nihilismo*: “España es una nación abúlica y, como tal, está a la defensiva…Esto no es querer algo, no es voluntad, es no querer, es noluntad, o si se quiere, abulia” (1914, XI, 332-33). Y a través de toda la obra de Unamuno se encuentra la gana: el deseo voluntarioso que da saltos irresponsables o no se plasma en acción. Todo conduce a un nihilismo español, cuyo símbolo sería Miguel de Molinos (1932, OC, V, 796). En uno de sus últimos artículos, “Mandarines y no mandones”, Unamuno vuelve a mencionar la abulia y otros sinónimos como acedia, tedio, sueño*, y una vez más, la nada, como rasgos del carácter español (1936, OC, V, 99-102).

Ya hemos mencionado la función enervante que, según Unamuno, podía tener el pensar sobre la capacidad de decidir. En 1902 escribe Amor y pedagogía, cuyo tema es el poder destructivo de la “pedagogía sociológica” para la vida real, que era la “espontánea”, con toda la ambigüedad de esta palabra. Del mismo año son Camino de perfección, de Baroja, cuyo protagonista es un individuo con la voluntad desintegrada; Sonata de otoño, de Valle-Inclán, cuyo tema es la decadencia física y moral de unos individuos, y La voluntad, de Azorín. Las cuatro obras presentan caracteres sin proyecto personal, pero Azorín analiza con más detenimiento los personajes abúlicos. El protagonista vive en una España que, paralizada por la falta de fe (la ironía), recibe el nombre de Nirvania (I-VI, 87). En la segunda parte de la novela el protagonista se encuentra en Madrid, y allí su pesimismo se ha consolidado; su voluntad ha acabado de disgregarse en este espectáculo de vanidades y miserias (II-I, 95). “Todo rompe y deshace mi voluntad que desaparece” (II-VII, 229).

Una variante de la abulia es la alienación; el saber de donde queremos huir, pero no a donde queremos llegar. “Azorín es casi un símbolo; sus perplejidades, sus ansias, sus desconsuelos bien pueden representar toda una generación sin voluntad, sin energía, indecisa, irresoluta, una generación que no tiene ni la audacia de la generación romántica ni la fe en afirmar de la generación naturalista”. (La voluntad, II-11, 255). En la tercera parte de su novela Azorín ha vuelto al pueblo. El capítulo IV de esta sección condensa en una especie de sumario los signos fundamentales del tema de la voluntad como se han ido desplegando a través del texto. El autor reconoce dentro de sí dos hombres: el hombre-voluntad y el hombre-reflexión, “pero el que domina en mí, por desgracia, es el hombre reflexión (p. 267), es “admirador de Schopenhauer, partidario de Nietzsche” (ibid.). “La voluntad en mi está disgregada; soy un imaginativo” (p. 268). Pero no está solo: “soy un hombre de mi tiempo” (ibid.). “Y después de todo ¿para qué la Voluntad? (268).El mundo puede tener sentido por la simple belleza. “Esto que llamaba Schopenhauer la Voluntad, cesará de ser, cesará por lo menos en su estado consciente, que es el hombre” (III-V, 275).

            En 1904, se publicó Doña Abulia, de  Ricardo Carreras, una novela hoy prácticamente olvidada. Ya el título indica que el autor reacciona al ambiente creado por el tema de la voluntad en Ganivet y los demás escritores de aquella generación. En el capítulo IV se presenta a Manolo Pillastres, tendido en una mecedora  y reflexionando: “Lo que a muchos nos ocurre es que tenemos enferma la voluntad y somos enemigos declarados de nosotros mismos. Pensamos bien y obramos mal…… Sí; la voluntad lo es todo. Es el ‘poder moderador’, el director de escena el timonel de la vida” (p. 30). La expresión “Pensamos bien y obramos mal” no tiene sentido ético, sino psicológico: podemos tener ideas claras, pero como decía Ribot, nos falta el impulso último para obrar. "El joven (Manolo) maldice de su apocamiento e indecisión; pero sigue apocado e indeciso" (cap. X, p. 83). La extensión nacional del síndrome de la abulia la expresa el cura Inocencio cuando Manolo le dice que no puede vencer sus prejuicios: ¡Qué preocupaciones ni qué calabazas! Lo que tú tienes es pereza. Sí, señor, pereza condenada, como todos los de nuestro tiempo. Unos almas de cántaro que parecemos descendientes de Doña Abulia (cap. X, p. 86). El sacerdote identifica la abulia con la pereza o la acidia, uno de los siete pecados capitales.

            El tema de la abulia en España no se comprende sin incorporarlo a su contexto europeo. Ganivet menciona a Esquirol, Maudsley, Ribot y Janet como los psicólogos que identificaron la enfermedad. Convencidos positivistas, estos psicólogos explican la experiencia de la indecisión por una categoría igualmente empírica: la falta del “sentido sintético”, que es el equilibrio de las distintas fuerzas desde las cuales el individuo realiza sus actos. “La causa de la abulia es, a mi juicio, la debilitación del sentido sintético, de la facultad de asociar las representaciones” (Idearium, 167). Para Ribot, la abulia consiste en una disociación entre el deseo consciente y un impulso fisiológico que produce la acción. Desear no es querer. Frente al empirismo francés, Schopenhauer (Unamuno tradujo una obra suya en 1899, y la traducción de El mundo como voluntad y representación, se destaca en la biblioteca de Yuste: Azorín, La voluntad), sitúa la voluntad como el núcleo de la personalidad. De la voluntad deriva la actividad de la inteligencia y la consiguiente conciencia del mundo: “Sin la voluntad como base, no hay representación ni mundo” (Die Welt..., n. 71). Nietzsche fue lectura preferida de los jóvenes del 98, pero la obra con el título La voluntad de poder va más allá de esta época, pues no se publicó hasta 1901, y en edición más completa (y facticia), hasta 1906.

            El estudio sistemático del concepto de abulia como término literario español característico de una época entraña por lo menos las siguientes secciones:

a) La percepción de que España estaba postrada hasta un nivel patológico;

b) la experiencia de la indecisión en algunos escritores, comenzando sobre todo con los del 98. Esa experiencia provenía de crisis personales o era su modo de vivir la situación nacional;

c) la interpretación de esas experiencias desde el contexto de la psicología francesa y la filosofía de Schopenhauer y Nietzsche;

d) la vigencia del decadentismo literario y cultural asimilado de Francia y paradójicamente asociado con el modernismo. El decadentismo modernista se refleja en Prosas profanas (1896), de Rubén Darío, en los primeros libros de los hermanos Machado, en R. Pérez de Ayala, Juan Ramón Jiménez y Moreno Villa

e) Finalmente, la abulia parece ser el estado de los escritores de escasa obra o de escasa recepción, que se malograron en la vida bohemia, como la describen Troteras y danzaderas (1912),  de Pérez de Ayala, Luces de bohemia (1920),  de Valle-Inclán, y las Memorias de Baroja (1948ss.).

Sin embargo, el decadentismo que asumen o critican algunos escritores en España a fines del siglo XIX, coincide con un impulso de mejoramiento social dirigido o aceptado por algunos de esos mismos escritores o por otros de su mismo círculo. Ese impulso se resume en el empeño de reconstitución y europeización de España (Costa), el compromiso pedagógico de la Institución Libre de Enseñanza, la recuperación del pensamiento español por Menéndez Pelayo, y la obra científica de Cajal, reconocida con el Premio Nobel de medicina de 1906. Unamuno, que describió sus tentaciones de abulia (Diario íntimo, 1897), reaccionó a ellas con una ejemplar voluntad de trabajo. El sentimiento trágico es una roca desde la cual construye una ontología, una ética y un ideario político. Títulos de revistas o instituciones culturales como Germinal, La España moderna, Vida nueva o Nuestro tiempo, reflejan la decisión de superar el “marasmo” denunciado por Unamuno en 1895, y por Ganivet y sus contemporáneos. La consigna popularizada entre aquellos escritores fue regeneración, y la palabra “modernismo” engloba la abulia, como ironía enervante frente a la fe sencilla del pasado (Azorín), pero también el avance hacia una sociedad más próspera y libre. Si las Prosas profanas de Rubén Darío pueden ser símbolo del modernismo decadente, Cantos de vida y esperanza (1905), lo son del modernismo regenerador. En esa línea, la actitud abúlica, que toca fondo en 1898, tras la derrota en la guerra con los Estados Unidos, recibe el ataque frontal de Ramiro de Maeztu en Hacia otra España (1899).

Aquella situación confusa entre la abulia y el voluntarismo se fundaba en una sociología cuyo concepto básico era la confusa noción de “alma nacional”; de ahí las aplicaciones metafóricas de las experiencias individuales a las sociales y viceversa. Esa sociología fue el blanco de ataque de Ortega y Gasset en su primera época (1907-1914). La campaña del joven Ortega se centra en debelar el discurso etnopsicológico de las generaciones anteriores, y proponer la ciencia y el estudio sistemático, como ideales para la regeneración y europeización de España. “En este negocio de la precisión, querido Maeztu, me veo obligado a romper con todas las medias tintas. Nuestra enfermedad es envaguecimiento, achabacanamiento, y la inmoralidad ambiente no es sino una imprecisión de la voluntad oriunda siempre de la brumosidad intelectual. Ganivet –del cual tengo una opinión muy distinta de la común entre los jóvenes, pero que me callo por no desentonar inútilmente—leyó un librito, muy malo por cierto, de Th. Ribot, a la moda entonces, se entusiasmó y soltó la especie de la abulia española. Ahora bien; de abulia no cabe hablar sino cuando se ha demostrado la normalidad de las funciones representativas. Un pueblo que no es inteligente no tiene ocasión de ser abúlico. Sin ideas precisas no hay voliciones recias” (1908, I, 113). En realidad Ganivet pedía también educar sobre todo la inteligencia de los españoles: “La restauración de nuestras fuerzas exige un régimen prudente, de avance lento y gradual, de subordinación absoluta de la actividad a la inteligencia, donde está la causa del mal y a donde hay que aplicar el remedio”.(Idearium, p. 171). Como se ve, Ganivet y Ortega piden lo mismo en términos generales: la reforma de la inteligencia. Sin embargo, difieren en la idea de inteligencia y de precisión. Ortega escribió en 1908: “Europa igual a ciencia; todo lo demás lo tiene de común con el resto del planeta” (OC, I, 102).



