domingo, 17 de enero de 2010

Pena de muerte


En Estados Unidos hay, según El País, 139 condenados a la pena capital que eran inocentes y pasaron decenas de años en la cárcel, en el corredor de la muerte, apelando hasta que se demostró que eran completa y absolutamente inocentes. 139, y que se sepa, porque otros no lo aguantan y se suicidan o se drogan y seguramente son más los que no pueden probarlo y muchos más todavía los que han sido ejecutados antes de poder demostrarlo, (según las cifras más conservadoras, ocho al menos) la gran mayoría de ellos negros, a pesar de que no son los más abundantes en el país. Y lo más gracioso es que nadie compensa a las víctimas del sistema judicial norteamericano ni nadie les pide siquiera perdón; qué gracioso, aunque seguramente no lo será para las víctimas. Pero allí todavía hay quien sigue confiando en la justicia de los tribunales populares y quien sigue creyendo en el sistema legal y quien sigue diciendo que la pena de muerte es la mejor. ¿Para quién, para qué? Se trata de una sociedad nada admirable, de una sociedad paleta, capitalista, cruel, sin empatía, que sin embargo se atreve a proclamarse ejemplar y ser empuñada por la tv y por interesados ricachones como modelo de sociedad. ¡Anda ya! Y lo que es peor, es imposible cambiar ese país, porque allí no hay censura, ya que la censura está absolutamente institucionalizada y se llama represión: véase:

Haciendo un círculo en una sala de conferencias se presentan, uno a uno, 21 de los 139 ex condenados a muerte que han logrado demostrar su inocencia en la historia de EE UU. Junto a los once negros, nueve blancos y un latino exonerados presentes están sus familiares, amigos y cinco militantes de Witness to Innocence -en castellano, Testigos para la Inocencia, una ONG de Filadelfia que organiza el encuentro y que fue fundada hace cinco años por la monja Helen Prejean, la mujer a la que dio vida en 1995 Susan Sarandon en la película Dead man walking (Pena de muerte, en España)-. Un total de 47 personas van tomando la palabra y, en voz alta, se dan a conocer. Para el grupo, procedente de todo EE UU, ésta es su ocasión para reencontrarse unos y darse a conocer otros. A todos les sirve para "cargar pilas", una suerte de comunión colectiva de cinco días de duración, "una reunión de antiguos alumnos", como bromeaban algunos. Es su momento privado tras un año en el que algunos de ellos no han parado de viajar y hacer campaña contra la pena capital en escuelas, universidades, iglesias... De manera excepcional, permiten que un medio de comunicación, "por ser extranjero", se sume por primera vez a su íntimo corro. Y es que algunos, como Curtis McCarty, desconfían de los periodistas estadounidenses: "Si prestaran más atención a la pena de muerte en nuestro país, si dijeran que hay cosas innecesarias, inmorales e inconstitucionales, terminarían con el problema. Pero no lo hacen"Llegaron a ofrecerle la perpetua a cambio de que admitiera el crimen. No aceptó. No podía, a pesar de que convivía día a día con la amenaza de su propio asesinato legal, porque se sabía inocente. El proceso judicial se alargó y fue tan lento que tuvo que esperar a 2002 para que un juez reconociera que se le había de juzgar de nuevo y le sacara del corredor. Entonces se supieron dos cosas. Una, que otro acusado de dudoso historial había recibido una reducción de condena en su día a cambio de testificar contra Derrick. Y dos, que el fiscal había ocultado premeditadamente declaraciones vitales de varios testigos presenciales del crimen que contradecían a ese falso soplón. En definitiva, nunca hubo pruebas contra él, sino todo lo contrario. Jamison quedó finalmente libre en 2005. Veinte años después de una condena injusta: inocente. No le han indemnizado. [...] Esto ha cambiado sobre todo gracias a la proliferación de las pruebas de ADN. The Innocence Project, una organización fundada en 1992, ha probado con ese método la inocencia de 248 personas (algunas en el corredor y otras no), demostrando una y otra vez que EE UU tiene un problema. El último caso es el de un hombre condenado a cadena perpetua en Florida, liberado el pasado 17 de diciembre tras 35 años encerrado, un récord en cuanto a permanencia en la cárcel de un inocente.¿Y la vida tras la cárcel, qué? Al salir hay dificultades económicas, sociales, familiares, de salud... Sentado en una silla de ruedas que parece quedarle pequeña, Paul House, un hombre corpulento de 48 años liberado a mediados de 2009 gracias precisamente a The Innocence Project, habla con dificultades. Su madre, Joyce, hace de portavoz casi todo el tiempo: "¡Me enfado cuando alguien dice que en el corredor hay atención médica!". Su hijo, con una medio sonrisa muy atrofiada por la falta de cuidados dentales en prisión, corrobora: "Bullshit!" (una palabra soez que significa "mentira"). Paul estuvo 22 años encarcelado en el corredor de Tennessee. Los últimos 10, afectado por una esclerosis múltiple, encerrado las 24 horas del día en su celda, donde comía y hacía sus necesidades. Apenas podía moverse o hablar. Ningún guarda se esforzó en sacarle de su cuadrilátero, aunque sólo fuera en la única hora diaria a la que tenía derecho, esposado, al patio". Empezó a tener problemas de equilibrio. Él pensaba que sería por una infección de oído. Pero en una de las visitas, otro preso se acercó y me dijo: "Señora House, algo le pasa a su hijo. Le he visto apoyarse en las paredes para no caerse". A la mañana siguiente llamé a mi abogado. Nos costó dos años que un médico entrara a diagnosticarle su enfermedad. Así que los otros presos se ocuparon de él". Paul afirma a trompicones: "Sé que suena extraño, pero conocí a verdaderos buenos tíos en el corredor". Tras el diagnóstico, continúa la madre, la prisión sólo le dio vitaminas y paracetamol. La batalla legal por las inyecciones que necesitaba fue ardua. Tiempo perdido que deterioró la salud de Paul en medio del desinterés por parte de las autoridades de Tennessee. Muchos tienen problemas para recordar las cosas, una de las consecuencias que muchos padecen tras años sin obligaciones tan sencillas como pagar una factura. El laboratorio había falsificado pruebas durante años, y gracias al ADN, Curtis pudo probar su inocencia. Preguntado por si ama a su país, calla en un impás eterno, se atusa la perilla, mira al horizonte y musita tajante: "No". El himno estadounidense habla de "la tierra de los libres", pero paradójicamente pocos americanos han sido compensados por el error judicial que los encarceló. Tras años perdidos, algunos están endeudados, la mayoría tiene nulas o difíciles perspectivas laborales, otros son alcohólicos y todos sufren estrés postraumático. Con ese panorama, la ayuda gubernamental es mínima y casi todo el apoyo se acaba sustentando en las redes familiares y de amigos."He gastado 220.000 dólares en abogados. Vendí mi casa, mi granja, mis coches. Todo lo que tenía. Incluso mis familiares hipotecaron sus hogares", explica Randall Padgett, ex convicto, inocente en el corredor de Alabama durante cinco años. Hablamos con él ante las puertas del Palacio de Justicia de Birmingham. Sonríe porque ya no está en prisión, pero explica con cara de circunstancias que ahora está arruinado por las deudas generadas por su paso por el corredor. Pero resulta que o se gastaba el dinero en sus propios abogados, o quizá hubiera muerto. El letrado que le puso el Estado le reconoció que no iba a luchar demasiado. Era un caso por el que apenas iba a cobrar unos dólares. Sólo 27 de los 35 Estados con pena capital tienen leyes de compensación. Pero son incompletas, no se utilizan en la práctica, o sólo sirven para casos de ADN. A nivel nacional, existe una ley para presos federales que contempla 50.000 dólares por año erróneo en prisión, aunque nunca se ha aplicado, porque nunca ha habido un exonerado federal. El Congreso norteamericano debate ahora una ley nacional para los casos estatales, unos 500, incluidos los 139 que salieron del corredor. Sin embargo, la propuesta, apoyada de momento sólo por 52 de los 435 congresistas, es infinitamente menos generosa que la ley federal: habla de dos años de ayuda económica no directa a las víctimas, a través de ONG que decidirían una por una. Al explicarse esto, la sala de reuniones del hotel se llenó de comentarios de desaprobación. "En el corredor, la esperanza te podía matar. Cualquier cosa buena que esperaras... si no llegaba... ¡uf! Hoy me enfrento a todo como si fuera a pasar lo peor, pero esperando lo mejor. Y sorprendentemente, lo mejor suele ocurrir".

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