miércoles, 18 de febrero de 2009

Cinco aforismos encadenados sobre la crisis

Cinco aforismos sobre la crisis
Mario Trinidad, El País, 18/02/2009

Durante meses hemos oído decir que la actual crisis -primero, financiera pero luego extendida al conjunto de la economía- era una crisis de confianza. Y aunque la acumulación de malas noticias ha ido desvirtuando ese tipo de análisis, todavía hay quien se agarra a él con todas sus fuerzas, como tuvimos ocasión de comprobar no hace mucho en la intervención del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, en el programa de la primera cadena de la televisión pública Tengo una pregunta para usted. Por ello, no está de más insistir en que la realidad es mucho más complicada. Reparemos si no en la cadena causal que presentamos a continuación en forma de aforismos:

El auténtico origen de la crisis está en las transformaciones estructurales de la economía mundial.
  1. La crisis financiera, que es la que ha provocado la tan mentada pérdida de confianza de los actores económicos, no se habría producido sin el estallido de la denominada burbuja inmobiliaria.
  2. No habría existido una burbuja inmobiliaria si la concesión de crédito por parte de los bancos y otras instituciones financieras no hubiera sido tan alegre (con el beneplácito de las autoridades monetarias).
  3. El crédito no hubiera sido tan fácil si los tipos de interés no hubieran estado tan bajos.
  4. Los tipos de interés no habrían caído tanto sin el exceso de liquidez (Emilio Botín) o el exceso de ahorro (Martin Wolf) que hemos conocido en la última década.
  5. No se habría producido ese exceso de ahorro si el aumento de las desigualdades no hubiera dejado tanto dinero en manos de quienes, por tener ya mucho, no pueden gastárselo. Y si las aventuras bélicas de los EE UU de Bush no hubieran propiciado a partir de 2003 un aumento explosivo del precio del petróleo que ha engordado las arcas de los jeques árabes -y de los clubes de fútbol ingleses- a costa de ponernos en apuros a todos los demás.

¿Resulta convincente el razonamiento que hemos tratado de resumir en esos cinco aforismos?

Pues falta lo más importante. Porque si se escarba un poco en ese fenómeno del aumento de las desigualdades al que acabamos de aludir y que ha sido objeto de un reciente informe de la OCDE (octubre 2008), nos encontramos con un acontecimiento trascendental que se ha producido en las dos últimas décadas como consecuencia de la incorporación de China, India y del antiguo Bloque Soviético a la economía mundial. El economista Richard Freeman (The Great Doubling: The Challenge of the New Global Labor Market. Agosto de 2006) se ha referido a ese acontecimiento como la alteración del equilibrio entre el capital y el trabajo; unos términos que la mayoría de nuestros economistas hace tiempo que no emplean. Manejando datos de las Penn World Tables (estadísticas sobre la economía mundial que recoge la Universidad de Pensilvania), Freeman calcula que la fuerza de trabajo a nivel mundial pasó de 1.080 millones poco antes de 1990 a 2.930 en los primeros años de este siglo (las estadísticas de la Organización Internacional del Trabajo arrojan cifras parecidas). Naturalmente que antes de 1990 los trabajadores chinos, indios o de la Europa del Este eran económicamente activos, pero las circunstancias políticas (o institucionales, como les gusta decir a los economistas) les mantenían al margen del mercado mundial.


¿Cómo ha influido la incorporación a la economía mundial de esos trabajadores en el aumento de las desigualdades? Dado el nivel de desarrollo del que partían China e India y el atraso tecnológico de los países del bloque soviético respecto a los occidentales, la incorporación de los trabajadores de esos países a la nueva economía mundial se ha traducido en un fuerte empeoramiento de la posición negociadora de los trabajadores del mundo desarrollado, obligados a competir con los bajos salarios (y las estructuras políticas autoritarias) de esas zonas del mundo; lo que explica el incremento de las desigualdades en los países avanzados.

En cuanto a las tres áreas geográficas a las que nos venimos refiriendo, las desigualdades sociales, según todos los indicadores disponibles, también crecieron sustancialmente entre 1980 y 2000. Un hecho que a veces queda disfrazado porque, simultáneamente, el mismo proceso de integración en la economía mundial contribuyó a que millones de ciudadanos chinos e indios salieran de la economía de subsistencia o de la extrema pobreza.

La utilidad de estas reflexiones es que nos permiten vincular la crisis financiera, no con factores morales tales como la codicia de los banqueros o cosas parecidas, sino con las transformaciones estructurales que se están produciendo en la economía mundial. Aunque este nexo no hará probablemente más felices a nuestros responsables políticos, que se enfrentan, no a un problema (cómo salir de una recesión momentánea provocada por el estallido de las burbujas inmobiliaria y financiera), sino a dos o más (qué hacer con la creciente desigualdad, cómo afrontar la competencia de los países con bajos salarios, etc.). Y a dos escenarios, uno local y otro planetario. Con la consiguiente complejidad política y técnica de las medidas a adoptar.

En cualquier caso, es obvio que la crisis actual se resiste a cualquier simplificación y que, por ello, las recetas moralistas, las continuas llamadas a la confianza y al esfuerzo suenan en muchos oídos a música celestial, en el peor de los sentidos que esta expresión tiene en nuestro irreverente idioma.

