Hay algo de inconmensurable en la obra de Bach que su Matthäus-Passion subsume. Uno tiene la impresión, cuanto más se le acerca, de hallarse ante un fenómeno de la Naturaleza de magnitud turbadora –alta cima, astro refulgente, demiurgo, waka andina…– tanto su obra es inmensa y compleja. Más aún, la voluntad que subyace en su obra es la del genio creador que se impone el deber de ofrecer a la humanidad un compendio musical absoluto. Así lo percibe Eugenio Trías cuando en “El canto de la sirenas” escribe: «Johann Sebastian Bach es, sin duda, el más grande de todos los músicos, y el más difícil de abordar. Compone un continente entero lleno de complejidad. Nadie que se acerque a él sale indemne del envite. Plantea graves y difíciles problemas de recepción. Hay incluso voces que han suscitado dudas sobre nuestra capacidad de comprender lo que este músico quiso proponernos. Como si entre Johann Sebastian Bach y nosotros se abriera un hiato insalvable de flagrante historicidad que ocasionara la ruina de toda pretensión hermenéutica» (2014: 85).
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