Qué duda cabe, Álvaro Pombo es un gran escritor; se leen siempre con agrado sus novelas de palomo cojo, pero yo siempre lo he discurrido más poeta que narrador, porque a veces suelta unas alegorías tan acertadas que te pone patidifuso; a mí me aburriría si no tuviera su prosa un algo de elegancia y esas metáforas de vez en cuando. Su fondo es ético y, pese a la austeridad de sus modos realistas de contar, merece el adjetivo de interesante, pero también de elíptico, porque sus personajes se demoran demasiado mariposeando miedosamente en torno a un fuego centrípeto hasta que se queman. Le han concedido, seguro que merecedosamente, el premio Nadal. Leí una entrevista ayer donde decía no tener raíces "sólo un piso en Madrid", que sonó ocurrente. Aconsejaba "hacer el bien, porque el mal ya está hecho". Muy cierto. Y sobre su novela: "Trata de la ética del cuidado. Hay ética del cuidado y de la responsabilidad. Yo trato la del cuidado pero al revés... Son personajes que descuidan a otros. Si no cuidamos a las personas, el mundo se viene abajo". Palabras más que sensatas y que suscitan legítima admiración, cuando tanto escritor se pone a jugar del vocablo y no a dar ejemplos, que es lo menos que puede hacer un narrador.
Narradores dignos del tiempo que se gasta en leerlos los hay en España. En realidad, es rareza muy común, por más que siempre sea cuestión de parecer. Del mío lo son Juan José Millás, Javier Tomeo, Manuel de Lope, Enrique Vila-Matas, Javier Marías o el mismo Pérez Reverte, del mismo saco que Eslava Galán, tan ameno y ágil como él e igual de facilón si se relaja. En poetas el asunto es difícil. Me solazan, por supuesto, tanto el culto y cosmopolita prosaísmo de Luis Alberto de Cuenca o Jon Juaristi como los vacíos desolados de Eloy Sánchez Rosillo o Gamoneda, pero también los lujos, decadencias y miserias de Luis Antonio de Villena o los éxtasis laicos del técnico en eliminación de residuos tóxicos urbanos Vicente Gallego; no hay, sin embargo, poetas de apagón, que son los más raros. Rosillo y Gamoneda llegan a crepusculares, pero poetas de apagón, apagón, de una carga tan negativa como Leopardi, Feuerbach o por lo menos un Hardy, ni uno... También es verdad que no son nada encontradizos y muy difíciles de ver, pues la amargura y la bilis negra no venden pero que nada. En el siglo XIX teníamos al gran Nicomedes Pastor Díaz y un par de buenos posrománticos tenebrosos como Larmig o Dicenta, uno autodegollado con una navaja de afeitar y el otro echado a perder por la cirrosis y el delirium tremens. El resto sólo cae tanto en momentos dados. Todos cuentan con algún libro o poema que merece puesto muy hondo, porque también en lírica es suma la excelencia, si bien, como suma, hay que contar las piezas no logradas.
En teatro, qué se le va a hacer; Jordi Galcerán y poco más; se estrena tan poco de lo que se escribe que no hay tutía. No puedo destapar a nadie. Y de ensayo habría ya demasiado que hablar.
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