Al echar un vistazo a lo que tengo que hacer, me acobardo como un conejo y pongo el pico bajo el ala; no me hago un ovillo porque es más incómodo. Podría olvidarlo, pero el trabajo tiene sus fechas y es como una mala hierba que brota sin parar por el jardín, como las células del cáncer, que crecen el doble de rápidas que las normales. Si uno elimina esas células, aparecen mutaciones más resistentes y jodidas y con menos tiempo para extirparlas. Los fantasmas también tienen algo de metástasis: vuelven con otras caras y con más oscura insidia, incluso como zombis recién hechos que van diciendo: "Entrégame lo que me prometiste, o te comeré el coco/cerebro". En fin, que la única manera de librarse del trabajo es trabajando, como la única manera de librarse de los exámenes es aprobándolos. A veces incluso pienso que cuando no trabajo mi subsconciente lo hace por mí, preparándome para ello.
Reseñaré aquí algo de lo que me ocupa, como exorcismo o medio de involucrarme en hacerlo y dejar de dar vueltas. Mi amiga E., en su exilio almagreño, es más sabia; ni escribe blogs, ni se limita a hacer otra cosa que cultivar su huerto, como Voltaire al final de Cándido. En mi ordenador tengo tres carpetas: cosas de profesor, de investigador y de escritor. Las que más abultan son la primera y la segunda. Pero es la tercera en la única que me gustaría trabajar. He tardado mucho en descubrir que no soy enteramente profesor ni enteramente investigador, sino solo eso, un escritor, ni bueno ni malo. No he tenido otra vocación y las otras han sido aproximaciones en espiral a eso mismo. Quizá eso me daría la excusa perfecta para salirme de fuera y entrar en mí mismo. Pero hay facturas que pagar y de un escritor no depende nadie.
Me escribe Joaquín; dice que no pudo ir porque leyó tarde lo de la conferencia, y que tenemos que vernos. Una ciudarrealeña lo hace desde Japón. Agradece mi reseña sobre su pariente y dice que posee el archivo del valdepeñero general Caminero; que este escribió una autobiografía manuscrita y que la tiene en su poder. Le contesto que debería donarlo al Instituto de Estudios Manchegos por su importancia histórica y que algún alumno la editara o ella misma. A través de Isidro paso la información a Esther Almarcha, junto con la información sobre el voluminoso archivo de Joaquín de la Jara y donde se pierde el rastro del mismo, fundamental para la historia de la literatura manchega y aun para la nacional. Me alegro de haberme quitado esas piedras de encima, pero Esther Almarcha no se pone en contacto conmigo. Isidro dice que le dan la lata con una edición del Instituto de Estudios Albaceteños, que si es verdad que era de Albacete López de Haro; le digo que no, que era de Cuenca -San Clemente- y que todo se debe a un error de un artículo mío. Aprovecho para indicarle que sí podría editar el manuscrito de Carretero, un poeta muy interesante del siglo XVIII que anduvo viviendo entre Cuenca y Albacete. Descubro por casualidad un manuscrito de Nicolás del Pilar Galindo en manos de un profesor de griego de Albacete, y le escribo pidiéndole fotocopias. También me electroescribe mi jefe pidiéndome otra cosa;. Además, el martes o el miércoles hay conferencia y cenamos con el nieto de Eugenio d'Ors e hijo de Álvaro d'Ors, del que tanto habla el recién fallecido director del Ateneo, el filósofo Carlos París en sus memorias. Álvaro d'Ors estuvo muy relacionado con todo el tradicionalismo carlista, con la tertulia facha de Antonio Pastor en la Castellana, adonde acudía además mi antiguo maestro de paleografía en la Complutense Tomás Marín Martínez, gordo cura del que me enterado ha fallecido hace unos años. Seguro que no se podía ni imaginar que sería yo, un anarquista despreciable, quien le escribiera una entrada en la Wikipedia. Pues sí, hombre, para que vea que mis prejuicios no llegan a las personas, solo a las ideas. Me caía simpático el cura, que era capaz de leer un texto entero en lo que a nosotros nos parecía no más una línea recta. Creo yo que era un vanidosillo en el fondo. Pero decía que nuestro departamento alarquino se iba a comer con el nieto de D'Ors, un novelista también cura llamado Pablo D'Ors, y nos tenemos que leer su novela Andanzas del impresor Zollinger. Tengo por otra parte que preparar el desbroce de mi edición de la biografía de Mejía; más trabajo. Y corregir recuperaciones, preparar materiales, pasar faltas, contestar correos, escribir blogs. Tengo que comer con Raúl Morodo. Tengo que corregir y enviar la conferencia para el libro del IES. Y cuidar de mi físico, no me vaya a morir por dejar de tomar las pastillas, algo cada vez más frecuente los fines de semana. Ayudar a mis hijas. Y dejar de hacer listas. Eso de hacer listas y más listas es algo que tenemos en común Borges, Alberto Manguel (que es lo que queda de Borges en judío, marica y porteño-canadiense), mi suegra, que no es nada borgesiana, Francisco Sánchez López de Lerma, que ya sé donde está, y yo.
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