Cuando el conquistador español Diego de Almagro se presentó ante el emperador Carlos I, comentó entre lamentos que "el negocio de defender los intereses de la Corona le había costado un ojo de la cara". Y es que para él fue literalmente así.
Durante una expedición que organizó con Francisco Pizarro para hacerse con los territorios del suroccidente de Panamá, el conquistador perdió un ojo a consecuencia de una flecha disparada por un indígena en el asalto del Fortín del Cacique de las Piedras (septiembre de 1524), quedando tuerto para siempre. El descubridor de Chile dio tanta importancia a este hecho, que pronto la frase se difundió entre los soldados para designar una tarea peligrosa o algo muy complejo, manteniendo este mismo significado hasta nuestros días.
Siempre que se representa a Almagro en las artes es de lado: se evita el parche de su ojo imitando a Apeles, el famoso pintor de Alejandro Magno, también tuerto, que lo pintaba de perfil para, sin mentir ni adularlo, presentarle la mejor cara, mientras que otros pintores eran tan fieles a la verdad que mostraban su desagradable parche y otros eran tan halagüeños y lisonjeros que lo pintaban con los dos ojos sanos.
Este es gato, como decía Cervantes.
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