BIBLIOGRAFÍA

            
CARRERAS, Ricardo, Doña Abulia, Barcelona, Henrich y Cª, 1904; 

FOUILLÉ Alfred, Le Mouvement positiviste et la conception sociologique du monde, Paris, Alcan, 1896; 

GANIVET, Ángel, Idearium español (1897), Madrid, Victoriano Suárez, 1944, 7ª ed; 

GAYANA, Jurkevich, “Abulia, nineteenth-century psychology, and the generation of 1898”, Hispanic Review, 60 (1992), pp. 181-194; 

MARTÍNEZ RUIZ, José [AZORÍN], La voluntad [1902], I-viii. Ed. E. Inman Fox, Madrid, Castalia, 1989, 5ª ed. págs. 99-100; 

MORÓN ARROYO, Ciriaco, El "alma de España", en Cien años de inseguridad. Oviedo, Ediciones Nobel, 1996; MORÓN 

ARROYO, Ciriaco, “El mundo como abulia y representación”, en MARTÍN MORÁN, J. M. y MAZOCCHI, G. (comps.), Las conversaciones de la víspera. El noventayocho en la encrucijada voluntad/abulia, Viareggio, Baroni, 2000; 

ORRINGER, Nelson R., Ganivet (1865-1898). Madrid, Ediciones del Orto, 1998; 

ORTEGA Y GASSET, José, Obras completas, vol. I, Madrid, Revista de Occidente, 1958; RIBOT, Théodule, Les Maladies de la volonté (1883), Paris, Alcan, 1893, 8ª ed.; 

SCHOPENHAUER, Arthur, Sobre la voluntad en la naturaleza. Trad. M. de Unamuno (1899), reproducida con prólogo de S. González Noriega, Madrid, Alianza, 1970; 

SOBEJANO, Gonzalo, Nietzsche en España (1967), Madrid, Gredos, 2004, 2ª ed.; 

UNAMUNO, Miguel de, Obras completas, ed. M. García Blanco, Barcelona, Vergara, 1958, 16 vols.; 

ZEROLO, Elías, Diccionario enciclopédico de la lengua castellana, Paris, Garnier, 1895.

Ciriaco MORÓN ARROYO

miércoles, 20 de marzo de 2013

Entropía y ubi sunt?

Conviene de cuando en vez contemplar allí donde los ojos vuelven de vacío, "hacia la infinidad buscando orilla", como decía el capitán Francisco de Aldana, anagrama de La Nada, antes de perderse en el desierto con el rey don Sebastián. "Entró al desierto sin cerrar la puerta", diría Gerardo Diego. Es preciso ser sensible a la muerte para poder sentir la belleza de la vida: carga las pilas. Pero nosotros vamos por ahí llenos de vacía indolencia, creyéndonos sin destino, en medio de un oscuro Egeo entretejido de islas consteladas y archipiélagos de estrellas, cuando vemos súbitamente el fanal faro que con su guiño advierte de los dientes del arrecife, que puede ser una enfermedad propia o la pérdida de un pariente o amigo. Entonces con ese golpe sentimos que lo único que tenemos que perder es todo y es la vida. 

Y sin embargo, más que pasar el tiempo, pasamos del tiempo, con lo que nos sobrepasa: nos aburrimos y aburramos como si la vida no fuese algo mejor; y con nuestra sustancia, que es el tiempo, hacemos pajaritas de papel o de palabras, hacemos arte o incluso el amor, pero todo son burbujas de un barco que se hundirá lenta y fatalmente como un Titánic rajado lateralmente por la hoja de cuchillo de un iceberg; Heidegger comparaba la fuerza persistente del tiempo con la de la gravedad; lo dijo el Dante: e cade cuomo un corpo morto cade; al centro de todo lo que somos caería toda nuestra galaxia de giro enloquecido, a un agujero negro, un maëlstrom ciego que nos engulle como se zampa un espaguetti.

Muchos andan descalzos por el filo de esa navaja buscando drogas del riesgo para sentir que existe realmente esa cosa incolora, inodora, insípida, sin forma ni significado que es la vida, hecha con hidrógeno y oxígeno, como los ríos, o un poco más. Otros intentan darle letra a esa música, como yo mismo y otros que escriben. Pero nada hay tan vulgar o repetido como un segundo de tiempo: cada uno se parece al otro siguiente como un grano de arena a su gemelo en ese desierto árido que es existir o consistir todos los días; nada puede hacerse con ese puñado de fugaces instantes de arena sino un montoncito, apenas una pirámide, que, después de todo, solo es una tumba, una duna cristalizada. Nada nuevo hay bajo el sol, dijo, dice, dirá el Eclesiastés. Y yo lo repetiré, otra vez, pues la verdad es lo único que no puede repetirse: solo una vez es todo verdadero, ha dicho, dice, dirá Feuerbach. Pero la verdad se descompone en tiempo, el universo se enfría como un cadáver: "Desatando se va la tierra unida", escribía Góngora en un ocaso que él llamaría crepúsculo; y Quevedo, que terminó por apreciar al poeta cordobés: "Devanan sol y luna noche y día / del mundo la robusta vida". Y Giacomo Leopardi, que envidiaba a los muertos como si ya hubiese habido una guerra atómica en el siglo XIX (solo había habido la invasión napoleónica de Europa, primero de los grandes trastornos mundiales), escribe en su Palinodia al marqués Gino Capponi:

La natura, crudel fanciullo invitto, / il suo capriccio adempie, e senza posa / distruggendo e formando si trastulla

"La naturaleza, cruel niño insolente, / su capricho realiza y sin descanso / destruyendo y formando se entretiene". Y en esa cadena evolutiva,  "el tiempo que nos hizo, nos deshace", prolonga, repite y sentencia Octavio Paz. Nadie es sino un somos: cada grano de arena y de tiempo es un yo, una conciencia, un bit de información que se va disolviendo y disgregando con la erosión de lo que los científicos llaman principio de entropía y los humanistas tópico del ubi sunt?, presentes sucesiones de difunto o negro luto de los rastrojos quemados por Miguel Hernández en su elegía legendaria.

martes, 18 de diciembre de 2012

Deprimase con Leopardi

Oigo y leo a muchos mustios tristones y cansados de la vida que han aprendido con el tiempo y por las malas, que es como se aprenden bien las cosas, que nada satisface, ni siquiera los pequeños y humildes consuelos o la conformidad con el todo; si resisten es porque el valor de un hombre lo mide su capacidad de sacrificio, de aguantar el dolor propio y paliar el ajeno y sacar adelante a los demás, constituyéndose en ejemplo para ellos: por compasión, que es la versión traducida al romance del griego simpatía. Pero suele ser cierto que racionalizan mal sus motivos: hay que informarse bien y no sacar la melancolía solo de los resbalones y tortazos que nos damos por los altibajos de la vida, ni del mismo saco de carne hormonada del que extraemos las emociones. El universo tiene esa misma moral malvada, perdón,  estúpida (hay que tener en cuenta el Principio de Hanlon). Bastan para comprenderlo la entropía y sus humorísticos corolarios, las leyes de Murphy y de Hofstadter. Como dice Octavio Paz: "El tiempo que nos hace, nos deshace"; o Góngora: "Desatando se va la tierra unida".

Ha tiempo escribí, o amplié, no recuerdo, un artículo de la Wikipedia sobre uno de mis poetas favoritos, Leopardi, padre decimonónico del pesimismo lírico como Thomas Hardy lo es del narrativo y Schopenhauer del filosófico. Dejemos aparte a Egesias, Mainländer y otros miserables lacayuelos de la muerte. A todos esos habría que recordarles las elegantes ironías de Auden:

Los solipsistas afirman
que nadie más existe,
pero siguen escribiendo... para otros.

Los conductistas sostienen
que los que piensan no aprenden,
pero siguen pensando... sin desanimarse.

Los subjetivistas descubren
que todo está en la mente,
pero siguen sentándose... en sillas de verdad.

Los seguidores de Popper niegan
la posibilidad de probar,
pero siguen buscando... la verdad.

Los existencialistas afirman
que están completamente desesperados,
pero... siguen escribiendo.

Sigo escribiendo que no hay que confundir el Pesimismo humano con el cósmico o natural. El humano se confunde con el individual de la depresión, pero hay otro social que nace cuando empiezan a vislumbrarse nuestros límites como especie humana. Lo vemos en la economía, que nos dice que pronto consumiremos todos los recursos rentables del planeta; lo proclama la genética, que dentro de poco nos obligará a reformular y diferenciar brutalmente el concepto de lo humano. Lo palpamos incluso en la física, en la que pronto no podremos sino especular, porque ya nos será imposible hacer experimentos lo bastante baratos como para sustituir a la mera imaginación, y en la que la materia ya no se compone sino de nada más que doce partículas. Hablo de las mismas matemáticas, que están llegando al límite de lo inteligible y, en la simple cuestión mensurable del cálculo, no podrán rebasar la computación cuántica. Repetimos así la situación de crisis de fines del siglo XIX y nos topamos con la reverdecida modernidad de muchas de las posturas que emergieron entonces, antes de un desastre quizá inevitable como los grandes exterminios de la primera mitad del XX. Y no creo en ese determinismo, cuya formulación aparece en lo tercero que afirma Leopardi en su famosa frase del Diálogo entre Tristán y un amigo: "El género humano no creerá nunca no saber nada, no ser nada, no poder llegar a alcanzar nada. Ningún filósofo que enseñase una de estas tres cosas habría fortuna ni haría secta, especialmente entre el pueblo, porque, fuera de que todas estas tres cosas son poco a propósito para quien quiera vivir, las dos primeras ofenden la soberbia de los hombres, la tercera, aunque después de las otras, requiere coraje y fortaleza de ánimo para ser creída". Y desmentir esa tercera cosa solo será posible si los hombres logran unirse para conseguir fines que beneficien a todos y no solo a unos pocos. Felices Navidades a todos.

