Reseñas, 14 artículos, una biografía en Wikipedia y una denuncia por parte de José Luis Pardo del filósofo hegeliano-marxista-lacaniano Slavoj Zizek, un habitual crítico de los fetiches o macguffins de los sesgados medios de comunicación, ya que para él sin fetiches no podrían reproducirse ni actuar los títeres de la política:
I
Joseba Elola, "Zizek, el filósofo viral", en El País, 30 de junio de 2017
El pensador esloveno triunfa en las redes con sus vídeos y su lenguaje desprejuiciado, y conecta con el desencanto de los jóvenes, que hacen cola para escucharlo
Hilar un discurso lúcido mezclando el porno con el subjetivismo, la escatología con la refundación de la izquierda, o Lacan con Ernst Lubitsch, salpimentado con chistes regionales y referencias a Taylor Swift es algo que está al alcance de pocos. En el caso del filósofo Slavoj Zizek (Liubliana, Eslovenia, 1949), la cuestión se convierte en todo un arte. O en todo un espectáculo, como dicen sus detractores.
Es el pensador esloveno un filósofo controvertido y polémico, un agitador de conciencias afiliado a lo políticamente incorrecto. Su erudición, su solvencia teórica y su vasto abanico cultural le han convertido en una suerte de Sartre de este primer tramo de siglo, al menos, en su capacidad de penetración en la esfera pública, afirman sus defensores. Al tiempo, su capacidad de comunicación (apabullante), su desprejuiciado uso del lenguaje (en las antípodas de la Academia), y su dominio de las referencias de la cultura pop le han ayudado a llevar su mensaje a veinteañeros y treintañeros descontentos con el estado actual de las cosas, disconformes con el orden que configura el paradigma neoliberal. Ha enganchado con ellos por lo que defiende, sí.
Y por los vídeos de YouTube.
La viralidad de sus intervenciones, como esa desternillante perorata en que explica las diferencias entre el pensamiento francés, inglés y germano haciendo una analogía con cómo se diseña en cada uno de estos países los retretes, ayudan a explicar, al menos en parte, la cola que el miércoles pasado se formó en torno al madrileño Círculo de Bellas Artes de Madrid para asistir a la conferencia titulada Alegato a favor de un socialismo burocrático. En torno a 500 personas, según los cálculos elaborados en este pulmón cultural de la ciudad, se quedaron con las ganas de entrar.
PERLAS Y CHISTES
Perlas. En su encuentro de ayer con periodistas en el Museo Reina Sofíía, Zizek deslizó frases como...
“Al ver a Trump, uno siente nostalgia de George Bush”.
“La alternativa política será alguna forma de comunismo. El capitalismo se está aproximando a su límite”
"No me fío de las máquinas. La tecnología no es neutra"
Chistes. Al autor esloveno le gusta trufar sus intervenciones con bromas. El miércoles pasado explicó en el Círculo de Bellas Artes por qué a los marxistas les gusta tanto el psicoanálisis: porque es lo único que explica por qué la gente no ha hecho aún la revolución.
El caso de Carlos Fulgado, joven estudiante de Ciencias Físicas de 18 años, ayuda a explicar el fenómeno. El miércoles, se plantó poco antes de las 17.00 en el Círculo de Bellas Artes para reservarse un buen sitio para la conferencia, que empezaba a las 19.30. Cuenta que accedió a Zizek “por la parte más mainstream [corriente mayoritaria]”, es decir, oyó hablar de él y vio cápsulas de sus vídeos en YouTube, sobre todo, extractos de su Guía de cine para pervertidos y Guía ideológica para pervertidos, documentales presentados y escritos por él. Intentó adentrarse en palabras mayores y trató de hincarle el diente al libro En defensa de la intolerancia, que se antojó droga dura para un chico que entonces apenas tenía 15 años. Ayer, fue el primero en abalanzarse para estrechar la mano del filósofo al llegar este al Círculo de Bellas Artes. “Ha subvertido la forma clásica de acceder a la filosofía”, manifiesta con solvencia Fulgado, “en vez de hablar desde una torre de marfil, ha apelado al fenómeno hípster. Sabe empatizar con la juventud, con esas referencias que maneja, David Lynch, Starbucks...” Asegura que, a estas alturas, ya se ha merendado entre ocho y diez libros de Zizek. A sus 18 años.
Poco antes que él, sobre las 15.45, llegó Pablo Castellano, de 24 años, el primero de la cola, estudiante de Filosofía que confiesa no haber leído los libros más importantes de Zizek (sí leyó Lacrimae rerum; ensayos sobre cine moderno y ciberespacio, pero que sí conoce bien sus vídeos de YouTube. “Entre los alumnos de la facultad es muy popular, pero académicamente no tiene presencia, no se estudia”.
Estertores del capitalismo
El tirón de Zizek en directo es incontestable. La sala de columnas del Círculo de Bellas Artes se abarrotó con cerca de 500 personas, la gran mayoría, veinteañeros y treintañeros, que acudieron a escuchar su digresión en defensa de una burocracia socialista. Su provocador eslogan esconde una reflexión: tras la rebelión en las plazas, es necesaria una maquinaria invisible que se encargue de las cosas importantes de nuestra rutina, la Sanidad, la Educación. Zizek proclamó que estamos viviendo los últimos estertores del capitalismo; clamó contra la vacuidad de Emmanuel Macron, candidato del establishment; disparó contra la globalización; y reclamó a la izquierda que luche por constituir una mayoría moral. Todo ello, aliñado con referencias a Lacan, Althusser o Malcolm X y declamado en un estilo emparentado con Roberto Benigni, tanto por el acento, como por la capacidad de seducción, y la facilidad para hacer reír a la audiencia. El público se enfrentó a un monologuista brillante, atropellado y caótico, incisivo, que desplegó toda una colección de tics que lo convierten en un personajón: se agarra la nariz, saca la lengua por la derecha, se despega la camiseta, se echa el pelo para atrás, da un respingo; y todo, así, como compulsivamente, mientras despacha sus reflexiones a contracorriente.
Ayer, en un encuentro con periodistas en el Museo Reina Sofía —donde esta tarde, impartirá la conferencia Lecciones del 'airepocalipsis'—, dijo que considera que es muy difícil dar una charla seria a más de 40 personas pero que es crucial expandir los límites de la filosofía. “Ha llegado el momento de volver a las grandes cuestiones metafísicas. No vivimos en la era de la superficialidad. Hay un público para grandes y serios trabajos teóricos”. Y se remitió a los 10.000 ejemplares que ha vendido la versión inglesa de Menos que nada (Akal), obra de enjundia en la que lidia con Hegel.
Hay quien piensa que el personaje creado por Zizek y su viralización han devorado al pensador que es. Pero lo cierto es que hay un pensador detrás de su personaje.
EL AGITADOR QUE GUSTA DE LOS DEBATES INCÓMODOS
“Zizek escribe muy bien”, sostiene el filósofo César Rendueles. “Tiene gran capacidad argumentativa y habilidad para llevarte a lugares reflexivos que no te esperabas y en los que, en realidad, preferirías no entrar. En eso es insuperable: sabe cómo plantear debates incómodos”.
El autor esloveno, que editó a finales de 2016 en España Problemas en el paraíso (Anagrama) es un filósofo rechazado por una parte de la Academia, que le considera un showman. “Está lejos de la filosofía light de [José Antonio] Marina o [José Luis] Pardo”, asegura Fernando Castro Flórez, profesor de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid que dirigió una tesis doctoral sobre el polémico y valiente (u osado, según se mire) intelectual, uno de cuyos últimos atrevimientos ha sido reescribir y analizar Antígona, la tragedia de Sófocles. “Sus libros no son ligeros; yo sigo leyéndole; busco al Zizek pensador. En realidad, es un filósofo antiposmoderno, más volcado a Hegel que al siglo XXI. Pero es mucho más dinámico que los fósiles de la Academia, con esa cosa que tienen de sotana”.
El prolífico autor esloveno, un grafómano compulsivo, capaz de publicar hasta tres y cuatro libros al año (algunos, recopilaciones de artículos), supo anticipar, tal y como señala Rendueles el “agotamiento de la globalización neoliberal” y “proporcionó”, tal y como escribe Rendueles por correo electrónico “armas filosóficas para entender la crisis”.
Su tirón en España también tiene que ver con La Tuerka, el programa televisivo de Pablo Iglesias, señalaba el miércoles una de las asistentes a la conferencia, la estudiante de Derecho y Económicas María Merchán, de 24 años. Y por supuesto, con su capacidad de conectar con una juventud descontenta, la que se ha sentido apartada, ninguneada, esa con la que se cebó el ajuste salarial —los menores de 40— tal y como señalaba ayer mismo un estudio del INE.
Žižek dictó su Alegato a favor de un socialismo burocrático, en el que llegó a decir que nada mejor para aplicar recetas antiausteridad que llevar a un partido de izquierda radical, como Syriza, al gobierno.
El autor de Menos que nada declaró que los movimientos populares en las plazas están muy bien, pero que lo importante son las burocracias que después se pueden implementar, entendidas como la forma de hacer llegar la sanidad o la educación a poblaciones que vieron recortados sus derechos. Hablando del nuevo capitalismo digital, dijo: "Zuckerberg y Elon Musk son mucho más peligrosos que Donald Trump".
II
Slavoj Zizek, "Después del fin de la historia", en El País, 31 de oct. de 2016:
El filósofo esloveno, uno de los pensadores más influyentes del último cuarto de siglo, repasa el devenir cultural y social de las ideas de una época convulsa
Mientras que, hace 25 años, la “deconstrucción” competía con el tipo de liberalismo de John Rawls, en la filosofía actual predominan dos tipos de orientaciones: las “ciencias del cerebro” cognitivistas “duras”, que tratan de naturalizar por completo la mente humana, y la visión “blanda” del hombre como algo que puede ser herido, como una víctima potencial. Es este potencial para sufrir, mucho más que sus potencialidades creativas, lo que se considera la característica básica de un ser humano. La explicación a esa transformación hay que buscarla en los cambios sociales y políticos que ha experimentado el mundo en estos años. En 1992, andábamos inmersos en el sueño de lo que Francis Fukuyama denominó el fin de la historia y el capitalismo democrático liberal conseguía implantarse gradualmente en todo el planeta. La caída del comunismo parecía haber enterrado las utopías. Hoy, un cuarto de siglo después, sabemos que la verdadera utopía fueron aquellos felices noventa: la historia no terminó, no. Más bien al contrario. Hemos experimentado el regreso triunfal de los conflictos, las crisis, la violencia e incluso la amenaza de una tercera guerra mundial. El problema es cómo Occidente ha reaccionado a este giro imprevisto.
Cuando en 1982 se estrenó ET, la taquillera película de Steven Spielberg, Suecia, Noruega y Dinamarca prohibieron su exhibición al considerar que la imagen poco amistosa que en el filme se daba de los adultos podía poner en peligro la relación entre padres e hijos. Visto en retrospectiva, aquel veto puede contemplarse como un indicio precoz de la obsesión con la corrección política y el empeño contemporáneo de proteger a las personas de toda experiencia que pudiera resultar traumática. Desde entonces, se piensa en la nuestra como una especie vulnerable a la que es preciso cuidar mediante una compleja serie de normas. No sólo se censuran experiencias del mundo real, sino también las relativas a la ficción. Lo hemos visto en numerosas universidades de Estados Unidos. En la de Columbia, en Nueva York, aún retumba en la memoria un famoso incidente, cuando una alumna sufrió una crisis provocada por la lectura de las gráficas descripciones de violaciones contenidas en las Metamorfosis de Ovidio; como consecuencia, se ordenó a los profesores que incluyeran advertencias sobre aquellos pasajes del canon literario que pudieran herir la sensibilidad de los estudiantes.
“Si no eres capaz de afrontar Hiroshima en el teatro, corres el riesgo de que se repita la tragedia”. Esta frase, del dramaturgo Edward Bond, ofrece el mejor argumento contra aquellos que se oponen a las descripciones detalladas de la violencia sexual y otras atrocidades con la excusa de que fomentan las mismas actitudes que dicen exponer. Para comprender de verdad la violencia sexual es necesario que nos sintamos conmocionados, incluso traumatizados por ella; si nos limitamos a un conocimiento epidérmico estaremos haciendo lo mismo que quienes llaman a la tortura “técnica de interrogatorio mejorada”, o a la violación “práctica de seducción aumentada”. Para vacunarnos contra algo debemos probarlo; si no, acabaremos comportándonos como progres tan bien intencionados como ilusamente protegidos por una burbuja irreal.
Las advertencias sobre el contenido no están para proteger a las víctimas sino para protegernos de ellas y volverlas invisibles
Para mantener a raya esos peligros irreales, las nuevas ciencias del cerebro proponen emplear sofisticadas técnicas que permitan un conocimiento mejorado —biológico y psicológico— de nosotros mismos: al registrar lo que comemos, compramos, leemos, vemos y escuchamos, así como nuestros estados de ánimo, miedos y satisfacciones, obtendremos una imagen, nos prometen, mucho más exacta que la que será capaz de proporcionarnos nuestro yo consciente. Como ya sabemos, tal cosa (ese yo consciente) ni siquiera existe como entidad consolidada, sino que está formado por relatos que, de forma retroactiva, intentan imponer cierta coherencia en el caos de nuestras experiencias, para lo que borran las vivencias y los recuerdos que las alteran. Lo que nos prometen las máquinas desarrolladas en el tiempo que este suplemento cultural conmemora es una utopía en la que es posible tomar la decisión correcta a partir de la recogida de datos. ¿Por qué, entonces, no permitir que estas nuevas tecnologías tomen también nuestras decisiones políticas? Mi yo humano puede dejarse seducir repentinamente por un demagogo populista, pero la máquina tendrá en cuenta todas mis frustraciones anteriores, registrará la incongruencia entre mis pasiones pasajeras y mis otras opiniones. Así que, ¿por qué no dejar que vote ella en mi lugar? Es fácil defender esta opción con un argumento muy creíble: no se trata de que el ordenador que registra nuestra actividad sea omnipotente e infalible, es simplemente que, en general, sus decisiones son mucho más acertadas que las de nuestra mente: en medicina, hace mejores diagnósticos que un médico normal, y así sucesivamente, hasta llegar al trading algorítmico en los mercados de valores, en el que unos programas que pueden descargarse de forma gratuita están ya obteniendo mejores resultados que los asesores financieros.
No solo se censuran experiencias reales, sino también la ficción, como vemos en numerosas universidades de EE UU
Incluso defensores del nuevo mundo científico tan famosos como Richard Dawkins y Steven Pinker, después de escribir cientos de páginas que desenmascaran el libre albedrío y la libertad de elección, acaban respaldando la toma de decisiones políticas inherente a la condición humana. Sin embargo, como ha señalado Yuval Noah Harari, en la actualidad, “el liberalismo no está amenazado por la idea filosófica de que ‘no hay individuos libres’, sino por tecnologías concretas. Estamos a punto de encontrarnos ante una avalancha de dispositivos, herramientas y estructuras increíblemente útiles que no dejan ningún espacio al libre albedrío del individuo. ¿Podrán sobrevivir la democracia, el libre mercado y los derechos humanos a esa avalancha?”.
Y, si el desarrollo deja obsoleto al Homo sapiens, ¿qué vendrá después? ¿Un Homo deus poshumano (con unas capacidades tradicionalmente consideradas divinas) o una máquina digital casi omnipotente? ¿La singularidad o una inteligencia ciega e inconsciente? La perspectiva más realista es la de una división radical, mucho más marcada que la tradicional separación entre pobres y ricos, dentro de nuestras sociedades. En un futuro próximo, la biotecnología y los algoritmos informáticos unirán sus poderes para trasladar gradualmente la diferencia de clases a la constitución biológica de nuestros cuerpos: las clases dominantes se irán convirtiendo cada vez más en una raza aparte, y el resto de los mortales se dividirá en categorías biogenéticamente reguladas.
En su libro En el mundo interior del capital. Para una teoría filosófica de la globalización (Siruela), Peter Sloterdijk demuestra que la historia reciente no se basa sólo en la apertura y el triunfo, sino también en la existencia de un mundo encerrado en sí mismo que separa lo que está dentro de lo de fuera. Los dos aspectos son indivisibles: la dimensión global del capitalismo se apoya en la introducción de una drástica división de clases en todo el planeta, una separación entre los que están protegidos por esa esfera y los que se han quedado excluidos de ella. Imaginemos una cúpula gigante y transparente (como las de películas como Zardoz, Elysium o Los juegos del hambre) que mantiene la ciudad a salvo de su entorno contaminado, con aseos en los que, sí, está permitida la entrada a los transexuales para que quede garantizado que ya no existe ninguna segregación… en una ciudad que es en sí misma una zona segregada.
