No sentimos dolor ajeno y nos acostumbramos, pero no apercibir el propio ya es el colmo; alguien podrá confundir la ausencia de dolor con el placer puro, un satori / nirvana de lo más cool, una mística salvaje a lo Hoffman, pero el que nos empedernicemos de esta manera y sin química ya es insufrible y proviene de la misma reificación (cosificación, para los de la LOGSE) que provoca el mercadeo de almas; es una muerte en espera del trámite. Porque el placer se ha hecho tan común que ahora no se grita por protesta, sino que se protesta por la grita y ni siquiera las mujeres acatan la Biblia y paren con dolor, si es que paren, que es algo muy sucio y poco elegante, y los bebés ya se subrogan o importan, cuando no se despedazan o se tiran en un bosque gallego donde algún alucinado los pueda confundir con un pulgarcito sin migas o un martinico.
Incluso morirse es ahora algo bastante doméstico y gris y no tiene caja de resonancia alguna, ni siquiera de muerto, porque lo de quemarse se lleva hoy hasta al crematorio y se prefiere la urna de columbario o un desvanecerse por mares y desiertos a un recordatorio y memorial vera efigies. Quienes ya no están entre nosotros lo hacen como disculpándose, en la intimidad y con poca ceremonia y florilegio. Hasta las esquelas / nichos del Abc han cerrado las ventanas, porque nadie le importa ya nada a nadie y ni siquiera se oye aquello de "siempre se van los mejores", "le acompaño en el sentimiento" o "parece que fue ayer".
Uno es particularmente indoloro; era quejica de nacimiento, pero una serie de médicos trataron de callarlo con saña y encontraron una fórmula que, por lo menos, pone un filtro de tolerancia al estruendoso humanimal. Es una amalgama de fluoxetina, lorazepam y venlafaxina cada doce horas. Así se agua el vinagre que uno tiene por sangre y la familia y compañeros mártires consiguen soportarlo, Dios los bendiga. Hasta dicen que es un buen chico... cuando está bajo la camisa forzada de las pastillas. Incluso puede pasear entre las ortigas, feliz porque le reaniman la circulación de la sangre. Aunque a algunos eso les parece la tranquilidad del camposanto a Drácula le funciona y al indefinido Michael Jackson casi también.
Creo yo que muchos cabronazos andan por ahí sin debido diagnóstico y les haría bien atarse a las pastillas para evitar vicios mayores, como excretar en la acera o asesinar a las masas. En los viejos y revolucionarios tiempos, la gente no contaba con este tipo de enlaces/ataduras químicas a lo Heisenberg, y se consolaba derribando gobiernos y sistemas políticos. Es lo subversivo que tiene el dolor. Pero la general indiferencia de la general drogadicción, que no tiene por qué ser química, sino también televisiva, ideológica y deportiva, nos ha vuelto más planos que al hombre unidimensional de Marcuse y aquí nos andamos, felices en un mundo feliz por el soma y por un billón de euros de deuda.
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