lunes, 8 de octubre de 2012

Fatigas

Gran parte de mi desánimo (y no poca de mi parálisis) nace de la desproporción entre lo que deseo hacer, realmente gigantesco, y lo que realmente puedopodré y me dejarán hacer. Unamuno decía que el saber no ocupaba lugar, sino muchísimo tiempo; Bergman, al borde de los años de su tortuosa vida, que para poder poner en marcha un proyecto un viejo necesita el entusiasmo y la energía de los otros más jóvenes. Sin querer compararme, qué desvarío, con esos titanes de la creación, he de confirmar que les sobra la razón; que tienen la de un santo y que el desaliento me cunde no ya por las taras de la vejez, sino también por la triste circunstancia de que no veo publicar lo más importante que he hecho por dificultades de largo referimiento (si no fuera largo, no serían dificultades). Le ocurre hasta a las hormigas como yo: en mi caso, una tesis que resume más de diez años de tediosas y laberínticas investigaciones, cuya publicación, que muchos desean, incluso este cura, aunque no se esfuerce ya lo más mínimo en conseguirla, se ha demorado demasiado tiempo. Hay, además, que ganarse el pan con el sudor del espíritu, que debe ser algo similar a la depresión; pero ahora el pan está por las nubes y exige, según el gallego providencial, mucho más sudor todavía y del peor retribuido. Eso de exigir no está mal, pero la gente quiere, siempre ha querido, que las exigencias sean mutuas, recíprocas; los líderes deberían saberlo. Entre tanto agobio, ni siquiera sé si podré echar un cuarto a espadas al libro que celebra el cincuentenario del Instituto en que trabajo. No quiero ni debo escribir más, porque mi caro y sufrido curro me reclama y los garbanzos deben primar sobre toda otra consideración.

martes, 19 de junio de 2012

Inutilidad

Uno, pronombre a la cabeza de larga serie de otros, se considera laboriosamente inútil. Se ve del todo interrumpido, desfondado y descargado, incluso con polaridad negativa en lo igualmente negativo que repele. Sus piezas interiores, dislocadas por una especie de mortal arritmia, han dejado de unirse y funcionar; debe tener algo roto, una rueda desdentada o muelle flojo que impide que el movimiento pase de lugar en lugar, como Mario de plataforma en plataforma. No da la hora y se quedó a medias, tan parado como detenido, en algún estólido momento entre un segundo y otro. No hubo agujas que pasasen más allá, apenas un leve latido entre las lindes de un indeciso y autoidéntico segundo. En suma, se encuentra como el hueco interior de la estatua, aislado en una epidermis férrea de huevo cósmico de que no sabe ni puede emerger.

Ya solamente trata de escribir su describir.

lunes, 3 de octubre de 2011

Morituri

Los días encogen como los cadáveres encogen, exudando; tal que ropa tendida goteando lentas lágrimas sucias. Uno transcurre de lunes a lunes casi sin enterarse, como sin mudar el lunes. ¿Uno muda de lunes o el lunes lo muda a uno? Es un lunes sin fases, ni nuevo ni lleno. Un vacilunio o vanilunio. O el tiempo acelera o la mente va más despacio, por el carril lento; es lo probable, porque otoñece mi tejido nervioso y ya va rondando las paradas finales, que también son cardiorrespiratorias. Ay, "las neuronas caídas / juguete del viento son; / las ilusiones perdidas, / ay, son neuronas desprendidas / del árbol neurotransmisor".  Quevedo lo sentía: "Movimiento / que a la muerte me lleva despeñado". Sin penas, sin plumas, como un ícaro implume o un loro triste, se desollado y de uñas planas. Y además veía encogérsele los deseos. Eso de echarse de menos cada vez más uno mismo es lamentable, pero es que lamentarse es precisamente echarse de menos. Cuánto más echar de menos a otros menos a mano. Se pasa el tiempo en una anorexia de resoluciones o haciendo abortar a la matriuska de los sesos; uno se vuelve autopompa y mismólogo, que es lo mismo que tautólogo pero más monoloquero. Buf, por no decir bluff.

