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lunes, 9 de enero de 2012

La tertulia de Álvaro Pombo

Qué duda cabe, Álvaro Pombo es un gran escritor; se leen siempre con agrado sus novelas de palomo cojo, pero yo siempre lo he discurrido más poeta que narrador, porque a veces suelta unas alegorías tan acertadas que te pone patidifuso; a mí me aburriría si no tuviera su prosa un algo de elegancia y esas metáforas de vez en cuando. Su fondo es ético y, pese a la austeridad de sus modos realistas de contar, merece el adjetivo de interesante, pero también de elíptico, porque sus personajes se demoran demasiado mariposeando miedosamente en torno a un fuego centrípeto hasta que se queman. Le han concedido, seguro que merecedosamente, el premio Nadal. Leí una entrevista ayer donde decía no tener raíces "sólo un piso en Madrid", que sonó ocurrente. Aconsejaba "hacer el bien, porque el mal ya está hecho". Muy cierto. Y sobre su novela: "Trata de la ética del cuidado. Hay ética del cuidado y de la responsabilidad. Yo trato la del cuidado pero al revés... Son personajes que descuidan a otros. Si no cuidamos a las personas, el mundo se viene abajo". Palabras más que sensatas y que suscitan legítima admiración, cuando tanto escritor se pone a jugar del vocablo y no a dar ejemplos, que es lo menos que puede hacer un narrador.

Narradores dignos del tiempo que se gasta en leerlos los hay en España. En realidad, es rareza muy común, por más que siempre sea cuestión de parecer. Del mío lo son Juan José Millás, Javier Tomeo, Manuel de Lope, Enrique Vila-Matas, Javier Marías o el mismo Pérez Reverte, del mismo saco que Eslava Galán, tan ameno y ágil como él e igual de facilón si se relaja. En poetas el asunto es difícil. Me solazan, por supuesto, tanto el culto y  cosmopolita prosaísmo de Luis Alberto de Cuenca o Jon Juaristi como los vacíos desolados de Eloy Sánchez Rosillo o Gamoneda, pero también los lujos, decadencias y miserias de Luis Antonio de Villena o los éxtasis laicos del técnico en eliminación de residuos tóxicos urbanos Vicente Gallego; no hay, sin embargo, poetas de apagón, que son los más raros. Rosillo y Gamoneda llegan a crepusculares, pero poetas de apagón, apagón, de una carga tan negativa como Leopardi, Feuerbach o por lo menos un Hardy, ni uno... También es verdad que no son nada encontradizos y muy difíciles de ver, pues la amargura y la bilis negra no venden pero que nada. En el siglo XIX teníamos al gran Nicomedes Pastor Díaz y un par de buenos posrománticos tenebrosos como Larmig o Dicenta, uno autodegollado con una navaja de afeitar y el otro echado a perder por la cirrosis y el delirium tremens. El resto sólo cae tanto en momentos dados. Todos cuentan con algún libro o poema que merece puesto muy hondo, porque también en lírica es suma la excelencia, si bien, como suma, hay que contar las piezas no logradas.

En teatro, qué se le va a hacer; Jordi Galcerán y poco más; se estrena tan poco de lo que se escribe que no hay tutía. No puedo destapar a nadie. Y de ensayo habría ya demasiado que hablar.   

martes, 27 de diciembre de 2011

Cartas y libros

Me felicitan las fiestas por todas partes, pero también me escriben sobre otras cosas. Gracias a Dios, mis análisis les sirven a algunos. Mi amiga y colega E. me envía un trabajo suyo para fomentar la escritura de ensayos entre los alumnos; la verdad, no veo a un crío de ESO ni de lo OTRO cavilando profundamente sobre nada que no sea esférico, pero si algo pudiera sacarse de ellos estoy seguro de que E. lo lograría, porque tiene lo que hay que tener para hacerlo; yo no podría; ella es mejor profesora y persona que yo; lo he leído por encima y me ha dejado muy admirado; cuando tenga tiempo le contestaré con más prolijidad (creo que su proyecto podría incluirse dentro de otro sobre redacción mediante los antiguos procedimientos de los catorce progymnasmata, aunque actualizados) pero no tengo tiempo ahora, lo que le escribo aquí por si le da por leerme. 


Quisiera comprarme los Articuentos completos de Millás, pero son caros; también el libro sobre la Revolución francesa de Pedrojota, pese a lo repateante del hombre, porque parece que es el fruto de una obsesión compulsiva y de no pocos librotes leídos, pero no sé si compensa lo caro del tomazo y sospecho que, asustado por el volumen de lo que intenta resumir, sólo ha tomado un episodito de la misma, eso sí, al parecer muy consultado en toda la biblioteca especializada que ha ido acumulando para su libro. 


He dejado para otro día el Manual del legionario romano y el del caballero medieval. Por el contrario me he comprado Los secretos de la motivación de José Antonio Marina o, como él escribe, JAM. No sé qué tendrá Marina, que siempre me motiva lo que escribe, siempre es interesante y ameno. A ver si consigo reproducir esa cualidad en otros, por ejemplo en mí mismo y en mis alumnos; de esperanza también se vive. Me escribe Raúl Morodo: dice que me ha enviado su último libro y que ha escrito algo sobre Félix Mejía; aprovecha para consultarme un punto oscuro sobre Ramón Salas; he hecho unas pequeñas indagaciones y creo haberle resuelto la duda a vuelta de mensaje. Le envío además mi biografía de Félix Mejía en documento adjunto.


He comprado también un libro del  mio compadre y gran latino Santiago Talavera Cuesta, una ya inencontrable refactura de su tesis doctoral, y la Poética de Luzán en Cátedra, por Sebold, aunque ya tenía la edición suya de Lábor. Esta está más actualizada, aunque uno se hace un lío tal como pone las versiones de 1737 y 1789, esta última seguramente un refrito con más cosas de Llaguno que de Luzán. La introducción, muy interesante, como todo lo de Sebold, a pesar de la manía que le tiene mi antiguo profe, Emilio Palacios Fernández, de quien recuerdo el pisito atestado de primeras ediciones de Feijoo. Avanzo con mi edición de las fábulas a paso de elefante, lento pero seguro. Me operan el día cuatro.

viernes, 23 de diciembre de 2011

El Topo

Yo leía un libro el día en que ocurrió algo terrible a mi familia. Con el tiempo tiraron los papeles, unos papeles que ni siqiuiera hoy sabría si querer ver, pues nunca me planteé siquiera la cuestión, que ahora, tampoco, soy capaz de resolver, aunque ya no pueda hacerse nada. Ese libro era El topo, en lengua original Tinker, tailor, soldier... spyde John LeCarré. Me dirán que qué hacía un chico de diecisiete años leyendo cosas como esas. Yo siempre he leído cosas muy raras, a qué negarlo; quizá porque nadie me dijo nunca qué debía leer; si hubiera tenido cincuenta o sesenta años hubiera tenido más sentido; esos son los actores-lectores legítimos para LeCarré. Por entonces lo entendía a medias; notaba que algo se me perdía. Años más tarde lo releí y ya tenía caja de resonancia para esos fondos. 


Entonces recordaba que allí se hablaba de un baúl que heredó alguien que nunca quiso abrirlo, porque con el tiempo y por las malas había aprendido que algunas cosas están mejor guardadas que a la vista. Alguien tan psicópata y curioso como era yo de adulteciente no entendía entonces tan peregrino razonamiento: yo habría roto y despanzurrado cualquier juguete, cuanto más revuelto cualquier baúl. El personaje del chico vigilante, ese observador inicial que sigue a todas partes al profesor misterioso, que al final averiguaremos es el espía quemado, tiene algo de Jim en la posada del Almirante Benbow, siguiendo a todas partes los pasos vacilantes y beodos del Capitán y antes de abrir el cofre del muerto; pero a la novela de Lecarré le falta alegría y la ventolera barojiana de Stevenson. Es una novela que da grima, con interiores oscuros y fríos, aún mucho más sombría para mí que la lei en esas desoladoras circunstancias, que trae aparejadas a mi memoria. La elíptica serie de televisión que hizo la BBC con Alec Guiness en el papel del cornudo Smiley era memorable, no ya por su guion, interpretación y ambientación, ni siquiera por la música de Geoffrey Burgon, sobre todo ese angélico Nunc dimittis que servía para cerrar a plomo cada capítulo, sino por sus silencios de piedra. Y ahora dicen que han hecho una versión cinematográfica. Quizá vaya a verla. Aunque, como dice la novela, algunas cosas no son para vistas.

viernes, 11 de noviembre de 2011

De gramática y libros

El Mundo de este viernes venía muy interesante, o es que yo estoy muy receptivo. La gramática también se ha vuelto vistosilla con el último desarrollo chomskiano, el llamado Programa minimalista. ¡Buenos estamos! Trasplantando teorías gramaticales al español cuando lo que hay que hacer es un buen software de traducción automática al y del español. Los del inglés cada vez fallan menos, porque han conseguido ajustar bien el software a la gramática, la semántica, la pragmática y la lexicología, pero los lingüistas españoles todavía no se han hecho siquiera a la informática, salvo unos poquejos y poquejas. Algún resultado tendrá que dar tanta lingüística como se ha hecho en el siglo XX. Por demás, ahora vemos a la gramática de la Real Academia llena de funciones no ya sintácticas, sino semánticas e informativas y argumentos y adjuntos, lodos que trajeron los polvos de la X con barra y un señor de León llamado Salvador Gutiérrez Ordóñez, de quien me leí un opusculillo hace unos años en que ya anunciaba todas estas novedades de las valencias, que llamaba él, aunque todos los demás (el eminentísimo y albaceteño Ignacio Bosque, Brucart, Demonte, Escandell) hablan de argumentos. En cuanto a los lingüistas manchegos, el único que tiene algo que decir, y no poco, en cuestiones de semántica, es el conquense de la Universidad de Valencia Julio Calvo Pérez, que ¿dará? que hablar con su teoría del espín léxico propuesta en su nuevo libro, La fundación de la Semántica. Los espines léxicos como un universal del lenguaje. Madrid-Frankfurt: Iberoamericana-Vervuert, 2011; ¿dará? En el mundo, en España y en La Mancha se ignora, ningunea, menosprecia y hace el vacío y por fin se arrincona y olvida a cualquiera con ideas originales hasta que, una vez difunto, sus ideas son repetidas por otro más aprovechado y con mejor suerte, que no corre el peligro de ser llamado original.


Tengo ganas de leer varios libros que siempre se me quedan a trasmano. Por ejemplo, Stoner, de John Edward Williams, la historia de un profesor honesto de lengua y literatura, que me ponen como una de las grandes novelas americanas del siglo XX; si es así, imagino que debe sobrepasar a El profesor, de Frank McCourt, o a la autobiográfica de ese profesor francés que leí hace tiempo y de cuyo nombre ya no me acuerdo; decía que al alumno torpe lo que hay que darle es afecto más que otra cosa. No sé; algunos chavales parece que merecen más un capón, otros, sí, la verdad, necesitan un poco de confianza en sus propias posibilidades; a pocos se les ve relucir el brillo inextiguible de la curiosidad. Por cierto que un alemán ha escrito una novelita sátira de un instituto de secundaria y está dando mucho que reír por toda Europa; la he hojeado en la librería CILSA, pero la memoria me falla; el nombre del autor tenía una K. Me he llevado un paquete de correos con dos libros de comentarios patrísticos al Eclesiastés y el Libro de Job, mis dos favoritos del Antiguo Testamento. El Eclesiastés dice verdades más grandes que Sierra Nevada; forman parte de la larga colección Biblia comentada; me quedé sin dinero y no he podido sacar otro paquete; mañana veré. 

viernes, 16 de septiembre de 2011

Sobre si nadar sabe l'agua fría la llama / culpa de Ovidio / Quevedo.

El pobrecillo Ovidio planteándose a orillas de esa especie de Estigia que es el mar Negro si hay algo después de la muerte que le pueda pedir cuentas, aunque no precisamente el Dios cristiano, sino los manes de la casa patria o padres (Tristia, IV, 10, 85-88):


Si tamen extinctis aliquid nisi nomina restat,
    et gracilis structos effugit umbra rogos,
fama, parentales, si vos mea contigit, umbrae,
    et sunt in Stygio crimina nostra foro...


Casi las últimas palabras de Quevedo, según el epistolario de Astrana, fueron que "hay cosas que solo son un nombre y una figura". Pero la figura nos la definen los otros y nuestro nombre nos lo dan también. ¿Qué nos queda?

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Gramática parda


El bachiller Cantaclaro escribió en 1865 un Curso completo de gramática parda en quince lecciones o Vivir sin trabajar, que ha reimpreso facsímil la Editorial Almurabú de Madrid. Sin embargo, en el curso de la investigación previa a mi Tratado sobre la gilipollez y sus varias especies, divulgado anónimamente hace tiempo, encontré que la obra fue publicada antes, en 1833,  por su verdadero autor, el escritor costumbrista Ramón Soler (que no hay que  confundir con el famoso novelista romántico Ramón López Soler) con el título Curso completo de gramática parda: dividido en quince leccciones, en las que se dan reglas fijas para que cualquiera pueda vivir sin tener necesidad de trabajar (Madrid, Impr. de Tomás Jordán, septiembre de 1833) y que había un precedente  claro de esta obra en Jaime Herreros y Marín y su Curso completo de gramática parda sublime, con las reglas de su sintaxis, que ofrece dar en doce lecciones a los señoritos y señoritas cursantes en la universidad de la moda, buen gusto y supremo buen tono, para abrillantar su fina educación y arreglar sus costumbres, por el Licenciado Metesillas y Sacamuertos catedrático de fruslería y académico nato de la junta literaria de los pisaverdes y charlatanes. (Madrid: imprenta de Collado, 1819), una obra mejor escrita, por demás, que puede consultarse aquí. Se trata de una irónica reprensión de currutacos y afrancesados; como lleva bajo el nombre de quien lo da a la estampa, su probable autor, la sigla C. R., debe ser Clericorum Regularium (de un clérigo regular o teatino).

miércoles, 3 de agosto de 2011

Caligrama sobre el vino

Este caligrama anónimo sobre el vino lo he visto en El Siglo Ilustrado núm. 43 (8-III-1868), p. 2:

Don del cielo,
dulce vino
purpurino,
mi consuelo:
tú, que calmas mis dolores,
yo te imploro,
te venero
y considero;
yo te adoro.
Mis pesares
y quebrantos,
y mis llantos
como mares,
tú, tierno, mitigas;
tus dulces vapores
templan mis dolores
y a olvidar me obligas.
Bendito sea Noé que tal herencia
generoso dejó al género humano.
¡Oh, sí! Bendita sea la uva que en su mano
dulce licor vertió de [tan] dulce esencia.
Por ti, [oh] licor divino, me veo trasportado
a aquel mágico edén, mansión dulce de amor,
que el profeta Mahoma, un día, entusiasmado,
prometió al islamita de su ley guardador.
Y allí lindas huríes, ya rubias, ya morenas,
meciendo mi existencia entre tiernos halagos,
me besan y sonríen y menudean los tragos,
y en dulce desvarío aléjanse mis penas.
¡Hurra! ¡Que viva el vino! ¡Que vivan las botellas
y el ruido y el estrépito y las mujeres bellas!

sábado, 18 de junio de 2011

Lindezas del despotismo

Ese es el título de una obra de Fernando Garrido, uno de los socialistas utópicos más importantes del siglo XIX que se movió mucho y escribió no poco, entre otras cosas, creo recordar, una denuncia muy dura de los Jesuitas, cuya Monita secreta publicó. He leído la obra en la Biblioteca Virtual Saavedra Fajardo, escrita en una prosa limpia e irónica; es una recolección de artículos: sobre la invención de la casaca; una conversación entre Voltaire y Federico de Prusia sobre el ajetreado despertar del rey de Francia; una denuncia de la tacañería de su padre y su afición a secuestrar mozos corpulentos para su ejército; un ejemplo de cómo su despotismo caía sobre cualquiera por la menor ridiculez, otro de las llamadas órdenes reservadas, etcétera, etcétera, etcétera. Era entretenido y gracioso de leer. 


Voy a poner aquí desde ahora lo que vaya leyendo y escribiendo, pues luego lo olvido tan pronto como lo veo y lo escribo y casi nunca lo consigno en estos renglones digitales, que parece van dejando de ser diario. Compré por correo electrónico -no me interesa casi nada de lo que se publica hoy- una Síntesis de la literatura española de un doctor en historia llamado Luis Gregorio Mazorriaga, impreso en Barcelona en 1949; lo poco que he podido averiguar de este hombre desconocido es que era socio del Círculo de defensores de los derechos del hombre, autor de otra Síntesis de la literatura extranjera y de una biografía de Francisco Pizarro, tal vez masón, y seguramente hermano de otro Mazorriaga (no Emeterio Mazoriaga, el editor del Caballero del Cisne que va incluso en el manuscrito de La gran conquista de Ultramar, y de quien tan mal habla el monárquico y conspirador Pedro Sainz Rodríguez, que fue alumno suyo, en sus memorias, quizá porque no le puso la nota que él creía que merecía). Es hombre de buen juicio, que se ha leído al divertidísimo Menéndez Pelayo y a Méndez Bejaranosabe muy bien ir al corazón de los asuntos. Se echan de menos los textos, ya que toda buena historia de la literatura es también una antología de pasajes significativos, pero se nota que ha leído muchas de las obras que comenta, por más que ya desde el título esboce que es mera síntesis. Veo que el conquense de El Mundo copia un epigrama de V. Maiakovski:


Si se da a Dios lo que es de Dios
y al César lo que es del César,
a mí ¿qué me queda?


Creo que un lugar muy calentito, por supuesto; no se merecía, habida cuenta de lo bien que escribía epigramas como estos, esa bala en la cabeza que se regaló.


He estado tomando café en el cada vez más siniestro Guridi y luego té en La Dolores. En el Guridi había unas putas o asimilables confraternizando con unos sinvergüenzas. En La Dolores el ambiente era menos basto; estaba un ciego perro a los pies, unos caballeros encorbatados, familiones y jovenetos; en la pantalla daban saltos unas jugadoras chinas de voley-playa que le estaban dando su tortura a unas americanas con coleta, asaz bronceadas todas. Uno, que tiene la libido bajo control y que incluso se cortaría el instrumento con gusto para que no le diera la lata, lo único que hizo, fuera de echar alguna ojeada al estirado tipo de las asiáticas, fue leer un articulito del Lanza donde decía que habían encontrado entre unas cartas del archivo del Conde de Gondomar, creo decía, dos condones de tripa de cerdo fechables, por el paquete en que estaban, entre 1815 y 1830, arqueológica curiosidad que no debe sorprender, pues esos artefactos ya se usaban en Egipto hace cinco mil años, y estaban de moda en Francia desde que el doctor Condom los prescribió.


Otro libro que he leído es el Testimonio y recuerdos de Pedro Sainz Rodríguez, el amigo de Paquito Franco, el popular genocida español que aparecía en los sellos y pesetas de mi infancia por la gracia de Dios, que maldita la gracia que podría tener. El hombre es pudoroso y pasa de puntillas sobre la etapa en que fue ministro de educación y, aunque no oculta su activo papel como uno de los fundadores del Bloque Nacional en la orquestación del golpe de estado de militares, curas y banqueros (Juan March) contra el pueblo en que consistió esa gran tropelía llamada Guerra Civil, olvida mencionar, por supuesto interesadamente, que una orden suya depuró a varias generaciones de maestros y profesores republicanos, aunque he encontrado un pasajito en su librito en que parece evoca el hecho y se muestra muy atribulado y humano, el pobrecín (Testimonio y recuerdos, Barcelona: Planeta, 1978, p. 335). Salta a propósito de describir la actitud de Franco firmando penas de muerte mientras desayunaba soconuscos con chocolate (de ahí tomó Umbral el comienzo de su Leyenda del César visionario) con una cachaza que llama "profesional" a causa de su oficio militar; entonces se compara con el enanito matarife o jifero y escribe: 


"Yo, cuando he tenido que sancionar a un funcionario por cualquier motivo, me he pasado la noche preocupado, pensando en el perjuicio que podía causarle".


Y se lo causaba, claro está y está claro, si no anda turbio. Eso era una guerra, y las guerras, como las perras, autorizan cualquier barrabasada, ya que en ellas el derecho queda suspendido, lo que él debía saber, pues lo estudió, se licenció en él y no lo aplicó; tras las guerras civiles nunca hay paz, sino victoria, que es peor, como bien escribió una de sus fulminadas víctimas, el anarquista F. F. Gómez. La hipocresía es más educada, cuando tienen que ahorcarte, que la adusta sinceridad del enano señor de culo blanco e inmaculado. Eso es lo que llamaba en un post anterior la banalidad del mal. Ejecutar, pero con bollos de chocolate; dejarte sin posibilidad de trabajar para ganarte la vida, pero con mucha preocupación y una noche de insomnio. Serrat escribió una canción irónica sobre eso, en el fondo un rap, como todo lo suyo. Cuando leí el libro de Sainz le di otra mano al artículo biográfico de la Wikipedia sobre ese hombre, de quien también me intrigó la identidad de la puta que se lio con Alfonso XIII, el general Sanjurjo y el propio Sainz Rodríguez, estudioso de la mística y putañero de costumbres, por demás como otro filólogo hispánico, don Dámaso Alonso Fernández de las Redondas, muy salido y deseoso de probar putas andaluzas, según contaba en sus memorias Castilla del Pino cuando lo recibió en Córdoba. Sainz era un gran escritor y un erudito formidable que llegó a acumular una biblioteca de veinte mil volúmenes, pero se prodigó poco entregado a sus conspiraciones y monarcagadas. Menda, que usó sus trabajos sobre Bartolomé Gallardo en su tesis sobre su amigo y correligionario comunero Félix Mejía, echa de menos sus perdidos estudios sobre el ilustrado Andrés Marcos Burriel, que desaparecieron entre llamas y bombas y habría necesitado para escribir algo de lo que tengo que escribir, pero al leer su semblanza de Francisco Franco no puedo por menos que admirarlo como historiador y como escritor, aunque se le vea algo el plumero polvoroso y la tinta calamarera, como he mencionado, en lo tocador a su coleto. Creo que esas páginas han dibujado mejor que ningunas otras el perfil de ese mediocre soldadito de plomo. ¿Puede creerse que rata de biblioteca tamaña, educada como alumno libre en su casa -hoy no sería posible, por las grotescas y goyescas leyes que hay-, se entretenía de jovencito yendo a ver oposiciones para prepararse cuando le tocara a él? Las semblanzas que hace este despabilado de la universidad española y de algunos de los personajes de entonces, como su pillo amigo Romanones, hombre sin duda de muy mejor catadura, no tienen precio. Incluso deja ver su admiración por la honestidad de Besteiro, siendo él, como era, un deshonesto profesional, como sólo puede serlo un conspirador. Me lo guardaré en alguno de los infundíbulos del hipotálamo.

miércoles, 1 de junio de 2011

Leonard Cohen, o casi.

No puedo estar más de acuerdo con el premio Príncipe de Asturias, concedido al "depresivo no químico más poderoso del mundo" antes de que se muera del todo. Adoro la obra de este poeta canadiense, desde que en Bachillerato ya me leía algunos de sus poemas verdes y sus Flores para Hitler mi extraviado amigo, colega y poeta Fernando José Carretero Zabala, con quien quisiera tomar café alguna vez. Me extrañaba su naturalidad, eso de que escribía poemas en la mesa de la cocina, y la desvergüenza y crudeza de algunas de sus imágenes, por ejemplo cuando le presentaba a su amante un amigo que insistía en verla, y esta le dijo: "Dios, qué arcaico parece", adjetivo que le estaba que ni pintado. Tiempo más tarde pude degustar sus roncas canciones de fumador facineroso, en especial ese clásico, Suzanne, que transcurre como una plácida barca por un río y pone a Cristo como un marinero en lo alto del palo mayor; Berlín, con esos niños que miran tras los barrotes de la cuna y ese rencor hacia los malos, o ese antirromántico Chelsea hotel, cuando le dijo Janis Joplin que no se acostaba con feos, pero que con él haría una excepción, y evoco, retraigo y memoro también la hermosa canción que dedicó a Lorca y su estribillo, "Ay, Ay, Ay, Ay", que confunde el yo del idioma inglés con un quejío más lamento que flamenco. Vi un reportaje del que se me quedó retenido cómo, sin hacer caso de las preguntas que le hacían, se limitaba a contar anécdotas sobre los mendigos de Nueva York, que lo fascinaban, recién salido como estaba de una de sus periódicas fases de reclusión en un monasterio budista californiano a lo Gary Snyder. Inocente, se dejó engañar por una chica que se llevó todo su dinero, y ahora tiene que volver a trabajar, a sus años; menos mal, así podemos gozar más de su vino poético, que es un vinagre concentrado y salvaje.












domingo, 1 de mayo de 2011

El pobre y grande Ernesto Sábato

Era un hombre honesto hasta cuando se equivocaba y veía lo que quería ver, que era pocas veces. Siempre preferí al fenecido Ernesto Sábato más como ensayista que como narrador. Quizá porque su narrativa es demasiado abstracta, o expresionista, para lo muy concreto y vulgar que es ese género. Por eso se le da mucho mejor el ensayo, sobre todo el corto, en el que puede estrellar su desesperanza contra las ideas más puramente. Quien quiera disfrutar de esa faceta, que lea su Uno y el universo, Hombres y engranajes, Heterodoxia (en la barata edición de Alianza) y, sobre todo, su muy deprimente Antes del fin, que so capa autobiográfica ofrece en realidad una meditación sobre el sentido de la vida. He aquí unas frases suyas que saco del Abc, con alguna que otra que añado yo:


- «La literatura brota de la infelicidad. Los dioses no escriben»


- «La vida es tan corta y el oficio de vivir tan difícil, que cuando uno empieza a aprenderlo, ya hay que morirse»


- «La vida de los hombres se centraba en valores espirituales hoy casi en desuso, como la dignidad, el desinterés, el estoicismo del ser humano frente a la adversidad. Estos grandes valores espirituales, como la honestidad, el honor, el gusto por las cosas bien hechas, el respeto por los demás, no eran algo excepcional, se los hallaba en la mayoría de las personas».
- «Cuando ya no hay un Padre a través del cual sentirnos hermanos, el sacrificio pierde el fuego del que se nutre. Si todo es relativo, ¿encuentra el hombre valor para el sacrificio? ¿Y sin sacrificio se puede acaso vivir?».


- «Las modas son legítimas en las cosas menores, como el vestido. En el pensamiento y en el arte son abominables».
- «El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria. Hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse».
- «A cada hora el poder del mundo se concentra y se globaliza. La masificación ha hecho estragos, ya es difícil encontrar originalidad en las personas y un idéntico proceso se cumple en los pueblos, es la llamada globalización».
- «¿Qué se puede hacer en ochenta años? Probablemente, empezar a darse cuenta de cómo habría que vivir y cuáles son las tres o cuatro cosas que valen la pena». 
- «Habrá siempre un hombre tal que, aunque su casa se derrumbe, estará preocupado por el Universo. Habrá siempre una mujer tal que, aunque el Universo se derrumbe, estará preocupada por su hogar». 
- «Se discute si Dalí es auténtico o farsante. Pero ¿tiene algún sentido decir que alguien se ha pasado la vida haciendo una farsa?».
- «¿Por qué no suponer, al revés, que esa continua farsa es autenticidad? Cualquier expresión es, en definitiva, un género de sinceridad». 
- «El presente engendra el pasado». 
- «El oficio -en el arte-, consiste en que no se lo advierta». 
- «¿O será uno de esos seres solitarios y a la vez temerosos que sólo resisten la soledad con la ayuda de ese gran enemigo de los fantasmas, reales o imaginarios, que es la luz?».
- «Cada mañana, miles de personas reanudan la búsqueda inútil y desesperada de un trabajo. Son los excluidos, una categoría nueva que nos habla tanto de la explosión demográfica como de la incapacidad de esta economía para la que lo único que no cuenta es lo humano». 
«Todo hace pensar que la Tierra va en camino de transformarse en un desierto superpoblado... Este paisaje fúnebre y desafortunado es obra de esa clase de gente que se habrá reído de los pobres diablos que desde hace tantos años lo veníamos advirtiendo, aduciendo que eran fábulas típicas de escritores, de poetas fantasiosos». 
«Si nos cruzamos de brazos seremos cómplices de un sistema que ha legitimado la muerte silenciosa». 

jueves, 14 de abril de 2011

La rosa rota de tacto, y su origen.

No la toques más, que así es la rosa, escribió JRJ, quien luego abrevió: así es la rosa en su sin fin obra en obra. Seguía enredando la rosa del Dante el lujoso vorticista Ezra Pound con su rosa es una rosa es una rosa, cuando esa flor, que no es la azul de los románticos, crece en tierras ignoradas / no tiene aroma, ni forma, ni color, como quería Manuel Machado, sino nombre, según Eco y otros ecos, ecos, ecos. Quiero decir que al muy orna-mental y parnasiano nobel Sully-Prudhomme le decían, en broma, (era un frío ingeniero de metal eiffel que se dio a la lírica) que de tan delicado y fino no había que tocarlo, que se rompía, que se quebraba, como si le hubiera caído encima una lluvia de nitrógeno líquido de esas que hay en Titán. Qué otoño de las rosas, que inmortalidad de rosa llorando bajo la lluvia. Pensando en esas cosas pensó JRJ en él (lo cual se le daba muy bien al hombre isla, incluso en Puerto Rico, donde lo fue dos veces)  porque, aunque luego le dio por la lírica de las ingles o inglesa, antes estuvo comido de mal francés, antes, o sea, de su strip-tease con braguitas de inocencia y demás encajes, puesto que ya dijo liliumque non tactum el bueno de Marcial, V, 37, en su epigrama a una niña muerta, que ya es morir, como escribió Poe.

puella senibus dulcior mihi cycnis,
agna Galaesi mollior Phalantini,
concha Lucrini delicatior stagni,
cui nec lapillos praeferas Erythraeos
nec modo politum pecudis Indicae dentem
niuesque primas liliumque non tactum,
quae crine uicit Baetici gregis uellus
Rhenique nodos aureamque nitellam,
fragrauit ore quod rosarium Paesti,
quod Atticarum prima mella cerarum,
quod sucinorum rapta de manu glaeba,
cui comparatus indecens erat pauo,
inamabilis sciurus et frequens phoenix.

Niña a mí más dulce que la más blanda oveja del Galeso falantino, que la más delicada concha del pantano Lucrino y a quien no antepondrías ni las piedras eritreas, ni el recién pulido diente del animal índico, ni las nieves primeras ni el lirio intocado, ni la que venció con su pelo al vellón del rebaño bético y a las trenzas del Rin y a la áurea comadreja y perfumó con su boca lo que el rosal de Pestum o las primeras mieles de las ceras áticas o lo que un pedazo de ámbar arrebatado de la mano; a ella comparado era indecente el pavo real, indeseable la ardilla y frecuente el Fénix.


jueves, 7 de abril de 2011

David Foster Wallace, que en paz descanse

Siempre que leo alguna crítica de la obra de David Foster Wallace me quedo con una insufrible gana de leerlo. Es uno de los pecados que más lamento, no haberlo hecho. Lo hice cuando leí una crítica de su Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer, y ahora que ha salido ´póstuma su última novela, El rey pálido. El pitorreo como supremo valor literario. Y un autor que habla con la sensibilidad, instrucción y sufrimiento de nuestro tiempo. Y, por si fuera poco, es de mi generación, nació el mismo año que yo. 

miércoles, 26 de enero de 2011

La lírica pírrica de Manolito

Manolito Juliano, horror de las Musas, infatigable, fecundo y facundo derramador de tinta ególatra, ha infamado nuevamente el buen gusto con tres atentados simultáneos contra la maltrecha literatura manchega que amenaza con divulgar en papel no higiénico a su coro de amiguetes interesados en sufrirlo, volumen próximo al de su presencia, que intenta hacerse espacio numeroso en el cerrado y explosivo cotillo hermanos Marx de eso que se pretendió lírica vecinal/bocinal/rocinal/orinal. El delito, que se supone literario y aun osa llamarse cultural, será pregonado, lo ha sido ya, a los cuatro vientos de la rosa a través de sus adosados compañeros de pelaje periodístico. Acudan las moscas a tropel, que no las melíficas abejas del Himeto, porque es de suponer más de lo mismo: pelusas de ombligo íntimo, aburrimiento de garrafón y las tres dimensiones cartesianas de un recital largo, grueso, pesado. Los afectados de insomnio pertinaz podrán acudir también a esta garantizada cura, mas no los amigos de las tapas, reservadas, como siempre, a una cohorte de bien avisados lameculos con la boca abrida... para comer que sean capaces de resistir sus largas parrafadas de tedio sin bostezo. He aquí alguien que puede envanecerse justamente en vano de ser vanidoso, aunque los impresores agradezcan como siempre que les dé... tanto trabajo, por más que no haya uno tan ímprobo, fatigoso y denodado como leer a un Monolito como Manolito.

lunes, 3 de enero de 2011

Un Robert Frost cualquiera

Empiezo este texto sin nada que escriturar ni que ponerme, sin ningún propósito planeado o preconcebido. Eso es algo bastante inédito en los ágrafos: para ellos, en general, la redacción es algo paralizante que les supone un muro chino o berlinés o un demasiado respeto. No la utilizan como un espejito más o menos deformante que ni comienza ni acaba y que uno puede agitar para ver platear sus facciones como en un mar de mercurio. Y es que para los que llevamos maltratando y apalizando la lengua con regularidad la mayor parte de nuestra vida, la lengua es algo a lo que hay que retorcerle el cuello, retirarle todo su engañoso plumaje de gallina volátil y oírla chillar, esto es, tratarla sin ningún respeto, porque, si no, ella no te respeta a ti. Sin embargo, cuando se lo dices a ellos, te miran sin entenderte; se ve que quieren ponerse la escritura como si fuera un modelito o una máscara, enseñarla a los demás o presumir de ella, no contemplarse las arrugas en ella y a través de ella. Y no lo entienden quizá porque no lo viven. La literatura para ellos es algo rígido y muerto, con su ortografía y su gramática de pavo cocido y navideño, no algo vivo y cacareante y de corral, pelar la pava, o sea, como hacía Francisco Umbral.

Los textos que comienzo sin propósito empiezan huyendo de algo, por lo general una tarea que necesito hacer pero no quiero. El arte tiene que ser algo así: una huida de la necesidad. La voluntad en mí procede de esa manera, en forma nada pragmática: da rodeos cada vez menores, abarca y se va ajustando como un traje a su dueño, dando cada vez menos de sí; no es algo dirigido y recto como una flecha. Es más bien una trampa o lazada. Es el modo de pensar de Montaigne, siempre dando vueltas y más vueltas, incapaz de llevarse por una emoción, calculando, mirando alrededor y procediendo en espiral, profundizando en caracol siguiendo la proporción áurea, el número de Fibonacci, hasta llegar muy cerca del dentro (y a veces, de la ebriedad del mareo). Yo creía que era emocional, y parte de mí lo es o era, pero por lo general soy frío como un pez desescamado y la emoción no logra dar la vuelta a ninguna de mis tortillas, no logra convertirse en acción, como hubieran deseado un Shakespeare/Goethe. Y, sin embargo, lo único que me pone en pie es la emoción.

