El léxico meteorológico del español, en JotDown, por Francisco J. Tapiador:
El español que hablamos en Castilla es tan amplio que cuenta con un vocabulario meteorológico propio; uno que pocas personas manejan ya, sobre todo en las ciudades. Aparte del conocido localismo de «nublo» por «nublado» (que usó Tirso de Molina), hay un centenar largo de palabras que convendría recordar, no solo porque son parte de nuestro patrimonio cultural, sino porque son bellísimas. Algunas son deformaciones vulgares (como atronar por tronar), pero hay también términos precisos, nacidos de que los hablantes han matizado un fenómeno tras su observación habitual en la naturaleza.
Hay elecciones que traslucen mucha finura. Es el caso de cencío, que es como se llama al viento húmedo que proviene no de cualquier lugar, sino de una masa de agua, como un río o una laguna. No aparece así en el diccionario de la RAE, pero su uso está documentado en la literatura y figura en el Diccionario del Castellano Tradicional, que adelanto que recoge casi todas las palabras que voy a tratar en esta pieza. El cencío es parecido al relente, pero relente se usa más para cuando es de noche.
Aneblarse (o anieblarse) es —se puede deducir— cubrirse de niebla. Sucede como con atronar, que es una variante surgida del nivel socioeconómico de los hablantes (marcas «diastráticas» en lingüística). Si la niebla se congela, cencella y cae una cencellada, que es algo muy bonito de ver, sobre todo en las noches de luna llena, porque parece que cae despacio un fino polvo de diamante. Barbazar es llover cuando la humedad relativa es muy alta y hay condensación. A la lluvia o a la niebla meona (o resmeona, que también se dice), se le dice también barciona. La raíz de ambas palabra es barba, porque en esos días en que hay tanta humedad que se supone que se condensa en los pelos de la cara. A la niebla meona en Burgos y Palencia se le llama carama, o caramada si es un poco más intensa y se pega a las plantas. No confundir con la escarcha, que es sólida. En Zamora, a lo mismo, a la barciona, se le llama cenceño. Estas son formas «diatópicas», es decir, variantes por el origen geográfico de los hablantes.
El cielo aborregado es el que tiene esos cúmulos de buen tiempo. Luego, cuando hay nubes tipo estrato, de poco espesor, se habla de celaje, que es una palabra preciosa, al introducir en el ámbito celeste la palabra encaje. El término evoca un encaje de nubes en el cielo.
Hay más de una decena de palabras para referirse a los cielos nublados, amaneceres o atardeceres, algunas de las cuales son más conocidas, como arrebol, esas nubes rojas que aparecen en el horizonte debidas a la dispersión de Rayleigh. Luego está un cielo amarañado, cuando hay nubes generadas por ondas de montaña (esas nubes que son como rodillos, largas y paralelas, alternando con claros). A los rodillos, individualmente, se las llama maraños. Si el sol se pone entre nubes a eso en castellano se le llama contrapantojo, aunque esa palabra no estén el diccionario de la RAE. Hay otra palabra para lo mismo: entrebarda (o entrebardo), pero desconozco (no he encontrado) la diferencia de matiz entre ambas.
Cuando el sol se oculta tras las nubes, el nombre depende de si se le ve con posibilidades de volver a aparecer, o no. En el último caso se dice que se arruga. Si no que tenemos un candilazo (cuando logra salir). Un anublajo es un grupo pequeño y compacto de nubes. Un cielo nocturno cubierto por nubes blancas se dice que está amartinado. El aguasol es cuando está cayendo un chubasco pero hay sol. Llover con sol, vaya.
A veces se lee que hay lenguas, como la japonesa o la inuit («esquimal» para la generación X), que disponen un montón de palabras para la nieve, mientras que nosotros solo tenemos unas pocas. En realidad, hay una cantidad notable, solo que no las usamos. Hay una palabra para copo de nieve que casi nadie usa: falampo. También están falepa, falispa, farrapera, faliscosa o farrapo para referirse a diferentes formas de nevar. Cada palabra tiene sus matices: la falispa es nieve muy fina en ráfagas, mientras que la farrapera es nieve que es casi agua, y faliscosa la nieve que no se pega. Naturalmente esas efes en su origen fueron haches que se aspiraron, y como a mí halispa me suena mil veces mejor y es más evocadora y étima que falispa, la uso en el ámbito en el que puedo inventar palabras: la literatura. Otra palabra en el ámbito de los copos de nieve es povisa, que se refiere a una nieve tan fina como la ceniza.
Hay más. Dependiendo de cómo caiga la nieve, se le llama de una u otra manera. Así, cuando cae poca nieve pero con viento fuerte, se dice que cellisca, o que cirria. Si la nieve es poca, de copos pequeños, cisquea o zurrusquea. Si cae con agua, es aguanieve. Si el aguanieve va con viento, entonces es también cellisca. Nevar con copos gruesos y lentos es trapear. Al montoncito de nieve que se acumula frente a una puerta o ventana se le llama vero. A la nieve caída que es plana y resbala se le llama nidio. Cuando la nieve se derrite, decimos que blandea, o que se amorosa, que es una arrebatadora expresión pronominal. A la humedad generada por el rocío se le llama de forma parecida, amorío, también quizá porque el agua es un recurso escaso en Castilla y recibirla al amanecer del cielo, una bendición. Y cuando, al fundirse la nieve, se ve la tierra debajo, se dije que terrece o terreña.
