sábado, 18 de junio de 2011

Lindezas del despotismo

Ese es el título de una obra de Fernando Garrido, uno de los socialistas utópicos más importantes del siglo XIX que se movió mucho y escribió no poco, entre otras cosas, creo recordar, una denuncia muy dura de los Jesuitas, cuya Monita secreta publicó. He leído la obra en la Biblioteca Virtual Saavedra Fajardo, escrita en una prosa limpia e irónica; es una recolección de artículos: sobre la invención de la casaca; una conversación entre Voltaire y Federico de Prusia sobre el ajetreado despertar del rey de Francia; una denuncia de la tacañería de su padre y su afición a secuestrar mozos corpulentos para su ejército; un ejemplo de cómo su despotismo caía sobre cualquiera por la menor ridiculez, otro de las llamadas órdenes reservadas, etcétera, etcétera, etcétera. Era entretenido y gracioso de leer. 


Voy a poner aquí desde ahora lo que vaya leyendo y escribiendo, pues luego lo olvido tan pronto como lo veo y lo escribo y casi nunca lo consigno en estos renglones digitales, que parece van dejando de ser diario. Compré por correo electrónico -no me interesa casi nada de lo que se publica hoy- una Síntesis de la literatura española de un doctor en historia llamado Luis Gregorio Mazorriaga, impreso en Barcelona en 1949; lo poco que he podido averiguar de este hombre desconocido es que era socio del Círculo de defensores de los derechos del hombre, autor de otra Síntesis de la literatura extranjera y de una biografía de Francisco Pizarro, tal vez masón, y seguramente hermano de otro Mazorriaga (no Emeterio Mazoriaga, el editor del Caballero del Cisne que va incluso en el manuscrito de La gran conquista de Ultramar, y de quien tan mal habla el monárquico y conspirador Pedro Sainz Rodríguez, que fue alumno suyo, en sus memorias, quizá porque no le puso la nota que él creía que merecía). Es hombre de buen juicio, que se ha leído al divertidísimo Menéndez Pelayo y a Méndez Bejaranosabe muy bien ir al corazón de los asuntos. Se echan de menos los textos, ya que toda buena historia de la literatura es también una antología de pasajes significativos, pero se nota que ha leído muchas de las obras que comenta, por más que ya desde el título esboce que es mera síntesis. Veo que el conquense de El Mundo copia un epigrama de V. Maiakovski:


Si se da a Dios lo que es de Dios
y al César lo que es del César,
a mí ¿qué me queda?


Creo que un lugar muy calentito, por supuesto; no se merecía, habida cuenta de lo bien que escribía epigramas como estos, esa bala en la cabeza que se regaló.


He estado tomando café en el cada vez más siniestro Guridi y luego té en La Dolores. En el Guridi había unas putas o asimilables confraternizando con unos sinvergüenzas. En La Dolores el ambiente era menos basto; estaba un ciego perro a los pies, unos caballeros encorbatados, familiones y jovenetos; en la pantalla daban saltos unas jugadoras chinas de voley-playa que le estaban dando su tortura a unas americanas con coleta, asaz bronceadas todas. Uno, que tiene la libido bajo control y que incluso se cortaría el instrumento con gusto para que no le diera la lata, lo único que hizo, fuera de echar alguna ojeada al estirado tipo de las asiáticas, fue leer un articulito del Lanza donde decía que habían encontrado entre unas cartas del archivo del Conde de Gondomar, creo decía, dos condones de tripa de cerdo fechables, por el paquete en que estaban, entre 1815 y 1830, arqueológica curiosidad que no debe sorprender, pues esos artefactos ya se usaban en Egipto hace cinco mil años, y estaban de moda en Francia desde que el doctor Condom los prescribió.


