No soy una columna y cada vez me cuesta más trabajo sostener nada, cuanto más a mí mismo. No soy como el pilar del Ayuntamiento de Toledo, donde grabara sus famosos versos el recto y valiente caballero Diego Gómez Manrique, en un tiempo en que las cosas estaban claras, ni tengo la musculatura espiritual de un Atlas o de un Hércules, cuando le hizo una interinidad. Cada día me tengo que reconstruir por la mañana con los pedazos que quedaron de ayer, usando el escaso pegamento de la venlafaxina o, como quiere nuestro manchego y melancólico hidalgo Garcilaso,
Solo sostiene la esperanza mía
un tan débil engaño, que de nuevo
es menester hacelle cada día,
Y si no le fabrico y le renuevo,
da consigo en el suelo mi esperanza
tanto que’n vano a levantalla pruebo.
Hoy me ha costado mucho venirme arriba. Cada día peso más, porque quiero irme abajo. En términos exactos, me da igual, y por eso los instintos prevalecen sobre una razón que, ante todo, quiere salvarse a sí misma. Pero la razón no soy yo (lo cual no quiere decir que no la pueda, o incluso quiera, tener); la razón no tiene identidad, y si la tiene es colectiva; sólo los sentimientos la tienen, y los sentimientos, las pasiones sobre todo, están hechos de plomo, que es el material en que se fabrican los sueños según Hammet; son tan insaciables como los gusanos cuando se ha padecido una miseria afectiva en el momento crucial en que se construía el corazón del espíritu. Los agujeros de esa naturaleza no se cierran aunque en el futuro el afecto lo abrigue y lo desborde a uno. La sangre se vacía y ya no fluye. La palidez del fantasma corre por las venas. Lo más se busca otra realidad donde ese agujero pueda llenarse; como a Merlín, este mundo ha acabado ya para ellos y se encuentran en tránsito, reducidos a piedras o visiones informes hasta que reciban su nueva forma acuñada por el escultor que geste otro universo. Aquí a mi lado la gente ríe y estornuda mientras cuentan que uno se ha matado en coche. La satisfacción de no ser ese estúpido muerto es mucha, se ve, se escucha, se palpa. Y se olvida. Qué franca es esa risa, qué involuntaria, qué natural. Es una ley tan natural como la de la gravedad (en latín, gravitas es pesadez). El hombre adoptó la postura erguida contra la disposición natural; en cierta manera, nos hemos erigido contra Naturaleza, contra el Todo; queremos hacer una Artificieza de una Naturaleza, incluso nos haríamos a nosotros mismos de otra forma con el barro con que estamos hechos y con el que hacemos adobes para vestir nuestro agujero de muros y casa. En ese agujero habita El gusano conquistador de Poe. Nos reduciríamos a una nube de unos y ceros incapaz de llover sino gotas de tinta.
Esa es nuestra identidad y también nuestro suplicio. Se puede adecentarla o hacerla más soportable recurriendo al arte, a la cultura, a la ciencia y a todas las otras formas del disimulo.
Descanso
ResponderEliminarAl subir la cuesta, los músculos se hacen duros, nadie diría que un día flaquearán. Pero el desgaste es continuo como un recuerdo del río de heráclito. Parece que ni la ciencia ni la filosofía aciertan la solución al problema del cambio y tampoco la tienen para el problema de la conciencia. Átomos como los imaginados por Parménides son, pero ¿porqué algunas conjunciones piensan? ¿porqué desean que las demás conjunciones atómicas sepan de sus pensamientos y los pongan en común?
Hoy y aquí, no hay conocimiento global, aunque las estructuras mentales, lo reclamen desde hace lustros. Si todos conformamos la misma parte del sistema ¿quién se atreve a equipararnos? ¿quién a ordenarnos?
Pero estas peleas no se libran individualmente, porque las derrotas del mundo sensible nos impedirían ir más lejos de nuestro quicio.