Y esta reflexión nos lleva de nuevo a las advertencias: los ricos se encerrarán cada vez más en su burbuja para evitar que su sensibilidad quede herida si entran en contacto con las clases inferiores. Todos esos mecanismos de corrección política no están para proteger a las víctimas, sino para protegernos de las víctimas (inmigrantes, refugiados, violadores y terroristas) y volverlas de ese modo socialmente invisibles. Este mundo dividido, que tiene cada vez más miedo de sí mismo, es la realidad de la utopía capitalista, liberal, globalizada y unida que imaginábamos hace 25 años, cuando creímos en el fin de la historia.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
III
Slavoj Zizek, "Defendernos del control digital", en El País, 19 de sep. de 2013:
Hace falta una nueva ética para esta era. Necesitamos Snowdens y Mannings en China, en Rusia, en todas partes, para combatir la disminución gradual de lo que Kant llamó “el uso público de la razón”
Todos recordamos el rostro sonriente y esperanzado de Obama en su primera campaña: “¡Yes, we can!” Sí, podíamos dejar atrás el cinismo de la era de Bush y ofrecer justicia y bienestar al pueblo estadounidense. Ahora que vemos que Estados Unidos mantiene sus actividades clandestinas y amplia su red de espionaje, incluso vigilando a sus aliados, imaginamos a los manifestantes que increpan al presidente: “¿Cómo puede utilizar aviones no tripulados para matar? ¿Cómo puede espiar incluso a nuestros aliados?”, mientras Obama murmura, con una sonrisa malvada: “Yes we can”.
Pero es un error personalizar. La amenaza contra la libertad revelada por las denuncias está arraigada en el sistema. No solo hay que defender a Edward Snowden porque haya irritado y avergonzado a los servicios secretos estadounidenses; los actos denunciados los cometen, en la medida de sus posibilidades tecnológicas, todas las grandes (y no tan grandes) potencias: China, Rusia, Alemania, Israel.
Sus revelaciones han dado fundamento a nuestras sospechas de que nos vigilan y controlan, y tienen alcance mundial, mucho más allá de las típicas críticas a Estados Unidos. En realidad, Snowden no ha dicho (y Manning tampoco) nada que no supusiéramos ya. Pero una cosa es saberlo en general y otra tener datos concretos.
En 1843, el joven Karl Marx afirmó que el antiguo régimen alemán “imagina que cree en sí mismo, y exige que el mundo imagine lo mismo”. En esas circunstancias, la capacidad de avergonzar a los poderosos es un arma. Como dice él a continuación: “La presión debe aumentarse con la conciencia de la presión, la vergüenza debe ser más vergonzosa haciéndola pública”.
Muchas de las leyes que constituyen el régimen de secretos de Estado son, a su vez, secretas
Esta es exactamente nuestra situación: nos enfrentamos al desvergonzado cinismo de los representantes del orden mundial, que imaginan que creen en sus ideas de democracia, derechos humanos, etcétera. Tras las revelaciones de WikiLeaks, la vergüenza —la suya, y la nuestra por tolerar ese poder— es mayor porque se hace pública. Lo que debería avergonzarnos es la reducción gradual en el mundo del margen para lo que Kant llamaba el “uso público de la razón”.
En su clásico texto ¿Qué es la Ilustración?, Kant compara el uso “público” y “privado” de la razón. “Privado” es el orden comunitario e institucional en el que vivimos (Estado, nación...) y “público” es el ejercicio universal de la razón: “El uso público de nuestra razón debe ser siempre libre, y es lo único que puede llevar la ilustración a los hombres. El uso privado de nuestra razón, en cambio, puede restringirse sin impedir gravemente el progreso de la ilustración. Por uso público de la razón interpreto el uso que hace una persona, por ejemplo, un sabio ante el público que le escucha. Uso privado es el que puede hacer una persona en un cargo de la administración”.
Se ve la discrepancia de Kant con nuestro sentido común liberal: el ámbito del Estado es “privado”, limitado por intereses particulares, mientras que un individuo que reflexiona sobre cuestiones generales hace un uso “público” de la razón. Esta distinción kantiana tiene especial relevancia ahora que Internet y los demás nuevos medios se debaten entre su “uso público” libre y su creciente control “privado”. Con la informática en nube, nos proporcionan los programas y la información a la carta, y los usuarios acceden a herramientas y aplicaciones en la red a través de los navegadores.
Pero este mundo nuevo y maravilloso no es más que una cara de la moneda. Los usuarios acceden a programas y archivos que se guardan en remotas salas de ordenadores de clima controlado; o, como dice un texto publicitario: “Se extraen detalles a los usuarios, que ya no necesitan conocer ni controlar la infraestructura tecnológica ‘en la nube’ de la que dependen”.
He aquí dos palabras clave: extracción y control. Para administrar una nube es preciso un sistema de vigilancia que controle su funcionamiento, y que, por definición, está oculto a los usuarios. Cuanto más personalizado está el smartphone que tengo en la mano, cuanto más fácil y “transparente” es su funcionamiento, más depende de un trabajo que están haciendo otros, en un vasto circuito de máquinas que coordinan las experiencias de usuarios. Cuanto más espontánea y transparente es nuestra experiencia, más regulada está por la red invisible que controlan organismos públicos y grandes empresas con sus secretos intereses.
Es necesaria una nueva red mundial que proteja a quienes denuncian y difunda su mensaje
Si emprendemos el camino de los secretos de Estado, tarde o temprano llegamos al fatídico punto en el que las normas legales que dictan lo que es secreto son también secretas. Kant formuló el axioma clásico de la ley pública: “Son injustas todas las acciones relativas al derecho de otros hombres cuando sus principios no puedan ser públicos”. Una ley secreta, desconocida para sus sujetos, legitima el despotismo arbitrario de quienes la ejercen, como dice un informe reciente sobre China: “En China es secreto incluso qué es secreto”. Los molestos intelectuales que informan sobre la opresión política, las catástrofes ambientales y la pobreza rural acaban condenados a años de cárcel por violar secretos de Estado, pero muchas de las leyes y normas que constituyen el régimen de secretos de Estado son secretas, por lo que es difícil saber cómo y cuándo se están infringiendo.
Si el control absoluto de nuestras vidas es tan peligroso no es porque perdamos nuestra privacidad, porque el Gran Hermano conozca nuestros más íntimos secretos. Ningún servicio del Estado puede tener tanto control, no porque no sepan lo suficiente, sino porque saben demasiado. El volumen de datos es inmenso, y, a pesar de los complejos programas que detectan mensajes sospechosos, los ordenadores son demasiado estúpidos para interpretar y evaluar correctamente esos miles de millones de datos, con errores ridículos e inevitables como calificar a inocentes de posibles terroristas, que hacen todavía más peligroso el control estatal de las comunicaciones. Sin saber por qué, sin hacer nada ilegal, pueden considerarnos posibles terroristas. Recuerden la legendaria respuesta del director de un periódico de Hearst al empresario cuando este le preguntó por qué no quería irse de vacaciones: “Tengo miedo de irme y que se produzca el caos y todo se desmorone, pero tengo aún más miedo de descubrir que, aunque me vaya, las cosas seguirán como siempre y se demuestre que no soy necesario”. Algo similar ocurre con el control estatal de nuestras comunicaciones: debemos tener miedo de no poseer secretos, de que los servicios secretos del Estado lo sepan todo, pero debemos tener aún más miedo de que no sean capaces de hacerlo.
Por eso es fundamental que haya denuncias, para mantener viva la “razón pública”. Assange, Manning, Snowden son nuestros nuevos héroes, ejemplos de la nueva ética propia de nuestra era de control digital. No son meros soplones que denuncian las prácticas ilegales de empresas privadas a las autoridades públicas; denuncian a esas autoridades públicas y su “uso privado de la razón”.
Necesitamos Mannings y Snowdens en China, en Rusia, en todas partes. Hay Estados mucho más represores que Estados Unidos: imaginen qué le habría pasado a Manning en un tribunal ruso o chino (seguramente, nada de juicio público). Eso no quiere decir que Estados Unidos sea blando, pero no trata a los presos con la brutalidad de esas dos potencias, puesto que, con su superioridad tecnológica, no lo necesita (aunque está más que dispuesto a usarla cuando hace falta). En realidad, es más peligroso que China, porque sus medidas de control no lo parecen, mientras que la brutalidad china es fácil de ver.
Es decir, no basta con enfrentar a un Estado con otro (como hizo Snowden con Rusia y Estados Unidos); necesitamos una nueva red internacional que proteja a los que denuncian y ayude a la difusión de su mensaje. Son nuestros héroes porque demuestran que, si los poderosos pueden, nosotros también.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia
IV
Slavoj Zizek, "El violento silencio de un nuevo comienzo", 11 de nov. de 2011:
Los indignados deben resistirse en esta etapa a traducir rápidamente la energía de las protestas en demandas "pragmáticas" y "concretas". Han de evitar debates en campo enemigo y desplegar, en cambio, su propio escenario
Qué hacer después de la ocupación de Wall Street, de que las protestas que comenzaron lejos (Oriente Próximo, Grecia, España, Reino Unido) hayan llegado al centro y ahora, reforzadas, estén volviendo a extenderse por el mundo? Uno de los grandes peligros que afrontan los manifestantes es el de enamorarse de sí mismos, de lo bien que se lo están pasando en los sitios ocupados. En San Francisco, en una concentración de solidaridad con Wall Street, el 16 de octubre de 2011, se oyó una invitación a participar en la protesta como si fuera una concentración jipi de los años sesenta: "Nos preguntan cuál es nuestro programa. No tenemos programa. Estamos aquí para pasárnoslo bien".
Organizar una feria es barato; lo verdaderamente importante es lo que queda al día siguiente, en qué cambia nuestra vida diaria. Los manifestantes deben enamorarse del trabajo duro y paciente. No son un final, sino un comienzo, y su mensaje fundamental es: se ha roto el tabú, no vivimos en el mejor mundo posible, y tenemos el derecho, e incluso el deber, de pensar alternativas. En una especie de triada hegeliana, la izquierda occidental ha vuelto a sus principios: después de abandonar el llamado "fundamentalismo de la lucha de clases" por la pluralidad de las luchas antirracistas, feministas, etcétera, el problema fundamental vuelve a ser el "capitalismo". La primera lección debe ser: no debemos culpar a personas ni actitudes. El problema no son la corrupción ni la codicia, es el sistema que nos empuja a ser corruptos. La solución no es "la calle frente a Wall Street", sino cambiar este sistema en el que la calle no puede funcionar sin Wall Street.
El sistema es como el gato que sigue andando sin saber que ya no tiene suelo bajo los pies
Los manifestantes deben cuidarse de los falsos amigos que intentan diluir sus protestas
Queda mucho camino por recorrer, y pronto habrá que abordar los interrogantes verdaderamente difíciles, no sobre lo que no queremos, sino sobre lo que queremos. ¿Qué organización social puede sustituir al capitalismo actual? ¿Qué tipo de dirigentes necesitamos? ¿Qué órganos, incluidos los de control y represión? Es evidente que las alternativas del siglo XX no han funcionado. Aunque la "organización horizontal" de las multitudes concentradas, con su solidaridad igualitaria y sus debates abiertos, resulta emocionante, no debemos olvidar lo que escribió Gilbert Keith Chesterton: "Tener la mente abierta, en sí, no es nada; el objeto de abrir la mente, como el de abrir la boca, es poder cerrarla con algo sólido dentro". Lo mismo ocurre con la política en épocas de incertidumbre: los debates abiertos tendrán que fundirse en nuevos significantes fundamentales, pero también en respuestas concretas a la vieja pregunta leninista: "¿Qué hacer?".
Es fácil responder a los ataques conservadores directos. ¿Son antiamericanas las protestas? Cuando los fundamentalistas conservadores aseguran que Estados Unidos es una nación cristiana, conviene recordar lo que es el cristianismo: el Espíritu Santo, la comunidad libre e igualitaria de creyentes unidos por el amor. Los manifestantes son el Espíritu Santo, mientras que, en Wall Street, los paganos adoran a falsos ídolos. ¿Son violentos los manifestantes? Es cierto que su lenguaje puede parecer violento (ocupación y otros mensajes similares), pero lo son en el sentido en el que era violento Mahatma Gandhi. Son violentos porque no quieren que las cosas continúen como hasta ahora. ¿Pero qué violencia es esta comparada con la necesaria para sostener el buen funcionamiento del sistema capitalista mundial? Se les llama perdedores, pero ¿no están los verdaderos perdedores en Wall Street, y no les hemos rescatado con nuestro dinero, cientos de miles de millones? Se les llama socialistas, pero, en Estados Unidos, ya existe un socialismo para los ricos. Se les acusa de no respetar la propiedad privada, pero las especulaciones que desembocaron en la crisis de 2008 aniquilaron más propiedad privada, ganada con esfuerzo, que si los manifestantes se dedicaran a hacerlo noche y día; baste recordar los cientos de hipotecas ejecutadas.
No son comunistas, si por comunismo nos referimos al sistema que se vino merecidamente abajo en 1990; y recordemos que los comunistas que quedan hoy gobiernan el capitalismo más despiadado que existe (China). El éxito del capitalismo comunista de China es un mal presagio de que el matrimonio entre capitalismo y democracia está aproximándose a un divorcio. El único sentido en el que se les puede llamar comunistas es que les importan los bienes comunes -los bienes comunes de la naturaleza, del conocimiento-, que el sistema está poniendo en peligro. Les desprecian por ser soñadores, pero los auténticos soñadores son quienes piensan que las cosas pueden seguir indefinidamente como están, con meros cambios superficiales. No son soñadores, son el despertar de un sueño que está convirtiéndose en una pesadilla. No destruyen nada, reaccionan ante la autodestrucción gradual del propio sistema. Todos conocemos la típica escena de dibujos animados: el gato llega al borde del precipicio, pero sigue andando, sin saber que ya no tiene suelo bajo los pies, y no se cae hasta que no mira hacia abajo y ve el abismo. Lo que están haciendo los manifestantes es recordar a quienes tienen el poder que deben mirar hacia abajo.
Esa es la parte fácil. Los miembros del movimiento deben cuidarse de los enemigos y, sobre todo, de los falsos amigos que fingen apoyarles pero ya están haciendo todo lo posible para diluir la protesta. Igual que nos dan café descafeinado, cerveza sin alcohol, helado sin grasa, el poder intentará convertir las protestas en un gesto moralista e inocuo. En el boxeo, "abrazarse" es agarrar el cuerpo del rival con los brazos para impedir o dificultar los golpes. La reacción de Bill Clinton a las protestas de Wall Street es un ejemplo perfecto de abrazo político; Clinton cree que las protestas son "en conjunto... algo positivo", pero le preocupa que la causa sea tan difusa: "Deben defender algo concreto, no solo mostrarse en contra, porque, si se limitan a estar en contra, otros llenarán el vacío que han creado", dijo. Clinton sugirió que los miembros del movimiento apoyen el plan de empleo del presidente Obama, que, según él, creará "dos millones de puestos de trabajo en el próximo año y medio".
A lo que hay que resistirse en esta etapa es precisamente a ese deseo de traducir rápidamente la energía de la protesta en una serie de demandas "pragmáticas" y "concretas". Es verdad que las protestas han creado un vacío: un vacío en el terreno de la ideología hegemónica, y hace falta tiempo para llenarlo como es debido, porque es un vacío cargado de contenido, una apertura para lo Nuevo. Los manifestantes salieron a la calle porque estaban hartos de un mundo en el que reciclar las latas, dar un par de dólares a obras benéficas o comprar un capuchino en Starbucks porque el 1% va al Tercer Mundo basta para sentirse a gusto. Después de externalizar el trabajo y la tortura, después de que las agencias matrimoniales hayan empezado a externalizar incluso las relaciones, vieron que llevaban mucho tiempo dejando externalizar sus compromisos políticos, y quieren recuperarlos.
El arte de la política también es insistir en una demanda concreta que, aunque sea totalmente "realista", trastorna la ideología hegemónica, es decir, que, pese a ser factible y legítima, en la práctica es imposible (por ejemplo, la sanidad universal en Estados Unidos). Después de las protestas de Wall Street, debemos movilizar a la gente por esas demandas, pero es muy importante permanecer alejados del terreno pragmático de las negociaciones y las propuestas "realistas". No debemos olvidar que cualquier debate que se haga aquí y ahora seguirá siendo necesariamente un debate en el campo enemigo, y hará falta tiempo para desplegar el nuevo contenido. Todo lo que digamos ahora nos lo podrán quitar (recuperar); todo menos nuestro silencio. Este silencio, este rechazo al diálogo, a los abrazos, es nuestro "terrorismo", tan amenazador y siniestro como debe ser.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 17 de noviembre de 2011
V
Slavoj Zizek, "Caos bajo los cielos: qué magnífica situación", 3 de feb. de 2011:
En las revueltas de Túnez y Egipto hay algo que no puede por menos de llamarnos poderosamente la atención, y es la patente ausencia del fundamentalismo islámico: siguiendo la más pura tradición democrática laica, la gente se ha limitado a levantarse contra un régimen opresivo y corrupto, y contra su propia pobreza, para exigir libertad y esperanza económica. El cínico postulado liberal de cuño occidental, según el cual en los países árabes las concepciones realmente democráticas únicamente están presentes en las élites más abiertas, mientras que a la gran mayoría de la población solo la puede movilizar el fundamentalismo religioso o el nacionalismo, ha quedado desmentido. Evidentemente, la gran pregunta es: ¿qué ocurrirá el día después? ¿Quién se alzará con el triunfo político?
¿Adónde debería ir Mubarak? La respuesta está clara: al Tribunal de La Haya
El auge del islamismo fue siempre el reverso de la desaparición de la izquierda laica
La UE va a ayudar a sentar las raíces de una "democracia profunda"
En Túnez, cuando se constituyó un nuevo Gobierno provisional, de él quedaron excluidos los islamistas y la izquierda más radical. Los demócratas petulantes reaccionaron diciendo: "bueno, son fundamentalmente lo mismo, dos extremos totalitarios", pero ¿son las cosas tan simples? ¿Acaso a lo largo del tiempo quienes se han venido enfrentando no han sido precisamente los islamistas y la izquierda? Aunque unos y otros estén momentáneamente unidos contra el régimen, cuando se acerquen a la victoria su unidad se resquebrajará y se embarcarán en un combate a muerte, con frecuencia más cruel que el librado contra su enemigo común.
¿Acaso no asistimos precisamente a esa pugna después de las últimas elecciones iraníes? Lo que cientos de miles de partidarios de Musavi defendían era el sueño popular que alentó la revolución jomeinista, es decir, libertad y justicia. Aunque ese sueño fuera una utopía, entre los estudiantes y la gente corriente supuso una imponente explosión de creatividad política y social, de experimentos y debates organizativos. Esa auténtica apertura que desató inusitadas fuerzas de transformación social, un momento en el que "todo parecía posible", fue después poco a poco sofocado cuando las fuerzas vivas islamistas se hicieron con el control político.
Aun ante movimientos abiertamente fundamentalistas, hay que tener cuidado de no perder de vista el componente social. A los talibanes se los suele presentar como un grupo fundamentalista islámico que se impone mediante el terror; sin embargo, cuando en la primavera de 2009 ocuparon el valle paquistaní del Swat, The New York Times informó de que habían fraguado "una revolución de clase que explota las profundas fisuras existentes entre un pequeño grupo de terratenientes acaudalados y sus desposeídos arrendatarios". Si al "aprovecharse" de los sufrimientos de los campesinos lostalibanes estaban "dando la voz de alarma sobre los riesgos que pesan sobre Pakistán, que sigue siendo mayormente feudal", ¿qué es lo que impedía a los demócratas partidarios de ese país, así como de EE UU, "aprovecharse" igualmente de esos sufrimientos, tratando de ayudar a los campesinos sin tierra? ¿Acaso las fuerzas feudales paquistaníes son el "aliado natural" de la democracia liberal?
Es inevitable llegar a la conclusión de que el auge del radicalismo islámico fue siempre el reverso de la desaparición de la izquierda laica en los países musulmanes. Cuando Afganistán aparece retratado como el ejemplo más extremo de país fundamentalista musulmán, hay que preguntarse si todavía alguien se acuerda de que hace 40 años era un país con una sólida tradición laica en el que un poderoso partido comunista se hizo con el poder sin contar con la Unión Soviética. ¿Adónde fue a parar esa tradición laica?
Resulta esencial situar en ese contexto los acontecimientos que están teniendo lugar en Túnez y Egipto (y en Yemen y... ojalá hasta en Arabia Saudí). Si la situación se "estabiliza", de manera que los antiguos regímenes sobrevivan con ciertas operaciones cosméticas de carácter democrático, se generará una insuperable oleada fundamentalista. Para que sobrevivan los elementos clave del legado democrático, sus partidarios precisan de la ayuda fraterna de la izquierda radical.
Si nos ubicamos de nuevo en Egipto, veremos que la reacción más vergonzosa y peligrosamente oportunista fue la de Tony Blair, tal como la recogió la CNN: el cambio es necesario, pero debería ser un cambio estable. Hoy en día, un "cambio estable" en Egipto solo puede significar un compromiso con las fuerzas de Mubarak por medio de una ligera ampliación del círculo de poder. Por eso hablar ahora de transición pacífica es una obscenidad: al aplastar a la oposición, el propio Mubarak la hizo imposible. Una vez que lanzó al Ejército contra los manifestantes, la opción estuvo clara: o bien una transformación cosmética en la que algo cambie para que todo siga igual o bien una auténtica ruptura.
Aquí está por tanto el quid de la cuestión: no se puede decir, como en el caso de Argelia hace una década, que permitir unas elecciones auténticamente libres equivalga a entregar el poder a los fundamentalistas islámicos. Israel se quitó la máscara de la hipocresía democrática y apoyó abiertamente a Mubarak, y, al apoyar al tirano objeto de la revuelta, ¡dio nuevas alas al antisemitismo popular!
Otra de las preocupaciones de los demócratas es que no haya un poder político organizado que llene el vacío cuando Mubarak se vaya: por supuesto que no lo hay; ya se ocupó él de que así fuera, reduciendo cualquier posible oposición a la condición de ornamento marginal. De manera que el resultado será como el del título de la famosa novela de Agatha Christie, Y entonces no quedó ninguno. Según el razonamiento de Mubarak, o él o el caos; pero es un razonamiento que va en su contra.
La hipocresía de los demócratas occidentales es asombrosa: antes apoyaban públicamente la democracia, pero ahora, cuando el pueblo se alza contra los tiranos para defender, no la religión, sino una libertad y una justicia laicas, se muestran "profundamente preocupados"... ¿Por qué esa preocupación? ¿Por qué no alegrarse de que la libertad tenga una oportunidad? Hoy día, el lema de Mao Zedong resulta más pertinente que nunca: "bajo los cielos hay caos: qué magnífica situación".
Entonces, ¿adónde debería ir Mubarak? La respuesta a esta pregunta también está clara: a La Haya. Si hay alguien que merece sentarse allí, es él.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 3 de febrero de 2011
VI
Slavoj Zizek, "Barbarie con rostro humano", en El País, 23 de oct. de 2010:
La oleada de rechazo del inmigrante en Europa es hoy la principal amenaza para su legado cristiano. El miedo al extranjero empieza a impregnar también el antaño tolerante multiculturalismo liberal
La reciente expulsión de Francia de los gitanos residentes en su territorio en situación ilegal, a los que se ha deportado a Rumanía, su país de origen, ha suscitado muchas protestas en toda Europa, en medios progresistas y también entre importantes políticos, y no solo de izquierdas. Sin embargo, las expulsiones no se han detenido, y constituyen además la punta de un enorme iceberg que se alza dentro de la política europea. Hace un mes, un libro de Thilo Sarrazin, un directivo de banca considerado políticamente cercano a los socialdemócratas, causó escándalo en Alemania al plantear la tesis de que la nación alemana estaba amenazada por la presencia de demasiados inmigrantes a los que se permitía mantener su identidad cultural. Aunque el libro fue unánimemente censurado, su tremendo impacto pone de relieve que al gran público le dio donde le duele. Incidentes como estos han de evaluarse en el marco de una reorganización a largo plazo del espacio político en Europa occidental y oriental.
El Otro está bien siempre que su presencia no sea molesta, siempre que no sea realmente un Otro
Es un retroceso desde el amor cristiano al prójimo a la práctica pagana de privilegiar a la propia tribu
Hasta hace poco, el espacio político de los países europeos estaba dominado por dos grandes formaciones que se dirigían al conjunto del cuerpo electoral, es decir, por un partido de centro-derecha (cristianodemócrata, liberal-conservador, popular...) y por otro de centro-izquierda (socialista o socialdemócrata), a los que se añadían pequeñas formaciones (ecologistas o comunistas). En el Oeste tanto como en el Este, los últimos resultados electorales apuntan a la paulatina aparición de otra polaridad. Hay un partido centrista predominante que defiende el capitalismo global, generalmente con un programa cultural liberal (tolerancia hacia el aborto, los derechos de los homosexuales, las minorías religiosas y étnicas, etcétera). A ese partido se opone cada vez con más fuerza alguna formación populista contraria a la inmigración que, en sus márgenes, va acompañada de grupos neofascistas abiertamente racistas. El caso más paradigmático es el de Polonia: tras la desaparición de los ex comunistas, las principales formaciones políticas son el partido liberal, centrista y "antiideológico" del primer ministro Donald Tusk y el partido cristiano conservador de los hermanos Kaczynski. Hay tendencias similares en Holanda, Noruega, Suecia, Hungría... ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
Tras décadas de Estado del bienestar -o de su promesa-, cuando los recortes financieros se limitaban a breves periodos y se aplicaban prometiendo que las cosas pronto volverían a la normalidad, entramos ahora en una nueva época en la que la crisis, o más bien cierto estado de emergencia económica que precisa de toda clase de medidas de austeridad, es permanente, se convierte en una constante, en pura y simplemente una forma de vida. Después de la desintegración de los regímenes comunistas en 1990, entramos en una nueva era en la que la forma predominante de ejercicio del poder estatal se ha convertido en una despolitizada administración técnica que se dedica a coordinar los intereses.
La única manera de introducir pasión en ese ámbito, de movilizar realmente a la gente, es mediante el miedo: a los inmigrantes, a la delincuencia, a la impía depravación sexual, al exceso de Estado (que abruma con unos impuestos y un control excesivos), a la catástrofe ecológica y, también, al acoso (la corrección política es el caso paradigmático de la política del miedo liberal). Esa forma de hacer política siempre se basa en la manipulación de un ochlos paranoico, en la aterradora concentración de hombres y mujeres atemorizados. Esta es la razón de que el gran acontecimiento de la primera década del nuevo milenio fuera la entrada en la ortodoxia política del discurso contra la inmigración, que cortó por fin el cordón umbilical que lo unía a partidos marginales de extrema derecha. Desde Austria hasta Holanda, pasando por Francia o Alemania, y en virtud del nuevo orgullo que suscita la propia identidad cultural e histórica, los principales partidos ahora descubren que es aceptable insistir en la condición de invitados de unos inmigrantes que deben adaptarse a los valores culturales que definen la sociedad de acogida: "Es nuestro país, si no lo quieres, te vas". Es imprescindible señalar hasta qué punto la tolerancia progresista liberal comparte ciertas premisas fundamentales con esta actitud: su exigencia de respeto y de apertura hacia la otredad (étnica, religiosa o sexual), tiene su contrapunto en el miedo obsesivo al acoso. El Otro está bien siempre que su presencia no sea molesta, siempre que no sea realmente un Otro... En realidad, mi deber de tolerancia para con el otro significa que no debo acercarme demasiado a él, meterme en su espacio. En la sociedad capitalista tardía el derecho humano que va tornándose más esencial es el derecho a no ser acosado: a mantenerse a distancia prudencial de los demás.
No es extraño que el tema de los seres tóxicos haya ganado terreno últimamente. Aunque el concepto procede de la psicología de divulgación y nos previene contra los vampiros emocionales que andan por ahí al acecho, ahora está yendo mucho más allá de las relaciones interpersonales inmediatas: el calificativo tóxico alude a propiedades pertenecientes a niveles (naturales, culturales, psicológicos, políticos) totalmente distintos. Un ser tóxico puede ser un inmigrante con una enfermedad mortal al que hay que poner en cuarentena; un terrorista cuyos mortíferos planes deben evitarse y al que se debe encerrar en Guantánamo, esa zona vacía ajena al imperio de la ley; un ideólogo fundamentalista al que hay que silenciar porque difunde el odio; un padre, madre, profesor o sacerdote que abusa de los niños y los corrompe. Lo tóxico es el propio vecino extranjero, el abismo que hay, por ejemplo, en sus placeres o creencias. De manera que el objetivo final de cualquiera de las normas que rigen las relaciones personales es poner en cuarentena o por lo menos neutralizar y contener esa dimensión tóxica, reducir al vecino a la condición de prójimo.
En el mercado actual encontramos una amplia gama de productos carentes de su componente nocivo: café sin cafeína, nata sin grasa, cerveza sin alcohol... ¿Qué decir del sexo virtual, que es sexo sin sexo; de la doctrina de guerra sin víctimas (en nuestro bando, claro) de Colin Powell, que es una guerra sin guerra; de la redefinición actual de la política como arte de la administración técnica, que es una política sin política? Todo ello nos conduce al tolerante multiculturalismo liberal, que es una experiencia del Otro privado de su otredad: un Otro descafeinado que practica danzas fascinantes y que aborda la realidad desde un enfoque holístico ecológicamente sensato, mientras rasgos como el maltrato a la esposa quedan fuera de cámara.
Quien mejor planteó, allá por 1938, el mecanismo que activa esa neutralización fue Robert Brasillach, el intelectual fascista francés condenado y fusilado en 1945, que, considerándose un antisemita "moderado", inventó la fórmula del "antisemitismo razonable": "Nos permitimos aplaudir en el cine a Charlie Chaplin, un medio judío; admirar a Proust, un medio judío, y aplaudir a Yehudi Menuhin, un judío. Y la voz de Hitler viaja por las ondas radiofónicas a continuación del nombre del judío Hertz. (...) No queremos matar a nadie, no queremos organizar ningún pogromo. Pero también pensamos que la mejor manera de obstaculizar las siempre impredecibles acciones del antisemitismo instintivo es organizar un antisemitismo razonable".
¿Acaso no está presente esta misma actitud en la forma que tienen nuestros Gobiernos de abordar la "amenaza de la inmigración"? Después de rechazar con superioridad moral el descarado racismo populista tachándolo de "poco razonable" y de inaceptable para nuestras normas democráticas, avalan "razonablemente" medidas de protección racistas... o, como brasillachs de hoy en día, algunos de ellos incluso socialdemócratas, nos dicen: "Nos permitimos aplaudir a deportistas africanos y de Europa del Este, a doctores asiáticos o a programadores informáticos indios. No queremos matar a nadie, no queremos organizar ningún pogromo, pero también pensamos que la mejor manera de obstaculizar las siempre impredecibles y violentas medidas defensivas que suscita la inmigración es organizar una protección razonable frente a los inmigrantes".
Esta concepción de la desintoxicación del vecino supone un paso claro de la barbarie directa a la barbarie con rostro humano. Plasma un retroceso que va desde el amor cristiano al vecino a la práctica pagana de privilegiar a la propia tribu frente al Otro bárbaro. La idea, aunque se envuelva en la defensa de los valores cristianos, constituye en sí misma la principal amenaza para el legado cristiano.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno. Traducción de Jesús Cuéllar Menezo.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 23 de octubre de 2010
VII
Slavoj Zizek, "Boinas verdes con rostro humano", El País, 24 de marzo de 2010:
La película ganadora en los Oscar 'En tierra hostil', con su 'humanización' del soldado, evita la pregunta clave: ¿qué hace el Ejército norteamericano en Irak? Dos filmes israelíes sobre Líbano usan el mismo truco
Cuando En tierra hostil, de Kathryn Bigelow, consiguió los principales oscars frente a Avatar, de James Cameron, esa victoria fue percibida como una buena señal del estado de cosas en Hollywood: una modesta producción pensada para festivales tipo Sundance, y que en muchos países ni siquiera había obtenido una gran distribución, supera claramente a una superproducción cuya brillantez técnica no puede disimular la plana simplicidad de su argumento. ¿Así que Hollywood no es solamente una fábrica de grandes éxitos de taquilla, sino que todavía sabe apreciar esfuerzos creativos marginales?
Es posible, aunque habría que matizar: con todas sus mistificaciones, Avatar toma partido claramente por los que se oponen al complejo industrial-militar mundial, retratando al Ejército de la superpotencia como una fuerza de destrucción brutal al servicio de grandes intereses industriales, mientras En tierra hostil presenta al Ejército norteamericano de un modo plenamente acorde con su propia imagen pública en este nuestro tiempo de intervenciones humanitarias y de pacifismo militarista.
La ideología está ahí más que nunca: estamos allí con nuestros muchachos, identificándonos con ellos
En cambio, 'Avatar' toma claro partido por los que se oponen al complejo militar-industrial
La película ignora casi por completo el gran debate sobre la intervención de Estados Unidos en Irak, y en lugar de ello se centra en las terribles experiencias diarias, de servicio y fuera del mismo, de soldados corrientes obligados a convivir con el peligro y la destrucción. Con un estilo seudodocumental cuenta la historia -o más bien, una serie de viñetas- de una brigada del servicio de artificieros, de su trabajo potencialmente mortal en la desactivación de explosivos. Esa opción es sumamente sintomática: a pesar de ser soldados, ellos no matan sino que arriesgan diariamente sus vidas desmantelando bombas terroristas destinadas a matar civiles. ¿Puede haber algo con lo que simpaticen más nuestros ojos progresistas? En la Guerra contra el Terror en curso, ¿no están nuestros ejércitos, incluso cuando bombardean y destruyen, y no sólo tales unidades de artificieros, desactivando pacientemente las redes terroristas con el fin de hacer más seguras las vidas de civiles en todos lados?
Pero hay más en la película. En tierra hostil incorpora a Hollywood una moda que también ha contribuido al éxito de dos recientes películas israelíes sobre la guerra del Líbano en 1982, el documental animado de Ari Folman Vals con Bashir, y Líbano, de Samuel Maoz. Líbano versa sobre los propios recuerdos de Maoz como joven soldado, mostrando el miedo a la guerra y a la claustrofobia mediante la filmación de la mayor parte de la acción desde el interior de un tanque. El filme nos presenta a cuatro inexpertos soldados dentro de un tanque enviados a "limpiar" una ciudad libanesa que ya ha sido bombardeada por la fuerza aérea israelí. Entrevistado en el Festival de Venecia de 2009, Yoav Donat, el actor que interpreta al director cuando éste era soldado un cuarto de siglo antes, dijo: "No es una película que te hace pensar 'sólo estoy en una película'. Es una película que te hace sentir que has estado en la guerra". De una manera parecida, Vals con Bashir muestra los horrores del conflicto de 1982 desde el punto de vista de unos soldados israelíes.
Maoz dijo que su película no era una condena de las políticas de Israel, sino una versión personal de la experiencia por la que había pasado: "Cometí el error de llamar a la película Líbano, ya que la guerra del Líbano no es diferente en su esencia de cualquier otra guerra, y pensé que cualquier intento de politizarla habría estropeado la película". Eso es ideología en su estado más puro: el hecho de revivir la traumática experiencia del perpetrador nos capacita para borrar el trasfondo ético-político del conflicto: qué estaba haciendo el Ejército israelí en el interior del Líbano, etcétera. Semejante humanización sirve así para echar una cortina de humo sobre la cuestión fundamental: la necesidad de un análisis político implacable de lo que está en juego como consecuencia de nuestra actividad político-militar. Nuestras luchas político-militares no son precisamente una historia opaca que desbarata bruscamente nuestra vida íntima, son algo en lo que participamos plenamente.
De un modo más general, esa humanización del soldado (en la dirección de la proverbial creencia "errar es humano") es un elemento clave de la (auto) presentación de las fuerzas armadas israelíes: a los medios de comunicación israelíes les gusta hacer hincapié en las imperfecciones y traumas psíquicos de los soldados israelíes, no presentándolos ni como máquinas militares perfectas ni como héroes sobrehumanos, sino como a gente corriente que, atrapada en los traumas de la Historia y de la guerra, comete errores y puede perderse, como todo el mundo.
Por ejemplo, cuando en enero de 2003, las fuerzas armadas israelíes demolieron la casa de la familia de un supuesto "terrorista", lo hicieron con acusada amabilidad, incluso hasta el punto de ayudar a la familia a trasladar los muebles fuera antes de destruir la casa con un bulldozer. En la prensa israelí se informó poco tiempo antes sobre un suceso similar: cuando un soldado israelí estaba registrando una casa palestina en busca de sospechosos, la madre de la familia llamó a su hija por su nombre a fin de tranquilizarla, y el sorprendido soldado supo que el nombre de la aterrorizada muchacha era el mismo que el de su propia hija; en un arrebato sentimental, sacó su cartera y le enseñó su foto a la madre palestina.
Es fácil percibir la falsedad de semejante gesto de empatía: la idea de que, a pesar de las diferencias políticas, todos somos seres humanos con los mismos amores y preocupaciones, neutraliza el impacto de lo que el soldado está haciendo efectivamente en ese momento. Así, la única respuesta apropiada de la madre debería ser: "Si realmente tú eres tan humano como yo, ¿por qué estás haciendo lo que estás haciendo ahora?". El soldado entonces sólo puede ampararse en un deber objetivado: "No me gusta hacerlo, pero 'es' mi deber..." -evitando así asumir ese deber de forma subjetiva. El mensaje de esa humanización es el de poner de manifiesto la brecha entre la compleja realidad de la persona y el papel que ésta tiene que desempeñar contra su verdadera naturaleza-. "En mi familia, la genética no es militar", como dice uno de los soldados entrevistados en Tsahal, de Claude Lanzmann, sorprendido por verse a sí mismo como oficial de carrera.
Y eso nos hace volver a En tierra hostil: su descripción del horror diario y del traumático impacto del servicio en una zona de guerra parece situarla a millas de distancia de las sentimentales celebraciones del papel humanitario del Ejército norteamericano, como la infame Boinas verdes, de John Wayne.
Sin embargo, siempre deberíamos tener presente que las áridas y realistas imágenes de lo absurdo de la guerra de En tierra hostil enturbian, haciéndolo así aceptable, el hecho de que sus héroes están haciendo exactamente el mismo trabajo que los héroes de Boinas verdes. En su misma invisibilidad, la ideología está ahí, más que nunca: estamos allí, con nuestros muchachos, identificándonos con sus miedos y sus angustias, en lugar de preguntarnos qué están haciendo allí.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de Juan Ramón Azaola.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Miércoles, 24 de marzo de 2010
VIII
Slavoj Zizek, "¿Qué sucede cuando no sucede nada?", en El País, 22 AGO 2009
El 2 de agosto de 2009, después de acordonar parte del barrio árabe de Sheikh Jarrah en Jerusalén este, la policía israelí expulsó a dos familias palestinas (más de 50 personas) de sus hogares y permitió que unos colonos judíos se mudaran inmediatamente a las casas evacuadas. Aunque la policía mencionó una orden del Tribunal Supremo del país, las familias árabes expulsadas llevaban viviendo allí más de 50 años. El hecho, que llamó la atención de los medios mundiales -cosa excepcional-, forma parte de un proceso mucho más amplio y, en su mayor parte, ignorado.
Cinco meses antes, el 1 de marzo de 2009, se informó de que el Gobierno israelí había elaborado unos planes para construir más de 70.000 nuevas viviendas dentro de asentamientos judíos en Cisjordania; si dichos planes se llevaran a cabo, podrían aumentar el número de colonos en los territorios palestinos en unos 300.000, un paso que no sólo dañaría gravemente las posibilidades de un Estado palestino viable, sino que harían más difícil la vida diaria de los palestinos.
Lo que sucede es la labor, lenta pero constante, de Israel para quitar la tierra a los palestinos
El mapa de Cisjordania parece un archipiélago fragmentado
Un portavoz del Gobierno desmintió las informaciones y dijo que los planes tenían una importancia relativa: para construir nuevas viviendas en los asentamientos era necesaria la aprobación del ministro de Defensa y del primer ministro. Sin embargo, ya se han aprobado 15.000 de esos planes, y casi 20.000 de las viviendas previstas se encuentran en asentamientos que están lejos de la línea verde que separa Israel de Cisjordania, es decir, en las zonas que Israel no puede aspirar a conservar en ningún futuro acuerdo de paz con los palestinos.
La conclusión es evidente: al tiempo que, teóricamente, apoya la solución de dos Estados, Israel está creando una situación sobre el terreno que, en su momento, hará que en la práctica sea imposible dicha solución. El sueño en el que se apoya esta estrategia queda patente en el muro que separa una ciudad de colonos de la ciudad palestina cercana en una colina de Cisjordania. El lado israelí del muro tiene pintada la imagen de la campiña al otro lado, pero sin la ciudad palestina, sólo con la naturaleza, la hierba, los árboles... ¿No es el más puro ejemplo de limpieza étnica, imaginar el otro lado de la verja tal como debería ser, vacío, virginal, esperando a ser colonizado?
¿Qué significa todo esto? Para captar la verdadera dimensión de las noticias, a veces basta con leer dos noticias por separado; el significado surge al unirlas, como una chispa que explota en un cortocircuito eléctrico. El mismo día en el que llegaron a los medios las noticias sobre el plan del Gobierno para cons-truir 70.000 nuevas viviendas (2 de marzo), Hillary Clinton criticó el lanzamiento de cohetes desde Gaza y lo calificó de "cínico", para luego añadir: "No hay duda de que ningún país, incluido Israel, puede permanecer pasivo cuando su territorio y su gente sufren ataques con misiles".
¿Tendrían que permanecer pasivos los palestinos mientras les quitan las tierras de Cisjordania día a día? Cuando los pacifistas israelíes presentan su conflicto con los palestinos en términos neutrales y "simétricos" y reconocen que en ambas partes hay extremistas que rechazan la paz, deberíamos hacernos una sencilla pregunta: ¿qué sucede en Oriente Próximo cuando no ocurre nada en el plano directamente político-militar, es decir, cuando no hay tensiones, ataques ni negociaciones?
Lo que sucede es la labor, lenta pero constante, de arrebatar la tierra a los palestinos de Cisjordania: el estrangulamiento gradual de la economía palestina, el despedazamiento de sus tierras, la construcción de nuevos asentamientos, las presiones a los campesinos palestinos hasta que acaban abandonando su tierra (que van desde la quema de las cosechas y las profanaciones religiosas hasta los asesinatos individuales), todo ello respaldado por una red kafkiana de normativas legales.
Saree Makdisi afirma, en Palestine Inside out: An Everyday Occupation, que, aunque la ocupación israelí de Cisjordania está en manos de la fuerzas armadas, en realidad es una "ocupación mediante la burocracia": sus armas fundamentales son los formularios, los títulos de propiedad, los documentos de residencia y otros permisos. Esta microgestión de la vida diaria es la que garantiza la lenta pero firme expansión israelí. Uno tiene que pedir permiso para irse con su familia, para cultivar su tierra, para cavar un pozo, para trabajar, para ir a la escuela o a un hospital... Así, los palestinos nacidos en Jerusalén pierden, uno a uno, el derecho a vivir allí, a ganarse la vida, a la vivienda, y así sucesivamente.
Los palestinos suelen emplear el problemático cliché de que la Franja de Gaza es "el mayor campo de concentración del mundo", pero, en el último año, esa calificación se ha acercado peligrosamente a la verdad. Ésa es la realidad fundamental que hace que todas las "plegarias por la paz", en abstracto, sean escandalosas e hipócritas. El Estado de Israel está claramente llevando a cabo un proceso lento e invisible ignorado por los medios, una especie de lucha subterránea contra un topo, de tal forma que, un día, el mundo se despertará y verá que ya no hay una Cisjordania palestina, que la tierra está libre de palestinos, y que no tenemos más remedio que aceptar los hechos. El mapa de la Cisjordania palestina parece ya un archipiélago fragmentado.
En los últimos meses de 2008, cuando los ataques de colonos ilegales de Cisjordania contra campesinos palestinos se convirtieron en un hecho cotidiano, el Estado de Israel trató de contener los excesos (el Tribunal Supremo ordenó la evacuación de algunos asentamientos, por ejemplo); pero, como advirtieron muchos observadores, es inevitable ver esas acciones como unas medidas poco serias para contrarrestar una política que, en el fondo, es la política a largo plazo del Estado israelí, y que viola de forma increíble los tratados internacionales firmados por el propio Israel. Lo que dicen los colonos ilegales a las autoridades israelíes es: estamos haciendo lo mismo que vosotros, sólo que de forma más abierta, así que ¿qué derecho tenéis a condenarnos? Y la respuesta del Estado, en definitiva, es: sed pacientes, no os apresuréis, estamos haciendo lo que queréis, sólo que de manera más moderada y aceptable...
Es la misma historia desde 1949: Israel, al tiempo que acepta las condiciones de paz propuestas por la comunidad internacional, cuenta con que el plan de paz no va a funcionar. Los colonos descontrolados, a veces, recuerdan a Brunhilda en el último acto de La Valkiria de Wagner, cuando echa en cara a Wotan que, al desobedecer su orden explícita y proteger a Siegmund, sólo estaba haciendo realidad los deseos de él, que se ha visto obligado a renunciar a ellos por presiones externas, igual que los colonos ilegales hacen realidad los verdaderos deseos del Estado a los que ha tenido que renunciar por las presiones de la comunidad internacional. Mientras condena los excesos violentos descarados de los asentamientos "ilegales", el Estado israelí promueve nuevos asentamientos "legales" en Cisjordania y sigue estrangulando la economía palestina.
Una mirada al mapa cambiante de Jerusalén Este, donde los palestinos están cada vez más encerrados y ven su espacio recortado, es suficientemente significativa. La condena de la violencia antipalestina ajena al Estado oculta el verdadero problema de la violencia de Estado; la condena de los asentamientos ilegales oculta la ilegalidad de los legales. Ahí está el doble rasero de la alabada -por imparcial- "honestidad" del Tribunal Supremo israelí: a base de dictar de vez en cuando una sentencia en favor de los palestinos desposeídos y calificar su expulsión de ilegal, garantiza la legalidad de la mayoría de casos restantes.
Y, para evitar cualquier malentendido, que quede claro que tener todo esto en cuenta no implica, en absoluto, mostrar "comprensión" hacia los inexcusables actos terroristas. Al contrario, ofrece la única base desde la que es posible condenar los atentados terroristas sin hipocresía.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Sábado, 22 de agosto de 2009
XI
Slavoj Zizek, "Unas gafas para leer entre líneas a McCain", en El País, 2 de oct. de 2008:
Para captar el mensaje republicano en las elecciones de Estados Unidos hay que tener en cuenta lo que se dice y lo que no se dice, pero está implícito. De su lectura de la crisis actual podría surgir un gran peligro
Cuando el héroe de la película de John Carpenter Están vivos, una de las obras maestras olvidadas de la izquierda de Hollywood, se coloca un par de extrañas gafas que ha encontrado en una iglesia abandonada, se da cuenta de que un cartel publicitario lleno de color que nos invitaba a descansar en una playa de Hawai no muestra ahora más que unas letras grises sobre fondo blanco que forman la frase "Casaos y reproducíos"; y un anuncio de un nuevo televisor en color dice "¡No penséis, consumid!". En otras palabras, las gafas funcionan como un aparato para hacer crítica de la ideología, le permiten ver el verdadero mensaje por debajo de la llamativa superficie. ¿Qué veríamos si observáramos la campaña presidencial republicana con unas gafas así?
El "efecto Palin" es un engaño: podemos hacer compatibles feminismo y familia tradicional
Para sortear la crisis, a los republicanos puede tentarles reactivar la "guerra contra el terror"
Otras generaciones anteriores de mujeres dedicadas a la política (Golda Meir, Indira Gandhi, Margaret Thatcher, incluso hasta cierto punto Hillary Clinton) eran lo que suele llamarse mujeres "fálicas": actuaban como "damas de hierro" que imitaban y trataban de superar la autoridad masculina, ser "más hombres que los propios hombres". En un comentario reciente en Le Point, Jacques-Alain Miller destacaba que Sarah Palin, por el contrario, exhibe con orgullo su lado femenino y su maternidad. Ejerce un efecto "castrador" en sus oponentes masculinos, no porque sea más viril que ellos, sino porque emplea el arma femenina por excelencia, la degradación sarcástica de la autoridad masculina; sabe que la autoridad "fálica" del varón no es más que una pose, una apariencia que hay que explotar y ridiculizar. Recuerden cómo se burló de Obama llamándole "voluntario social", aprovechándose de que el aspecto físico del candidato presidencial demócrata tiene algo de estéril, con su piel negra pálida, sus rasgos delgados y sus grandes orejas.
Nos encontramos aquí con una feminidad "post-feminista" sin complejos, que reúne las características de madre, profesora recatada (con gafas y moño), personaje público e, implícitamente, objeto sexual, que muestra orgullosa a su marido como juguete fálico. El mensaje es que a ella no le falta de nada; y, para colmo, es una mujer republicana la que hace realidad un sueño de la izquierda progresista. Es como decir que ella es lo que las feministas de izquierdas quieren ser. No es extraño que el efecto Palin sea de falsa liberación: ¡Más, cariño, más! ¡Podemos hacer combinaciones imposibles, el feminismo y los valores familiares, las grandes empresas y los trabajadores!
