David Becerra, "Arturo Manostijeras: 'El Quijote' de Pérez-Reverte, a examen", en El Confidencial, 26-I-2015:
El escritor de 'Alatriste' somete al clásico de Cervantes a una poda indiscriminada que reduce a la mitad su contenido y que elimina la esencia del texto
«–Metafísico estáis / –Es que no como», le responde Rocinante a Babieca en el diálogo que mantienen los dos caballos en uno de los sonetos que ocupan el pórtico del Quijote de 1605. Metafísico está también el nuevo Quijote que publica la RAE, en coedición con Santillana, adaptado para uso escolar por el novelista Arturo Pérez-Reverte.
Se comprueba al observar la delgadez de su lomo –del libro, no del rocín–, tras haber expulsado de su cuerpo el exceso de retórica, de tramas paralelas, de alusiones intertextuales, para descubrir «a los lectores –afirma la RAE– la esencia del clásico de la literatura universal». Las más de mil páginas que sumaban los dos libros originales, publicados en 1605 y 1615 respectivamente, se quedan en poco más de quinientas en esta nueva edición. La esencia –concepto sin duda metafísico– de este clásico universal parece ser la mitad de su materia. Por supuesto, el soneto mencionado no ha sobrevivido a la poda.
Arturo Pérez -Reverte poda 'El quijote' de Cervantes sin rigor y deja sus 1.000 páginas en 500 para fomentar su lectura entre los estudiantes.
La RAE defiende que este nuevo Quijote «ha sido posible gracias a una cuidadosa labor de poda de los episodios secundarios y las digresiones que hacían complejo el texto para uso escolar». Se trata de una versión, añaden, «que elimina las historias paralelas para facilitar una lectura rigurosa, limpia y sin obstáculos de la peripecia del ingenioso hidalgo y su escudero». Pero ¿cómo se ha desarrollado, en verdad, esta labor de poda?
En primer lugar, hay que señalar que el Quijote de Reverte no es honesto y además carece de rigor académico. Huelga decir que esta no es la primera edición recortada ni adaptada del Quijote para uso escolar o dirigida a un público no especializado, pero lo que distingue la realizada por Reverte de aquellas que le precedieron es que, en la que hoy nos ocupa, no se indica –y ahí su falta de honestidad– qué partes han sido recortadas por el autor de Alatriste, qué fragmentos de los que han sobrevivido a la poda han sido reescritos por la pluma de Reverte, o qué palabras han sido traducidas a un lenguaje más comprensible para nuestros jóvenes lectores de hoy.
Se han introducido cambios, pero no se han anotado. Las formas son sin duda criminales: no solo se manipula el texto sino que además se borran las huellas. Flaco favor le hace esta edición al estudiante que, a partir de este libro, quiera acudir a las partes amputadas en una versión íntegra de la novela de Cervantes; no las encontrará, porque no sabrá cuáles son. Si bien se querían eliminar obstáculos, se han puesto algunos nuevos.
Sin rigor ni criterios
La falta de rigor, que también señalábamos, se localiza en la ausencia de una definición clara de los criterios que se han seguido para llevar a cabo esta adaptación. El Quijote de Reverte no solo no le ofrece al lector los criterios adoptados, sino que además, a juzgar por la incoherencia que se aprecia en la adaptación, tampoco parece tenerlos demasiado definidos quien se ha encargado de la adaptación y la poda.
Los cambios introducidos en el texto no mantienen una coherencia a lo largo de sus páginas. Aunque se dijo que esta edición del Quijote iba a modernizar el lenguaje, lo cierto es que apenas ha sido retocada la lengua de Cervantes
Sobre la adaptación, se observa que los cambios introducidos en el texto no mantienen una coherencia a lo largo de sus páginas. Aunque se dijo que esta edición del Quijote iba a modernizar el lenguaje, lo cierto es que apenas ha sido retocada la lengua de Cervantes –lo cual es una magnífica noticia, pero evidencia la primera incoherencia entre el proyecto y su resultado definitivo.
Se actualiza la ortografía según las últimas normas de la Academia (se cae la tilde de los pronombres demostrativos, del adverbio «solo», de las palabras con diptongo como «guion» o de las formas verbales con pronombres enclíticos como «cansose»), pero perviven formas propias del español clásico como «mesmo», «priesa» o contracciones en desuso como «deste» o «della». Conviven asimismo en el texto formas verbales tal y como se encontraban en el original («pagalle») con otras que han sido actualizadas («menearlo»).
El Quijote de Reverte acata las normas de la última Ortografía, pero se olvida de las anteriores, lo que provoca que nos encontremos ante un texto artificial, a mitad del camino entre el respeto al original y su modernización. Este titubeo convierte el Quijote de Reverte en un texto que ni se adapta al español actual ni sirve para conocer, de primera mano, el español de los tiempos de Cervantes.
