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sábado, 19 de abril de 2014

Eremitas de la investigación

Hay algo que no me cuesta ningún esfuerzo hacer: investigar. Puedo pasarme ocho horas o más  consultando bibliografía, buscando informaciones, traduciendo y resumiendo textos y evaluando datos y me parece que han pasado solo dos minutos. Esto es de locos. ¿Y quién se aprovecha de ello? Desde luego, no yo; en todo caso, la Wikipedia. La costumbre de leer proporciona una especial habilidad para poderse orientar en el caos de la sobreinformación y poder llegar a buen puerto, incluso con la bodega cargada con buena pesca, pues no solo hay que arribar al puerto final, sino llegar con algo ganado en la travesía. Estos días, sin ir más lejos, he escrito biobibliografías de unos cuantos personajes importantes en la historia de nuestra cultura que me daba pena no la tuvieran. Entre ellos, Manuel Valbuena, el famoso humanista y traductor del XIX que compuso el diccionario latino-español más utilizado en el siglo XIX. Lo mismo respecto al latinista dieciochesco Rodrigo de Oviedo, o el historiador toledano Francisco de Ajofrín. Y respecto a otro, Pablo Hodar, un arabista sirio que trabajó a las órdenes de Miguel Casiri en la Biblioteca Real y la de El Escorial, me he tomado la molestia de sintetizar lo que ha recogido en un precioso trabajo una señorita que nadie se ha leído mas que yo. Ya he perdido la cuenta de las biografías que he escrito. Las de casi todos los hispanistas que hay en esa enciclopedia colaborativa, por ejemplo, las he compuesto yo. También he traducido casi todo el índice de autores de la Patrología latina de Migne. A ver si me animo a terminarla.

Pocos conocen la voluntad que hace falta para encontrar una fecha de nacimiento o defunción, descartar homónimos, sumar ítems bibliográficos, deslindar ediciones y decantar errores, simplificaciones, erratas y falacias. De los libros y las bibliografías hemos pasado a registrar una selva aún más oscura, la Internet o Entrerred. Entretela, podríamos decir. Los anticuarios somos esos bichos raros que peregrinan por las librerías de viejo y van inspeccionando los rastrillos para levantar las guardas de las encuadernaciones, abrir los forros de los abrigos y destripar los sofaes o sofás. Encontrar el segundo apellido de una persona solo célebre para una nutrida familia de tumbas del cementerio te puede llevar dos años o más leyendo protocolos notariales, padrones municipales y partidas de bautismo, casamiento, velación o defunción. Labor de chinos y que solo pueden soportar los que tienen una paciencia rayana en la obsesión compulsiva y una constancia a prueba de bomba. Requiere además la imaginación suficiente como para encontrar nuevas trochas en el monte sombrío y boscoso. Y luego viene lo peor, ordenar y revisar las notas para formar el esqueleto andante de la obra. Para desquiciarse.

Solo entrar en una época produce ya la misma grima que sentía Bernal Díaz del Castillo antes de entrar en batalla. Uno intenta escabullirse como puede del momento fatídico. Y, cuando no queda más remedio, atado ya a la silla, empiezan los círculos espirales y el mareo hasta que entras en el meollo ya ahogado en sudor frío, como un buzo encerrado en su escafrandra y enterrado por todo el océano, en busca a través de la corta mirilla de un tesoro que debe andar por algún lugar del enorme desierto del lecho oceánico. Sí, tienes una vaga idea de donde están los pecios, llevas tanto tiempo estudiando a los peces que casi te han salido branquias y te conoces estas aguas. Pero no te gusta ser tan poca cosa en medio de la enormidad del espacio interior. Te sientes incluso a gusto con menos peso, como dando saltitos por la cara oscura de la Luna, estás absolutamente solo en el reino de lo desconocido y viendo cosas que solo tú puedes ver; y te ocurre lo que describía al principio: el tiempo vuela y el día entero se te pasa en un suspiro, como si estuvieras en una dimensión desconocida, haciendo un viaje a la velocidad de la luz o viendo una película entretenida: sales del cine y resulta que se ha hecho de noche, que el tiempo se ha contraído o ha marchado más lento. Entonces te miras las manos y, si no has encontrado ni siquiera una mísera perla, sabes que tendrás que volver a sumergirte otra vez y que, probablemente, algún día descansarás allí, en esa sepultura donde tanta gente muerta se reúne.

martes, 11 de febrero de 2014

Historias de guerra, de posguerra y de ahora mismo.

La abuela de mi mujer era una de esas personas sacrificadas de antaño, una de esas castellanas íntegras y generosas que dejaban a hispanistas que pasaban por aquí, como Ticknor, admirados de las cualidades del pueblo español.

Durante la Guerra Civil todo escaseaba y no era bastante la cartilla de racionamiento como para conseguir, por ejemplo, la leche que necesitaban sus hijos. Al poco de llegar el lechero se agotaba el corto suministro y parte del pueblo se quedaba sin ese precioso elemento de primera necesidad. Así que, como buena matrona manchega, tomó la costumbre de madrugar y, mientras caía la escarcha a la hora más fría del día, antes del alba, salía de esta ciudad, antes villa, y se acercaba por la carretera de Miguelturra al lechero que la traía en su acémila hasta Ciudad Real, para comprarla antes de que se acabase. 

Pero su generosidad le costó cara: atrapó una bronquitis crónica a causa de tantos días de intemperie verspertina y eso le acortó considerablemente la vida, privando a sus hijos de una madre excepcional a una edad impropia y sin que pudiese ver los frutos de lo que con tanto amor había sembrado. Por demás, y ya en la posguerra, uno de sus hijos, tan espabilado que algunos hablaban incluso de hacerlo secretario del Ayuntamiento (disculpen la obscenidad), enfermó gravemente del corazón. La madre, inquieta, no reparó en sacrificios para que el chico se repusiera pronto; por ello fue a ver a un médico de gran fama, quien le recetó inyecciones de calcio. Cada quince días se repetía religiosamente la visita, para que se las pusiera él mismo, cobrando tanto el tratamiento como la medicina. El caso es que, de todas maneras, y a la larga, el chico empezó a sentirse mucho peor. Como el tratamiento se prolongaba y el muchacho iba a peor, fueron a ver a otro médico, quien, tras examinarlo detenidamente y hacerle las pruebas pertinentes, dictaminó que la leve afección cardíaca que padecía había curado hacía tiempo, pero la rutina de las innecesarias inyecciones de calcio, una y otra vez, solo para cobrar, a pesar de no ser ya necesarias, le habían causado una enfermedad cardíaca mucho peor y ya solo le quedaban unos tres meses de vida. Y falleció en ese plazo. Quien me contó esto fue una de sus hermanas, que no pudo estudiar, al contrario que su hermano, a pesar del empeño cerril de la maestra, que quería que hiciera estudios superiores y fue muchas veces a decir a su madre que, por amor de Dios, la chica valía mucho y no podía dejarla consagrada a labores y ajuares. Pero, no habiendo entonces dinero ni becas, no había remedio. El mérito no florecía en esa época si se era mujer entre muchos hermanos y sin lo suficiente para pagar las cuentas que una educación en regla exigía, que eran muchas. Si su hermano hubiera sido un poco más afortunado, solo habría tenido que padecer la falta de escrúpulos del comercial que vendió talidomida en Ciudad Real cuando en toda Europa ya se sabía que hacía nacer bebés sin brazos, sin piernas, sin nada o con extremidades atrofiadas; por lo menos no hubiera muerto. O podría haber sido afortunado del todo y no llegar a padecer nada de eso.

