Uno, que es tan único como los de más, se reduce a unas cuantas operaciones mecánicas: dormir, respirar, comer, cagar, trabajar y cobrar. Pero además también se ha ido cinco días a hacer esas labores -aunque el gobierno quiera quitarnos algunas- un poco más lejos, en la Sierra de Cazorla, en compañía de ratas, ciervos, avispas, moscardones, zorros, toros y jabalíes. Además se ha llevado a su loro, a su perro, a su familia entera, inclusa la suegra, junto a unos cuñados que andaban por ahí y al noviete de su hija, que es prima. Había que andar con cuidado de noche en la casa rural, por miedo a pisar entre tinieblas alguna panza durmiente en la cocina o a despabilar a algún pariente coercitivo que no da de sí ni el ronquido. En fin, flotamos a mil metros de altura en aguas de piscina azul como los ojos de un Bécquer, cerca de un hermoso pueblo llamado Quesada, que relumbraba como una llaga joyosa bajo la luz cenital del crepúsculo. La carretera era un sendero de cabras flanqueado de olivares y, los últimos cinco kilómetros, de abismos de miedo. La vegetación ocultaba hasta las murallas de un castillo, pero la casa estaba bien aislada y provista hasta de Internet. La altura nos daba dolor de cabeza; más allá estaba El Chorro, lugar donde uno se podía beber de un trago todo el Guadalquivir, que nace allí. También había ermitas de anacoretas y yerbajos de brujo que habrían encantado al propio Harry Potter.
Hasta las moscas duermen la siesta al mediodía en Andalucía, tras el cocido, por pura supervivencia; el sol te cae encima a esas horas de forma tan inclemente que hay que esconderse para no ser desollado. Es un asesino en serie, que mata con preferencia a viejos gordos o deshidratados como la mojama. Hay que verlo para creerlo.
Me aturde la famosa periodista Isabel Martínez Reverte, que intenta localizar a Daniel Eisenberg, porque está preparando un artículo para Abc sobre la famosa edición pirata de los Sonetos del amor oscuro. Yo le digo que está en la cárcel por unas cosillas y que no dejan ni al rabino que lo visite ni que se acerque a un ordenador a menos de cien metros; hasta para escribir le han dejado una máquina mecánica que, encima, es transparente, para ver si dentro lleva contrabando; lo sueltan en noviembre y le doy la dirección del penal de Nueva York donde tiene su oficina junto a cincuenta hermanitas de la caridad, advirtiéndole que se apresure antes de que le den mulé y que ponga remite, pues si no la censura no deja pasar ninguna carta. Luego me entero a través de amigos comunes de que le ha llegado la carta y que el artículo saldrá a fines de septiembre. Eso espero. Yo creo que el famoso amante albaceteño de Lorca estaba en el círculo de otro manchego también artista y amigo del poeta granadino, Gabriel García Maroto, que ya había estado en México. Por eso ambos amantes querían irse allí. Seguramente García Maroto sabía más de esa relación que ningún otro. Hasta los dibujos de Lorca notan un sensible parecido, quier que influencia, con los de Maroto. Maroto fue el que pagó e imprimió el segundo libro de Lorca, el Libro de poemas de 1921 (continuará)
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