Así que, volviendo a Están vivos, para captar el verdadero mensaje republicano hay que tener en cuenta lo que se dice y lo que no se dice, pero está implícito. Si el mensaje que vemos es el lema simplista de la frustración populista por la paralización y la corrupción de Washington, las gafas nos mostrarían algo parecido a una aprobación de la negativa de la gente a comprender: "Os permitimos que no comprendáis; divertíos, desahogad vuestra frustración, nosotros nos encargaremos de todo; en realidad, es mejor que no sepáis estas cosas (recuerden las insinuaciones de Dick Cheney sobre el lado oscuro del poder), ya tenemos suficientes expertos entre bastidores que pueden arreglar las cosas...". La pregunta, por tanto, es: ¿quién es el Karl Rove de McCain?
Y, cuando el mensaje que vemos es la promesa republicana de cambio, las gafas enseñarían algo así como "No os preocupéis, no habrá ningún cambio de verdad, sólo queremos cambiar algunos detalles para que nada cambie verdaderamente". La retórica del cambio, de agitar las aguas estancadas de Washington, es un elemento permanente de los eslóganes republicanos; recuerden la explosión populista anti-Washington de Newt Gingrich -"¡Estoy furioso!"- de hace dos décadas. De modo que no debemos ser ingenuos: los votantes republicanos saben que no habrá auténtico cambio, saben que la sustancia seguirá siendo la misma y lo que cambiará será el estilo; es parte del juego.
¿Pero qué pasa si, por el contrario, el mensaje republicano entre líneas (no tengáis miedo, no va a haber auténtico cambio...) es la verdadera ilusión, y no la verdad secreta? ¿Y si, en realidad, hay un cambio? O, para parafrasear a los hermanos Marx: McCain y Palin dan la impresión de querer un cambio y hablan como si quisieran un cambio, pero ¿y si eso no debe engañarnos, y si verdaderamente consiguen el cambio? Tal vez ése es el auténtico peligro, porque será un cambio en la dirección de "¡Nuestro país ante todo!" o "¡Más, cariño, más!".
Por suerte, no hay mal que por bien no venga, y ha ocurrido lo que hacía falta para recordarnos dónde vivimos: en la realidad del capitalismo globalizado. El Estado norteamericano ya está cocinando medidas de urgencia para gastar cientos de miles de millones de dólares -hasta un billón- en reparar las consecuencias de la crisis financiera causada por las especulaciones del mercado libre. La lección está clara: el mercado y el Estado no se oponen, y son necesarias fuertes intervenciones del Estado para hacer que el mercado siga siendo practicable.
La reacción predominante entre los republicanos a la crisis financiera es un intento desesperado de reducirla a una desgracia menor que puede remediarse con una buena dosis de la vieja medicina republicana (el debido respeto a los mecanismos de mercado, etcétera). En otras palabras, su mensaje oculto es: te permitimos que sigas soñando. Sin embargo, toda la postura política de rebajar el gasto del Estado se vuelve irrelevante después de este brusco contacto con la realidad: ahora, hasta los más firmes defensores de disminuir el papel excesivo de Washington aceptan la necesidad de una intervención del Gobierno que resulta sublime por lo casi inimaginable de su importe. Ante esta magnificencia, toda la bravuconería ha quedado reducida a un murmullo confuso: ¿dónde están ahora la determinación de McCain y el sarcasmo de Palin?
Ahora bien, ¿ha sido verdaderamente la crisis financiera un momento aleccionador, el despertar de un sueño? Todo depende de cómo se simbolice, de qué interpretación ideológica o qué versión se imponga y determine la percepción general de la crisis. Cuando el curso normal de los acontecimientos sufre una interrupción traumática, se abre la puerta a una rivalidad ideológica discursiva; por ejemplo, en Alemania, a finales de los años veinte, Hitler ganó la disputa por la narración que iba a explicar a los alemanes las razones de la crisis de la República de Weimar y la forma de salir de ella (su argumento era la trama judía); en Francia, en 1940, fue la versión del mariscal Pétain la que dominó la explicación de los motivos de la derrota. Por consiguiente, para decirlo en viejos términos marxistas, la principal tarea de la ideología dominante en la crisis actual es imponer una versión que no responsabilice del colapso al sistema capitalista globalizado como tal, sino a sus distorsiones secundarias accidentales (normas legales demasiado relajadas, corrupción de las grandes instituciones financieras, etcétera).
Contra esta tendencia, hay que insistir en la pregunta fundamental: ¿qué defecto del sistema como tal permite la posibilidad de que se produzcan esas crisis y esos colapsos? Lo primero que hay que tener en cuenta es que el origen de la crisis es benévolo: después de que la burbuja digital estallara en los primeros años del milenio, todos los sectores tomaron la decisión de facilitar las inversiones inmobiliarias para mantener la economía en marcha y prevenir una recesión; la crisis de hoy es el precio que se paga por el hecho de que Estados Unidos evitara una recesión hace cinco años.
El peligro, por tanto, es que la narración predominante sobre la crisis sea una que, en vez de despertarnos de un sueño, nos permita seguir soñando. Entonces es cuando deberíamos preocuparnos; no sólo sobre las consecuencias económicas de la crisis, sino sobre la clara tentación de que, para que la economía siga funcionando, se le dé un nuevo ímpetu a la "guerra contra el terrorismo" y al intervencionismo internacional de Estados Unidos.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 2 de octubre de 2008
X
Slavoj Zizek, "El complejo poético-militar", en el País, 7 de agosto de 2008:
Radovan Karadzic, el líder serbobosnio responsable de la terrible limpieza étnica en la guerra de la antigua Yugoslavia, está, por fin, detenido. Ahora es el momento de alejarse un poco y examinar la otra faceta de su personalidad: psiquiatra de profesión, no sólo era un jefe político y militar implacable y despiadado, sino también un poeta. Y no debemos despreciar su poesía ni considerarla ridícula; merece una lectura detallada, porque ofrece la clave para entender cómo funciona la limpieza étnica. He aquí los primeros versos de un poema sin título que se identifica por su dedicatoria, "... Para Izlet Sarajlic": "Convertíos a mi nueva fe, muchedumbre. / Os ofrezco lo que nadie ha ofrecido antes. / Os ofrezco inclemencia y vino. / El que no tenga pan se alimentará con la luz de mi sol. / Pueblo, nada está prohibido en mi fe. / Se ama y se bebe. / Y se mira al Sol todo lo que uno quiera. / Y este dios no os prohíbe nada. / Oh, obedeced mi llamada, hermanos, pueblo, muchedumbre".
Los poetas yugoslavos sembraron la semilla de un nacionalismo agresivo en los años setenta y ochenta
Religión y militancia étnica actúan como causas sagradas que desatan la violencia
Estos versos describen una constelación precisa: el llamamiento obsceno y brutal a suspender todas las prohibiciones y disfrutar de una orgía permanente destructiva. El nombre que da Freud a ese dios que "no os prohíbe nada" es el superego, y ese concepto es crucial para entender la suspensión de las prohibiciones morales en la violencia étnica actual. Aquí hay que dar la vuelta al cliché de que la identificación étnica apasionada restablece un firme sistema de valores y creencias en la confusa inseguridad de la sociedad mundial laica de hoy: el fundamentalismo étnico se apoya en un secreto, apenas disimulado, "¡Podéis!". La sociedad posmoderna y reflexiva actual, aparentemente hedonista y permisiva, es paradójicamente la que está cada vez más saturada de normas y reglas que supuestamente están orientadas a nuestro bienestar (restricciones a la hora de fumar y comer, normas contra el acoso sexual...), de modo que la referencia a una identificación étnica apasionada, en vez de contenernos, sirve de llamamiento liberador: "¡Podéis!". Podéis infringir las estrictas normas de la convivencia pacífica en una sociedad tolerante y liberal, podéis beber y comer lo que queráis, asumir costumbres patriarcales que la corrección política liberal prohíbe, incluso odiar, luchar, matar y violar... Sin reconocer plenamente este efecto pseudoliberador del nacionalismo actual, estamos condenados a no poder comprender su verdadera dinámica. He aquí cómo describe Aleksandar Tijanic, un destacado periodista serbio que, durante un breve periodo, llegó a ser ministro de información y medios públicos de Milosevic, "la extraña simbiosis entre Milosevic y los serbios":
"Milosevic resulta apropiadopara los serbios. Durante su gobierno, los serbios abolieron las horas de trabajo. Nadie hace nada. Permitió que florecieran el mercado negro y el contrabando. Se puede aparecer en la televisión estatal e insultar a Blair, Clinton, o cualquier otro de los 'dignatarios mundiales'. Además, Milosevic nos otorgó el derecho a llevar armas. Nos dio derecho a resolver todos nuestros problemas con armas. Nos dio también el derecho a conducir coches robados. Milosevic convirtió la vida diaria de los serbios en una gran fiesta y nos permitió sentirnos como estudiantes de bachillerato en un viaje de fin de curso; es decir, que nada, pero verdaderamente nada de lo que hacíamos se castigaba".
¿Dónde se concibió inicialmente este sueño de una orgía destructiva? Aquí nos aguarda una sorpresa desagradable: el sueño de la limpieza étnica lo formularon, hace muchos años, los poetas. En su Fenomenología del espíritu, Hegel menciona "el silencioso tejido del espíritu": la labor subterránea que va cambiando las coordinadas ideológicas, de forma invisible, en su mayoría, hasta que de pronto estalla y sorprende a todo el mundo. Es lo que ocurrió en Yugoslavia durante los años setenta y ochenta, de forma que, cuando las cosas estallaron a finales de los ochenta, ya era demasiado tarde, el viejo consenso ideológico estaba totalmente podrido y se desintegró por sí solo. En los años setenta y ochenta, Yugoslavia era como el personaje de dibujos animados que llega al borde de un precipicio y continúa andando por el aire; sólo se cae cuando mira hacia abajo y se da cuenta de que no tiene tierra firme bajo sus pies. Milosevic fue el primero que nos obligó a mirar hacia abajo, hacia el precipicio... Si la definición corriente de guerra es la de "una continuación de la política por otros medios", entonces podemos decir que el hecho de que Karadzic sea poeta no es una mera coincidencia gratuita: la limpieza étnica en Bosnia fue la continuación de una (especie de) poesía por otros medios.
Platón ha visto dañada su reputación porque dijo que había que expulsar a los poetas de la ciudad; un consejo bastante sensato, a juzgar por esta experiencia post-yugoslava en la que los peligrosos sueños de los poetas prepararon el camino para la limpieza étnica. Es verdad que Milosevic "manipuló" las pasiones nacionalistas, pero fueron los poetas los que le proporcionaron la materia que se prestaba a la manipulación. Ellos -los poetas sinceros, no los políticos corruptos- estuvieron en el origen de todo cuando, en los años setenta y primeros ochenta, empezaron a sembrar las semillas de un nacionalismo agresivo no sólo en Serbia, sino también en otras repúblicas yugoslavas. En vez del complejo industrial-militar, en la post-Yugoslavia nos encontramos con el complejo poético-militar, personificado en las dos figuras de Radovan Karadzic y Ratko Mladic.
Para evitar creer que el complejo poético-militar es una especialidad de los Balcanes, habría que mencionar por lo menos a Hassan Ngeze, el Karadzic de Ruanda, que, en su periódico Kangura, difundía de forma sistemática el odio contra los tutsis y hacía llamamientos al genocidio. Y es demasiado facilón despreciar a Karadzic y compañía y decir que son malos poetas: otras naciones ex yugoslavas (y la propia Serbia) tuvieron poetas y escritores reconocidos como "grandes" y "auténticos" que también se involucraron de lleno en proyectos nacionalistas. ¿Y qué decir del austriaco Peter Handke, un clásico de la literatura contemporánea europea, que asistió de forma muy sentida al funeral de Slobodan Milosevic?
El predominio de la violencia de justificación religiosa (o étnica) puede explicarse por el hecho de que vivimos en una era que se considera a sí misma post-ideológica. Como ya no es posible movilizar grandes causas públicas en defensa de la violencia de masas, es decir, la guerra, como nuestra ideología hegemónica nos invita a disfrutar de la vida y realizarnos, a la mayoría le resulta difícil superar su repugnancia a torturar y matar a otro ser humano. Las personas, en general, se atienen de forma espontánea a unos principios morales y matar a otra persona les resulta profundamente traumático. Por eso, para lograr que lo hagan, es necesario hacer referencia a una Causa superior que haga que las pequeñas preocupaciones por el hecho de matar parezcan una nimiedad. La religión y la pertenencia étnica desempeñan ese papel a la perfección. Por supuesto, hay casos de ateos patológicos que son capaces de cometer asesinatos de masas por placer, simplemente porque sí, pero son excepciones. La mayoría necesita que anestesien su sensibilidad elemental ante el sufrimiento de otros. Y para eso hace falta una causa sagrada.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 7 de agosto de 2008
XI
Slavoj Zizek, "Los europeos quieren más Europa", en El País, 8 JUL 2008
Hay momentos en los que uno encuentra tan embarazosas las declaraciones públicas de los líderes políticos de su país que se avergüenza de ser ciudadano de él. Es lo que me sucedió al conocer la reacción del ministro esloveno de Asuntos Exteriores el viernes 13 de junio, después de que los irlandeses hubiesen votado no en el referéndum sobre el Tratado de Lisboa. Afirmó sin reparos que la unificación europea es demasiado importante para dejarla en manos de la gente (corriente) y sus referendos. La clase dirigente tiene más visión de futuro y sabe más, y, si siempre siguiéramos a la mayoría, nunca conseguiríamos grandes transformaciones ni haríamos realidad visiones genuinas... Esta obscena exhibición de arrogancia tuvo su cénit en la siguiente frase: "Si hubiéramos tenido que esperar, por ejemplo, a algún tipo de iniciativa popular, seguramente los franceses y los alemanes seguirían mirándose hoy a través de las miras de sus fusiles".
No se ha votado contra Europa sino contra sus élites políticas y mediáticas
La acumulación de resentimiento puede conducir a oscuros estallidos
Hay cierta lógica en el hecho de que fuera un diplomático de un país pequeño el que lo dijera; los líderes de las grandes potencias no pueden permitirse el lujo de mostrar abiertamente el cinismo de los argumentos en los que se basan sus decisiones, y sólo las voces ignoradas de los países pequeños pueden hacerlo con impunidad. ¿Cuál fue su razonamiento en este caso?
El no irlandés es una repetición del no francés y holandés de 2005 al proyecto de Constitución Europea. Se han ofrecido muchas interpretaciones del voto irlandés, algunas de ellas incluso contradictorias: fue una explosión de nacionalismo estrecho y de temor a la globalización, encarnada por Estados Unidos; Estados Unidos está detrás del no porque teme la competencia de una Europa unida y prefiere tratar de forma bilateral con unos socios débiles... Sin embargo, esas interpretaciones ad hoc no tienen en cuenta una cosa más importante: este nuevo rechazo quiere decir que no nos encontramos ante una casualidad, un simple fallo, sino ante una insatisfacción que viene de atrás, que persiste desde hace años.
Ahora, tres semanas después, podemos ver dónde está el verdadero problema: mucho más siniestra que el propio no es la reacción de la élite política europea. No ha aprendido nada del no de 2005, no se ha enterado. En una reunión de dirigentes de la UE celebrada el 19 de junio en Bruselas, después de mencionar, para cubrir las apariencias, el deber de "respetar" las decisiones de los votantes, se apresuraron a enseñar su verdadero rostro y a hablar del Gobierno irlandés como de un mal maestro que no había sabido controlar ni educar como era debido a sus alumnos retrasados. Dijeron que le daban una segunda oportunidad: cuatro meses más para que corrigiese su error y volviera a meter en cintura a los votantes.
A los votantes irlandeses no se les había presentado una elección simétrica, porque los propios términos del referéndum daban preferencia al sí. Las autoridades propusieron a la gente una opción que, en la práctica, no era tal, sino que consistía en ratificar lo inevitable, el resultado de la experiencia ilustrada. Los medios y la élite política plantearon el referéndum como una elección entre el conocimiento y la ignorancia, entre la experiencia y la ideología, entre la administración post-política y las viejas pasiones políticas. Sin embargo, el mismo hecho de que no hubiera una visión política alternativa y coherente que sirviera de base al no constituye la mayor condena posible de la élite política y mediática, una prueba de su incapacidad de expresar, de traducir en visión política, los anhelos e insatisfacciones de la población.
