viernes, 30 de abril de 2010

La muerte de un viajante

Me contaban que en una empresa de construcción la crisis ha obligado a cerrar una sucursal en Ciudad Real; la empresa es de un matrimonio, y en la sucursal están empleados dos familiares del matrimonio que con eso se han quedado en la calle. Quien conozca al matrimonio, sabrá que son buena gente y de verdad; como es lógico, los parientes enchufados les soltaron sapos y culebras; el matrimonio se justificó diciendo: "No entendéis que, para que exista negocio, hace falta negocio, o siquiera lo mínimo para mantenerlo sin pérdidas". Culpaban a los bancos que administran el resuello de muchas empresas en las últimas. Pensé que una de las grandes tragedias del siglo XX, una de esas obras que no envejecen, que son clásicas, que deberían leer los jovenes ahora porque ellos están allí, era, es ahora también y será mañana esa, la de Willy Loman en La muerte de un viajante, de Arthur Miller, dilema también de no pocas tragedias de Buero Vallejo. ¿Merece la pena triunfar/fracasar a costa de transformarse en un superhombre no humano, sacrificando la dignidad, aquello que no se puede vender/comprar? Algunos lo llaman sueño/modorra americano, en América, donde lo gratuito no se considera absurdo, sino blasfemo; yo lo llamo sin imaginación capitalismo. ¿Estaríamos dispuestos a soportar la alienación, a vivir todos en capitalismo salvaje, a nadar continuamente como el tiburón o asfixiarnos? ¿A matar a nuestros propios hijos para sobrevivir como ocurre en Los timadores, de Frears/Jim Thompson? Mucha gente diría que sería salvaje hasta cierto punto, porque hay cosas que ni siquiera el más salvaje se atrevería a hacer, y, además, ¿cómo hacerlas, y vivir/morir con ello? Pero la madre de Los timadores lo hace. Mucho nadar cansa, ahoga y mata al que es humano, pero no al tiburón: la madre de Los timadores salva la vida a su hijo, le da útiles consejos, pero cuando se ve obligada, lo mata y le quita el dinero, para sobrevivir.

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