Lo mismo ocurre con aquellas palabras que, por su difícil comprensión para los y las estudiantes de hoy, se han modificado. Tampoco hay un criterio claro ni mayor coherencia que en el apartado anterior. Son muy pocas las palabras que se «traducen» a la lengua de hoy. De nuevo celebramos que así sea, pero este hecho acaso no justifique el sueldo del adaptador, que ha cambiado más bien poco y, de nuevo, con su indecisión, se queda a mitad del camino. Sustituye por ejemplo «fisga» por «burla», «vestiglos» por «monstruos», «parasismo» por «desmayo» o «esqueros» por «bolsas», pero mantiene otras de igual o mayor dificultad para un estudiante de bachillerato, como «raridad», que podría haberse traducido por «desgaste», o «adelantado» por «gobernador», por citar solo dos ejemplos).
Lo que otras ediciones han resuelto con notas al pie, cuya función es glosar palabras que no forman parte del lexicón del alumnado, con este texto, que se presenta limpio y sin notas, el estudiante tendrá ciertamente dificultad para alcanzar una comprensión total del texto (que es lo que se perseguía con esta edición).
Sorprende, asimismo, la falta de decisión en algunos momentos. Es el caso del uso de la cursiva para llamar la atención al lector sobre construcciones que, si bien se parecen a otras más actuales, no significaban entonces lo mismo que ahora. Sucede cuando Cervantes habla –y Reverte lo subraya– de «dos mujeres mozas, destas que llaman del partido». Claro que no eran del Partido Comunista –como parece temer Reverte que confunda el estudiante– sino prostitutas, y por ello, aunque sin explicarlo, subraya el sintagma mediante el uso de la cursiva, acaso para que el estudiante levante la mano y le pregunte al profesor qué cosa es «una mujer del partido».
Lo curioso es que este recurso no vuelve a emplearlo Reverte a lo largo de las quinientas páginas de su Quijote, ni siquiera cuando podría inferir el novelista que un estudiante medio no iba a entender que significa «morirse de vergüenza» aquello de «fue de manera que don Quijote vino a correrse». Dicho lo cual, no podemos sino concluir que es una adaptación con más titubeos que certezas.
Poda indiscriminada
En cuanto a la poda, hay que diferenciar el empleo que se hace de la tijera en el Quijote de 1605 y en el de 1615. Como se sabe, las tramas secundarias están más presentes en el primer Quijote, si bien en el de 1615 también es posible, aunque en menor medida, toparse con esos «obstáculos». Este dato es importante, pues modifica el método de la poda. En el primer Quijote se emplea el corte grueso, eliminando de un solo golpe de tijera una gran cantidad de páginas, incluso capítulos enteros.
El Quijote de Reverte amputa sin anestesia los capítulos XI, XII, XVIII y XIV (donde se cuenta la historia de Grisóstomo y la pastora Marcela, y donde además don Quijote declama su famoso discurso sobre la Edad de Oro); los capítulos XXIII y XXIV (donde se cuenta lo que les sucede en Sierra Morena y la primera parte de la historia de Cardenio); medio capítulo del XXVII y el capítulo XXVIII entero (donde se cuenta la historia de Cardenio y de Dorotea); los capítulos XXXII, XXXIII, XXXIV (donde encuentran el libro del Curioso impertinente); últimas páginas del capítulo XXXV, el capítulo XXXVI completo y las primeras páginas del XXXVII (en los cuales se da continuación a la historia del Curioso impertinente y se cuenta la historia de Zoraida); los capítulos XXXIX, XL, XLI, XLII y la mitad del XLIII (que cuenta la historia del cautivo y la historia de doña Clara y don Luis); y finalmente los capítulos XLIX, L y LI (que recogen la discusión entre don Quijote y el canónigo sobre Historia y ficción, la historia del cabrero Eugenio y la historia de Leandra).
En el Quijote de 1615 la tarea se le complica, pues hay menos tramas secundarias. Si del Quijote de 1605 se eliminan 17 capítulos completos, del segundo libro apenas desaparecen 9: los capítulos XVIII, XIX, XX, XXI y una parte del XXII (donde se cuentan las bodas de Camacho); el capítulo XXXIII (que habla de la «sabrosa plática» entre Sancho y la duquesa); el capítulo XLVI (que incluye el discurso de los amores de Altisidora); y los capítulos LIV, LV y LVI (protagonizado por Sancho y el morisco Ricote, y donde se cuenta la batalla entre don Quijote y el lacayo Tosilos).
Con tan pocos capítulos que eliminar en bloque, Reverte resuelve la situación mediante un corte menos grueso, eliminando algunos párrafos que considera superfluos, trozos de diálogos donde don Quijote se explaya en demasía, algunas páginas seguidas –hasta diez en algunos casos–, e incluso, cosa apenas realizada en la primera parte, Reverte resume algunos fragmentos –en algunas líneas, nunca más de un párrafo– de su puño y letra, donde el autor de Alatriste trata de emular el estilo cervantino.
