En los montes toledanos
y en Sierra Morena hicieron
mil escuadras de ladrones
los Golfines bandoleros:
asolaban los ganados,
mataban los pasajeros,
destruían las colmenas
y saqueaban los pueblos;
forzaban a las mujeres
como tiranos soberbios
y, viendo que no podia
poner al daño remedio
nuestro rey, los ciudadanos,
colmeneros y hombres buenos
levantaron una escuadra
de mil robustos mancebos
y, por guardar nuestra hacienda,
repartiendo en cinco puestos
por escuadras nuestra gente,
llevé a mi cargo doscientos,
fuimos corriendo los Montes
y, en lo más áspero dellos,
hallábamos los ladrones
grande resistencia haciendo.
Aquí se prendían veinte,
allí treinta, acullá ciento
y, sin pasar adelante,
se hacía justicia dellos,
que, en los árboles colgados
para mayor escarmiento,
por blanco de nuestras flechas
asaetados se vieron.
Con este mismo castigo
murieron mil y quinientos;
limpiamos toda la tierra
y los Montes de Toledo;
hermandados a este fin
los hermanos colmeneros,
propusimos ser hermanos
y, porque tuviese efecto
nuestra hermandad levantada,
fuimos al Rey, que, sabiendo
la causa de esta justicia,
la Hermandad confirmó luego
dándonos para seguro
aqueste Real privilegio,
cuyas libertades justas
confirmó su mismo sello
para su mayor abono;
y, pues es santo el intento
y tú lo eres, confirma
de la Hermandad el derecho.
Al final del segundo acto, como bien señala MenPel, viene un texto magistral en que la serenidad de una serranilla termina cortada por un vívido rayo trágico al más puro estilo romancesco:
Soy una humilde serrana
que por estos montes ando,
donde, las fieras cazando,
busco la más inhumana.
En esta sierra presente
tengo una pequeña choza,
y allí mi vida se goza
apartada de la gente.
En lo alto de su cumbre
está mi choza pajiza,
a cuya corona enriza
del sol la primera lumbre.
-Que sois ángel yo recelo,
que en vuestra luz lo mostráis
y es cierto, pues habitáis
tan cerca del sol del cielo.
Si yo mereciera ser
huésped de aquesa posada,
¿qué fortuna más preciada
se pudiera pretender?
-Vuestro trato cortesano
me ha obligado, caballero,
y así mi posada quiero
daros, pues en ello gano.
No os faltará allí el conejo,
la perdiz, ni la paloma
pues, antes que el sol asoma,
sin caza ese monte dejo.
-¡Dichoso el que mereció
vuestro favor, gloria mía!
-Esto me dijo algún día
el traidor que me engañó.
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