No tenía gana de ir, porque vemos cabrones todos los días, pero nos fuimos a Porzuna a observar una explotación caprina con unos amigos. El pastor y dueño tenía unos cinco machos, cuatro de Canarias, jovencitos y escuálidos, con indudables genes escoceses, y uno gordo y lucio, de enrollada e impresionante cornamenta, que venía del Valle de Alcudia. Antaño fue muy rebelde; se escapó y solo lo encontraron a kilómetros, instalado cerca del castillo de Piedrabuena.
Tienen los que pobres son
la ventura del cabrito:
o morir cuando chiquito,
o llegar a ser cabrón.
Es una redondilla bastante antigua y la da como tradicional el repertorio de Alatorre; pero una redondilla, estrofa culta, no la veo yo como muy tradicional; es cierto que hay versiones de la misma en autores manchegos como Félix Mejía o Manuel del Casal y refranes que parecen salir de ella. Ahora, por el contrario, la tradición, que sigue viva, lo que ingenia son seguidillas de inspiración menos rural, como esta, que escuché cantar ese mismo día en un merendero cerca del Bullaque:
Las chicas de la caseta
son muñequitas,
porque pueden ser Barbies
o Barriguitas.
El pastor era hombre sabio y auténtico: nunca se le oía decir palabra que no fuera de notar; pero estaba atado al terreno como una planta, porque las cabras ignoran los calendarios laborales: si no las ordeñas todos los días, también sábados y domingos, se ponen enfermas, sus ubres hinchadas y dolientes, y el concierto de balidos lo oirían hasta Heidi y Pedro en los Alpes (qué lástima que Hayao Miyazaqui deserte del cine)
Un tropel de perros pastores vigilaba el recinto; el mayor, ya jubilado, descansaba echado como una esfinge al lado de la puerta del aprisco, que una valla partía en dos secciones, una para las cabras y otra para los cabritos. Estos se encontraban atados al mismo lugar donde habían nacido, porque sus madres, si no los encontraban allí, no los reconocían ni los amamantaban. Cada año viene un camión y se los lleva a Burgos, para que los puedan sacrificar y echar de comer a algún panzudo gastrónomo con dinero.
El pastor lo lamenta, pero vive de ello. El día de San Antón, el cura no quiso bendecir a sus machos, aunque otros no tuvieron problema en hacerlo. ¿Por qué? Averígüelo Vargas. Mi pastor es analfabeto, pero tiene esa honda cultura que nace de valores tan profundos como la honradez, el trabajo y el sacrificio, y debía gobernar, a lo que yo entiendo, como un nuevo Sancho Panza, a tanto cabrón como hay en España. Me recuerda al protector personaje de Intemperie, de Jesús Carrasco, el nuevo Delibes, que está vendiendo a porrillo una novela que no habría podido regalarle porque aprendió a trabajar antes que a leer. Miren si el señor, o señorito, míster ministro de la Economía, que participó en el expolio bancario, podría haber dicho lo que él me comentó: "Mire usted, yo gano poco, pero no debo nada a nadie". ¿Cuánto debe cada español gracias a economistas como los que padecemos? ¿Cuánto debe cada uno de nosotros? Sabemos que un billón de euros solo en deuda. Yo estaría contento si hubiera podido referir lo mismo que dijo el cabrero. Con su durísima jornada de trabajo dio una educación universitaria a sus tres hijos; hoy, con el sistema de becas que hay, no habría podido. Nuestro pastor, con lo que ha dicho y con su vida ejemplar, se muestra partidario de la teoría económica del Decrecimiento
Es el rey de sus animales; tiene además ovejas, pavos reales y gallinas, y se ve que las ovejas y los carneros lo aprecian: los tiene amaestrados y a un gesto suyo se inclinan de consuno y le hacen reverencias. Se conoce los nombres de todos los animales como un general grecorromano conocía los de todos sus soldados; a una cabra la llama la Pantoja, pero se muestra avergonzado por la broma; es un hombre respetuoso y serio, tan cortés que hasta un chiste como este le supone una intromisión en el respeto que una persona merece. Vean si son sólidos sus valores. A mí, desde luego, me avergüenza compararme con él.
Cuando las cabras pasan a la estancia donde son ordeñadas cada una va directamente a su sitio ya conocido: son muy territoriales y nunca se equivocan. La ordeñadora mecánica ha aliviado algo el oficio, que ya no es manual. Me ofrece algo de leche recién ordeñada: está caliente, no tiene el sabor artificial de las tetas-brick. Y nos despedimos después de haber pasado una bonita mañana con él.
Cuando las cabras pasan a la estancia donde son ordeñadas cada una va directamente a su sitio ya conocido: son muy territoriales y nunca se equivocan. La ordeñadora mecánica ha aliviado algo el oficio, que ya no es manual. Me ofrece algo de leche recién ordeñada: está caliente, no tiene el sabor artificial de las tetas-brick. Y nos despedimos después de haber pasado una bonita mañana con él.
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