miércoles, 7 de agosto de 2013

De los toros a las jirafas de fuego

La jirafa de fuego aparece ocasionalmente en la obra del pintor surrealista Salvador Dalí, hoy tan de moda por la exposición del Museo de Arte Moderno Reina Sofía, que no he visto, por desgracia (en este tiempo las desgracias suelen ser económicas). Y se me ocurre pensar, por cierto, que una de las decodificaciones posibles de este signo es se trate de un qilin, un monstruo mitológico chino que aparece como jirafa en llamas y supone el buen augurio del nacimiento de un sabio; algunos también lo llaman unicornio chino (los unicornios chinos tienen dos cuernos).

De hecho, existe un personaje histórico real que la ficción ha denominado Simbad, y es, según unos, el Ulises de Homero y, según otros, el almirante chino, musulmán y eunuco Ma Sanbao (el nombre se parece ¿no?), que hizo siete viajes, como el propio Simbad, y este personaje trajo, al volver de su cuarta expedición, una extraña jirafa a su emperador, el famoso Ming Yongle (el de la caudalosa enciclopedia). Los cortesanos tomaron este regalo como un qilin con que el cielo recompensaba el buen gobierno de Yongle.

El qilin mitológico tenía la naturaleza compuesta de las quimeras: cuerpo de perro-león (a los chinos les costaba diferenciar las características de estas dos criaturas), cuernos de cervato y piel escamada de pez. Por demás, esta especie de cadáveres exquisitos u ornitorrincos conceptuales eran muy apetecidos por las fantasías de los surreales. Ya sabemos la fascinación de Dalí con los eunucos; él mismo era un impotente a causa de las castrantes perrerías que le hizo sufrir de niño su padre notario (y no voy a contar ahora lo de "toma, lo que te debo", que podría parecer escabroso). Por demás, la iconografía de Las mil noches y una está siempre muy presente en Dalí, especialmente en sus litografías.

El cuadro en que aparece el qilin presenta en primer plano a una doncella reificada o maniquí-momia, por el estilo de las de Solana o Gregorio Prieto, que, hipotéticamente, se aproxima al lejano qilin con la tarea de domeñarlo a la occidental, aunque la atmósfera en general, que adopta una especie de escenografía de yuxtaposiciones dialogantes a lo Giorgio De Chirico, representa una burla, con algo de taurómaco, de La gallina ciega goyesca, pues el maniquí está partido por una especie de atracción-repulsión. Los cajones de la pierna aluden a un pasaje de Freud, a quien tanto admiraba:

La única diferencia entre la Grecia inmortal y nuestra era es Sigmund Freud quien descubrió que el cuerpo humano, que en griego se limita a veces de forma neoplatónica, está ahora lleno de cajones secretos que se abrirán sólo a través del psicoanálisis

Las horcas caudales, que no caudinas, son un estilema iconográfico muy repetido en el autor que alude a su impotencia de raspa de pez muerto, como el sexo cadente desde la nube que señala al unicornio o qilin. El cuadro fue pintado en Estados Unidos entre 1936 y 1937, pero no representa nada de la Guerra Civil, salvo la vaga sensación de corrida de toros que destila el conjunto, potenciada por el trapo/cuchillo/espada/coágulo rojo que esgrime el eco del maniquí a la derecha, angustia por su impotencia que corresponde a la situación real de la propia España, si queremos verlo así.



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