Hay un caso especial y muy interesante. Se trata de la palabra aguachona, la nieve blanda o con mucha agua. Resulta que hay un término inglés, muy usado por los que nos dedicamos al estudio de la atmósfera, que es «graupel». Se suele decir que no tiene traducción al español, sin saber que aguachona es la palabra perfecta (y así la he usado en mis libros de física). A lo contrario, la nieve seca, muy fina, en polvo, se le llama espelde. Si es superfina, meros cristales de hielo, se le llama aspesura o asperura.
Los carámbanos de hielo, por su parte, también exhiben un despliegue léxico notable. Son localismos, pero nada impide usarlos: asador, churro, pinganillo, cirrión, chupitel, cirio, chuzo, candelita (o candelito), caramelo, cerrión, calamoco, o chupito. Hay muchas palabras donde elegir para evitar sonsonetes o buscar efectos rítmicos o musicales en la prosa. E incluso pueden servir para introducir ambiguedades si así lo desea el escritor, puesto que calambrón puede ser un carámbano o la escarcha.
Llover tiene varios sinónimos, como abrocar, brocar, brucar o embrocar. Cada uno de ellos se refiere a un tipo concreto de forma de llover en un sitio. La razada es la lluvia fina que cae lentamente. Chuciar es llover poco, pero con gotas frías. Lo de las gotas frías o cálidas es una realidad física, y depende de si la lluvia es convectiva o estratiforme (también hay, por cierto, lágrimas cálidas y frías, como se lee en La Ilíada). Burrifero es lluvia leve y breve, mezclada con viento. Aguamarina es llovizna. Otra variante del chirimiri, sirimiri, orbayo o calabobos es, en Castilla, bernizo. Barciar es llover de esa manera, con poca intensidad, al igual que aguarrada o aguarradilla. Barbaza o barbuza es cuando llueve así, poco, y además está nublado y el ambiente húmedo (también vienen de barba). Orbayo, por cierto, se usa en Castilla no solo para lluvia ligera sino también para el rocío.
Atizar es llover con fuerza. Barrumbada un chaparrón fuerte (uno débil y corto, un borrasco). Zamarra es una lluvia torrencial, de llover a cántaros (e.g. Zamarramala, pueblo de Segovia), lo que también se conoce como andaluviar (deformación probable de «diluviar»). Zaraza, muy parecido a zamarra, es una granizada intensa. Si no es fuerte, es zarazo, en masculino. Al granizo también se le llama cantaleo (o predisco / pedrisco, que es una palabra más habitual). Apedrear es granizar, pero esta es evidente. A los relámpagos (las descargas eléctricas entre nubes; los rayos son entre las nubes y el suelo) se les ha llamado en toda la vida en Castilla culebrillas o culebrinas.
Tenemos también palabras para cuando el agua de lluvia salpica: chaspingar o enchaguazar. Si forma burbujas al caer, hace foroles o forolas. Si la burbuja es pequeña, se les llama gargulito o gorgorito (más común). Cuando el agua escurre de los tejados tras la nieve, se dice que esculla. Si un río o un regato se congela, se engaza.
Al aire frío se le llama ris (la expresión «hace un ris…» es de uso corriente para indicar que hace mucho frío). El viento (aire en movimiento) frío tiene variantes sobre la misma idea: baruje, baruji, beruje, biruje o biruji. Las dos últimas palabras se aplican al frío aunque no haga viento (son por tanto sinónimas de ris). El viento que ruge, bufa. Algarazo es lluvia con viento. Cuando te refugias de una tormenta, te agarimas. Cuando deja de llover, albancia. El sol que calienta el cuerpo, caldea.
A la helada con mucha escarcha (o engrama) se le llama helada blanca. Si no genera escarcha, helada negra (que es más destructiva para las plantas). Una helada fuerte es una garama, sardinera, carama, garduña, jabarda, carpanta, pelona o peluca. Si una helada sigue a otra anterior se dice que es una empalmada. Si la escarcha tiene forma de ramas, se dice encaramada o ligada. La notable cantidad de palabras para la escarcha es natural en un clima continenal como el castellano, en cuyos inviernos es habitual. Hay incluso una palabra para la escarcha en las ramas de los árboles: cerceñada. Hay palabras para escarcha o rocío, sin distinguir entre ambos, como pruina o rosada.
Arbayada ha quedado como sinónimo de rocío, al menos en Zamora, en la frontera con Portugal (es, de hecho, un lusismo). Los sinónimos son estupendos para no tener que repetirse al escribir, pero es que esta palabra, quizá de raíz árabe, es bonita, aunque bayada sea «blanco» en aquel idioma (el término sería más apropiado, quizá, para la escarcha).