No tenemos la suerte de saber por qué tenemos la muerte; tememos más el largo dolor con que nos amenazan y atenazan las religaciones religiosas; algunos un poco más, el temor de perderse ante algo que nos supera, nos dispersa y nos disuelve en una abstracción que despoja de sentimientos, recuerdos y hamburguesas. Tememos sobre todo no enterarnos de qué va eso (ya resulta difícil incluso saber de qué va esto), e incluso la posibilidad, terrible, de no morir y vivir una vida eterna de puros aburrimiento o congoja para mente y cuerpo, si no son uno.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El sinsentido común


De El País de hoy:
EL SINSENTIDO COMÚN
"Hemos construido un sistema que nos persuade a gastar dinero que no tenemos en cosas que no necesitamos para crear impresiones que no durarán en personas que no nos importan" (Emile Henri Gauvreay)
Garantizada la supervivencia física y económica y teniendo cubiertas las necesidades básicas, expertos en el campo de la economía del comportamiento afirman que lo que hace perdurar el bienestar emocional no es lo que conseguimos ni poseemos, sino lo que ofrecemos y entregamos a los demás. Entre otros estudios, destacan los realizados entre los años 2005 y 2010 por el economista norteamericano George F. Loewenstein.
Sus investigaciones se centraron en los antagónicos efectos emocionales que producen la codicia y la generosidad. Y para ello, realizó un experimento sociológico con un grupo muy heterogéneo de seres humanos. El equipo liderado por Loewenstein seleccionó a 60 personas de diferentes edades, sexos, razas y profesiones, las cuales, a su vez, tenían múltiples divergencias en el plano social, cultural, económico, político y religioso.
El primer día los participantes fueron divididos en dos grupos de 30 personas. Todas recibieron 6.000 dólares (unos 4.520 euros). A los miembros del primer grupo se les pidió que en un plazo de dos meses se gastaran el dinero "en regalos a sí mismos". Y a los integrantes del segundo grupo se les dijo que usaran los 6.000 dólares "en regalos a otras personas".
Dos meses más tarde se obtuvieron resultados opuestos. La satisfacción de los miembros del primer grupo había durado "relativamente poco". Según las conclusiones, "tras el placer y la euforia inicial que les proporcionaba comprar, utilizar y poseer determinados bienes de consumo, los participantes enseguida volvían a su estado de ánimo normal". Con el paso de los días, algunos incluso "empezaban a sentirse más tristes, vacíos y decaídos, por no poder mantener la excitación conseguida con el consumo".
Por otro lado, los miembros del segundo grupo se habían sentido "mucho más satisfechos y plenos" que los del primer grupo. "El hecho de pensar de qué manera podían utilizar el dinero para beneficiar a los demás, ya era motivo suficiente para que los participantes experimentaran un bienestar interno".

martes, 31 de mayo de 2011

Desgracias

Jerónimo Anaya ha tenido un derrame cerebral este jueves, y ahora está en la UVI muy sedado. Carmen Molinero, que fue a verlo, dice que le están quitando los somníferos poco a poco y ha tenido convulsiones. Tenía la tensión alta, como muchos de nosotros, yo mismo incluido, que esperamos poderlo ir a ver cuando esté mejor y despierto. No ha dejado de sorprendernos, ya que cuidaba mucho lo que bebía y comía, pese a lo cual se quejaba de que la tensión se le subía sin motivo; yo lo achaco al estrés escolar y al jaleo de la edición del libro sobre el vino. Esta triste novedad nos hace considerar, como decía la propia Molinero, "que no somos más que una mierda". Por eso, o algo parecido a eso, tendremos que pasar todos. Es de esperar sin embargo que pueda superar esa prueba, lo deseable es que con un mínimo de rehabilitación o ninguna, y volver de nuevo con todos nosotros, con su familia y con sus alumnos.


Ando corrigiendo exámenes y preparando la edición, ya, por fin, de mi tesis doctoral, que tengo que tener lista para junio; trabajos inútiles pero que nos ocupan la vida. Hace mucho calor y yo a ratos me siento eufórico y a ratos empedernido como el granito y a ratos entristecido por cosas como la anterior o semejantes. Me he vuelto tan invariable como una relojera costumbre y añoro estar más vivo y multiforme. Las rutinas hacen presa de uno y lo convierten en un mueble más de la casa; la imaginación se dispersa como una nube y desaparece y todo queda igual en el lugar de su sitio. Y no quiero ser un mueble más de la casa. Eso es como estar muerto en vida, como esos zombis que ejemplifican más que nunca un mito de la modernidad, porque el tiempo se pierde como si no valiera nada y como si tuviesemos minas enteras llenas de él y nos limitásemos sólo a comer y a nocturnar. Aunque también hay que dar gracias a Dios por las rutinas, porque si las novedades han de ser como las que acometen al pobre Jerónimo, habría para echarse a temblar.


