lunes, 8 de octubre de 2012
Fatigas
Gran parte de mi desánimo (y no poca de mi parálisis) nace de la desproporción entre lo que deseo hacer, realmente gigantesco, y lo que realmente puedo, podré y me dejarán hacer. Unamuno decía que el saber no ocupaba lugar, sino muchísimo tiempo; Bergman, al borde de los años de su tortuosa vida, que para poder poner en marcha un proyecto un viejo necesita el entusiasmo y la energía de los otros más jóvenes. Sin querer compararme, qué desvarío, con esos titanes de la creación, he de confirmar que les sobra la razón; que tienen la de un santo y que el desaliento me cunde no ya por las taras de la vejez, sino también por la triste circunstancia de que no veo publicar lo más importante que he hecho por dificultades de largo referimiento (si no fuera largo, no serían dificultades). Le ocurre hasta a las hormigas como yo: en mi caso, una tesis que resume más de diez años de tediosas y laberínticas investigaciones, cuya publicación, que muchos desean, incluso este cura, aunque no se esfuerce ya lo más mínimo en conseguirla, se ha demorado demasiado tiempo. Hay, además, que ganarse el pan con el sudor del espíritu, que debe ser algo similar a la depresión; pero ahora el pan está por las nubes y exige, según el gallego providencial, mucho más sudor todavía y del peor retribuido. Eso de exigir no está mal, pero la gente quiere, siempre ha querido, que las exigencias sean mutuas, recíprocas; los líderes deberían saberlo. Entre tanto agobio, ni siquiera sé si podré echar un cuarto a espadas al libro que celebra el cincuentenario del Instituto en que trabajo. No quiero ni debo escribir más, porque mi caro y sufrido curro me reclama y los garbanzos deben primar sobre toda otra consideración.
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Ya te dije que aquí había tomate, Tú mismo
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