Javier Marías, "Suerte que no votamos mañana", El País, 14-XI-2010:
No saben bien Zapatero, su Gobierno y su partido lo irritados y hartos que tienen a muchos electores que se consideran más o menos de izquierdas o que en todo caso jamás votarían por una derecha como la española: furibunda, beata, corrupta (es corrupto quien no destituye y sí defiende a los presuntos pero muy probables corruptos), difamadora por sistema y en exceso reminiscente de la franquista. El hartazgo y la irritación de los izquierdistas hacia el PSOE no son sólo debidos a la reciente reforma laboral del Gobierno y al incumplimiento de sus promesas. También tiene que ver con su nulo entendimiento de lo que son las libertades individuales y aun la democracia, con su afán regulador y prohibicionista, con su puritanismo o mojigatería dignos de monjas, con la simpleza –cuando no abierta idiotez– de muchos de sus representantes, sobre todo ministros; con su soez usurpación del antiguo socialismo, con sus torpezas y rectificaciones, con su injustificado optimismo, rayano en el iluminismo, ante los problemas más acuciantes y graves. Si, como se prevé, numerosos votantes de izquierda se quedan en casa o depositan un papel en blanco en las próximas elecciones generales de 2012, y también en las municipales y autonómicas del ya cercano mayo (o de este mes en Cataluña), no será sólo por la situación económica, sino por lo que acabo de enumerar. La opción de Izquierda Unida y similares se antoja disparatada, por su entendimiento aún menor de las libertades y de la propia democracia.
El gran problema aparece cuando esos votantes reacios se paran a pensar en el día siguiente a las elecciones. Tal como está conformada la política española, el único otro partido que puede gobernar, y además con mayoría absoluta, es el PP. Antes de que lo hiciera por primera vez, en 1996, había comprensibles dudas y temores respecto a lo que era capaz de hacer en el poder. Después de ocho años de haberlo ejercido (1996-2004), ya sabemos cómo se las gasta. Uno siempre espera que la gente pueda cambiar, o que sea sustituida por otra más civilizada, pero este no es el caso del PP, a cuyo frente está un individuo que formó parte de los Gobiernos de Aznar, en cargos bien prominentes. Es chistoso que esta derecha haya calificado el nuevo nombramiento de Rubalcaba como “vuelta al pasado”, cuando Rajoy no es ni siquiera eso, sino la permanencia en él pura.
Desde que empezó la crisis económica, el PP ha evitado decir cómo la combatiría, y se ha cuidado de revelar cuáles serían sus medidas y recortes, seguramente porque, al lado de la que ellos harían, la reforma laboral de Zapatero parecería un favor a los trabajadores. Hace unas semanas Rajoy abrió por fin la boca –muy poco–, y lo único que fue capaz de anunciar es –oh sorpresa– que privatizaría; es decir, que vendería a particulares lo que se ha construido a lo largo de décadas con el dinero de todos los españoles. En concreto, explicó, los servicios postales, los trenes, los puertos y los aeropuertos. No he leído apenas comentarios a estas inquietantes declaraciones. Tomemos el caso de los trenes. ¿Podría explicar Rajoy los motivos para entregar la Renfe a una empresa privada? ¿Para que funcionara mejor? Es imposible. Los trenes, y sobre todo los AVEs, son una de las escasísimas cosas que van a la perfección en España. Salen y llegan puntuales, el servicio es excelente, son cómodos y rápidos, algo caros pero no demasiado, y van a tope casi siempre. Su éxito es indiscutible. ¿Entonces? ¿Se trataría acaso de privatizarlos para sacar más dinero y enriquecer a algún amigo? Recordemos el caso de Telefónica durante el Gobierno de Aznar. Algo costeado por todos pasó de pronto a manos privadas, encarnadas por las de un sujeto llamado Juan Villalonga del que sólo se sabía que había sido compañero de pupitre del entonces Presidente. Hoy ese señor ya no está al frente de Telefónica –medio que ha perdido hasta el nombre–, y lo único que ahora sabemos de él es que vive fuera de España la mayor parte del tiempo, se casa con ex-modelos y es multimillonario.
Margaret Thatcher llevó a cabo la privatización de la red ferroviaria británica, que pasó de ser una de las mejores del mundo a ser un completo desastre: no sólo en lo referente al funcionamiento, sino que –no sé si se acuerdan– proliferaron los accidentes mortales de manera alarmante. En los Estados Unidos, donde el ferrocarril unió al país, la privatización supuso que ese medio de locomoción dejara de existir prácticamente. Algo parecido ha sucedido en algunos países sudamericanos, en los que no hay modo de desplazarse utilizando la vía férrea. Si Rajoy quiere vender los trenes, que como servicio público son casi inmejorables, pueden imaginarse qué más vendería. ¿La Seguridad Social? ¿El Museo del Prado? Nada estaría a salvo. La Sanidad madrileña, según aseguran todos los médicos que conozco (y no son precisamente de izquierdas), ha sido destruida por la política “liberalizadora” de Esperanza Aguirre. La privatización de lo común, no se engañen, suele significar, para los ciudadanos que con su contribución han erigido instituciones valiosas y que deben ser deficitarias si no hay más remedio –pues a todos benefician–, pagar mucho más por ellas y obtener peor servicio, o su supresión a veces. Si esto es lo que el PP se atreve a anunciar, figúrense cómo será el resto de lo que no osa decir y se calla. En verdad estamos entre la espada y la pared, y esta vez es en serio. ¿Pared? ¿Espada? Menos mal que las elecciones no son mañana.
Por eso muchos ya no votamos
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