Uno ha pasado ya por algunas desgracias, incluso la de creerse tocado por alguna enfermedad fatal; por eso sabe lo sólos que se sienten los enfermos, esos casi muertos. Las desgracias aíslan mucho, nos ponen como una escafandra o una línea alrededor, porque, como dijo el general francés en Verdún y luego repitió Kennedy, "el éxito tiene muchos padres, pero la derrota es huérfana". Y no hay nadie más derrotado que un enfermo, salvo un muerto. Mi hija estudia enfermería y ha tenido que lidiar con asignaturas que hablan sobre todo eso: psicología del enfermo, dar malas noticias... Las cinco fases conocidas del duelo o afrontación de la desgracia son estrategias que proporcionan armas para tolerar lo intolerable, hasta que los sentimientos se desecan y sólo permanece la cruda realidad de los hechos, para la cual ya no vale reiki ni poliorcética alguna; Don Quijote, por ejemplo, recorrió todo ese camino y en el último capítulo se le ve claramente instalado en la última: negación o rechazo, odio o ira, regateo o negociación, depresión y, por último aceptación. El más noble y terrible de los sentimientos: la resignación. Algunos no atraviesan todo el camino, se quedan estancados en uno de esos pasos o no los afrontan en ese mismo orden. A veces echo de menos no haber tenido la mano de mi padre en la mía cuando murió; tener la mano de un ser querido es, a veces, el único consuelo que le queda a un moribundo. Porque a veces puede no haber ni siquiera alguno, y esa es quizá la más terrible de las desgracias: haber pasado por la vida en vano, o con deudas morales que uno tendría que pagar, quién sabe, en este mundo, o quizá, como decía Shakespeare, en un lejano país desconocido.

martes, 12 de abril de 2011

Dolores de alma

Esta mañana estoy chungo. Seguramente no tengo derecho a estar chungo, pero lo estoy. Chungo es un vocablo con algo de cómico, pero otro sería más increído y menos oíble. La gente no escucha gritos pelados, quizá porque la intensidad es siempre inarticulada y no tiene, no posee, no le consta sentido alguno. Y así es como uno se siente sin sentido que le ladre, reducido a gemir en algún oscuro y profundo calabozo de sí mismo. 

Nos despegamos del suelo como un altibajo de pulso; nos atrevemos a deformar el horizonte con nuestra facha erguida y a marchar a nuestro destino marcado por el itinerario de la nómina y las obligaciones de todo tipo que nos pesan como a un globo los sacos terreros. Desfilamos en las filas del orden y aspiramos a instaurarlo rezongantes en las cabecitas vírgenes de los fulanitos españoles.

Pues que así sea. Qué más dará.

martes, 29 de marzo de 2011

He tenido días mejores

Recuerdo personas, incluso veo sus caras, a las que los adjetivos más solicitados de la desgracia le están más que propios y ajustados; por eso quejarse, uno de los deportes nacionales, suele sonar, en esta tierra común, ingrato y desproporcionado, sobre todo si uno es parco en palabras. Conque el título de este post parece cabal para describir el estado de pochez y depresión en que me encuentro, supongo que primaveral (la primavera la sangre altera, sobre todo la de los que son deficitarios en alguna de sus hormonas antiestrés). Esas personas han carecido de la fortuna de tener algo y sobre todo alguien a que agarrarse para no caerse, lo que no es mi caso, en que todo lo más me puedo tambalear.

Pero no pienso dar la tabarra y afrontaré las cosas como hago siempre, con cachaza y humor; me sobrellevaré lo mejor que pueda y reaccionaré aunque no quiera saber cómo reaccionar, ya que la única forma de no seguir en un agujero (aunque uno sea un gusano y lo propio de los gusanos sea vivir en un agujero) es salir de él, por más que, para eso, uno tenga que fingir creer que no es un gusano. Como dijo Confucio: "Pues si tus males tienen remedio, ¿por qué preocuparse? Y, si no lo tienen, ¿para qué te vas a preocupar?". Uno debe buscar su castillo interior y aprestarse a defenderlo con gallardía de la poliorcética enemiga, cuanto más de la propia, porque no faltan rebeldes en el castillo; eso es lo peor.

lunes, 10 de enero de 2011

Voluntad

Sólo con enorme esfuerzo he podido definirme, levantarme y consistir hoy. Una sensación de inutilidad avasalladora me paralizaba. Pero he echado mano de la costumbre y de la inercia, que otras veces son tormento, y me he sobrepuesto a todo, con la inestimable ayuda de mis familiares directos, de la venlafaxina y de Dios, quien a veces me acompaña cuando estoy solo. Cuánto se añora la terminación y, al mismo tiempo, cuánto se teme. Y cuánto se teme, sobre todo, el dolor de los demás. Evitar el dolor de otros más que el propio es lo que hace soportable la vida trabajando, intentando poner vendas y curando heridas. Y mi trabajo es escribir, fabular, metaforizar, leer, investigar, enseñar. Demasiado para un yo tan escaso como el mío.

viernes, 17 de diciembre de 2010

Mecachis en la mar

Qué agobio. Padres, madres que vienen a verte, artículos y libros por escribir, hijos y alumnos que atender, contratos que cumplir, clases que preparar y que dar, fotocopias que sacar, correo que revisar, exámenes, redacciones, dictados y trabajos que corregir, libros por leer, partes de asistencia y notas para pasar, comidas, cenas, conferencias, datos y papeles que organizar, citas que concertar, llamadas que hacer, eventos a que asistir, personas que consultar, cursos que recibir y trabajos que hacer, viajes que preparar, revistas que editar, correos que contestar, textos que corregir y meter en el procesador, pastillas que tomar, compras que realizar... y memoria para recordarlo todo en el justo orden para que todo vaya saliendo a su tiempo, incluso este blog, al que hay que dedicarle al menos cinco minutos al día.

