viernes, 19 de abril de 2013

Don Isidro

Fui al homenaje a Isidro Sánchez. Me cuesta mucho salir de entre mis libros y mis manías, pero el mérito es de ese nombre propio, "Isidro", como bien ha sabido definir nuestro culto comentador José Rivero. Hace unos días me invitó Raúl Morodo a su discurso de entrada en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas en Madrid, donde hay que ir con atavío de persona seria y responsable, y se me olvidó, conque vean si es difícil que acuda a algún sitio; pero el homenajeo a Isidro no se me pasó por alto. Eso sí, me dejé las gafas de lejos en casa, por lo cual solo pude ver bien a las personas que se acercaron a saludarme. Fueron tres: el propio Isidro: "Siempre tan discreto, Ángel"; el decano de Letras, Matías Barchino, sepultado por unos bigotazos a lo Pancho Villa y que dejó su fama de remoto e inaccesible para venirse a mi vera y preguntar por mi salud, y el gran editor Juan Pablo Calero, a quien tanto debemos los escritores rarillos de La Mancha (¡Calero, saca mi libro sobre Juan Calderón de una vez, leñe!). A todos los demás los veía como manchones desleídos de una acuarela. Por ejemplo, en una semiesfera esplendente cuyo brillo parecía augurar una nueva era, reconocí de inmediato la calva de Felipe Pedraza, siempre identificable en cualquier aglomeración por esta característica, mejor incluso que por sus modelitos de figurín. A su derecha, sentado en la mesa donde ministraban su oratoria los egregios, vi una patata que al parecer era el exrector Luis Arroyo. Todos los cercanos a él, sentados en las primeras filas, le rieron los chistes. Los del fondo, ninguno. Por ahí oía diversos comentarios denigrantes: "Huele fatal. Huele a corrupción", por ejemplo; pues lo que yo olía era un perfume magnífico a rosas que alguien preocupado por el ambiente había podido insuflar con un espray. Me gustaron los tres primeros discursos y el de Isidro. Yo he sido alumno de Isidro; solo tengo que agradecerle cosas buenas; es un hombre generoso; y dejaré aquí para la historia una anécdota. Si él no hubiese hablado como quien no quiere la cosa en una clase de El Zurriago, probablemente yo no me habría interesado por Félix Mejía, su editor, y no habría emprendido la dificilísica investigación que más me ha tenido ocupado a lo largo de mi vida. Así que eso también hay que agradecerle, entre tantas cosas más como no se pueden evaluar y que no cabe señalar, por ejemplo, en muchas otras personas que andaban por allí. Mi homenaje, pues, a Isidro, un hombre de antaño y que iba al trabajo en bicicleta, como ese mismo ilustre personaje ciudarrealeño a quien tanto se parece, José Castillejo.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario