Menuda nos espera. Volvemos a las reválidas: el examen como forma de vida y carrera por la supervivencia escolar: alumnos angustiados, estresados y agazapados en sus aulas de cuarenta alumnos (las multitudes salvajes siempre andan tras la caza o linchamiento de algo, por lo general diferente porque habla de otra manera o de cosas invulgares o es negro o judío o amarillo), armados hasta los dientes contra el profe, ahora investido de una autoridad falsa y de incentivos que son sólo papel mojado; así no se defiende la patria: necesitamos nuevas armas y más munición.
La de arena: me regalan, como era previsible, las Memorias de Casanova editadas por Atalanta, la más excepcional de las autobiografías del siglo XVIII y primera versión completa en castellano, premio nacional de traducción; la edición es lujosa, por supuesto de tapa dura, dos volúmenes de letra legible, bien prologada y anotada, en papel biblia, con ilustraciones, guardas decoradas con pinturas de época alusivas. Hay grabaditos y floripondios en los colofones. Por ahí anda también La aventura de Pensar de Fernando Savater, un manual de filosofía por autores que tiene la ventaja, para mí inapreciable, de estar bien escrito; dos libros que dejan sed de leer y saber y que tendré que digerir este verano en que además tengo que estudiar, escribir y trabajar mucho, porque hacer esto que tanto me gusta me ocupa más tiempo que lo que me disgusta, quitándome incluso horas de comida y sueño, conque empezaré el curso derrengado y no precisamente con entusiasmo. Creo yo que si me dejaran trabajar en lo que me gusta podría dar a la comunidad buenos frutos, pues siempre que tengo tiempo para investigar regreso de las bibliotecas y los archivos con algún descubrimiento nuevo, como el año pasado; pero no caerá esa breva, qué va a caer. Si trabajásemos en lo que nos gusta seríamos todos actores porno.
He visto una buena película del indie John Cassavetes, Ángeles sin paraíso, 1963 (aunque renegó de ella, su estilo neorrealista está allí); el montaje final lo hizo Stanley Kramer, pero puede verse que en esta película está lo mejor de ambos: la dirección de actores y la humanidad de Cassavetes; la carga social y las preguntas sin respuesta de Kramer. La mejor forma para el mejor contenido; he tenido que contemplarla a una hora poco a propósito, porque no es el tipo de películas de consumo masivo con que suelen masificar a la masa, para que responda a sus fórmulas y recetas de beneficios. Por demás, está genial esa cuarentona y existencial Judy Garland al borde de la nada y ese Burt Lancaster de madera de palo. Es una de esas películas que incomodan a los adolescentes actuales y a duras penas podrían soportar atados a una silla: la problemática humana y social que plantea reeducar a un subnormal, y los sentimientos y pensamientos aparejados al hecho. Por debajo de las imágenes asoma la ideología de Kennedy, pero no ha envejecido lo más mínimo. Es una de esas películas que deberían ver en Filosofía o en Ciudadanía.
¿Dónde podremos irnos? Tenemos muchos animales: perros, pájaros... Hay que cuidar de ellos y darnos también algún asueto. A una casa rural barata, en todo caso, donde no nos cozamos a fuego lento. Siempre me ha gustado el turismo de alpargata, pero mi mujer quiere comodidad. Yo desearía viajar sin moverme de casa (leyendo), y la experiencia me ha enseñado a odiar todo viaje que no sea iniciático o en que no se conozca a la gente, mi principal motivo de curiosidad, sino que se limite uno a ver lo mismo que podría haber visto en su casa en un álbum de postales. O, en todo caso, hacer escapaditas de uno o dos días a distintas ciudades de España y el extranjero, como el año pasado. Hice la preciosa experiencia de irme un día entero a ver el Madrid verde: empezamos por el Jardín Botánico y seguimos por el Retiro hasta la estatua del Ángel caído. Pero yo acabé como un ángel patudo. Nueve maravillosas horas andando entre flores, bonsáis, guiris, patos del Manzanares, gatos domésticos perseguidos hasta el árbol por perros iracundos o juguetones y muchachas guapas me dejaron los pies hechos polvo con unos callos tales que al final del peripato ni podía caminar. Esta vez estoy prevenido, y me iré a ver antes a mi ilustrado podólogo, el hombre de la calle Hidalgos, con quien siempre tengo una conversación profunda y metafísica mientras me afila los pies; aprendo mucho de él: no sé qué tienen los podólogos que siempre ven el mundo de una forma más realista que los que miran más hacia arriba.
Trajeron a esta ciudad una reliquia o pedazo del cuerpo de San Juan Bosco; me eduqué en el colegio salesiano de Puertollano y quise ir a verla, pero ya habían cerrado la catedral a cal y canto. Me pasé por las tres librerías de viejo o anticuarias, si es que así se les puede llamar, de Ciudad Real: nada interesante, salvo alguna ganga que otra, por ejemplo un buen diccionario bilingüe de francés en tapa dura por sólo un euro.
Escribe C. felicitándome el cumpleaños y diciendo que espera el nuevo niño para dentro de nada. Está muy atacado peleando a brazo partido con la crisis, pero seguro que saldrá adelante, porque siempre sale adelante la gente que pelea como él. Espero que termine su libro, que lleva ya muy avanzado, sobre una figura histórica importante del XVIII manchego, amiga de Meléndez, pero que a mi juicio no cabría indentificar con ese Lidoro ciudarrealeño sobre el que tantas cábalas hemos hecho.
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