En otras palabras, este referéndum tuvo algo peculiar: su resultado fue al mismo tiempo el que se esperaba y una sorpresa, como si uno supiera lo que va a ocurrir pero, en cierto modo, no puede creer verdaderamente que ocurra. Esta discrepancia refleja una división mucho más peligrosa entre los votantes: la mayoría (de la minoría que se molestó en ir a votar) se manifestó en contra del tratado a pesar de que todos los partidos parlamentarios (con la excepción de Sinn Fein) estaban decididamente a favor.
Lo mismo está sucediendo en otros países, como el vecino Reino Unido, donde, justo antes de ganar las últimas elecciones, Tony Blair fue escogido por una gran mayoría como la persona más odiada del país. Esta divergencia entre la elección política explícita que hace un votante y su insatisfacción íntima debería hacer sonar la señal de alarma: significa que la democracia de partidos no logra captar el humor de la población, el hecho de que se va acumulando un vago resentimiento que, sin una debida expresión democrática, no puede más que desembocar en oscuros estallidos "irracionales". Cuando los referendos transmiten un mensaje que contradice directamente el mensaje de las elecciones, nos encontramos con un votante dividido que, por ejemplo (cree que), sabe muy bien que la política de Tony Blair es la única razonable pero, aun así... (no le puede ni ver).
La peor respuesta es despreciar esa resistencia como simple expresión de la estupidez provinciana de los votantes normales, que no necesita más que mejor comunicación y explicación. Y eso nos remite de nuevo al desafortunado ministro de Exteriores esloveno. No sólo su frase se basa en unos datos que no son ciertos -los grandes conflictos francoalemanes no estallaron debido a las pasiones de la gente corriente, sino que fueron resultado de las decisiones de las clases dirigentes a espaldas de la gente normal-, sino que además se equivoca sobre el papel de esas clases dirigentes: en una democracia, su función no es sólo gobernar, sino convencer a la mayoría de que lo que están haciendo es lo apropiado, hacer que la gente pueda reconocer en la política de su Estado sus más íntimas aspiraciones de justicia, bienestar, etcétera. La apuesta de la democracia es que, como dijo Lincoln hace mucho tiempo, no es posible engañar a todo el mundo todo el tiempo. Es verdad que Hitler llegó al poder de forma democrática (aunque no del todo), pero, a largo plazo, a pesar de todas las oscilaciones y confusiones, hay que confiar en la mayoría. Esa apuesta es la que mantiene la democracia viva; si renunciamos a ella, ya no estamos hablando de democracia.
Y es en ese aspecto en el que los dirigentes europeos lo están haciendo rematadamente mal. Si verdaderamente estuvieran dispuestos a "respetar" la decisión de los votantes, tendrían que aceptar el mensaje de la persistente desconfianza del pueblo: el proyecto de unidad europea, tal como está formulado hoy, tiene defectos fundamentales. Lo que perciben los votantes es la falta de una auténtica visión política bajo la trampilla de los expertos; su mensaje no es antieuropeo, sino una exigencia de más Europa. El no irlandés es una invitación a entablar un debate auténticamente político sobre el tipo de Europa que deseamos.
En los últimos años de su vida, Freud hizo la famosa pregunta Was will das Weib?, "¿Qué quiere la mujer?", con la que reconocía su perplejidad ante el enigma de la sexualidad femenina. ¿No creen que el embrollo de la Constitución Europea es prueba de esa misma confusión? ¿Qué quiere Europa? ¿Qué Europa queremos?
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 8 de julio de 2008
XII
Slavoj Zizek, "Mayo del 68 visto con ojos de hoy", en El País, 1 de mayo de 2008:
Lo utópico es pensar que el actual sistema capitalista puede reproducirse de forma indefinida. La catástrofe se avecina. De ahí la actualidad de la consigna de Mayo del 68: "Seamos realistas, pidamos lo imposible".
Uno de los graffiti que aparecieron en los muros de París en Mayo del 68 decía: "¡Las estructuras no andan por la calle!". Pero la respuesta de Jacques Lacan fue que eso era precisamente lo que había ocurrido en 1968: las estructuras salieron a la calle. Los sucesos más visibles y explosivos fueron la consecuencia de un desequilibrio estructural, el paso de una forma de dominación a otra, en términos de Lacan, del discurso del amo al discurso de la universidad.
Existen buenos motivos para mantener una opinión tan escéptica. Como dicen Luc Boltanski y Eve Chiapello en The New Spirit of Capitalism, a partir de 1970 apareció gradualmente una nueva forma de capitalismo, que abandonó la estructura jerárquica del proceso de producción al estilo de Ford y desarrolló una organización en red, basada en la iniciativa de los empleados y la autonomía en el lugar de trabajo. En vez de una cadena de mando centralizada y jerárquica, tenemos redes con una multitud de participantes que organizan el trabajo en equipos o proyectos, buscan la satisfacción del cliente y el bienestar público, se preocupan por la ecología, etcétera. Es decir, el capitalismo usurpó la retórica izquierdista de la autogestión de los trabajadores, hizo que dejara de ser un lema anticapitalista para convertirse en capitalista. El socialismo, empezó a decirse,no valía porque era conservador, jerárquico, administrativo, y la verdadera revolución era la del capitalismo digital.
Los proletarios no tenían "nada que perder más que sus cadenas"; ahora todos podemos perderlo todo
El 11-S es el gran símbolo del fin de los felices 90 de Clinton y de la aparición de nuevos muros
De la liberación sexual de los sesenta ha sobrevivido el hedonismo tolerante cómodamente incorporado a nuestra ideología hegemónica: hoy, no sólo se permite, sino que se ordena disfrutar del sexo, y las personas que no lo logran se sienten culpables. El impulso de buscar formas radicales de disfrute (mediante experimentos sexuales y drogas u otros métodos para provocar un trance) surgió en un momento político concreto: cuando "el espíritu del 68" estaba agotando su potencial político. En ese momento crítico (a mediados de los setenta), la única opción que quedó fue un empuje directo y brutal hacia lo real, que asumió tres formas fundamentales: la búsqueda de formas extremas de disfrute sexual, el giro hacia la realidad de una experiencia interior (misticismo oriental) y el terrorismo político de izquierdas (Fracción del Ejército Rojo en Alemania, Brigadas Rojas en Italia, etcétera). La apuesta del terrorismo político de izquierdas era que, en una época en la que las masas están inmersas en el sueño ideológico del capitalismo, la crítica normal de la ideología ya no sirve, así que lo único que puede despertarlas es el recurso a la cruda realidad de la violencia directa, l'action directe.
Recordemos el reto de Lacan a los estudiantes que se manifestaban: "Como revolucionarios, sois unos histéricos en busca de un nuevo amo. Y lo tendréis". Y lo tuvimos, disfrazado del amo "permisivo" posmoderno cuyo dominio es aún mayor porque es menos visible. Aunque no hay duda de que esa transición fue acompañada de muchos cambios positivos -baste con mencionar las nuevas libertades y el acceso a puestos de poder para las mujeres-, no hay más remedio que insistir en la pregunta crucial: ¿tal vez fue ese paso de un "espíritu del capitalismo" a otro lo único que realmente sucedió en el 68, y todo el ebrio entusiasmo de la libertad no fue más que un modo de sustituir una forma de dominación por otra?
Muchos elementos indican que las cosas no son tan sencillas. Si observamos nuestra situación desde la perspectiva del 68, debemos recordar su verdadero legado: el 68 fue, en esencia, un rechazo al sistema liberal-capitalista, un no a todo él. Es fácil reírse de la idea del fin de la historia de Fukuyama, pero la mayoría, hoy día, es fukuyamaísta: se acepta que el capitalismo liberal-democrático es la fórmula definitiva para la mejor sociedad posible y que lo único que se puede hacer es lograr que sea más justa y tolerante. La única pregunta que cuenta hoy es: ¿respaldamos esta naturalización del capitalismo, o el capitalismo globalizado actual contiene antagonismos lo suficientemente fuertes como para impedir su reproducción indefinida?
Dichos antagonismos son (por lo menos) cuatro: la amenaza inminente de la catástrofe ecológica; lo inadecuado de la propiedad privada para la llamada "propiedad intelectual"; las implicaciones socio-éticas de los nuevos avances tecnocientíficos (sobre todo en biogenética); y las nuevas formas de apartheid, los nuevos muros y guetos. El 11 de septiembre de 2001, cayeron las Torres Gemelas; 12 años antes, el 9 de noviembre de 1989, cayó el Muro de Berlín. El 9 de noviembre anunció los "felices noventa", el sueño del "fin de la historia" de Fukuyama, la convicción de que la democracia liberal había ganado, de que la búsqueda se había terminado, de que la llegada de una comunidad mundial estaba a la vuelta de la esquina, de que los obstáculos a ese final feliz digno de Hollywood eran meramente empíricos y contingentes (bolsas locales de resistencia cuyos líderes no habían comprendido aún que había pasado su hora). Por el contrario, el 11-S es el gran símbolo del fin de los felices noventa de Clinton, el símbolo de la era que se avecina, en la que aparecen nuevos muros en todas partes, entre Israel y Cisjordania, alrededor de la Unión Europea, en la frontera entre Estados Unidos y México.
Los tres primeros antagonismos antes citados afectan a los elementos que Michael Hardt y Toni Negri denominan "comunes", la sustancia común de nuestro ser social, cuya privatización es un acto violento al que hay que resistirse por todos los medios, incluso violentos, si es necesario. Son los elementos comunes de la naturaleza externa, amenazados por la contaminación y la explotación (el petróleo, los bosques, el hábitat natural); los elementos comunes de la naturaleza interna (la herencia biogenética de la humanidad), y los elementos comunes de la cultura, las formas inmediatamente socializadas de capital "cognitivo", sobre todo el lenguaje, nuestro medio de comunicación y educación, pero también las infraestructuras comunes del transporte público, la electricidad, el correo, etcétera.
Si se hubiera permitido el monopolio a Bill Gates, nos encontraríamos en la absurda situación de que un individuo concreto poseyera literalmente todo el tejido de software de nuestra red esencial de comunicación. Lo que estamos comprendiendo de manera gradual son las posibilidades destructivas, hasta la autoaniquilación de la propia humanidad, que se harán realidad si se da carta blanca a la lógica capitalista de encerrar esos elementos comunes. Nicholas Stern tiene razón al caracterizar la crisis climática como "el mayor fracaso de mercado de la historia humana". ¿Acaso la necesidad de establecer el espacio para una acción política mundial que sea capaz de neutralizar y canalizar los mecanismos de mercado no sustituye a una perspectiva propiamente comunista? Así, la referencia a los "elementos comunes" justifica la resurrección de la idea de comunismo: nos permite ver el "encerramiento" progresivo de esos elementos comunes como proceso de proletarización de quienes, con él, quedan excluidos de su propia sustancia.
Así, en contraste con la imagen clásica de los proletarios que no tienen "nada que perder más que sus cadenas", todos corremos el peligro de perderlo todo; la amenaza es que nos veamos reducidos a vacíos sujetos cartesianos abstractos, carentes de todo contenido sustancial, desposeídos de nuestra sustancia simbólica, con nuestra base genética manipulada, seres que vegetan en un entorno inhabitable. Esta triple amenaza a todo nuestro ser nos vuelve a todos, en cierto sentido, proletarios, y la única forma de no convertirse en ello es actuar de antemano para prevenirlo.
Lo que mejor condensa el auténtico legado del 68 es la fórmula Soyons realistes, demandons l'impossible! ("Seamos realistas, pidamos lo imposible"). La verdadera utopía es la creencia de que el sistema mundial actual puede reproducirse de forma indefinida; la única forma de ser verdaderamente realistas es prever lo que, en las coordenadas de este sistema, no tiene más remedio que parecer imposible.
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Jueves, 1 de mayo de 2008
XIII
Slavoj zizek, "Los sonidos de la marcha turca", en El País, 9 de diciembre de 2007:
Lo que molesta de Turquía en la UE no es que sea "distinta", sino su deseo de ser como nosotros. Mientras, en la "nueva" Europa del Este florecen el populismo, el fundamentalismo cristiano y la xenofobia
Hace tres meses, el ministro francés de Asuntos Exteriores, Bernard Kouchner, aconsejó al mundo que se preparase para la guerra contra el supuesto programa nuclear de Irán. Esta afirmación causó enorme revuelo, y las mayores críticas se centraron en lo que sir John Holmes, responsable del organismo de Naciones Unidas para los refugiados, llamó el "estigma iraquí": el escándalo de haber utilizado las inexistentes armas de destrucción masiva de Irak como excusa para la invasión de ese país. ¿Por qué íbamos a creer ahora a Estados Unidos y sus aliados, que tan brutalmente nos habían engañado entonces? Y de hecho, los servicios de inteligencia norteamericanos dicen ahora que no existe tal programa nuclear iraní.
La ausencia de un sueño de izquierdas despeja el camino al populismo fundamentalista
¿El caso de Polonia no debería obligar a redefinir Europa para excluir el integrismo cristiano?
Ahora bien, existe otro aspecto de la advertencia de Kouchner que es mucho más preocupante. Cuando Sarkozy designó a Kouchner como jefe del Quai d'Orsay, incluso varios de quienes le criticaban elogiaron la medida y la consideraron una agradable sorpresa. Pronto quedó claro el significado de ese nombramiento: el regreso de la ideología del "humanismo militarista", o incluso el "pacifismo militarista". Lo malo de esta etiqueta no es que sea un oxímoron que nos recuerda el "la paz es la guerra" de 1984 de Orwell. Lo peor tampoco es que, como en el caso de Irak, Irán se haya escogido como objetivo por intereses geopolíticos y económicos. No, el principal problema del "humanismo militarista" no está en lo de "militarista", sino en lo de "humanismo", en que una intervención militar se presente como ayuda humanitaria, se justifique en función de unos derechos humanos universales, por lo que cualquiera que se oponga a la misma es presentado como alguien que adopta una postura criminal que le excluye de la civilización.
Por eso, en el nuevo orden mundial, ya no tenemos guerras en el antiguo sentido de un conflicto entre Estados soberanos, regido por unas reglas determinadas (el trato a los prisioneros, la prohibición de ciertas armas, etcétera). Lo que hay ahora son conflictos "étnico-religiosos" que violan los derechos humanos universales y que requieren la intervención "pacifista y humanitaria" de las potencias occidentales. En estos conflictos no es posible imaginar a una organización humanitaria neutral como la Cruz Roja mediando entre los dos bandos, porque una de las partes (la dirigida por Estados Unidos) ya asume ese papel, no se considera uno de los actores del conflicto sino un agente de la paz y el orden mundial.
La pregunta clave, pues, es: ¿quién es ese "nosotros" en nombre del cual suele hablar Kouchner, quién está incluido y quién excluido de esta comunidad de gente civilizada que actúa en defensa de los derechos humanos? Tuvimos una respuesta inesperada (o, mejor dicho, una complicación) un mes después de las declaraciones de Kouchner sobre Irak, cuando, en octubre, el Parlamento turco decidió desoír las presiones de Estados Unidos y dio permiso a su Gobierno para emprender operaciones militares en territorio iraquí, con el fin de dar caza a los rebeldes kurdos. El presidente sirio Bashar Assad, de visita en Turquía, añadió el toque definitivo al declarar que apoyaba el derecho de Turquía a emprender acciones "contra el terrorismo".
Es como si un intruso (sin las debidas credenciales en materia de derechos humanos) hubiera irrumpido en el círculo cerrado del "nosotros", de los que tienen el monopolio del humanitarismo militar. Nuestro malestar es el mismo que el del anfitrión de una fiesta a la que llega alguien que no ha sido invitado y empieza a actuar como si fuera uno más. Lo que hace desagradable la situación no es que Turquía sea "distinta", sino su pretensión de ser igual que nosotros, y esa circunstancia pone al descubierto una serie de reglas no escritas, prohibiciones silenciosas y exclusiones, que matiza el "nosotros" de la humanidad progresista.
La tremenda ironía de la situación es que la perspectiva de que Turquía marche sobre Irak ya tiene un precedente en el himno oficial de la Unión Europea, el Himno a la alegría del último movimiento de la Novena sinfonía de Beethoven. En la mitad del movimiento, después de oír la melodía principal en tres variaciones orquestales y tres vocales, llega el primer clímax, en el que ocurre algo inesperado que preocupa a los críticos desde que se interpretó por primera vez, hace 180 años: en el compás 331, el tono cambia por completo y, en vez de la progresión solemne, el tema se repite al estilo de una marcia turca, la música militar para viento y percusión que los ejércitos europeos del siglo XVIII tomaron prestada de los jenízaros turcos. Es un aire de desfile popular carnavalesco; algunos críticos incluso han comparado los "absurdos gruñidos" de los fagots y los bombos que acompañan el inicio de la marcha con pedos. Y a partir de ese momento ya no se recupera la sencilla y solemne dignidad de la primera parte del movimiento.
