Patricia Abet "Un manuscrito inédito documenta la cara más desconocida de Valle-Inclán", Abc, 22 de junio de 2016:
Sale a la luz un breve cuaderno en el que el autor anotó sus vivencias durante la I Guerra Mundial
En un vulgar cuaderno, de tapas negras y hojas rayadas, Valle-Inclán dio cuenta de su paso por el frente. Fue en 1916 cuando, como corresponsal del diario «El Imparcial», el literato viajó hasta Francia para informar de primera mano acerca de esa «guerra de trincheras» en la que por primera vez se utilizaron las armas químicas y que tanto impresionó al escritor. Las crónicas de esta vivencia bélica salieron a la luz dos meses después, a su regreso a Madrid, pero el germen de esos relatos —encerrados en una libretilla austera de 166 páginas cuyas tapas fueron decoradas por él mismo a pluma— se mantuvo oculto durante más de un siglo.
La encargada de rescatar este autógrafo inédito del olvido ha sido la profesora Margarita Santos Zas, responsable de la edición del bautizado como «Con el alba: El Cuaderno de Francia». El libro, que viene a enriquecer la nómina bibliográfica del autor, quizás no encierra un gran valor literario pero sí periodístico. Según la encargada de la edición del texto, las anotaciones de este cuaderno sirvieron como sustrato para la redacción de sus crónicas de guerra, recogidas en «La medianoche. Visión estelar de un momento de guerra (1916-1917)» y en un volumen posterior.
Un cuaderno, al revés
En cuanto a su valía, Santos Zas, doctora de la Universidad de Santiago, reconoce que se trata de un magnífico «muestrario de los mecanismos de escritura del literato», a través de los que rastrear su técnica periodística y redaccional. A este respecto, la filóloga reseña la «inmediatez» con la que Valle recogía los acontecimientos vividos, pese a que en aquel momento él ya era manco. Esperpéntico en sus formas y apariencia, Valle-Inclán ocupó el espacio gráfico de este valioso cuaderno a su manera, abriéndolo y girándolo a la derecha. Un llamativo uso que la investigadora achaca a su minusvalía y que revela que el autor plasmaba sus indicaciones desde la comodidad de una mesa, aunque mantuviese el presente como fórmula de inmediatez en todas ellas.
Al margen de la anécdota, el hallazgo de este autógrafo que se guardó durante más de un siglo junto a otros apuntes del genio gallego evidencia todas las modificaciones que Valle-Inclán imprimía a sus textos, aunque estos fuesen una memorias íntimas. «Tacha, reescribe, cambia frases, palabras, pautado siempre por la rapidez de la escritura respecto a los momentos vividos», refleja la editora.
Oficio de periodista
La datación del manuscrito, que ayer fue presentado en Santiago, permite localizarlo a medio camino entre la escritura de dos de sus obras más reseñables. La serie de sonatas «Memorias del Marqués de Bradomín (1902-1905)» y la genial «Luces de bohemia (1924)». Entre medias, Valle-Inclán evolucionó como literato pero también como periodista, oficio con el que por momentos esquivó las estrecheces económicas que marcaron parte de su vida, de tertulia en tertulia.
En íntima relación con la narrativa que caracterizó al modernista, Santos Zas resalta el carácter personal del cuaderno, lo que a su juicio «lo deja fuera de toda evidencia en cuanto a inventar o exagerar». Lejos de la naturaleza hiperbólica y exagerada que define a algunos de sus protagonistas, las notas que Valle recogía con minuciosidad cada noche describen los horrores de la guerra y una conmoción que no pasó de largo por el escritor. Su prosa, en este sentido, es desnuda y directa. «Reims es una ruina. Las estatuas de la Catedral, en su mayor parte, están hechas pedazos. Las gárgolas están rotas. Vidriera no queda ninguna», anotó Valle-Inclán un 30 de mayo de 1916. Tan solo unos días antes y, según se puede rastrear en el cuaderno, fue testigo de una breve conversación que no dudó en reproducir. «Motivo: dos damas cuchichean en la iglesia: —A mi hijo lo han citado en la orden del día del ejército/—¡El mío ha muerto!». El complejo proceso de escritura que derivó en las «Crónicas de guerra» de Valle se deja entrever ya en la pulcritud de todos los apuntes que el autor fechó con rigor para dar voz a los soldados. «Escucho el relato de las trincheras llenas de cadáveres, las cuales vuelven a ser bombardeadas durante la noche. Las balas de las ametralladores encienden la ropa de los soldados muertos. Las trincheras se tornan hogueras. Un soldado bretón exclama: —¡Madre del Señor! Ya no tengo miedo a los muertos».
Durante la presentación de esta cuidada edición —concebida en forma de tríptico y que incorpora un facsímil del cuadernillo— el nieto del escritor, Javier del Valle-Inclán Alsina, anunció la cesión de una gran parte del legado de su abuelo, que será trasladado a la Universidad de Santiago de Compostela con el objetivo de que allí esté «guarecido». Por su parte, los muebles, cuadros, retratos, ropas, objetos personales, grabados y esculturas que pertenecieron a Valle-Inclán serán llevados al Museo de Pontevedra.
La intención de la familia del autor es que la Cátedra que lleva su nombre siga desarrollando su labor, amparada en todos los manuscritos y documentos que fueron depositados para su estudio y análisis hace años. «No pueden estar en mejor lugar», opinión el nieto de Ramón María del Valle-Inclán en el 150 aniversario del nacimiento del padre de Max Estrella, sin evitar mencionar que esta celebración «está pasando con más pena que gloria».
Periodismo en la encrucijada
Juan Pedro Quiñonero
Valle-Inclán continúa creciendo: su periodismo está en la encrucijada de todos los caminos que cambiaron la historia de Europa. Como Azorín, enviado especial de ABC, en París, para cubrir una parte esencial de la Primera Guerra Mundial (1914-1919), Valle-Inclán fue un cronista excepcional de la misma y primera de las grandes crisis contemporáneas de la civilización europea.
Describiendo esa gigantesca crisis continental, la prosa de las crónicas periodísticas de ese Valle-Inclán es un crisol donde brilla con fulgor el lívido plumaje de los cisnes modernistas, tocado con la ceniza fría que caía en los campos de batalla europeos, semilla, entre otras, de la prosa atormentada e implacable que pronto desembocará en el nacimiento del esperpento y la crónica implacable de «El ruedo Ibérico».
El joven cronista que descubre las grandes matanzas militares (Verdun) –contemporáneas del terror que comienza a sembrar el arma aérea en las poblaciones civiles– contempla ese espectáculo fáustico desde la pureza inmaculada de su «Lámpara maravillosa». Esa experiencia física, social, política, cultural, contribuirá a iluminar sus visiones íntimas con una luz espectral: el fulgor del bombardeo de los campos, los pueblos y las ciudades pobladas de espectros y almas muertas. Esa experiencia de la gran crisis de la civilización europea le permitirá a Valle-Inclán descubrir en el madrileño Callejón del Gato el espejo cóncavo donde el Ángel de la historia de Klee/Benjamin contemplará más tarde el rostro lívido de la historia de Europa y España, caídas de hinojos en un campo de ruinas que el joven periodista valle-inclanesco describe con la precisión de una luz virginal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario