Este caligrama anónimo sobre el vino lo he visto en El Siglo Ilustrado núm. 43 (8-III-1868), p. 2:
Don del cielo,
dulce vino
purpurino,
mi consuelo:
tú, que calmas mis dolores,
yo te imploro,
te venero
y considero;
yo te adoro.
Mis pesares
y quebrantos,
y mis llantos
como mares,
tú, tierno, mitigas;
tus dulces vapores
templan mis dolores
y a olvidar me obligas.
Bendito sea Noé que tal herencia
generoso dejó al género humano.
¡Oh, sí! Bendita sea la uva que en su mano
dulce licor vertió de [tan] dulce esencia.
Por ti, [oh] licor divino, me veo trasportado
a aquel mágico edén, mansión dulce de amor,
que el profeta Mahoma, un día, entusiasmado,
prometió al islamita de su ley guardador.
Y allí lindas huríes, ya rubias, ya morenas,
meciendo mi existencia entre tiernos halagos,
me besan y sonríen y menudean los tragos,
y en dulce desvarío aléjanse mis penas.
¡Hurra! ¡Que viva el vino! ¡Que vivan las botellas
y el ruido y el estrépito y las mujeres bellas!
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