Estas palabras ya no se escuchan en el habla corriente, al menos en las ciudades, pero forman parte de la cultura española y son un patrimonio que enriquece a la prosa y a la poesía. Son bonitas y muchas de ellas también eúfonicas; suenan bien. La posibilidad de encapsular en una sola palabra un concepto o una ristra de palabras, como sucede con cencío, aporta precisión y economía al lenguaje. Dos valores amenazados, pero a proteger. Este léxico es patrimonio inmaterial de la humanidad.
La etimología tiene mucho que decir al respecto de estas palabras. Así por ejemplo, la raíz nebh- (nube; la bh es un fonema labial, de efe griega, la ϕ) del indoeuropeo nos ha dejado «niebla» y «nimbo» (un tipo de nube). En sánscrito la idea de nube, de nebuloso, de niebla, derivó en nábhas; a nabah en avéstico, nem en irlandés antiguo, nef en córnico, nebul en alto alemán antiguo, nifol en anglosajón, nebo en eslavo antiguo eclesiástico, y nebis en hetita. En latín nebula, naturalmente, y de ahí a nuestras nube y niebla. Al estudio de las nubes se le llama nefología y no nebulología, por algo.
Seguro que el lector conocen muchas otras palabras usadas para referirse a los fenómenos meteorológicos y los meteoros, algunas de las cuales serán locales, o incluso propias de familias concretas. Miguel Delibes empleó unas cuentas en sus obras. Son riqueza, y que sigan vivas depende de que los escritores las empleemos en periódicos, revistas culturales, novelas, ensayos y poemas, pero también de que las usemos más en la vida corriente. No olvidemos la cantidad de palabras castellanas y manchegas que han llegado a nosotros gracias a que Cervantes las recogió (o acuñó) en su Quijote.
Usar estas palabras no es, en absoluto, viejuno. Todo lo contrario. Nada más vanguardista y necesario que los escritores erosionando poco a poco la gramática, siguiendo el feliz símil de Ortega. Mediante ese proceso, el viento se irá llevando los estratos blandos que el tiempo ha ido dejando sobre el lenguaje, dejándonos la roca viva sobre la que asienta, que no es otra que la estructura de la comunicación humana en un medio concreto.
Adenda
En el primer borrador de este artículo escribí «No sé cuántas palabras habrá en japonés para la familia léxica de la nieve, pero en español también tenemos una cuantas». Luego me di cuenta de que vivo en el 2025, y que no tengo por qué regodearme en mi ignorancia ni siquiera por motivos retóricos, así que me puse a buscar. Me ahorraré los ideogramas que, aunque preciosos, no podrían ocultar que, por más que sean de origen chino (el sistema de escritura kanji, que junto con el hiranaga y el katakana permiten crear palabras en japonés), yo no sé japonés y mi chino es básico.
Por lo que parece, la palabra nieve en japonés se traslitera como yuki. El ideograma es el mismo que en chino, 雪 (xuě). El graupel es koriyuki. Se puede fantasear con que es otra palabra y que por eso la cultura japonesa es más fina que la nuestra en la apreciación estética de los cielos, pero koriyuki es un compuesto de kori, hielo, y yuki, nieve. Nosotros tenemos «aguanieve», y podríamos tener hielonieve, pero la lengua fue por otro sitio y en vez de un término que suena al vocabulario C de la neolengua orweliana, acabamos con aguachona, mucho más bonito. Otros ideogramas que parecen conceptos nuevos, pero que son compuestos de yuki, son: yukidaruma, yukigassen, yukiguni, yuki-no-kessho, yukiusagi, yuki-onna, yukidoke-mizu. Respectivamente, muñeco de nieve, pelea de bolas de nieve, país de nevadas (una región concreta de Japón), cristales de nieve, montón de nieve, mujer de la nieve (personaje tan folclórico como la niña de la curva), y amorosarse (el agua de deshielo). Luego está konayuki, que es nieve en polvo. Es decir, la halispa que decía arriba. La nieve fresca se dice shinsetsu, pero el kanji, de dos caracteres, incluye al de nieve y significa, literalmente, nueva-nieve. No nos constaría nada inventar neonieve, pero ya tenemos espelde. Otra palabra japonesa, más en la línea del castellano de crear palabras diferentes en vez de compuestos, es mizore, que es la llovizna helada y que tiene la connotación poética de atmósfera melancólica. Es nuestra cencella, en realidad. Otras palabras con el kanji que remiten a la nieve son nadare (avalancha), sekkei (paisaje nevado), y yumifumi (caminar por la nieve).
Para concluir, no es que no tengamos palabras en español para los matices y cosas de la nieve y en general del tiempo. Tenemos muchas, pero no las usamos. Delibes buscaba encontrar la palabra exacta para describir cada cosa del mundo. Ese es el espíritu. De hecho, vero es un término más preciso que yukiusagi, montón de nieve (literalmente, nieve-conejo, por la forma). Nuestro vero se refiere específicamente al montoncito delante de puertas y ventanas, aunque nada impide que lo podamos aplicar, por extensión, a cualquier otro
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