Empiezo a escribir a veces porque siento una presión; algo se cuece en alguna oscura cocina interior de mi conciencia y de repente atufa el humo y hay que abrir la ventana. Entonces sale, y resulta que lo que sale está aliñado y cocinado con quién sabe qué hierbas secretas, salidas de no sé dónde. Algo parecido decía Juan Ramón Jiménez, en los principios de poética que pospuso a su segunda, o tercera, no me acuerdo, Antología poética. Lo creado de una vez no significa que no haya sido sometido a depuración o selección por la conciencia, lo apuntado, lo neto, lo sintético, lo justo, lo puro, que decía él. Pero es que él era hombre de jardines, no de bosques vírgenes, como ese Antonio Machado paseante que tanto avaloran. El jardín es íntimo, una mezcla de razón y naturaleza acogida tras unas celosías o vallas de papel verjurado; el bosque virgen es sólo naturaleza, y el individuo va por él excerrado en su solipsismo lo mismo que un Robert Frost cualquiera. Y el camino no elegido de este escrito es el de un Robert Frost cualquiera.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Johnny cogió su fusil

Dio la nada casual casualidad de que ponían en la tele Johnny cogió su fusil, de una víctima del macarthysmo como Dalton Trumbo. Leí la novela en una edición barata de Bruguera en mi más temprana mocedad (las ediciones de Bruguera, baratas y tan deplorables que la tinta podía correrse con el dedo, facilitaron sin embargo el acceso a la cultura de algunos menesterosos como yo); por entonces, apenas la entendí a causa de mi escasa edad y me pareció en exceso sórdida y deprimente; ahora sí la entiendo, y me parece ya sólo trágica; Johnny (al que se llama Joe en la película) es uno de los símbolos literarios que pueden representar el siglo XX, toda su brutalidad, toda su humanidad y todo su nihilismo; creo que cuando leí Los idus de marzo de Thornton Wilder pensé que, en cierto modo, el cercenado héroe de guerra al que César escribía regularmente recreaba ese personaje. Mi hija mayor, que quiere ser enfermera, estaba estudiando a mi lado y, como es lógico suponer, hizo las reflexiones naturales al caso, porque de enfermo y de enfermeras (y de filosofía pura y dura) va esta durísima película pacifista, de las más desagradables de ver para un adolescente. Una película, además, con una mala leche impresionante, en la que se dejan las ironías para los imbéciles, porque habla en serio y de verdad. Y se reconoce que es verdad por lo incómoda que resulta, por las ganas que dan de no seguir viéndola. Con el libro me pasaba algo parecido: me daban ganas de soltarlo continuamente, pero, como hipnotizado, seguía leyéndolo. Para muestra basta un botón: las conversaciones de Joe/Johnny con esa especie de símbolo/Jesucristo que hace las veces de su esperanza. El hecho de que un joven sea reducido, por la más cruel de las fuerzas, a una cabeza pensante de filósofo, es algo muy parecido a lo que le pasó a nuestro famoso Ramón Sampedro. Y la conclusiones sobre la vida, la existencia de Dios y la esperanza son tan desoladoras para Johnny/Joe como para Ramón.

domingo, 16 de mayo de 2010

Apotegmas de Cervantes

Se acaba de publicar en Wikisource, una biblioteca virtual en la que hace tiempo colaboré introduciendo algunas cosas de Quevedo, Leopardi y otros, un libro interesante para los manchegófilos, el Manual alfabético del Quijote o Colección de pensamientos de Cervantes en su inmortal obra de Mariano de Rementería y Fica (1838). Ahí se encuentran, ordenados por temas, algunos de los textos más memorables de Cervantes. Adolece de los defectos de este tipo de obras, por ejemplo, el pensar que Cervantes no escribió más que una sola obra -casi nadie se ha leído el Persiles, las benditas Novelas ejemplares o su Teatro, por no decir ya el Viaje del Parnaso o la Galatea-, no se incluye el lugar de las citas ni tampoco se indican a veces las fuentes reelaboradas por el alcalaíno, a veces evidentes, pero ha tenido buen tino en la selección, que permite hacerse una idea sobre la vida, la filosofía y la cosmovisión sin duda liberal del autor, sin tenerlo que mirar con los puntos de vista sin duda sugerentes y acertados, pero no completos, del manchego Francisco Navarro Ledesma o de Edward Riley, por mencionar algunos entre los más valiosos (si no menciono el de Ortega es porque deriva del de Navarro Ledesma). Quien quiera conocer mi opinión al respecto puede leerse la sección pertinente del artículo de la Wikipedia sobre el Quijote, cuyo 95 % ha redactado el arriba firmante.

viernes, 30 de abril de 2010

La muerte de un viajante

Me contaban que en una empresa de construcción la crisis ha obligado a cerrar una sucursal en Ciudad Real; la empresa es de un matrimonio, y en la sucursal están empleados dos familiares del matrimonio que con eso se han quedado en la calle. Quien conozca al matrimonio, sabrá que son buena gente y de verdad; como es lógico, los parientes enchufados les soltaron sapos y culebras; el matrimonio se justificó diciendo: "No entendéis que, para que exista negocio, hace falta negocio, o siquiera lo mínimo para mantenerlo sin pérdidas". Culpaban a los bancos que administran el resuello de muchas empresas en las últimas. Pensé que una de las grandes tragedias del siglo XX, una de esas obras que no envejecen, que son clásicas, que deberían leer los jovenes ahora porque ellos están allí, era, es ahora también y será mañana esa, la de Willy Loman en La muerte de un viajante, de Arthur Miller, dilema también de no pocas tragedias de Buero Vallejo. ¿Merece la pena triunfar/fracasar a costa de transformarse en un superhombre no humano, sacrificando la dignidad, aquello que no se puede vender/comprar? Algunos lo llaman sueño/modorra americano, en América, donde lo gratuito no se considera absurdo, sino blasfemo; yo lo llamo sin imaginación capitalismo. ¿Estaríamos dispuestos a soportar la alienación, a vivir todos en capitalismo salvaje, a nadar continuamente como el tiburón o asfixiarnos? ¿A matar a nuestros propios hijos para sobrevivir como ocurre en Los timadores, de Frears/Jim Thompson? Mucha gente diría que sería salvaje hasta cierto punto, porque hay cosas que ni siquiera el más salvaje se atrevería a hacer, y, además, ¿cómo hacerlas, y vivir/morir con ello? Pero la madre de Los timadores lo hace. Mucho nadar cansa, ahoga y mata al que es humano, pero no al tiburón: la madre de Los timadores salva la vida a su hijo, le da útiles consejos, pero cuando se ve obligada, lo mata y le quita el dinero, para sobrevivir.