Otro libro que he leído es el Testimonio y recuerdos de Pedro Sainz Rodríguez, el amigo de Paquito Franco, el popular genocida español que aparecía en los sellos y pesetas de mi infancia por la gracia de Dios, que maldita la gracia que podría tener. El hombre es pudoroso y pasa de puntillas sobre la etapa en que fue ministro de educación y, aunque no oculta su activo papel como uno de los fundadores del Bloque Nacional en la orquestación del golpe de estado de militares, curas y banqueros (Juan March) contra el pueblo en que consistió esa gran tropelía llamada Guerra Civil, olvida mencionar, por supuesto interesadamente, que una orden suya depuró a varias generaciones de maestros y profesores republicanos, aunque he encontrado un pasajito en su librito en que parece evoca el hecho y se muestra muy atribulado y humano, el pobrecín (Testimonio y recuerdos, Barcelona: Planeta, 1978, p. 335). Salta a propósito de describir la actitud de Franco firmando penas de muerte mientras desayunaba soconuscos con chocolate (de ahí tomó Umbral el comienzo de su Leyenda del César visionario) con una cachaza que llama "profesional" a causa de su oficio militar; entonces se compara con el enanito matarife o jifero y escribe: 


"Yo, cuando he tenido que sancionar a un funcionario por cualquier motivo, me he pasado la noche preocupado, pensando en el perjuicio que podía causarle".


Y se lo causaba, claro está y está claro, si no anda turbio. Eso era una guerra, y las guerras, como las perras, autorizan cualquier barrabasada, ya que en ellas el derecho queda suspendido, lo que él debía saber, pues lo estudió, se licenció en él y no lo aplicó; tras las guerras civiles nunca hay paz, sino victoria, que es peor, como bien escribió una de sus fulminadas víctimas, el anarquista F. F. Gómez. La hipocresía es más educada, cuando tienen que ahorcarte, que la adusta sinceridad del enano señor de culo blanco e inmaculado. Eso es lo que llamaba en un post anterior la banalidad del mal. Ejecutar, pero con bollos de chocolate; dejarte sin posibilidad de trabajar para ganarte la vida, pero con mucha preocupación y una noche de insomnio. Serrat escribió una canción irónica sobre eso, en el fondo un rap, como todo lo suyo. Cuando leí el libro de Sainz le di otra mano al artículo biográfico de la Wikipedia sobre ese hombre, de quien también me intrigó la identidad de la puta que se lio con Alfonso XIII, el general Sanjurjo y el propio Sainz Rodríguez, estudioso de la mística y putañero de costumbres, por demás como otro filólogo hispánico, don Dámaso Alonso Fernández de las Redondas, muy salido y deseoso de probar putas andaluzas, según contaba en sus memorias Castilla del Pino cuando lo recibió en Córdoba. Sainz era un gran escritor y un erudito formidable que llegó a acumular una biblioteca de veinte mil volúmenes, pero se prodigó poco entregado a sus conspiraciones y monarcagadas. Menda, que usó sus trabajos sobre Bartolomé Gallardo en su tesis sobre su amigo y correligionario comunero Félix Mejía, echa de menos sus perdidos estudios sobre el ilustrado Andrés Marcos Burriel, que desaparecieron entre llamas y bombas y habría necesitado para escribir algo de lo que tengo que escribir, pero al leer su semblanza de Francisco Franco no puedo por menos que admirarlo como historiador y como escritor, aunque se le vea algo el plumero polvoroso y la tinta calamarera, como he mencionado, en lo tocador a su coleto. Creo que esas páginas han dibujado mejor que ningunas otras el perfil de ese mediocre soldadito de plomo. ¿Puede creerse que rata de biblioteca tamaña, educada como alumno libre en su casa -hoy no sería posible, por las grotescas y goyescas leyes que hay-, se entretenía de jovencito yendo a ver oposiciones para prepararse cuando le tocara a él? Las semblanzas que hace este despabilado de la universidad española y de algunos de los personajes de entonces, como su pillo amigo Romanones, hombre sin duda de muy mejor catadura, no tienen precio. Incluso deja ver su admiración por la honestidad de Besteiro, siendo él, como era, un deshonesto profesional, como sólo puede serlo un conspirador. Me lo guardaré en alguno de los infundíbulos del hipotálamo.

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