La siguiente historia de la Guerra Civil le ocurrió a mi abuelo y me la contó mi padre. Hacia el fin de la contienda pasaba por su pueblo un camión de presos que, al amanecer, con terrible eufemismo y como escribían a sus familiares, "partiría con rumbo desconocido". Los iban a trasladar o a darles "un paseo", vamos. Uno de los que iban en ese camión de presos conoció a mi abuelo, por ser coterráneo suyo, y lo saludó. Él también lo vio y, sabedor de lo que iban a hacer con él, se despidió de él levantando la mano en un último adiós. Pero también estaba allí un sicofante, el cabrón oficial que tiene todo pueblo, y denunció que había hecho el saludo republicano: el puño en alto acompañado del ¡salud! habitual. En consecuencia, y menos mal, su último adiós solo fue recompensado debidamente con una paliza que le dejó la camisa pegada a la piel con sangre y medio muerto. (Mi abuelo era un tiarrón de metro noventa, pero ante cinco fulanos fornidos y armados con garrotes de los de antes, poco le cabía hacer).

La última historia le sucedió a una conocida mía, nieta de la abnegada madre de que he hablado. Aunque no es de la época de la guerra ni de la posguerra, podría serlo, ya que hay elementos en ella que me recuerdan mucho las historias anteriores. Resulta que una ministra del régimen, llamada por mal nombre Mato, y no sé si también una virreina suya, decidió ahorrar en radiólogos y que, por tanto, pasasen las radiografías de las mujeres que habían tenido cáncer sin diagnóstico previo, directamente al médico de cabecera o incluso al oncólogo especialista. Así pues, se suprimió uno de los dos criterios necesarios para evitar un error al diagnosticar enfermedades graves. El resultado fue que pasaron tres o cuatro años de revisiones sin que el oncólogo u oncóloga notase una metástasis brutal. Este error médico fue descubierto por el médico generalista. Desde luego, no sé cuánto habrán logrado ahorrar los virtuosos e incorruptos dirigentes que nos maltratan, pero sí sé que muchos pagarán ese dinero con algo que no tiene precio: la vida.

domingo, 2 de febrero de 2014

Trabajo y más trabajo

Al echar un vistazo a lo que tengo que hacer, me acobardo como un conejo y pongo el pico bajo el ala; no me hago un ovillo porque es más incómodo. Podría olvidarlo, pero el trabajo tiene sus fechas y es como una mala hierba que brota sin parar por el jardín, como las células del cáncer, que crecen el doble de rápidas que las normales. Si uno elimina esas células, aparecen mutaciones más resistentes y jodidas y con menos tiempo para extirparlas. Los fantasmas también tienen algo de metástasis: vuelven con otras caras y con más oscura insidia, incluso como zombis recién hechos que van diciendo: "Entrégame lo que me prometiste, o te comeré el coco/cerebro". En fin, que la única manera de librarse del trabajo es trabajando, como la única manera de librarse de los exámenes es aprobándolos. A veces incluso pienso que cuando no trabajo mi subsconciente lo hace por mí, preparándome para ello.

Reseñaré aquí algo de lo que me ocupa, como exorcismo o medio de involucrarme en hacerlo y dejar de dar vueltas. Mi amiga E., en su exilio almagreño, es más sabia; ni escribe blogs, ni se limita a hacer otra cosa que cultivar su huerto, como Voltaire al final de Cándido. En mi ordenador tengo tres carpetas: cosas de profesor, de investigador y de escritor. Las que más abultan son la primera y la segunda. Pero es la tercera en la única que me gustaría trabajar. He tardado mucho en descubrir que no soy enteramente profesor ni enteramente investigador, sino solo eso, un escritor, ni bueno ni malo. No he tenido otra vocación y las otras han sido aproximaciones en espiral a eso mismo. Quizá eso me daría la excusa perfecta para salirme de fuera y entrar en mí mismo. Pero hay facturas que pagar y de un escritor no depende nadie. 

Me escribe Joaquín; dice que no pudo ir porque leyó tarde lo de la conferencia, y que tenemos que vernos. Una ciudarrealeña lo hace desde Japón. Agradece mi reseña sobre su pariente y dice que posee el archivo del valdepeñero general Caminero; que este escribió una autobiografía manuscrita y que la tiene en su poder. Le contesto que debería donarlo al Instituto de Estudios Manchegos por su importancia histórica y que algún alumno la editara o ella misma. A través de Isidro paso la información a Esther Almarcha, junto con la información sobre el voluminoso archivo de Joaquín de la Jara y donde se pierde el rastro del mismo, fundamental para la historia de la literatura manchega y aun para la nacional. Me alegro de haberme quitado esas piedras de encima, pero Esther Almarcha no se pone en contacto conmigo. Isidro dice que le dan la lata con una edición del Instituto de Estudios Albaceteños, que si es verdad que era de Albacete López de Haro; le digo que no, que era de Cuenca -San Clemente- y que todo se debe a un error de un artículo mío. Aprovecho para indicarle que sí podría editar el manuscrito de Carretero, un poeta muy interesante del siglo XVIII que anduvo viviendo entre Cuenca y Albacete. Descubro por casualidad un manuscrito de Nicolás del Pilar Galindo en manos de un profesor de griego de Albacete, y le escribo pidiéndole fotocopias. También me electroescribe mi jefe pidiéndome otra cosa;. Además, el martes o el miércoles hay conferencia y cenamos con el nieto de Eugenio d'Ors e hijo de Álvaro d'Ors, del que tanto habla el recién fallecido director del Ateneo, el filósofo Carlos París en sus memorias. Álvaro d'Ors estuvo muy relacionado con todo el tradicionalismo carlista, con la tertulia facha de Antonio Pastor en la Castellana, adonde acudía además mi antiguo maestro de paleografía en la Complutense Tomás Marín Martínez, gordo cura del que me enterado ha fallecido hace unos años. Seguro que no se podía ni imaginar que sería yo, un anarquista despreciable, quien le escribiera una entrada en la Wikipedia. Pues sí, hombre, para que vea que mis prejuicios no llegan a las personas, solo a las ideas. Me caía simpático el cura, que era capaz de leer un texto entero en lo que a nosotros nos parecía no más una línea recta. Creo yo que era un vanidosillo en el fondo. Pero decía que nuestro departamento alarquino se iba a comer con el nieto de D'Ors, un novelista también cura llamado Pablo D'Ors, y nos tenemos que leer su novela Andanzas del impresor Zollinger. Tengo por otra parte que preparar el desbroce de mi edición de la biografía de Mejía; más trabajo. Y corregir recuperaciones, preparar materiales, pasar faltas, contestar correos, escribir blogs. Tengo que comer con Raúl Morodo. Tengo que corregir y enviar la conferencia para el libro del IES. Y cuidar de mi físico, no me vaya a morir por dejar de tomar las pastillas, algo cada vez más frecuente los fines de semana. Ayudar a mis hijas. Y dejar de hacer listas. Eso de hacer listas y más listas es algo que tenemos en común Borges, Alberto Manguel (que es lo que queda de Borges en judío, marica y porteño-canadiense), mi suegra, que no es nada borgesiana, Francisco Sánchez  López de Lerma, que ya sé donde está, y yo.

domingo, 20 de octubre de 2013

La sociedad analgésica

No sentimos dolor ajeno y nos acostumbramos, pero no apercibir el propio ya es el colmo; alguien podrá confundir la ausencia de dolor con el placer puro, un satori / nirvana de lo más cool, una mística salvaje a lo Hoffman, pero el que nos empedernicemos de esta manera y sin química ya es insufrible y proviene de la misma reificación (cosificación, para los de la LOGSE) que provoca el mercadeo de almas; es una muerte en espera del trámite. Porque el placer se ha hecho tan común que ahora no se grita por protesta, sino que se protesta por la grita y ni siquiera las mujeres acatan la Biblia y paren con dolor, si es que paren, que es algo muy sucio y poco elegante, y los bebés ya se subrogan o importan, cuando no se despedazan o se tiran en un bosque gallego donde algún alucinado los pueda confundir con un pulgarcito sin migas o un martinico.

