Yo leía un libro el día en que ocurrió algo terrible a mi familia. Con el tiempo tiraron los papeles, unos papeles que ni siqiuiera hoy sabría si querer ver, pues nunca me planteé siquiera la cuestión, que ahora, tampoco, soy capaz de resolver, aunque ya no pueda hacerse nada. Ese libro era El topo, en lengua original Tinker, tailor, soldier... spy, de John LeCarré. Me dirán que qué hacía un chico de diecisiete años leyendo cosas como esas. Yo siempre he leído cosas muy raras, a qué negarlo; quizá porque nadie me dijo nunca qué debía leer; si hubiera tenido cincuenta o sesenta años hubiera tenido más sentido; esos son los actores-lectores legítimos para LeCarré. Por entonces lo entendía a medias; notaba que algo se me perdía. Años más tarde lo releí y ya tenía caja de resonancia para esos fondos.
Entonces recordaba que allí se hablaba de un baúl que heredó alguien que nunca quiso abrirlo, porque con el tiempo y por las malas había aprendido que algunas cosas están mejor guardadas que a la vista. Alguien tan psicópata y curioso como era yo de adulteciente no entendía entonces tan peregrino razonamiento: yo habría roto y despanzurrado cualquier juguete, cuanto más revuelto cualquier baúl. El personaje del chico vigilante, ese observador inicial que sigue a todas partes al profesor misterioso, que al final averiguaremos es el espía quemado, tiene algo de Jim en la posada del Almirante Benbow, siguiendo a todas partes los pasos vacilantes y beodos del Capitán y antes de abrir el cofre del muerto; pero a la novela de Lecarré le falta alegría y la ventolera barojiana de Stevenson. Es una novela que da grima, con interiores oscuros y fríos, aún mucho más sombría para mí que la lei en esas desoladoras circunstancias, que trae aparejadas a mi memoria. La elíptica serie de televisión que hizo la BBC con Alec Guiness en el papel del cornudo Smiley era memorable, no ya por su guion, interpretación y ambientación, ni siquiera por la música de Geoffrey Burgon, sobre todo ese angélico Nunc dimittis que servía para cerrar a plomo cada capítulo, sino por sus silencios de piedra. Y ahora dicen que han hecho una versión cinematográfica. Quizá vaya a verla. Aunque, como dice la novela, algunas cosas no son para vistas.
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