Sé que podré.

martes, 16 de noviembre de 2010

Schadenfreude

No soy una columna y cada vez me cuesta más trabajo sostener nada, cuanto más a mí mismo. No soy como el pilar del Ayuntamiento de Toledo, donde grabara sus famosos versos el recto y valiente caballero Diego Gómez Manrique, en un tiempo en que las cosas estaban claras, ni tengo la musculatura espiritual de un Atlas o de un Hércules, cuando le hizo una interinidad. Cada día me tengo que reconstruir por la mañana con los pedazos que quedaron de ayer, usando el escaso pegamento de la venlafaxina o, como quiere nuestro manchego y melancólico hidalgo Garcilaso,
Solo sostiene la esperanza mía
un tan débil engaño, que de nuevo
es menester hacelle cada día,

Y si no le fabrico y le renuevo,
da consigo en el suelo mi esperanza
tanto que’n vano a levantalla pruebo.


Hoy me ha costado mucho venirme arriba. Cada día peso más, porque quiero irme abajo. En términos exactos, me da igual, y por eso los instintos prevalecen sobre una razón que, ante todo, quiere salvarse a sí misma. Pero la razón no soy yo (lo cual no quiere decir que no la pueda, o incluso quiera, tener); la razón no tiene identidad, y si la tiene es colectiva; sólo los sentimientos la tienen, y los sentimientos, las pasiones sobre todo, están hechos de plomo, que es el material en que se fabrican los sueños según Hammet; son tan insaciables como los gusanos cuando se ha padecido una miseria afectiva en el momento crucial en que se construía el corazón del espíritu. Los agujeros de esa naturaleza no se cierran aunque en el futuro el afecto lo abrigue y lo desborde a uno. La sangre se vacía y ya no fluye. La palidez del fantasma corre por las venas. Lo más se busca otra realidad donde ese agujero pueda llenarse; como a Merlín, este mundo ha acabado ya para ellos y se encuentran en tránsito, reducidos a piedras o visiones informes hasta que reciban su nueva forma acuñada por el escultor que geste otro universo. Aquí a mi lado la gente ríe y estornuda mientras cuentan que uno se ha matado en coche. La satisfacción de no ser ese estúpido muerto es mucha, se ve, se escucha, se palpa. Y se olvida. Qué franca es esa risa, qué involuntaria, qué natural. Es una ley tan natural como la de la gravedad (en latín, gravitas es pesadez). El hombre adoptó la postura erguida contra la disposición natural; en cierta manera, nos hemos erigido contra Naturaleza, contra el Todo; queremos hacer una Artificieza de una Naturaleza, incluso nos haríamos a nosotros mismos de otra forma con el barro con que estamos hechos y con el que hacemos adobes para vestir nuestro agujero de muros y casa. En ese agujero habita El gusano conquistador de Poe. Nos reduciríamos a una nube de unos y ceros incapaz de llover sino gotas de tinta.

Esa es nuestra identidad y también nuestro suplicio. Se puede adecentarla o hacerla más soportable recurriendo al arte, a la cultura, a la ciencia y a todas las otras formas del disimulo.

jueves, 30 de septiembre de 2010

La energía de vivir

Para vivir hacen falta muchas energías; uno querría leer, saber y hacerlo todo, estar todas horas y en todas partes, tomar todos los barcos, aviones, trenes y autobuses, probar de todo plato, hacer todos los regímenes, practicar todos los deportes, amar a todo el mundo, salir con toda la gente y conocer a todos; pero uno no es multitarea ni multiplataforma ni multifunción ni multiusos, como Garbajosa; uno no es un pulpo o funcionario marbellí con ocho brazos, no es un ladrón con cuarenta enchufes ni adivina el futuro, como el provecto Paul, ni posee seis cerebros, ni dispone de setenta y dos horas al día, ni puede digerir nada sino a un biorritmo dado. Vivir intensamente se limita, pues, a vivir sin agobios ni tribulación y poder escoger algo de lo poco que sobreviene o se desea de forma que no se nos haga añorar lo demás. La imaginación es todo un problema; a los artistas les hace soñar con lo que no existe sino en su cabeza y a los apasionados los trae siempre viajando, cambiando de mujer o de hombre, al retortero de drogas, utopías, causas perdidas y saberes extraños. Pero luego viene el sabor y el olor de la pólvora quemada, la caída del cohete, que decía el soneto quevediano.