Incluso morirse es ahora algo bastante doméstico y gris y no tiene caja de resonancia alguna, ni siquiera de muerto, porque lo de quemarse se lleva hoy hasta al crematorio y se prefiere la urna de columbario o un desvanecerse por mares y desiertos a un recordatorio y memorial vera efigies. Quienes ya no están entre nosotros lo hacen como disculpándose, en la intimidad y con poca ceremonia y florilegio. Hasta las esquelas / nichos del Abc han cerrado las ventanas, porque nadie le importa ya nada a nadie y ni siquiera se oye aquello de "siempre se van los mejores", "le acompaño en el sentimiento" o "parece que fue ayer".

Uno es particularmente indoloro; era quejica de nacimiento, pero una serie de médicos trataron de callarlo con saña y encontraron una fórmula que, por lo menos, pone un filtro de tolerancia al estruendoso humanimal. Es una amalgama de fluoxetina, lorazepam y venlafaxina cada doce horas. Así se agua el vinagre que uno tiene por sangre y la familia y compañeros mártires consiguen soportarlo, Dios los bendiga. Hasta dicen que es un buen chico... cuando está bajo la camisa forzada de las pastillas. Incluso puede pasear entre las ortigas, feliz porque le reaniman la circulación de la sangre. Aunque a algunos eso les parece la tranquilidad del camposanto a Drácula le funciona y al indefinido Michael Jackson casi también.

Creo yo que muchos cabronazos andan por ahí sin debido diagnóstico y les haría bien atarse a las pastillas para evitar vicios mayores, como excretar en la acera o asesinar a las masas. En los viejos y revolucionarios tiempos, la gente no contaba con este tipo de enlaces/ataduras químicas a lo Heisenberg, y se consolaba derribando gobiernos y sistemas políticos. Es lo subversivo que tiene el dolor. Pero la general indiferencia de la general drogadicción, que no tiene por qué ser química, sino también televisiva, ideológica y deportiva, nos ha vuelto más planos que al hombre unidimensional de Marcuse y aquí nos andamos, felices en un mundo feliz por el soma y por un billón de euros de deuda. 

lunes, 16 de septiembre de 2013

Como cabras

No tenía gana de ir, porque vemos cabrones todos los días, pero nos fuimos a Porzuna a observar una explotación caprina con unos amigos. El pastor y dueño tenía unos cinco machos, cuatro de Canarias, jovencitos y escuálidos, con indudables genes escoceses, y uno gordo y lucio, de enrollada e impresionante cornamenta, que venía del Valle de Alcudia. Antaño fue muy rebelde; se escapó y solo lo encontraron a kilómetros, instalado cerca del castillo de Piedrabuena.

Tienen los que pobres son
la ventura del cabrito:
o morir cuando chiquito,
o llegar a ser cabrón.

Es una redondilla bastante antigua y la da como tradicional el repertorio de Alatorre; pero una redondilla, estrofa culta, no la veo yo como muy tradicional; es cierto que hay versiones de la misma en autores manchegos como Félix Mejía o Manuel del Casal y refranes que parecen salir de ella. Ahora, por el contrario, la tradición, que sigue viva, lo que ingenia son seguidillas de inspiración menos rural, como esta, que escuché cantar ese mismo día en un merendero cerca del Bullaque:

Las chicas de la caseta
son muñequitas,
porque pueden ser Barbies
o Barriguitas.

El pastor era hombre sabio y auténtico: nunca se le oía decir palabra que no fuera de notar; pero estaba atado al terreno como una planta, porque las cabras ignoran los calendarios laborales: si no las ordeñas todos los días, también sábados y domingos, se ponen enfermas, sus ubres hinchadas y dolientes, y el concierto de balidos lo oirían hasta Heidi y Pedro en los Alpes (qué lástima que Hayao Miyazaqui deserte del cine)  

Un tropel de perros pastores vigilaba el recinto; el mayor, ya jubilado, descansaba echado como una esfinge al lado de la puerta del aprisco, que una valla partía en dos secciones, una para las cabras y otra para los cabritos. Estos se encontraban atados al mismo lugar donde habían nacido, porque sus madres, si no los encontraban allí, no los reconocían ni los amamantaban. Cada año viene un camión y se los lleva a Burgos, para que los puedan sacrificar y echar de comer a algún panzudo gastrónomo con dinero.

El pastor lo lamenta, pero vive de ello. El día de San Antón, el cura no quiso bendecir a sus machos, aunque otros no tuvieron problema en hacerlo. ¿Por qué? Averígüelo Vargas. Mi pastor es analfabeto, pero tiene esa honda cultura que nace de valores tan profundos como la honradez, el trabajo y el sacrificio, y debía gobernar, a lo que yo entiendo, como un nuevo Sancho Panza, a tanto cabrón como hay en España. Me recuerda al protector personaje de Intemperie, de Jesús Carrasco, el nuevo Delibes, que está vendiendo a porrillo una novela que no habría podido regalarle porque aprendió a trabajar antes que a leer. Miren si el señor, o señorito, míster ministro de la Economía, que participó en el expolio bancario, podría haber dicho lo que él me comentó: "Mire usted, yo gano poco, pero no debo nada a nadie". ¿Cuánto debe cada español gracias a economistas como los que padecemos? ¿Cuánto debe cada uno de nosotros?  Sabemos que un billón de euros solo en deuda. Yo estaría contento si hubiera podido referir lo mismo que dijo el cabrero. Con su durísima jornada de trabajo dio una educación universitaria a sus tres hijos; hoy, con el sistema de becas que hay, no habría podido. Nuestro pastor, con lo que ha dicho y con su vida ejemplar, se muestra partidario de la teoría económica del Decrecimiento

Es el rey de sus animales; tiene además ovejas, pavos reales y gallinas,  y se ve que las ovejas y los carneros lo aprecian: los tiene amaestrados y a un gesto suyo se inclinan de consuno y le hacen reverencias. Se conoce los nombres de todos los animales como un general grecorromano conocía los de todos sus soldados; a una cabra la llama la Pantoja, pero se muestra avergonzado por la broma; es un hombre respetuoso y serio, tan cortés que hasta un chiste como este le supone una intromisión en el respeto que una persona merece. Vean si son sólidos sus valores. A mí, desde luego, me avergüenza compararme con él. 

Cuando las cabras pasan a la estancia donde son ordeñadas cada una va directamente a su sitio ya conocido: son muy territoriales y nunca se equivocan. La ordeñadora mecánica ha aliviado algo el oficio, que ya no es manual. Me ofrece algo de leche recién ordeñada: está caliente, no tiene el sabor artificial de las tetas-brick. Y nos despedimos después de haber pasado una bonita mañana con él.

viernes, 16 de agosto de 2013

Ojos que lloran

Los ojos del Guadiana vuelven a llorar, porque cuando el río suena, mierda lleva, y los políticos manchegos, ya se sabe, se han pasado de rosca. La Tribuna y Lanza, perródicos del populismo pepoíta, compiten tanto que llevan el mismo artículo de Charo Zarzalejos, eso es caer bajo, porque de sus suplementos de feria, mejor ni hablar. Pero no hay peor noticia que el abnegado obrero de Copy-servic cierre el local porque padece cervicalgia difusa y tendinitis por calcificación del hombro, pobrecillo: ¿qué haremos sin nuestro mejor editor de camisetas? Porque editoriales editoriales, de esas que trabajan con escritores y papel, pocas, al menos por aquí.

