El tan admirable como simpático y cultivado José Emilio Pacheco ha dicho una cosa que nos pasa a muchos escritores:
"Carezco totalmente de la capacidad de hablar, necesito ver qué estoy pensando para saber cómo continúo. Por eso recuerdo cuando Sartre se quedó ciego y dijo: yo dejo de escribir en este momento”
También nuestro tan manchego como universal Ángel Crespo escribió algo parecido (no recuerdo dónde, y tampoco voy a ir a buscarlo). A mí me pasa, aunque, desde luego, no pretendo compararme con tan ilustres personajes: a veces creo que no puedo pensar sin escribir ni escribir sin pensar. La nube sólo se puede concretar si llueve y la forma que adopte el hielo que venga después da igual: siempre será una isla, un iceberg que sólo enseña la décima parte de su ser, un émbolo errante entre el cielo y la tierra. El escribir te da un ritmo, un rigor, un mecanismo, aunque sólo sea el de sacar y enredar el hilo del verso del capullo que uno es, y te metamorfosea -te cambia, diría- en una mariposa/gusano con la dignidad que da el lenguaje a lo vulgar, si queremos glosar al aéreo y deleble Novalis. A Crespo le obsesionaban las metamorfosis y veía en la lírica el misterio esencial y el mito, que reducía al Hermes de los ponientes de su infancia. Alguna vez definí, vanamente, el propósito de mi lírica: "Escribo para ver si es verdad". Es un asombro (epifanía o antifanía = antifonía) que dura poco, y desde luego no un strip-tease juanramoniano; respecto a la sacralización que provoca esa escritura posteriormente, al poeta no le interesan esas petrificaciones o empedernimientos, sino la vida perdida que constituyen como evocaciones: elegía, en fin.
La timidez de no hablar, que te aísla, te hace escribir. Esa timidez la provocan muchas cosas: el asombro y el dolor son las que más, pero también la percepción de fuentes extrañas y de una voz que no usa palabras. En cuanto al Einfühlung o simpatetismo de esta escritura o canto, nadie lo escribió mejor que Lorca en su conferencia "Teoría y juego del duende".
"Carezco totalmente de la capacidad de hablar, necesito ver qué estoy pensando para saber cómo continúo. Por eso recuerdo cuando Sartre se quedó ciego y dijo: yo dejo de escribir en este momento”
También nuestro tan manchego como universal Ángel Crespo escribió algo parecido (no recuerdo dónde, y tampoco voy a ir a buscarlo). A mí me pasa, aunque, desde luego, no pretendo compararme con tan ilustres personajes: a veces creo que no puedo pensar sin escribir ni escribir sin pensar. La nube sólo se puede concretar si llueve y la forma que adopte el hielo que venga después da igual: siempre será una isla, un iceberg que sólo enseña la décima parte de su ser, un émbolo errante entre el cielo y la tierra. El escribir te da un ritmo, un rigor, un mecanismo, aunque sólo sea el de sacar y enredar el hilo del verso del capullo que uno es, y te metamorfosea -te cambia, diría- en una mariposa/gusano con la dignidad que da el lenguaje a lo vulgar, si queremos glosar al aéreo y deleble Novalis. A Crespo le obsesionaban las metamorfosis y veía en la lírica el misterio esencial y el mito, que reducía al Hermes de los ponientes de su infancia. Alguna vez definí, vanamente, el propósito de mi lírica: "Escribo para ver si es verdad". Es un asombro (epifanía o antifanía = antifonía) que dura poco, y desde luego no un strip-tease juanramoniano; respecto a la sacralización que provoca esa escritura posteriormente, al poeta no le interesan esas petrificaciones o empedernimientos, sino la vida perdida que constituyen como evocaciones: elegía, en fin.
La timidez de no hablar, que te aísla, te hace escribir. Esa timidez la provocan muchas cosas: el asombro y el dolor son las que más, pero también la percepción de fuentes extrañas y de una voz que no usa palabras. En cuanto al Einfühlung o simpatetismo de esta escritura o canto, nadie lo escribió mejor que Lorca en su conferencia "Teoría y juego del duende".
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