¿No ocurre lo mismo hoy en Europa? El síntoma más destacado de la crisis actual de la Unión Europea es precisamente Turquía: de acuerdo con la mayoría de los sondeos, el principal motivo de los que votaron "no" en los referendos de 2005 en Francia y Holanda fue su oposición a la incorporación de Turquía al club. El "no" puede justificarse con argumentos derechistas y populistas (no a la amenaza turca contra nuestra cultura, no a la mano de obra barata de los inmigrantes turcos), o progresistas y multiculturalistas (Turquía no respeta los derechos humanos de los kurdos).
¿Y qué pasa si, como en el final de la Novena de Beethoven, el verdadero problema no es Turquía, sino la melodía en sí, la canción de la unidad europea que nos interpreta la élite tecnocrática de Bruselas? Lo que nos hace falta es una nueva melodía central, una nueva definición de Europa.
El problema turco, la perplejidad de la Unión Europea respecto a su posible incorporación, no procede de Turquía, sino de la confusión sobre qué es Europa. El punto muerto experimentado por la Constitución europea es una señal de que el proyecto busca su identidad.
En sus Notes Towards a Definition of Culture [Notas para la definición de la cultura], el gran conservador T. S. Eliot señalaba que hay momentos en los que la única forma de mantener viva una religión es crear una escisión sectaria y separarla del cadáver central. Ésa es hoy nuestra única posibilidad: sólo mediante una "escisión sectaria" del legado tradicional europeo, sólo separándonos del cadáver en descomposición de la vieja Europa, podemos mantener vivo el legado de la Europa renovada.
Es una tarea difícil, que nos obliga a asumir el peligro de lanzarnos a lo desconocido; pero la única alternativa es pudrirse poco a poco, la transformación gradual de Europa en lo que fue Grecia para el Imperio Romano en su época de madurez, un destino para el turismo cultural nostálgico sin ninguna importancia real.
Se suele calificar el dilema de Europa como una lucha entre los conservadores cristianos eurocéntricos y los multiculturalistas progresistas que quieren abrir las puertas de la Unión a Turquía y más allá. ¿No será un conflicto falso? En Polonia hemos visto en los últimos tiempos una fuerte reacción contra la modernidad. Los llamamientos a la prohibición del aborto, la "limpieza" anticomunista, la exclusión del darwinismo de la enseñanza, incluso la extravagante idea de abolir el cargo de presidente de la república y proclamar a Jesucristo como eterno rey de Polonia, forman una propuesta para constituir una nueva Polonia inequívocamente basada en valores cristianos y antimodernos.
La lección está muy clara: el populismo fundamentalista está llenando el vacío creado por la ausencia de un sueño de izquierdas. Las famosas palabras de Donald Rumsfeld sobre la vieja y la nueva Europa están plasmándose en una realidad inesperada: los perfiles incipientes de la "nueva" Europa formada por la mayoría de los países poscomunistas (Polonia, Países Bálticos, Rumanía, Hungría...), con su fundamentalismo populista cristiano, su anticomunismo tardío, su xenofobia, su homofobia, etcétera. ¿Acaso ejemplos como el de Polonia no deberían obligarnos a redefinir Europa de tal forma que excluya el fundamentalismo cristiano?
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
XIV
Slavoj Zizek, "La resurrección de los muertos vivientes", en El País, 27 MAR 2007:
Después de que la confesión de Jalid Sheik Mohammed saltara a los titulares de nuestros medios de comunicación, junto a la indignación moral por la dimensión de sus crímenes surgieron las dudas: ¿podíamos fiarnos de su confesión? ¿Y si estaba confesando más de lo que había hecho, quizá por un vano deseo de ser recordado como el gran cerebro terrorista, o porque estaba dispuesto a confesar lo que fuera con tal de que dejaran de someterle a la tabla de agua y otras "técnicas mejoradas de interrogación"?
Lo que no ha llamado tanto la atención es el hecho de que, por primera vez, la tortura es algo normalizado, que se presenta y se acepta como tal. Cuando alguien se preocupa por este hecho, la respuesta más habitual y teóricamente convincente es: "¿A qué viene todo el escándalo? Lo único que están haciendo los estadounidenses es reconocer (a medias) lo que llevan haciendo todo el tiempo, no sólo ellos, sino todos los demás Estados; en todo caso, ahora tenemos menos hipocresía...". A esto habría que replicar con una pregunta muy sencilla: "Si los altos representantes de Estados Unidos sólo tienen esa intención, ¿por qué nos lo cuentan? ¿Por qué no siguen haciendo en silencio lo mismo que hacían hasta ahora?".
En la comunicación entre humanos, decir con franqueza una cosa que "todos sabemos" no es nunca una acción neutra. Siempre suscita esa pregunta: "Eso que cuentas, ¿por qué me lo estás diciendo ahora abiertamente?". Imaginemos a unos esposos que han llegado al acuerdo tácito de que pueden correr aventuras extramatrimoniales discretas; si, de repente, el marido le menciona a la mujer una relación que tiene en ese momento, ella se asustará, y con buenos motivos: "Si no es más que una aventura, ¿por qué me lo cuentas? ¡Tiene que ser más!". Del mismo modo, en nuestros medios académicos, una forma cortés de decir que la intervención de un colega nos ha parecido tonta y aburrida es decir: "Ha sido interesante". Si le decimos a ese colega que "ha sido aburrida y tonta", él tendría todo el derecho a preguntar: "Pero si te ha parecido tonta y estúpida, ¿por qué no has dicho simplemente que era interesante?". El colega haría bien en pensar que esa forma de hablar quiere decir algo más, que no es sólo un comentario sobre la calidad de su trabajo, sino un ataque a su persona.
Lo mismo ocurre con el reconocimiento reciente de que se tortura. Cuando el vicepresidente Dick Cheney, en noviembre de 2005, dijo que derrotar a los terroristas significaba que "también tenemos que recurrir... digamos al lado oscuro... Gran parte de lo que hay que hacer tendrá que hacerse discretamente, sin ninguna discusión", deberíamos haberle preguntado: "Si todo lo que quiere es torturar en secreto a unos presuntos terroristas, ¿por qué lo dice públicamente?".
¿Qué es lo que está pasando en realidad? Algunos observadores perspicaces han hecho notar que, pese a la indignación pública por el horror de los crímenes de Mohammed, se ha oído hablar muy poco sobre el destino que reservan nuestras sociedades a los peores criminales, el de ser juzgados y severamente castigados. Es como si, debido a la naturaleza de sus actos (y al tipo de tratamiento al que le han sometido las autoridades estadounidenses), a Mohammed no pudiera hacérsele lo que hacemos hasta con el más despreciable asesino de niños. Como si la consecuencia de la designación de "combatientes ilegales" fuera que la lucha contra ellos también tiene que desarrollarse en una zona gris de la ley y con medios ilegales. Es decir, en la práctica, tenemos criminales "legales" e "ilegales": unos a los que hay que tratar con arreglo a los procedimientos legales (con abogados, etcétera) y otros que quedan al margen de la legalidad. ¿Somos conscientes de que, ahora, el juicio y el castigo legal a Mohammed han perdido el sentido, porque ningún tribunal que actúe dentro de nuestro sistema legal puede admitir las detenciones ilegales, las confesiones obtenidas bajo tortura ni otras cosas?
En un debate sobre los presos de Guantánamo mantenido en la cadena NBC hace unos dos años, uno de los extraños argumentos para defender que su status era aceptable desde el punto de vista ético y legal fue que "son los que
no fueron alcanzados por las bombas": dado que eran el blanco de bombardeos estadounidenses y, por azar, habían sobrevivido, y dado que esos bombardeos formaban parte de una operación militar legítima, no podíamos condenar su suerte después de que los apresaran en combate; fuera cual fuera su situación, era mejor, menos grave, que si estuvieran muertos... Este razonamiento es más significativo de lo que pretende: coloca al preso, casi de forma literal, en la posición de muerto viviente, aquellos que ya están muertos, en cierto modo, y que son, por tanto, ejemplos de lo que el filósofo político italiano Giorgio Agamben llama homo sacer, el hombre al que se puede matar impunemente porque, ante la ley, su vida ya no cuenta. Si los presos de Guantánamo están en el espacio "entre las dos muertes", ocupando la posición de homo sacer, legalmente muertos, las autoridades estadounidenses que les dan ese trato se encuentran asimismo en una situación legal intermedia, la contrapartida al homo sacer: actúan como un poder legal pero sus actos ya no están cubiertos ni limitados por la ley, operan en un espacio vacío sostenido por la ley pero no regulado por ella.
¿Y qué ocurre con el argumento "realista" de que la guerra contra el terrorismo es sucia, porque nos encontramos en situaciones en las que la vida de miles de personas depende de las informaciones que podamos arrancar a nuestros prisioneros? La consecuencia es que, como dice Alan Dershowitz, "no estoy a favor de la tortura, pero, si hay que tenerla, más vale que se haga con la autorización de los jueces". Ahora bien, contra este tipo de "honradez", es preferible aferrarse a la supuesta "hipocresía". Puedo muy bien imaginarme que en una situación concreta, enfrentado al consabido "preso que sabe algo" y que, con sus palabras, podría salvar a miles, yo sería capaz de recurrir a la tortura; ahora bien, incluso en ese caso (o, mejor dicho, precisamente en ese caso) es absolutamente fundamental no elevar esa decisión desesperada a la categoría de principio universal. En la urgencia inevitable y brutal del momento, tendría que actuar, sin más. Sólo de esa forma, con la incapacidad o la prohibición de transformar lo que tuviera que hacer en un principio universal, podría conservar el sentimiento de culpa, la conciencia de que lo que hice es inadmisible.
En cierto sentido, quienes no defienden claramente la tortura pero la aceptan como tema legítimo de debate son más peligrosos que los que la apoyan de forma explícita: el apoyo explícito sería un escándalo y, por tanto, se rechazaría, mientras que la mera inclusión de la tortura como asunto legítimo nos permite coquetear con la idea y conservar una conciencia pura: "¡Por supuesto que estoy contra la tortura, pero no hace daño a nadie que hablemos de ella!". Esta legitimación de la tortura como tema de debate altera el trasfondo de las suposiciones y opciones ideológicas de manera mucho más drástica que su defensa descarada, porque transforma todo el campo de discusión, mientras que, sin ese cambio, la defensa abierta sigue siendo una opinión idiosincrásica.
La moralidad no es nunca una cuestión exclusiva de la conciencia individual; sólo puede florecer si se apoya sobre lo que Hegel llamaba "el espíritu objetivo" o la "sustancia de las costumbres", la serie de normas no escritas que constituyen el trasfondo de la actividad de cada individuo y nos dicen lo que es aceptable y lo que es inaceptable. Por ejemplo, una señal de progreso en nuestras sociedades es que no es necesario presentar argumentos contra la violación: todo el mundo tiene claro que la violación es algo malo, y todos sentimos que es excesivo incluso razonar en su contra. Si alguno pretendiera defender la legitimidad de la violación, sería triste que otro tuviera que argumentar en su contra; se descalificaría a sí mismo. Y lo mismo debería ocurrir con la tortura.
Por ese motivo, las mayores víctimas de la tortura reconocida públicamente somos todos nosotros, los ciudadanos a los que se nos informa. Aunque en nuestra mayoría sigamos oponiéndonos a ella, somos conscientes de que hemos perdido de forma irremediable una parte muy valiosa de nuestra identidad colectiva. Nos encontramos en medio de un proceso de corrupción moral: quienes están en el poder están tratando de romper una parte de nuestra columna vertebral ética, sofocar y deshacer lo que es seguramente el mayor triunfo de la civilización: el desarrollo de nuestra sensibilidad moral espontánea.
En ningún sitio se ve esto más claramente que en un detalle significativo de la publicación de las confesiones de Mohammed. Se nos ha contado que los agentes que torturaron se habían prestado a sufrir la tabla de agua y que sólo fueron capaces de aguantar de 10 a 15 segundos antes de estar dispuestos a confesar lo que fuera, mientras que tuvieron que admirar a Mohammed, muy a su pesar, porque aguantó dos minutos y medio, el tiempo más largo que recordaban. ¿Nos damos cuenta de que la última vez que se oyeron frases de este tipo en público fue a finales de la Edad Media, cuando la tortura era aún un espectáculo público, una forma honrosa de poner a prueba a un enemigo valioso capturado, que lograba ganarse la admiración de la muchedumbre si sabía soportar el dolor con dignidad?
¿Sabemos, entonces, lo que nos aguarda al final de este camino? En la quinta temporada de la serie 24, cuando se vio que el cerebro de la trama terrorista era nada menos que el presidente de Estados Unidos, muchos esperábamos a ver, ansiosos, si Jack Bauer utilizaría con él -"el hombre más poderoso de la Tierra", "el líder del mundo libre"- el método que aplica a los terroristas que no quieren divulgar un secreto que podría salvar miles de vidas. ¿Torturaría al presidente? Por suerte, los autores no se arriesgaron a dar ese paso redentor. Pero nuestra imaginación puede volar todavía más lejos y hacer una pequeña propuesta, al estilo de Jonathan Swift: ¿y si el procedimiento para elegir a los candidatos a la presidencia de EE UU incluyera, entre otras cosas, la tortura pública del candidato? ¿Por ejemplo, una sesión de tabla de agua en el césped de la Casa Blanca, transmitida en directo a millones de espectadores? Sólo se clasificarían para optar al cargo de líder del mundo libre los que pudieran durar más de los dos minutos y medio de Mohammed...
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de M. L. Rodríguez Tapia.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 27 de marzo de 2007
XV
Slavoj Zizek, "Negar los hechos, descubrir la verdad", en El País, 9 de enero de 2007:
No deberíamos llorar la muerte de Sadam Husein. Las imágenes de Sadam repetidas interminablemente en nuestras pantallas antes de la guerra (Sadam agarrando un rifle y disparando al aire) lo convirtieron en una especie de Charlton Heston iraquí, en el presidente no sólo de Irak, sino también de la Asociación Iraquí de Amigos del Rifle... Guardemos nuestras lágrimas para otras cosas.
Uno de los héroes más populares de la guerra de Irak fue sin duda Muhammed Saïd al-Sahaf, aquel desafortunado ministro iraquí de Información que en las conferencias de prensa diarias negaba heroicamente incluso los hechos más evidentes, sin salirse nunca de la línea oficial. Cuando los tanques americanos estaban tan sólo a unos cuantos cientos de metros de su despacho, continuaba afirmando que las imágenes de la televisión estadounidense de los tanques circulando por las calles de Bagdad no eran más que efectos especiales hollywoodenses. Su misma manera de funcionar como una caricatura exagerada revelaba la verdad oculta de la cobertura informativa "normal": sus comentarios salían sin el pulimento de la interpretación, por parcial que fuera; sólo una sencilla, rotunda, negativa. Sus intervenciones tenían en cierto modo una frescura liberadora; exhibían un arresto liberado del control de los hechos y, por consiguiente, de la necesidad de sesgar positivamente sus aspectos menos agradables. Su posición era la de aquel que dice: "¿En qué crees más, en lo que ven tus ojos o en lo que dicen mis palabras?". Además, a veces incluso soltaba alguna extraña verdad: enfrentado, por ejemplo, a la afirmación de que los americanos controlaban una zona de Bagdad, espetó: "Los americanos no controlan nada; ni siquiera se controlan a sí mismos".
¿Qué es exactamente lo que no controlan los americanos? Retrocedamos a 1979, cuando Jeanne Kirkpatrick publicó en Commentary su artículo Dictators and Double Standards ("Dictadores y dobles raseros") en el que hacía una elaborada distinción entre regímenes "autoritarios" y regímenes "totalitarios". Esta distinción sirvió de justificación para la política colaboracionista de Estados Unidos con ciertos dictadores de derechas, mientras que trataba con mucha mayor dureza a los regímenes comunistas: los dictadores autoritarios son gobernantes pragmáticos a quienes les preocupa su poder y su riqueza y les traen sin cuidado las cuestiones ideológicas, aun cuando apoyen de boquilla alguna gran causa; en comparación con ellos, los líderes totalitarios son unos fanáticos desinteresados que creen en sus ideologías y están dispuestos a quemarlo todo por sus ideales. De modo que uno puede tratar con los gobernantes autoritarios, pues reaccionan de una manera racional y predecible a las amenazas materiales y militares, mientras que los líderes totalitarios son mucho más peligrosos y hay que enfrentarse a ellos directamente...
