Me es cada vez más inútil escribir. Nadie lee, y los que leen pueden tener ideas y sentimientos muy mejores que los tuyos, saber incluso cómo expresarlas mejor. Si sigo es porque me impone la disciplina de sintetizar o pensar regularmente, un desahogo para la presión de un hombre callado por fuera pero no por dentro. Empecé a leer de niño porque me autocastigué con no poder hablar, y a escribir porque quería leer más de lo poco que me gustaba: quería concentrar en un pastiche lo que me hacía reír y soñar. Dos cosas difíciles para mí.
Corrijo exámenes. Hay de todo: gente que ha mejorado y se ha esforzado, gente que prueba suerte o continúa igual que antes, otros que incluso están peor. De los primeros hay menos en estos días primerizos de septiembre. He recibido la nota media de mis correcciones de Selectividad; por lo general soy muy regular, siempre es un 7'27 o un 7'35. Este año ha sido peor: un 6'81. De 97 exámenes he puesto 23 sobresalientes (notas superiores o iguales a 8'5) y he suspendido más que nunca: 14. Aun así, resulta que he puntuado por encima de la media de los demás correctores, que ha sido 6,05. Creo que eso indica que las cosas, en la enseñanza media, empeoran. Y que miro lo mejor de los alumnos, no lo peor.
Me ha escrito desde la cárcel Eisenberg. Se publicó en ABC la historia de la primera edición, pirata, de los Sonetos del amor oscuro, cuyo texto consiguió él y publicó Víctor Infantes, ese bibliógrafo de palabra juguetona al que vi una vez en Madrid disparar vaporosos poemas al aire. Le conseguí esa información a Isabel Martínez Reverte, la periodista; me cuenta que le escribió dos veces a la dirección que le suministré. Es un hombre muy especial Eisenberg; me cuenta muchos detalles de su vida, y yo le cuento los de la mía. Es fora exitus en su propio y meapilista país; debería vivir en California, donde hay más gente como él.
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