Son cosas de que se entera uno cuando deja su válvula de molusco y pasea por ahí con ojos y oídos entreabiertos. Mis perros, Tiquis y Miquis, tiemblan como azogados por los cohetazos y morterazos de la Virgen de Agosto y mi mujer me avisa de que me han timado como a un chino del Domund haciéndome pagar siete euros por un velón que me venderían por dos en cualquier chino exmaoísta. Pero le reprocho, panocho, que no se ponga de ejemplo cuando le han dado más sablazos que tiene una baraja española. O el ruido de sables de que avisa Gibraltar, que tiene nombre de ara sagrada y solo es un trapezoide cubierto de titis, ni siquiera un pan de azúcar. Inocente es uno, pero la vela, que he puesto a mis padres, luce magnífica con la llama de una azucena sin abrir, con su gótica clave indecisa y titilante. Este cirio durará lo menos tres días, no es como los interminables que lucen los periódicos, toda una Santa Compaña manchega de zombis corruptos alérgicos a la muerte como lo son a la honradez. Y las políticas, finas y seguras, procurando todas que no se mueva, que no se note y que no traspase (la corrupción, se entiende).

Saben los lingüistas, Ullmann, por ejemplo, que los verdaderos sinónimos son escasos, porque casi ninguno satisface todos los contextos. Pero a los políticos se les olvida con mucha frecuencia, acaso porque ninguno sirve para nada y son tan intercambiables como idimitibles. El senador Camilo José Cela tuvo ocasión de demostrarlo cuando dormitaba apaciblemente como un Homero en su escaño, allá por los primeros años de la transición sin fin (Woody Allen decía que la Eternidad se hacía muy larga, sobre todo hacia el final). El Presidente de la cámara lo despertó con la siguiente recriminación: "Su señoría estaba durmiendo", a lo que replicó el galaico: "No, señoría, estaba dormido. ""Es lo mismo", replicó. "Nada de eso", esgrimía Cela, "no es lo mismo estar jodiendo que estar jodido". Algo parecido aparece en La legión invencible, de John Ford, cuando un sargento irlandés pasa revista a la tropa pidiendo que cuiden su léxico y alguien le advierte desde las filas: "¡Y la gramática!"

Hay verbos más susceptibles de pasiva que de activa. No es lo mismo tener seis millones de parados que seis millones de detenidos. La segunda palabra tiene algo por delante que corta, pega y manda. En el siglo XIX usaban denominaciones como cesante o desempleado, que suenan más humanas y menos a engranaje mecánico. Porque esta mecanización  de las palabras refleja la bajada de temperatura viva de la sociedad: el paro es una tragedia vital e incluso, en la filosofía de Marx, el trabajo es ni más ni menos que el sentido de la vida: no tiene otro. Hoy el trabajo es un formulario en una cola de impresión, a miles de kilómetros de un sentimiento.

El cesante, pues, en especial el joven que ni siquiera sabe para qué le han educado, estarían desviviendo su vida en las condiciones inauténticas, indignas e inhumanas que causarían revolución. El parado/detenido se transformaría en lo que Camus llamaba un homme revolté, un hombre revuelto o airado, un signo de sufrimiento e ira que se quiere compartir y transmitir. Pero los más jóvenes están tan acojonados que ni siquiera fríen en la sartén, porque no han salido del huevo. 

Pero claro, el poder tiene claro que esas filosofías, la marxista y la existencial, al fin y al cabo humanismos, no les van, y se inventan otra filosofía que reduce algo tan complejo como la polis a un mercado de individuos insolidarios. Y lo reducen y banalizan todo a la plana apariencia de su ideología de consumo y sus tres valores principales: vulgaridad, fachada y fragmentariedad. A esos reduccionismos incompletos los llaman en el psicoanálisis pulsiones de muerte. No voy a decir que un parado es un zombie, pero casi. El capitalismo tiene algo de incompleto, evitador y asesino. Nadie sabe de dónde podría venir la caritativa "mano invisible" de Adam Smith; lo más posible es que no ayude, sino que te estrangule o se haga una paja. El capitalismo lo degrada todo, su único defecto es que produce demasiada basura, incluso basura humana: gente que, en sí misma, es basura. Transforma las relaciones humanas en relaciones de consumo, fragmentarias, vulgares y de fachada. Hombres y mujeres de usar y tirar, como la ropa de Zara.

A mí siempre me ha parecido que algo había de extraño en la sinonimia parado / detenido. El vocablo parado tiene más cauce, porque no es culpable de nada; el vocablo detenido, sin duda, tiene un problema; para él la estructura del mundo es injusta; es o debería ser un revolté o revoltoso, un revuelto contra ella. Para la derecha todos los parados son, o debieran ser, unos parados bien encerraditos y con su culpa dentro; ellos prefieren los activos a los movidos; los activos sacan dinero y recaudan riqueza; los movidos dan problemas sindicales y exigen justicia.

El término detenido choca contra un obstáculo muy gordo que pasa en medio de un silencio ominoso, que dicen los novelistas. ¿Qué obstáculo es ese que crece como una montaña y amenaza con alcanzar las alturas del K-2, esa cumbre laboriosa de subir e imposible de bajar? Desde luego no es el parto de los montes: detiene a seis millones de personas, más que toda Dinamarca. Esa enorme montaña está hecha de activos asiáticos mal retribuidos. Y ni siquiera es una sola: es una cordillera tan grande como el Himalaya: indios, chinos, coreanos... incluso Brasil y México, nos están comiendo vivos sin que defendamos con una gran muralla de proteccionismo nuestras economías más o menos equilibradas. Esa gran muralla los obligaría a redistribuir sus costos en bienestar común y más derechos humanos para esa clase media que ellos están construyendo y la parte menos nuestra de nos-otros estamos destruyendo. Pero todo da igual: sie nicht zürucktreten, ils ne demmisionnent point, they do not resign: a ver si entienden idiomas que no entienden y dimite alguno por esa cosa tan anticuada llamada honor o esa tan desacreditada llamada vergüenza, que es más o menos lo mismo.

martes, 30 de julio de 2013

De gallinas y frenazos

Delante de los cines Las Vías había una casa de labranza o alquería con un gallinero y dos perros. Pero el suelo subió y ahora lo que hay es un edificio con pisos de lujo y letreros de sin vender. ¿Qué han hecho con mis gallinas? ¿Qué se hicieron? Siempre que iba al cine con mis hijas o sin ellas, les hacía una cariñosa visita. Avivo el seso y despierto recordando las Coplas a la muerte de un colega de Luis García Montero: 

¿Qué se hizo Marilyn?
Aquellos Beatles de antaño,
¿qué se hicieron?
¿Qué fue de tanto sinfín
de galanes que en un año
nos vendieron?
Y los tunos, los toreros,
las cantantes de revista
en el olvido;
las folklóricas primero,
el marqués y la corista
¿dónde han ido?