1 comentario:

  1. La complejidad, la diversidad y el dinamismo son características propias de lo humano. También lo es, aunque sólo de la mayor parte, buscar la culpabilidad en el exterior, esquivando la crítica y la asunción de errores.

    Puede ser que se tengan razones para echarle la culpa al incremento mundial de trabajadores y sus bajos salarios, pero la razón de esta crisis es la misma que estaba detrás de la IGM. En la película Reds de Warren Beaty, el protagonista, John Reed, un periodista estadounidense que presenció la revolución soviética, al ser preguntado por el origen de la Gran Guerra, nos da una pista: el afan de lucro.

    La economía bien tiene crisis de subsistencia o crisis de superproducción, sin que tras ello haya una lógica temporal, lo que no nos libra de una posible crisis de subsistencia en el futuro. Y el lucro está detrás de ambas o por mejor decir detrás de su agudeza. Si alguien pasa de ingresar 2.000 euros al mes a ingresar 1.700 tiene crisis, pero si deja de tener ingresos en absoluto pasará a estar en estado crítico. No obstante, la crisis actual, nadie lo dudará, es una crisis de superproducción, pero, y ésta es la novedad, es una crisis de superproducción, fundamentalmente financiera. No es que sobren coches y nadie los quiera pues el mercado está saturado, no, el problema es que quien creía que iba a tener 200.000 euros dentro de un año se ha dado cuenta de que no los tendrá y debe reajustar el gasto.

    De hecho, defender lo contrario es sencillo. Lo contrario de que la culpa es del incremento mundial de trabajadores que limita la capacidad de articulación de los trabajadores de los países industrializados, es que el incremento mundial de agiotistas y su concentración en un único mercado ha provocado esta crisis. Cuando las finanzas se han apoderado de los negocios, cuyo inicio se produce alrededor de la década de los ochenta con el progresivo desmantelamiento de la propiedad socializada en occidente, y el director financiero tiene más peso que el de producción, el camino de la perdición se hace muy deprisa. Los increíbles negocios financieros hechos en los cinco continentes desde la década del 90 con compra- ventas increíbles, ¿sabes lo que costó la base de la fortuna del presidente del Chelsea y de tantos otros tiburones nacidos de las cenizas del bloque soviético y de la voracidad con que se merendaron los servicios públicos, no sólo europeos?, digo que estos pelotazos han generado avidez de nuevos negocios, no siempre económicamente viables, cosa que no importa en la economía capitalista, que se caracteriza por la necesidad de alcanzar cada vez mayor capital como un fin en sí mismo, y la cuerda se ha tensado tanto, que ha quedado rota. Hasta ahora no sabemos en cuantos trozos, no ha sido posible aún cuantificarlo.

    Yo lo ejemplifico con una persona que tiene una caja opaca donde encierra su negocio. Tras convencer a otra de su hipotético valor de mercado, lo vende a un precio que ambas consideran razonable. La compradora coloca el objeto en una nueva caja y convence a un nuevo sujeto de su valor de mercado, evidentemente superior a la primera de las cajas. Este crecimiento del valor del objeto inicial ha tenido que ser fraccionado, con lo que los negocios futuros dependían de su validez en el mercado. La operación se ha repetido ad nauseam y un buen día, cuando uno de los valores de mercado visibles y que aportaban cierta seguridad, como el sector inmobiliario, hace crisis por su propia incapacidad de crecer eternamente (nada ni nadie lo ha hecho) y sus plusvalías que alimentaban el mounstro se han detenido, los supuestos valores que estaban enclaustrados en sus bonitas cajas han tenido que demostrar ese valor de mercado para pagar las deudas contraídas y, sorpresa, demasiadas cajas contenían papeles en blanco. De esta manera, el monumental edificio del lucro especulativo, porque nadie hacía bienes o servicios, simplemente tenía dinero con el que comprar los factores de producción con el único fin de revenderlos y no de explotarlos, se ha ido al garete.

    Pero ¿quién reconoce que su caja no vale lo que decía valer? Los mercados de futuros eran un negocio importante hasta hace cuatro días. ¿hay alguien que invierta en ellos ahora? No, casi nadie invierte, todos están ocupados en mirar que había en sus cajas y en conseguir liquidez para sus pagos comprometidos.

    Por tanto, efectivamente es una crisis de confianza, los mercados como los padres no mienten, camuflan la realidad. Hoy, nadie se fía del otro porque nadie enseña su caja, pero los pagos fraccionados son inexorables y llega el impago, cuando los impagos dejen fuera del juego a miles, millones, cientos de millones personas, según el calado de la gran estafa, terminará la crisis y como los más pudientes habrán mantenido su caja fuera de la vista de los demás, podrán volver a colocarla en el mercado a un valor con el que puedan reinicar el camino del lucro.

    Yo la única solución que veo es la socialización de gran parte de los excedentes para generar una producción sostenible, transparente, y bienestar social. La política fiscal es un desastre puesto al servicio del lucro. Elimnación del impuesto de transmisiones, donaciones y sucesiones, reducción de la progresividad en la renta como si fuéramos a ir a parar a un tipo único, multitud de impuestos indirectos que machacan al bajo rentista. ¿A quién sirve el Estado? ¿Al común?, recuerda a Padilla, Bravo y Maldonado, a Mejía y, tantos otros, que están esperando para decir la suya. Tu tiempo llegará.

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