miércoles, 21 de abril de 2010

El mester de tontería

El tan admirable como simpático y cultivado José Emilio Pacheco ha dicho una cosa que nos pasa a muchos escritores:

"Carezco totalmente de la capacidad de hablar, necesito ver qué estoy pensando para saber cómo continúo. Por eso recuerdo cuando Sartre se quedó ciego y dijo: yo dejo de escribir en este momento”

También nuestro tan manchego como universal Ángel Crespo escribió algo parecido (no recuerdo dónde, y tampoco voy a ir a buscarlo). A mí me pasa, aunque, desde luego, no pretendo compararme con tan ilustres personajes: a veces creo que no puedo pensar sin escribir ni escribir sin pensar. La nube sólo se puede concretar si llueve y la forma que adopte el hielo que venga después da igual: siempre será una isla, un iceberg que sólo enseña la décima parte de su ser, un émbolo errante entre el cielo y la tierra. El escribir te da un ritmo, un rigor, un mecanismo, aunque sólo sea el de sacar y enredar el hilo del verso del capullo que uno es, y te metamorfosea -te cambia, diría- en una mariposa/gusano con la dignidad que da el lenguaje a lo vulgar, si queremos glosar al aéreo y deleble Novalis. A Crespo le obsesionaban las metamorfosis y veía en la lírica el misterio esencial y el mito, que reducía al Hermes de los ponientes de su infancia. Alguna vez definí, vanamente, el propósito de mi lírica: "Escribo para ver si es verdad". Es un asombro (epifanía o antifanía = antifonía) que dura poco, y desde luego no un strip-tease juanramoniano; respecto a la sacralización que provoca esa escritura posteriormente, al poeta no le interesan esas petrificaciones o empedernimientos, sino la vida perdida que constituyen como evocaciones: elegía, en fin.

La timidez de no hablar, que te aísla, te hace escribir. Esa timidez la provocan muchas cosas: el asombro y el dolor son las que más, pero también la percepción de fuentes extrañas y de una voz que no usa palabras. En cuanto al Einfühlung o simpatetismo de esta escritura o canto, nadie lo escribió mejor que Lorca en su conferencia "Teoría y juego del duende".

martes, 13 de abril de 2010

Correos y Quevedo

Como no tengo que desplazarme sino unos pasos (está cerca de mi casa), fui a recoger un paquete a Correos. Como siempre, era un libro: Francisco de Quevedo, Poesía inédita. Atribuciones del manuscrito de Évora. Edición de María Hernández, Barcelona: Libros del Silencio, 2010; las atribuciones siempre serán discutibles (la del poema 17, por ejemplo, me rechina especialmente; en algunos otros poemas además se deja ver Villamediana, como el 23), pero las más están bien atinadas, e incluso a algunas puedo aportar algún detalle en confirmación, como la reminiscencia de Aldana, poeta muy admirado, editado y algunas veces imitado por Quevedo, que puede hallarse en el verso décimo del soneto undécimo; por demás no cabe negar el buen gusto de esta compilación y de su autora: todos estos poemas valen mucho, y algunos, incluso muchísimo, sobre todo los versos cortos, algunos un auténtico ejercicio de virtuosismo conceptista, como el 14. Están pulcramente editados; yo habría sido más pedante. Sí, Quevedo era un Mongibelo, a más de un Orfeo que saca el alma "del infierno de la pena". Deslumbra el ingenio: "Es de linaje de duende / que ni se ve ni se entiende", como diría yo de algunos profesores. A algún verso le falta una sílaba, como al 4.º del soneto 20, y al profano le sorprenderá saber que Quevedo hablaba y escribía el catalán y lo mucho que debía a Góngora, quien lo tuvo en su juventud como un mal imitador suyo.

La cartera que me atendió no era mi antigua alumna: había un viejo precavido y desconfiado. Al salir me encuentro con Pedro Isado; me ha alegrado verlo; me habla de la presentación del libro del instituto, que dice será para mayo; yo le he dicho que no sé si saldrá mi artículo, porque era demasiado largo y que, en todo caso, me da igual. No son problemas para publicar los que tengo, sino que tienen que ver con tener tiempo y ganas de escribir. Pedro Isado es un ejemplo a seguir y a imitar de profesor: alguien entregado en cuerpo y alma a la enseñanza, a la lengua y a la literatura.

viernes, 9 de abril de 2010

Poetas de Consuegra

Javier Lumbreras, a quien tengo que escribir uno de estos días porque lo tengo muy abandonado, estará contento de saber que en su lugar, Consuegra, nació una figura tan importante como desconocida de la literatura decimonónica. He dedicado un día entero a reunir datos sobre Alfonso García Tejero, el gran poeta demócrata manchego del XIX junto con Félix Mejía. Ya tengo el fundamento y las notas para poder escribir algo de él y construir su biografía. Es de Consuegra y muy manchego; incluso su padre, que fue un liberal represaliado en 1824, estuvo destinado en Villanueva de los Infantes. En el famoso retrato colectivo de Esquivel, donde se acogen todos los miembros del Romanticismo, ni siquiera aparece, aunque sí tienen presencia en él poetas manchegos de menor calibre, como González Elipe, o aproximadamente igual, como Mariano Roca de Togores, marqués de Molíns; sus ideas eran demasiado extremas para sus contemporáneos y era tan honrado e independiente que no se casaba con nadie. Por eso no obtuvo ningún cargo público antes de 1868, ni medró después, aunque bien podía. Me he gastado casi cien euros en comprar el libro más barato que he podido conseguir de él en las librerías de viejo de la Internet, El pilluelo de Madrid. En el periodismo fue todo un muckraker, como el propio Mejía o, en Francia, Louis Marie Fontan. Como poeta, es de inspiración popular y social, muy fuerte y lírico, porque le duele de verdad lo que cuenta. Su obra dramática, histórica y narrativa la tengo menos ojeada y hojeada. Hasta el momento he conseguido censar dos biografías escritas del autor; por mi cuenta he conseguido otros datos, como por ejemplo el nombre de su mujer, Micaela Entillac, quizá hermana del farmacéutico del mismo apellido.