En España los frenazos siempre han provocado gran número de muertos. Así el frenazo de la economía desbocada. Pueden sumarse a las víctimas mis pobres gallinas, consumidas por la fiebre del ladrillo. España era un coloso con pies de ladrillo, como el sueño de Nabucodonosor en Daniel, II, 31-35:

La cabeza de esta imagen era de oro fino; su pecho y sus brazos, de plata; su vientre y sus muslos, de bronce; sus piernas, de hierro; sus pies, en parte de hierro y en parte de barro cocido. Estabas mirando, hasta que una piedra fue cortada, no con mano, e hirió a la imagen en sus pies de hierro y de barro cocido, y los desmenuzó. Entonces fueron desmenuzados también el hierro, el barro cocido, el bronce, la plata y el oro, y fueron como tamo de las eras del verano, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas la piedra que hirió a la imagen fue hecha un gran monte que llenó toda la tierra

Podríamos adaptar el pasaje (que por cierto ya va necesitando una tercera edición más actualizada, un Moderno Testamento, vaya) así:

Y fueron como tamo en las Eras del Cerrillo, y se los llevó el viento sin que de ellos quedara rastro alguno. Mas el ladrillo que hirió a la imagen fue hecho un gran banco que llenó toda la tierra.

No se puede construir nada sólido sobre un gallinero. Pero la inercia histórica es muy grande. ¿Quién puede parar una cosa así? Hubo tres frenazos: el de Felipe II, el de Fernando VII y el de Franco I. ¿Será este un cuarto frenazo? Espero que no, amigos.

lunes, 13 de mayo de 2013

Hay días

Se levanta, ¿se levanta? para dejarse caer, tal es su desgana, y cada día le es una montaña cuya cumbre, él mismo, debe alcanzar sin piernas y sin brazos, solo con las palabras, arrastrándose como un gusano, atreviéndose ¿atreviéndose? a consistir todas las horas y repartir su ración de hambre y bilis estomacal con manos abiertas y vacías, sin sentir dientes en las encías, sin sentir nada por hacerlo o peor, muriéndose por no hacerlo, sin pensar ni prolongar más el renglón de la vida.

Pero viene el perro y le acaricia el cuello y se arrepiente ¿se arrepiente? de envidiar a los muertos, contempla a todos los que le dan la mano para sacarlo y, sin saber por qué ni cómo, suma uno más a la cuenta de sus días, de esos de los que piensan que hay muchos y no uno solo y terrible.

viernes, 19 de abril de 2013

Don Isidro

Fui al homenaje a Isidro Sánchez. Me cuesta mucho salir de entre mis libros y mis manías, pero el mérito es de ese nombre propio, "Isidro", como bien ha sabido definir nuestro culto comentador José Rivero. Hace unos días me invitó Raúl Morodo a su discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en Madrid, donde hay que ir con atavío de persona seria y responsable, y se me olvidó, conque vean si es difícil que acuda a algún sitio; pero el homenajeo a Isidro no se me pasó por alto. Eso sí, me dejé las gafas de lejos en casa, por lo cual solo pude ver bien a las personas que se acercaron a saludarme. Fueron tres: el propio Isidro: "Siempre tan discreto, Ángel"; el decano de Letras, Matías Barchino, sepultado por unos bigotazos a lo Pancho Villa y que dejó su fama de remoto e inaccesible para venirse a mi vera y preguntar por mi salud, y el gran editor Juan Pablo Calero, a quien tanto debemos los escritores rarillos de La Mancha (¡Calero, saca mi libro sobre Juan Calderón de una vez, leñe!). A todos los demás los veía como manchones desleídos de una acuarela. Por ejemplo, en una semiesfera esplendente cuyo brillo parecía augurar una nueva era, reconocí de inmediato la calva de Felipe Pedraza, siempre identificable en cualquier aglomeración por esta característica, mejor incluso que por sus modelitos de figurín. A su derecha, sentado en la mesa donde ministraban su oratoria los egregios, vi una patata que al parecer era el exrector Luis Arroyo. Todos los cercanos a él, sentados en las primeras filas, le rieron los chistes. Los del fondo, ninguno. Por ahí oía diversos comentarios denigrantes: "Huele fatal. Huele a corrupción", por ejemplo; pues lo que yo olía era un perfume magnífico a rosas que alguien preocupado por el ambiente había podido insuflar con un espray. Me gustaron los tres primeros discursos y el de Isidro. Yo he sido alumno de Isidro; solo tengo que agradecerle cosas buenas; es un hombre generoso; y dejaré aquí para la historia una anécdota. Si él no hubiese hablado como quien no quiere la cosa en una clase de El Zurriago, probablemente yo no me habría interesado por Félix Mejía, su editor, y no habría emprendido la dificilísica investigación que más me ha tenido ocupado a lo largo de mi vida. Así que eso también hay que agradecerle, entre tantas cosas más como no se pueden evaluar y que no cabe señalar, por ejemplo, en muchas otras personas que andaban por allí. Mi homenaje, pues, a Isidro, un hombre de antaño y que iba al trabajo en bicicleta, como ese mismo ilustre personaje ciudarrealeño a quien tanto se parece, José Castillejo.  

domingo, 7 de abril de 2013

Hoy remato mi edición de las fábulas del siglo XVIII

Durante cerca de dos años he estado preparando una edición de fábulas para Castalia. No lo pedí, me la ofrecieron, y, tonto de mí, acepté. Estoy hasta los cojones de Samaniego e Iriarte. Cierto que he aportado algo al tema y he descubierto algunas cosillas, cierto que ahora conozco mejor el último tercio del siglo XVIII, como conozco el primero del siglo XIX. Pero me voy a morir igual y todo eso no me va a servir de nada. Estoy hasta los cojones de Iriarte y Samaniego, como lo estoy de prensa decimonónica, de liberales emigrados, de heterodoxos de todos los tiempos, de manchegos raros y de poetas posrománticos. Tengo mi ordenador repleto de notas sobre todos esos temas y algunos más. Y, además, parte de la Wikipedia. Y estoy harto, lo repito. Es el último libro de investigación que escribo. ¿Por qué? No me queda vida suficiente para desaguar todos esos materiales ordenándolos y redactándolos y querría vivir un poco, inspirar un poco de aire no inficionado por coniosis de archivo y vericuetos informáticos o, por lo menos, hacer literatura de creación sin agobios de tiempo y gilipolleces por el estilo.  

martes, 26 de febrero de 2013

Ha muerto Javier Trujillo Sánchez

Ha muerto, con 57 años, el pasado día 25 de febrero, Javier Trujillo Sánchez, mi amigo y vuestro, a quien muchos de vosotros también conocíais. La noticia ha pasado desapercibida: solo por una esquela a la puerta del Ayuntamiento, vista por casualidad, me he enterado de tan triste deceso; por lo visto padecía un tumor cerebral incurable que le tuvo hospitalizado mes y medio, sin que yo me enterase. Mientras él fallecía tuve una cierta sensación inexplicable de depresión; quién sabe si, por esas conexiones ocultas que hay entre las cosas y las personas, se me estaba revelando con un léxico desconocido que había perdido a uno de mis más fraternales amistades; un nosequé de cordial  te hacía engancharte a su amistad campechana y grata. Cantaba en el Coro de la Universidad; yo, todos lo echaremos en falta, como él mismo echaba en falta mover su brazo derecho a causa de una meningitis que lo dejó tullido a edad muy temprana; esa pérdida tuvo unas consecuencias encadenadas que una persona ignorante no podría predecir: siendo de suyo bastante apuesto, esa minusvalía le impidió andar correctamente y siempre aparecía algo desaliñado, aunque limpio, porque no podía manejar el peine y ajustarse la ropa con el arte que todos los que usamos nuestra extremidad natural damos por supuesto; también era difícil distinguir sus palabras, porque tener que acostumbrarse a usar el brazo izquierdo siendo diestro le había provocado una cierta dislexia oral que perdía al momento cuando arrancaba a cantar como los mismos ángeles. Él mismo era un ángel tullido; si antes volaba por las notas más altas alabando al Señor, él, tan devoto de la Cristo de la Buena Muerte y de la Hermandad del Silencio, a cuya procesión no faltó nunca, podrá hacer ahora toda la música que quiera en los más selectos coros de serafines e incluso tocar la guitarra celeste con un brazo nuevo. 
Su minusvalía, que podría haberle hecho  solitario y gruñón, era compensada y superada con una gran nobleza, bonhomía y facultad para hacer amigos hasta en las cloacas. Debo a esta persona quizá los mejores años de mi vida, en una época en que andaba buscando una Arcadia imposible y una amistad verdadera. En mi biografía la entrada de Javier Trujillo fue providencial: fue una ventana por la que entró a raudales un aire vivo que me hizo descubrir a muchos otros buenos amigos y fertilizó los tiempos muertos de estéril sequedad. Le dedico estas palabras de afectuoso recuerdo, donde quiera que esté, por los buenos ratos que me hizo pasar; a él, a una de esas pocas personas que siempre es grato recordar.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Estreno columna en MiCiudadReal