Estos cortes, menos bruscos, siguen un mismo patrón: se eliminan las referencias intertextuales, como las constantes alusiones de don Quijote a las novelas de caballería que ha leído y en las que se inspira; se eliminan versos de los poemas que se recitan en el libro, por parecerles demasiado largos a Pérez-Reverte; se borra casi toda alusión a Cide Hamete Benengeli, el autor «real» (en el plano de la ficción) del libro sobre don Quijote, impidiendo al joven lector que trabaje el componente meta-literario de la novela cervantina –acaso uno de sus recursos más interesantes– del que se sirve Cervantes para difuminar la línea entre la realidad y la ficción.
Asimismo se recortan los títulos de los capítulos, eliminando partes como «y otros acontecimiento famosos que...», por razones obvias: esas otras historias han sido amputadas en esta edición del Quijote. Estos cortes, aunque menores, tienen el mismo impacto sobre el lector que aquellos en los que se eliminaban en bloque capítulos enteros. Entre ellos destaca, por ejemplo, el modo en que Reverte recorta el capítulo VI, referido al escrutinio, donde el cura y el barbero comentan aquellos libros que, por mentirosos y por haber hecho enloquecer al protagonista, destinarán a la hoguera. No solo la riqueza intertextual del episodio queda eliminada, sino la profunda reflexión sobre la concepción del «valor» literario en la época de Cervantes (la sacralización de la verdad frente a las mentiras de la ficción).
Reverte, el censor
Otras recortes no exentos de interés son aquellos en los que Reverte parece actuar como un auténtico censor. Borra frases que pudieran herir la sensibilidad del lector actual, como pueden ser aquellas de contenido racista. Reverte, acaso con la buena intención de que los jóvenes no utilicen este clásico de las letras hispanas para legitimar sus comportamientos racistas, y tal vez buscando contribuir, con su gesto, a una mal entendida Educación para la Ciudadanía, elimina comentarios que estigmatizan a «moros», «negros» y «judíos».
Por ejemplo, cuando se descubre, en el capítulo IX de la primera parte, que quien escribió el Quijote, en la ficción, no fue sino un «autor arábigo», se dice –y se borra en la edición de Reverte– que es «muy propio de los de aquella nación ser mentirosos».
También en la primera parte, en los capítulos XXIX y XXXI, mientras Sancho y don Quijote especulan sobre su futuro reino, Sancho dice –y Reverte borra– que espera cargar de Micomicón vasallos negros para después venderlos en España. Ya en el Quijote de 1615, Sancho reconoce, en el capítulo VIII, que «al ser enemigo mortal, como lo soy, de los judíos, debían los historiadores tener misericordia de mí». Una censura que, además, nos impide reconocer la realidad histórica de España, configurada por la convivencia, a veces tensa, entre moros, judíos y cristianos.
Pero, además de impedirle al lector que conozca el Quijote de forma completa, ¿qué implicaciones tiene esta adaptación y poda de Reverte y de la RAE? Supone deshistorizar el género «novela». Es bien sabido que la novela no es un género literario que nace con sus propias normas y sus códigos ya establecidos, sino que se va construyendo históricamente, desde finales del siglo XIV hasta la actualidad.
El Quijote, aunque suele decirse de forma algo tautológica que es la primera «novela moderna», al reunir en su haber muchos de elementos con los que se definirá el género, en realidad muestra cómo el género «novela» todavía no está hecho, muestra cómo el género se está haciendo y se está experimentando con él. Sus constantes titubeos y sus tramas paralelas es un síntoma de ello. Aunque Cervantes concibió el Quijote como una obra de entretenimiento –creía que sería con El Persiles, su obra más clásica, más acorde con los altos gustos literarios de su época, con la que alcanzaría la posteridad– lo cierto es que la novela terminó trascendiendo la voluntad de su autor y se convirtió en otra cosa: el Quijote es una novela de entretenimiento y algo más.
Ese «algo más», lo que le da valor y convierte en clásico al Quijote, es lo que desaparece de esta edición de Arturo Pérez-Reverte. Ese «algo más» es lo que nos permite observar cómo el género «novela» se va construyendo históricamente. Al podar ese «algo más», quizá el joven lector pueda leer el Quijote –e incluso disfrutarlo– como quien lee una obra de entretenimiento. Pero se habrá perdido muchas otras cosas, quizá la «esencia» de este clásico universal que perseguía la RAE con esta edición, pero que no ha encontrado al confundir la cantidad con la calidad. Porque, tras la poda, han convertido la novela de Cervantes en simplemente eso: una novela de entretenimiento. Como las de Reverte.
Es razonable que la RAE se preocupe por quienes no han leído el Quijote y trabaje para eliminar obstáculos, para hacérselo más sencillo al futurible lector, porque quizá sea grave salir del instituto sin haber leído el Quijote; pero más grave aún es creer haberlo leído y no saber quién es la pastora Marcela.
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