Lo irónico del asunto es que esta distinción es la síntesis perfecta de los errores cometidos por Estados Unidos en la ocupación de Irak: Sadam era un dictador autoritario y corrupto que empleaba toda su fuerza para mantenerse en el poder y al que sólo guiaban brutales consideraciones pragmáticas (consideraciones que le llevaron a colaborar con Estados Unidos durante los años ochenta). La prueba definitiva de esta naturaleza secular de su gobierno es el hecho, irónico por demás, de que en las elecciones iraquíes de octubre de 2002, en las que Sadam consiguió un refrendo de un 100%, superando así en un 5% los mejores resultados de Stalin, la sintonía de la campaña, continuamente emitida por todos los medios de comunicación estatales, era ni más ni menos que I Will Always Love You ("Siempre te querré") de Whitney Houston.
Una de las consecuencias de la intervención estadounidense en Irak es que generó en el país una constelación político-ideológica "fundamentalista" mucho más intransigente, siendo el resultado último de la ocupación el predominio de las fuerzas políticas pro-iraníes: básicamente la intervención puso a Irak en manos de la influencia iraní. Uno se puede imaginar que si el presidente Bush hubiera de ser juzgado en un consejo de guerra stalinista, sería inmediatamente condenado como agente iraní... Los violentos arrebatos de la política reciente de Bush no son así ejercicios de poder, sino ejercicios de pánico, passages á l'acte completamente irracionales.
Recordemos la vieja historia del obrero acusado de robo: todas las tardes, salía de la fábrica conduciendo una carretilla; los guardas la inspeccionaban cuidadosamente, pero nunca encontraron nada, siempre estaba vacía... Hasta que cayeron en la cuenta: lo que se llevaba el obrero eran las carretillas mismas. Ésta es la trampa que intentan tendernos quienes hoy afirman "¡Pero en cualquier caso el mundo está mejor hoy sin Sadam! Sí, el mundo está mejor sin Sadam, pero ¿está mejor si incluimos en la panorámica de con-junto los efectos ideológicos y políticos de la ocupación?
Estados Unidos investido de policía mundial: ¿por qué no? La situación tras el final de la Guerra Fría demandaba un poder global que viniera a llenar el vacío. El problema no reside ahí: recordemos esa extendida percepción de Estados Unidos como nuevo Imperio Romano. El problema de Estados Unidos hoy no es que funcione como nuevo imperio mundial, sino que no lo es, o sea, que aparentando serlo, sigue actuando como un Estado-nación que no se detiene ante nada en la consecución de sus intereses.
Es como si la línea directriz de la política reciente de Estados Unidos fuera una extraña inversión del conocido lema de los ecologistas: actúa globalmente, piensa localmente.
Después del 11 de septiembre, Estados Unidos tuvo la oportunidad de darse cuenta del mundo del que formaba parte. Podría haber utilizado esa oportunidad, pero no lo hizo. Y en lugar de ello optó más bien por reafirmar sus compromisos ideológicos tradicionales: ¡se acabó la responsabilidad y la mala conciencia con respecto a un Tercer Mundo empobrecido! ¡Ahora las víctimas somos nosotros! Hablando del Tribunal de La Haya, Timothy Garton Ash afirmaba en tono patético: "No se debería volver a permitir que ningún Führer ni Duce, ni Pinochet ni Idi Amín ni Pol Pot se sintieran protegidos de la intervención de la justicia del pueblo tras las puertas palaciegas de la soberanía". Basta con tomar nota de lo que falta en esta lista de nombres, que, aparte de la pareja típica de Hitler y Mussolini, contiene tres dictadores del Tercer Mundo: ¿dónde aparece uno, al menos, de los Siete Grandes? O, para no alejarnos mucho de la lista estándar de "malos", ¿por qué Ash, Michael Ignatieff y compañía, quienes, por otro lado ensalzan con el mayor de los patetismos la labor del Tribunal de La Haya, guardan silencio con respecto a la idea de entregar a Noriega y a Sadam a ese mismo Tribunal? ¿Por qué Milosevic y no Noriega? ¿Por qué no se juzgó nunca públicamente a Noriega? ¿Fue acaso porque podría revelar su pasado en la CIA, un pasado que incluía que Estados Unidos aprobó su participación en el asesinato de Omar Torrijos Herrera?
De forma semejante, el régimen de Sadam fue un estado autoritario abominable, culpable de muchos crímenes, la mayoría de ellos perpetrados contra su pueblo. Sin embargo, no deberíamos olvidar el hecho extraño, pero clave, de que cuando los representantes de Estados Unidos y los fiscales iraquíes enumeraban los perversos delitos de Sadam omitieron sistemáticamente lo que sin duda fue su mayor crimen (en términos de sufrimiento humano y de violación de la justicia internacional): la agresión a Irán. ¿Por qué? Porque Estados Unidos y la mayoría de los Estados extranjeros ayudaron activamente a Irak en esa agresión. Y eso no es todo: Estados Unidos está hoy prolongando por otros medios el mayor crimen de Sadam, su intento de derrocar al gobierno iraní. Una razón más para preguntar: ¿Quién ahorcará a George W. Bush?
Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor de Irak. La tetera prestada. Traducción de Pilar Vázquez.
* Este artículo apareció en la edición impresa del Martes, 9 de enero de 2007
XVI
Entrada en la Wikipedia
Slavoj Žižek (Acerca de este sonido /ˈslavoj ˈʒiʒɛk/ (?·i) Liubliana, RS de Eslovenia, RFS de Yugoslavia, 21 de marzo de 1949) es un filósofo, sociólogo, psicoanalista y crítico cultural esloveno. Su obra integra el pensamiento de Jacques Lacan con el materialismo dialéctico y en ella destaca una tendencia a ejemplificar la teoría con la cultura popular.
Índice
1 Biografía
2 Desarrollo de la teoría lacaniana
2.1 Lo real
2.2 Lo simbólico
2.3 Lo imaginario
3 Filmografía
4 Véase también
5 Bibliografía de Slavoj Žižek en español
Biografía
Žižek estudió filosofía en la Universidad de Liubliana y psicoanálisis en la Universidad de París VIII Vincennes-Saint-Denis, donde se doctoró. Su carrera profesional incluye un puesto de investigador en el Instituto de Sociología de la Universidad de Liubliana, Eslovenia, así como cargos de profesor invitado en diversas instituciones, que incluyen Columbia, Universidad de Princeton, New School for Social Research de Nueva York y Universidad de Míchigan, entre otros. En la actualidad es Director Internacional del Instituto Birkbeck para las Humanidades, Birkbeck College - Universidad de Londres.
Žižek utiliza en sus estudios ejemplos extraídos de la cultura popular, desde la obra de Alfred Hitchcock y David Lynch, hasta la literatura de Kafka o Shakespeare, además de problematizar autores olvidados por la academia como V. I. Lenin, Stalin y Robespierre y tratar sin remordimientos temas espinosos como el fundamentalismo, el anticapitalismo, la tolerancia, la subjetividad y lo políticamente correcto en la filosofía posmoderna. Asimismo, en contraposición con los postulados intelectuales de la izquierda universalista europea en general, y de los que Habermas define como postnacionales en particular, Žižek realiza una defensa abierta e inequívoca de los procesos soberanistas abiertos en Europa
Utiliza también la teoría psicoanalítica en la versión lacaniana como un arma para sus habituales análisis de política internacional, considerando no solo a los líderes y sus posibles problemas psicológicos, sino también a la sociedad en su conjunto.
En 1990 fue candidato a la presidencia de la República de Eslovenia, aunque no resultó electo.
Desarrollo de la teoría lacaniana
Slavoj Žižek toma de Jacques Lacan la descripción de los conceptos de su tópica (descrita a partir de 1953 y constituida como una estructura compuesta por tres órdenes o registros inseparables) y los desarrolla como sigue:
Lo real
Aquí, lo "real" resulta ser un término bastante enigmático y no debe ser equiparado con la realidad, puesto que nuestra realidad está construida simbólicamente; lo real, por el contrario, es un núcleo duro, algo traumático que no puede ser simbolizado (es decir, expresado con palabras). Lo real no tiene existencia positiva; solo existe como obstruido.
No todo en la realidad puede ser desenmascarado como una ficción; solo basta con tener presente ciertos aspectos -puntos indeterminados- que tienen que ver con antagonismo social, la vida, la muerte y la sexualidad. A estos aspectos tenemos que enfrentarlos si hemos de querer simbolizarlos. Lo real no es ninguna especie de realidad detrás de la realidad, sino el vacío que deja a la realidad incompleta e inconsistente. Es la pantalla del fantasma; la propia pantalla en sí es la que distorsiona nuestra percepción de la realidad. La tríada de lo simbólico/imaginario/real se reproduce dentro de cada parte individual de la subdivisión. Hay también tres modalidades de lo real:
Lo real simbólico: el significante reducido a una fórmula sin sentido (como en física cuántica, que como toda ciencia parece arañar lo real pero solo produce conceptos apenas comprensibles)
Lo real o lo real mismo: una cosa horrible, aquello que transmite el sentido del terror en las películas de terror.
Lo real imaginario: un algo insondable que permea las cosas como un trozo de lo sublime. Esta forma de lo real se vuelve perceptible en la película Full Monty, por ejemplo, donde protagonistas desempleados deben desnudarse por completo. En otras palabras, a través de este gesto extra de degradación "voluntaria", algo del orden de lo sublime se hace visible.
El psicoanálisis enseña que la realidad (postmoderna) precisamente no ha de ser vista como una narrativa, sino que el sujeto ha de reconocer, soportar y ficcionalizar el núcleo duro de lo real dentro de su propia ficción.
Lo simbólico
Lo simbólico se inaugura con la adquisición del lenguaje; es mutuamente relacional. Así, sucede aquello de que "un hombre sólo es rey porque sus súbditos se comportan ante él como un rey". Al mismo tiempo, siempre permanece una cierta distancia respecto a lo real (excepto en la paranoia): no sólo es loco un mendigo que piensa que es rey, lo es también aquél rey que verdaderamente cree que él es un rey. Puesto que efectivamente, este último sólo tiene el "mandato simbólico" de un rey.
Lo simbólico real es el significante reducido a una fórmula sin sentido.
Lo simbólico imaginario qua símbolos jungianos
Lo simbólico o lo simbólico mismo qua el habla y el lenguaje con sentido en sí.
La pantalla del monitor como forma de comunicación en el ciberespacio: como una interfaz nos refiere a una mediación simbólica de la comunicación, a un abismo entre quien sea que habla y la "posición de hablar" en sí (p.ej el apodo, la dirección de correo). "Yo" nunca "de hecho" coincido exactamente con el significante, no me invento a mí mismo; en cambio, mi existencia virtual fue, en cierto sentido, ya co-fundada con el advenimiento del ciberespacio. Aquí uno debe llegar a entenderse con cierta inseguridad, pero no puede ser resuelta como en un simulacro contingente postmoderno... Aquí también, como en la vida social, las redes simbólicas circulan alrededor de los núcleos de lo real. Esta es una respuesta a la inversión a menudo planteada por Žižek: no se trata de "¿qué podemos aprender acerca de la vida en el ciberespacio?" sino más bien, "¿qué podemos aprender acerca del ciberespacio en la vida?" Estas inversiones sirven al psicoanálisis teórico: es decir, contrario al psicoanálisis aplicado, no busca meramente analizar trabajos de arte y hacer lo que es amenazante comprensible, sino crear una nueva perspectiva en lo ordinario, renovar la sensación de extrañeza sobre la vida diaria, y por vía del objeto desarrollar más allá la teoría.
Las redes simbólicas son nuestra realidad social.
Lo imaginario
Lo imaginario otro se ejemplifica en lo que Lacan llama el estadio del espejo, por el cual uno se reconoce en una imagen ficticia de sí mismo (la imagen proyectada en un espejo), y en ese reconocimiento hay un fallo, es un reconocimiento ilusorio por el cual el yo se constituye como un otro, como concluye Jacques Lacan citando a Arthur Rimbaud: "Yo soy otro" ("Je suis un autre"). Lo imaginario es la fantasía fundamental que es inaccesible a nuestra experiencia psíquica y se eleva de la pantalla fantasmal en la que encontramos objetos de deseo. Aquí también podemos dividir lo imaginario entre uno real (el fantasma que asume el lugar de lo real), uno imaginario, o lo imaginario mismo, (la imagen/pantalla en sí que sirve como cebo) y uno simbólico (los arquetipos de Jung y el pensamiento New Age). Lo imaginario nunca puede ser agarrado, ya que todo discurso sobre él siempre estará localizado en lo simbólico.
Todos los niveles están interconectados, de acuerdo a Jacques Lacan (del seminario XX en adelante), en una forma de nudo borromeo, como tres anillos enlazados juntos de manera que si uno de ellos se desconectara, el resto también caería.
XVII
José Luis Pardo, "Desmontando a Zizek. Mientras otros seguían condenando el totalitarismo, él daba a los nuevos públicos las transgresoras posverdades que querían oír", en El País, 30-VI-2017:
Una cosa se le ha de reconocer a Zizek: ha comprendido perfectamente el funcionamiento del “capitalismo cultural” de nuestra época. Sabe que la autoridad que ayer hacía respetable al intelectual en el espacio público, que se basaba en el reconocimiento científico, filosófico o artístico de su obra por parte de sus pares, ha desaparecido porque justamente esas instituciones legitimadoras están en trance de demolición. Podría haber escrito novelas o haber hecho películas para llegar a las masas, pero sabe que también el cine y la literatura han perdido sus condiciones de influencia social. Podría haberse unido a un partido político, pero se dio cuenta de que se trataba de otra institución obsoleta.
Una cosa se le ha de reconocer a Zizek: ha comprendido perfectamente el funcionamiento del “capitalismo cultural” de nuestra época
Y vio con claridad que, entre las ruinas de esa demolición, se erguía un dispositivo —ese que conocemos como “redes sociales”— que podía prosperar en las nuevas condiciones de miseria cultural porque reproducía espléndidamente la dinámica del mercado del siglo XXI: un movimiento frenético y peristáltico que funciona mediante colapsos y contracciones, que destruye cualquier continuidad y que carece de finalidades, pero que puede producir grandes corrientes colectivas, aunque sean efímeras, inestables y contradictorias, a golpe de escándalo cibernético.
Se percató de que tenía más éxito si decía que el problema de Hitler es que no fue lo suficientemente violento o si se declaraba partidario de Trump
En estas nuevas condiciones, un intelectual que se rebele contra esta situación y se empeñe en seguir escribiendo libros o un político que intente defender la democracia social de derecho tienen tan poco glamur y suenan tan anticuados como un periodista que se obstine en seguir difundiendo información en lugar de plegarse al sensacionalismo. Claro que de todo esto también nos hemos dado cuenta los demás. Pero, en lugar de sublevarse contra ello, él ha sido más atrevido y se ha adaptado al entorno. Se percató de que sus “intervenciones” tenían mucho más éxito, y se convertían en virales, si decía cosas como que el problema de Hitler y de los jemeres rojos es que no fueron lo suficientemente violentos, si se declaraba partidario de votar a Trump o si sostenía que el asesinato de masas es un soberbio ejercicio hermenéutico. Y eso es lo que hizo: construyó una “filosofía” que es como una cinta sin fin de tuits embutidos en la metafísica de Hegel y sabiamente aderezados con consignas comunistas, chistes, escenas de películas y herméticos apotegmas lacanianos.
A él toda esta demagogia autoritaria le sale gratis, puesto que solo persigue causar una turbulencia contagiosa que se agota en su propia agitación
Mientras otros seguían condenando el totalitarismo, apoyaban a Clinton o censuraban el Gulag (y, claro está, quedaban fatal, como retrógrados trasnochados), él daba a los nuevos públicos las transgresoras posverdades que querían oír. Por eso les gusta tanto a los revolucionarios nostálgicos y a ese tipo de comisarios de arte contemporáneo que no saben ya qué hacer para conseguir un escándalo que les mantenga en el candelero. Con la ventaja de que, a diferencia de lo que les pasaba a Stalin o a Pol Pot, a él toda esta demagogia autoritaria le sale gratis, puesto que no persigue más objetivo que causar una turbulencia contagiosa que se agota en su propia agitación.
Visto con los viejos estándares, siempre habrá quien diga, como Chomsky, que “no hay nada de teoría en todo este rollo”, que no supera lo que puede explicarse en cinco minutos a un niño de doce años, que no hace más que repetir unas consignas esencialmente vacías, como sugería John Gray, o que su éxito no es más sorprendente que los de Trump y todos sus ahijados populistas. Sí, sólo son fantasmas, pero vamos a necesitar mucha ilustración para convencer de eso a todos los que se han decidido por la irresponsabilidad de creer en ellos. Y eso mismo —reanimar las estructuras institucionales de la ilustración— es lo que tratan de impedir a toda costa, porque viven únicamente de su denostación
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