Eusebio García del Castillo me ha propuesto colaborar en MiCiudadReal y yo he accedido con gusto a tener una sección llamada Contornos, a pesar de que me asedia un trabajo continuo que no me aturde tanto como la angustia incesante de dar vueltas en torno a él como una mosca anoréxica de detritus, siempre con el mismo zumbido ¿para qué? 

Desde luego que no tendría sentido formular esta pregunta si la contestase una serie de consideraciones prácticas como ganar los garbanzos, pagar las hipotecas y tener perro que me ladre y lugar donde caerme muerto. Lo que (me) ocurre es que planteo esta pregunta desde un punto de vista más subjetivo: ¿me satisface realmente esto? ¿Obtengo placer por cumplir con mi oficio? ¿Merece la pena? ¿No son mi libertad y mis expectativas algo más modestas o algo más grandes? ¿No prefiero algo más sencillo, humilde y simple? ¿No prefiero algo más variado, más peligroso o más activo?

Una montaña de exámenes, otra de trabajos, una edición de fábulas del XVIII a medio hacer, investigaciones, poemas, historias, proyectos, deseos que me rondan por la cabeza y, encima, esa enfermiza e insaciable curiosidad, ese infantil deseo de saberlo todo (y no tanto de experimentarlo todo) que me ha hecho acumular una biblioteca bastarda de respuestas posibles a una única pregunta, informulable por más que Kant dijera haberla hallado. 

Steiner nos informa de que el último hombre sabio omnímodo que pudo asegurar "tengo una vaga idea de todo", quizá incluso de sí mismo, fue Leibniz, que aún creía en la consistencia y positividad del mundo; después ha venido la era de los especialistas y ahora mismo la de los pantallófilos; desde luego no nos comparamos, no podemos, con esas grandes y enciclopédicas cabezas, pese a lo cual, muchos, como yo mismo, insistimos en rodearnos de libros y cabezas pensantes como una muralla china contra la presunta barbarie o prolongar nuestra feble memoria con otra de papel y discos duros con la vaga esperanza de entender algo, aunque sea lo más cercano, o por lo menos hacer un mapa o una brújula que no nos desoriente.

Pero te das cuenta de que todo eso es en el fondo un derrubio, un delta, un estercolero, unas afueras, una muralla de aislamiento o muro a lo Pink Floyd, una fáustica declaración de derrota y de insuficiencia suma. Hasta los libros, lejos de asumirla, se forran contra la hostilidad exterior, como si tuvieran frío de esa desértica y caótica intemperie, tan estimulante para Nietzsche

¿Merece la pena? te inquieren en el examen de fin de existencia, tras una corta sesión de auto-powerpoint. Nadie se atreve a formular respuesta. Y uno tiene la sensación de que es precisamente esa cuestión la fundamental, no la del ¿para qué? ni la de Kant. Algo tiene que ser merecedor de tanto sufrimiento. Pues si tus males tienen remedio, ¿por qué preocuparte? Y si no lo tienen ¿para qué te vas a preocupar? Pero ese algo es lo que el amor tiene de simpatía o compasión, no precisamente lo que tiene de sexo o hipoteca. Echar una mano al otro sin que ello te esclavice. Así de sencillo, así de complicado.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Por qué hago huelga

Por los demás en que me incluyo; me lo piden los alumnos, esos mismos alumnos que acosan a otros alumnos, los que me han puesto un examen el día de la huelga (porque hay profes que ponen los exámenes a su conveniencia y otros a los que les fijan los exámenes los alumnos, yo entre ellos), pero también esos otros alumnos que no acosan a nadie, quieren tener un futuro y les interesa aprender algo. Porque, aunque no creo en la efectividad de las huelgas en esta pseudodemocracia, que ni siquiera reconoce una iniciativa legislativa popular que pueda considerarse como tal, espero cambiar el sistema por otro verdaderamente representativo, y por último, aunque no lo último, porque alguna razón debe haber en los sentimientos y, cuando los ricos tienen más derechos que deberes y los pobres más deberes que derechos, si todos somos iguales, la carga ha de ser más equilibrada. 

domingo, 11 de noviembre de 2012

Contornos

Engolosina la palabraja; incluso pensube titular así, no anó, un prójimo libro de osepía, que es poesía pero en revuelto, mexplico, un todo inorganicero. La quiero así porque una presunta crítica literaria me dijo que mi primer mugido lírico carecía de unidad. Eso de ser divisible, nada atómico y sí anatómico, de no ser uno, anónimo pronombre habitual al escomienzo de mis escrituras, se me quedó, porque el criticio matemático de un primer librato de poesía quema que es una barbaridad, una melenidad de mal pelaje, sobre todo a vacas como yo, que pretendieron decir mu, no mucho y sin fin, como hacen todas; yo me quedaré en los confines y los andurriales, esto es, en los contornos y andenes y afueras de todo y de la unidad, con los locos, los muertos, los enfermos, los chabolistas, los chatarreros, los almacenes, los árboles en familia o en ringlera, las estaciones, los caminos, las aradas y los depósitos de agua, el que ni siquiera es uno, el excluido/exclusivo, el sin cara japonés, el donnadie sin don.

sábado, 3 de noviembre de 2012

Post número tres mil

Tengo que tener más cuidado con lo que escribo y apartarlo con un palo nada más acabarlo, no me vaya a morder. Lo que otros descargan suele tener la apariencia marrón de la mierda, no necesariamente de la consistente, sino de la ínfima, pura diarrea; pero lo mío, un así como vómito por lo revuelto y vario que pinta, es orgánico y membrado y parece tener alguna vida propia y resentida que asoma por dos colmillos o cuernos, lo que no me pega ni peta porque nunca vi gurripato de ornitorrinco que se le semajara. No niego hacer autoexorcismática de los demoniejos que me habitan, ni quirurgia literaria, sino sólo lo que ningún otro podría hacer en mi lugar, en mi trono de monarca descarriado o en mi váter, para lo que se dice por los suelos entendernos bien fregadamente, sin rascarnos los ovocitos. ¿O no?

domingo, 16 de septiembre de 2012

Magnífico día para un harakiri

Un día como hoy el Gran Wyoming, poco después de haber visto desaparecer a su Reverendo Pianista y a quien vimos actuar, hace incontables lunas, en el Cafetín de San Pedro, cuando íbamos al bachillerato y nos dejábamos el alma jugando seis partidas de ajedrez seguidas allí, ha sido ingresado en un hospital gallego. Por otra parte, una de mis hijas ha visto pasearse en bolas a una mujer joven y borracha por la calle; me he topado con una radio de bolsillo despachurrada en el suelo y he recogido sus restos mortales y sus pilas por si me pueden valer para un trasplante de urgencia a mi mando a distancia. Es más, como es de buen cristiano ayudar a los demás, pienso qué reflexionará la iglesia sobre que "la periodista Ariana Eunjung del diario estadounidense The Washington Post haya efectuado un cálculo sobre el dinero que la Iglesia española tendría que pagar a Hacienda si se suprimieran sus exenciones fiscales: Unos 3.000 millones al año. Una cantidad casi equivalente a los recortes sociales aplicados en los últimos tiempos. Y sólo por todos los edificios que no utiliza en su labor puramente confesional, idea que también habría barajado en algún momento el primer ministro italiano Mario Monti". Una paloma ha criado un palomo en una maceta de mis ventanas; hemos adoptado un periquito al que ha cercenado una pata el asesino en serie de otra jaula; traduzco del francés dos artículos de la Wikipedia, uno sobre Geza Vermes, el historiador autor de Jesús el judío, y otro sobre el epistológrafo y libertino arrepentido Jean-Louis Guez de Balzac, y amplío el que compuse hace años sobre métrica hebraica; en días anteriores traduje los de John Leland, Thaddeus Stevens, Arthur de Capell y Francisco Botello de Moraes. Paseo y tomo notas. Pido un libro por correo, la Historia de la literatura gay, de Gregory Woods (yo leo cosas muy raras) que es difícil de conseguir, pese a los defectos que le ha notado Luis Antonio de Villena. Ayer vi en el Mercadona a C. G., una de las chicas inalcanzables de mi juventud bachilleresca, tan hermosa a la distancia como siempre, con su luz de inteligencia en la mirada y la misma alegría en su rostro de milfa; parece ser le han hecho muchos hijos, pero queda aún en pie su apostura juvenil y su alma deportiva y vivaz; la última vez que la vi estaba de maestra en Almagro. Nos saludamos; qué pena no haber mantenido una conversación más larga, saber qué nos ha deparado el tiempo, ya cincuenta años, a los dos; la gente está muy encerrada dentro de sus costumbres y su temor, y a ciertas edades debía salir alguna vez de ellos para respirar un poco. Hago planes para el curso siguiente y una lista de propósitos y tareas que emprender que pretendo sea sustancial y corta. No lo lograré, creo. Mi mujer sigue la reparación de sus ojos en la Clínica Baviera, y parece un poco desencantada, habiendo oído las maravillas que circulan. Este jueves la vuelven a operar el otro ojo. El bueno de Jerónimo nos ha repartido unos volúmenes de una edición políglota de los poemas de los académicos de Argamasilla en treinta y tantos idiomas que le sobraban a José Valverde; son piezas de coleccionista, que se revalorizan con el tiempo, pero maldita la falta que hacen. Son esas estupideces oficiales que suelen perpetrar de vez en cuando las paletas instituciones que están para eso, para gastos inútiles. ¿Qué se me da a mí de la traducción en armenio, tagalo o vietnamita? Como si Don Quijote se hubiera vuelto más loco al embestir la Torre de Babel. Por ahí muchas pobres mujeres se están ganando una injusta reputización con vídeos que sacan los colores; Internet es que anda jodiendo a todo el mundo. No deberían permitir tal cosa, pero tampoco dejar que entren a saco en Internet para poner puertas al campo.

miércoles, 5 de septiembre de 2012

Notas

Me es cada vez más inútil escribir. Nadie lee, y los que leen pueden tener ideas y sentimientos muy mejores que los tuyos, saber incluso cómo expresarlas mejor. Si sigo es porque me impone la disciplina de sintetizar o pensar regularmente, un desahogo para la presión de un hombre callado por fuera pero no por dentro. Empecé a leer de niño porque me autocastigué con no poder hablar, y a escribir porque quería leer más de lo poco que me gustaba: quería concentrar en un pastiche lo que me hacía reír y soñar. Dos cosas difíciles para mí.

Corrijo exámenes. Hay de todo: gente que ha mejorado y se ha esforzado, gente que prueba suerte o continúa igual que antes, otros que incluso están peor. De los primeros hay menos en estos días primerizos de septiembre. He recibido la nota media de mis correcciones de Selectividad; por lo general soy muy regular, siempre es un 7'27 o un 7'35. Este año ha sido peor: un 6'81. De 97 exámenes he puesto 23 sobresalientes (notas superiores o iguales a 8'5) y he suspendido más que nunca: 14. Aun así, resulta que he puntuado por encima de la media de los demás correctores, que ha sido 6,05. Creo que eso indica que las cosas, en la enseñanza media, empeoran. Y que miro lo mejor de los alumnos, no lo peor.

Me ha escrito desde la cárcel Eisenberg. Se publicó en ABC la historia de la primera edición, pirata, de los Sonetos del amor oscuro, cuyo texto consiguió él y publicó Víctor Infantes, ese bibliógrafo de palabra juguetona al que vi una vez en Madrid disparar vaporosos poemas al aire. Le conseguí esa información a Isabel Martínez Reverte, la periodista; me cuenta que le escribió dos veces a la dirección que le suministré. Es un hombre muy especial Eisenberg; me cuenta muchos detalles de su vida, y yo le cuento los de la mía. Es fora exitus en su propio y meapilista país; debería vivir en California, donde hay más gente como él.


jueves, 23 de agosto de 2012

Extrapolación

Vivo, si esto es vivir, en una urbe pequeña, tirando a minúscula, Ciudad Real, aunque mejor le hubiera ido si fuese ficticia, como el lugar donde nació Don Quijote. Ayer acabaron sus fiestas patronales; en la feria ya hace tres años que no han situado un puesto con libros. Es significativo. También a escala mayor: si el modelo económico de este país es el ladrillo y Eurovegas ¿para qué necesitamos Universidad? Yo creo que ni siquiera necesitamos enseñanza media, ya que la clase media es algo que se está acabando desde hace treinta años más o menos. Igualmente, si la televisión y la radio es lo que vemos actualmente, ¿para qué necesitamos libros, bibliotecas, orquestas de cámara, museos, Institutos de Humanidades, Ciencias Naturales y Ciencias exactas, educación, en suma? El pensamiento y las ambiciones de las gentes han encogido tanto y tan a lo jíbaro que hasta al diccionario tendrían que dejarle menos palabras y reducirlo a cuatro o cinco: "sí", "no", "quizás", "coño", tal vez "fútbol". Y si el gobierno es el que se perpetra hasta el momento ¿para qué necesitamos que nos gobiernen? Mejor sería la anarquía, aunque eso también lo sabe hacer el gobierno, si es que es que hace otra cosa que dejarle las cosas a la Merkel.

martes, 14 de agosto de 2012

De vuelta de Cazorla, de Lorca y de otras cosas.

Uno, que es tan único como los de más, se reduce a unas cuantas operaciones mecánicas: dormir, respirar, comer, cagar, trabajar y cobrar. Pero además también se ha ido cinco días a hacer esas labores -aunque el gobierno quiera quitarnos algunas- un poco más lejos, en la Sierra de Cazorla, en compañía de ratas, ciervos, avispas, moscardones, zorros, toros y jabalíes. Además se ha llevado a su loro, a su perro, a su familia entera, inclusa la suegra, junto a unos cuñados que andaban por ahí y al noviete de su hija, que es prima. Había que andar con cuidado de noche en la casa rural, por miedo a pisar entre tinieblas alguna panza durmiente en la cocina o a despabilar a algún pariente coercitivo que no da de sí ni el ronquido. En fin, flotamos a mil metros de altura en aguas de piscina azul como los ojos de un Bécquer, cerca de un hermoso pueblo llamado Quesada, que relumbraba como una llaga joyosa bajo la luz cenital del crepúsculo. La carretera era un sendero de cabras flanqueado de olivares y, los últimos cinco kilómetros, de abismos de miedo. La vegetación ocultaba hasta las murallas de un castillo, pero la casa estaba bien aislada y provista hasta de Internet. La altura nos daba dolor de cabeza; más allá estaba El Chorro, lugar donde uno se podía beber de un trago todo el Guadalquivir, que nace allí. También había ermitas de anacoretas y yerbajos de brujo que habrían encantado al propio Harry Potter.

Hasta las moscas duermen la siesta al mediodía en Andalucía, tras el cocido, por pura supervivencia; el sol te cae encima a esas horas de forma tan inclemente que hay que esconderse para no ser desollado. Es un asesino en serie, que mata con preferencia a viejos gordos o deshidratados como la mojama. Hay que verlo para creerlo.

Me aturde la famosa periodista Isabel Martínez Reverte, que intenta localizar a Daniel Eisenberg, porque está preparando un artículo para Abc sobre la famosa edición pirata de los Sonetos del amor oscuro. Yo le digo que está en la cárcel por unas cosillas y que no dejan ni al rabino que lo visite ni que se acerque a un ordenador a menos de cien metros; hasta para escribir le han dejado una máquina mecánica que, encima, es transparente, para ver si dentro lleva contrabando; lo sueltan en noviembre y le doy la dirección del penal de Nueva York donde tiene su oficina junto a cincuenta hermanitas de la caridad, advirtiéndole que se apresure antes de que le den mulé y que ponga remite, pues si no la censura no deja pasar ninguna carta. Luego me entero a través de amigos comunes de que le ha llegado la carta y que el artículo saldrá a fines de septiembre. Eso espero. Yo creo que el famoso amante albaceteño de Lorca estaba en el círculo de otro manchego también artista y amigo del poeta granadino, Gabriel García Maroto, que ya había estado en México. Por eso ambos amantes querían irse allí. Seguramente García Maroto sabía más de esa relación que ningún otro. Hasta los dibujos de Lorca notan un sensible parecido, quier que influencia, con los de Maroto. Maroto fue el que pagó e imprimió el segundo libro de Lorca, el Libro de poemas de 1921 (continuará)

sábado, 30 de junio de 2012

Prolegómenos a unas duras vacaciones

Menuda nos espera. Volvemos a las reválidas: el examen como forma de vida y carrera por la supervivencia escolar: alumnos angustiados, estresados y agazapados en sus aulas de cuarenta alumnos (las multitudes salvajes siempre andan tras la caza o linchamiento de algo, por lo general diferente porque habla de otra manera o de cosas invulgares o es negro o judío o amarillo), armados hasta los dientes contra el profe, ahora investido de una autoridad falsa y de incentivos que son sólo papel mojado; así no se defiende la patria: necesitamos nuevas armas y más munición.

La de arena: me regalan, como era previsible, las Memorias de Casanova editadas por Atalanta, la más excepcional de las autobiografías del siglo XVIII y primera versión completa en castellano, premio nacional de traducción; la edición es lujosa, por supuesto de tapa dura, dos volúmenes de letra legible, bien prologada y anotada, en papel biblia, con ilustraciones, guardas decoradas con pinturas de época alusivas. Hay grabaditos y floripondios en los colofones. Por ahí anda también La aventura de Pensar de Fernando Savater, un manual de filosofía por autores que tiene la ventaja, para mí inapreciable, de estar bien escrito; dos libros que dejan sed de leer y saber y que tendré que digerir este verano en que además tengo que estudiar, escribir y trabajar mucho, porque hacer esto que tanto me gusta me ocupa más tiempo que lo que me disgusta, quitándome incluso horas de comida y sueño, conque empezaré el curso derrengado y no precisamente con entusiasmo. Creo yo que si me dejaran trabajar en lo que me gusta podría dar a la comunidad buenos frutos, pues siempre que tengo tiempo para investigar regreso de las bibliotecas y los archivos con algún descubrimiento nuevo, como el año pasado; pero no caerá esa breva, qué va a caer. Si trabajásemos en lo que nos gusta seríamos todos actores porno.

He visto una buena película del indie John Cassavetes, Ángeles sin paraíso, 1963 (aunque renegó de ella, su estilo neorrealista está allí); el montaje final lo hizo Stanley Kramer, pero puede verse que en esta película está lo mejor de ambos: la dirección de actores y la humanidad de Cassavetes; la carga social y las preguntas sin respuesta de Kramer. La mejor forma para el mejor contenido; he tenido que contemplarla a una hora poco a propósito, porque no es el tipo de películas de consumo masivo con que suelen masificar a la masa, para que responda a sus fórmulas y recetas de beneficios. Por demás, está genial esa cuarentona y existencial Judy Garland al borde de la nada y ese Burt Lancaster de madera de palo. Es una de esas películas que incomodan a los adolescentes actuales y a duras penas podrían soportar atados a una silla: la problemática humana y social que plantea reeducar a un subnormal, y los sentimientos y pensamientos aparejados al hecho. Por debajo de las imágenes asoma la ideología de Kennedy, pero no ha envejecido lo más mínimo. Es una de esas películas que deberían ver en Filosofía o en Ciudadanía.

¿Dónde podremos irnos? Tenemos muchos animales: perros, pájaros... Hay que cuidar de ellos y darnos también algún asueto. A una casa rural barata, en todo caso, donde no nos cozamos a fuego lento. Siempre me ha gustado el turismo de alpargata, pero mi mujer quiere comodidad. Yo desearía viajar sin moverme de casa (leyendo), y la experiencia me ha enseñado a odiar todo viaje que no sea iniciático o en que no se conozca a la gente, mi principal motivo de curiosidad, sino que se limite uno a ver lo mismo que podría haber visto en su casa en un álbum de postales. O, en todo caso, hacer escapaditas de uno o dos días a distintas ciudades de España y el extranjero, como el año pasado. Hice la preciosa experiencia de irme un día entero a ver el Madrid verde: empezamos por el Jardín Botánico y seguimos por el Retiro hasta la estatua del Ángel caído. Pero yo acabé como un ángel patudo. Nueve maravillosas horas andando entre flores, bonsáis, guiris, patos del Manzanares, gatos domésticos perseguidos hasta el árbol por perros iracundos o juguetones y muchachas guapas me dejaron los pies hechos polvo con unos callos tales que al final del peripato ni podía caminar. Esta vez estoy prevenido, y me iré a ver antes a mi ilustrado podólogo, el hombre de la calle Hidalgos, con quien siempre tengo una conversación profunda y metafísica mientras me afila los pies; aprendo mucho de él: no sé qué tienen los podólogos que siempre ven el mundo de una forma más realista que los que miran más hacia arriba.

Trajeron a esta ciudad una reliquia o pedazo del cuerpo de San Juan Bosco; me eduqué en el colegio salesiano de Puertollano y quise ir a verla, pero ya habían cerrado la catedral a cal y canto. Me pasé por las tres librerías de viejo o anticuarias, si es que así se les puede llamar, de Ciudad Real: nada interesante, salvo alguna ganga que otra, por ejemplo un buen diccionario bilingüe de francés en tapa dura por sólo un euro.

Escribe C. felicitándome el cumpleaños y diciendo que espera el nuevo niño para dentro de nada. Está muy atacado peleando a brazo partido con la crisis, pero seguro que saldrá adelante, porque siempre sale adelante la gente que pelea como él. Espero que termine su libro, que lleva ya muy avanzado, sobre una figura histórica importante del XVIII manchego, amiga de Meléndez, pero que a mi juicio no cabría indentificar con ese Lidoro ciudarrealeño sobre el que tantas cábalas hemos hecho.