Nadie recuerda ya cuándo nos pusieron de moda los canales solo de noticias. Pero son muy útiles para decir mil veces una mentira y transformarla en una verdad. Porque, como la verdad es tozuda, suele asomar aunque la escondan muchas veces y, logrando que una mentira se recite muchas veces, uno se confunde. Vaya si se confunde. Y la mentira se vuelve dura, muy dura de pelar.
Es un hecho, es decir, es verdad que vivimos en una mentira constante. Que la mentira nos sofoca, nos niega la esencia, nos transforma en cascajo y apariencia, nos vuelve las relaciones humanas en relaciones de puro consumo donde prima el hoy y nunca el mañana ni el ayer. El atildado y peripuesto de ahora fue por la mañana una mierda y lo será también después en el salón de su casa, que se reordenará para cuando venga una visita, y probablemente es una mierda por dentro perfumada por fuera, o en lo que no dice, pero querría decir, proyectando sombra.
La mentira es un tipo de violencia, de violencia intelectual; no hay que confundirla con la violencia emocional o física, pero también es un hecho que la violencia intelectual garantiza esas otras dos violencias. Por ejemplo, un maquinista mal pagado, divorciado de una mujer igual de mal pagada y unos niños que quieren más sueldo o más cosas, que no puede divertirse porque no tiene amigos ni distracciones en una ciudad dormitorio, que está harto de ver siempre en televisión el mismo programa, que tiene que conducir su tren por un mal trazado que se hizo para poder robar un poco más en el contrato de las vías al estado, y al que no le dan tregua ni para faltar un día al trabajo para poder descansar, no es raro padezca insomnio, que dé una cabezada y que lance, sin querer, su tren a un lago en Nueva York, provocando una docena de muertes, sin estar borracho y sin estar drogado. La culpabilidad se vuelve difusa porque la culpa la tiene algo tan difuso como la mentira, que se repite muchas veces, tantas que quedamos anestesiados, dormidos, inconscientes de qué es verdad e importa y qué no es verdad y no importa, como no importa un sueño o soñarrera. Todas esas causas remiten a una forma de vida profundamente económica, y que no economiza en dinero, sino en simple humanidad. Nos curtimos y empedernizamos con esa lluvia de violencia de todo tipo que nos cosifica, nos aliena en vez de alentarnos, nos quita la vida y, con ella, todo el discernimiento, toda la libertad, todo el valor.
La mentira es un tipo de violencia, de violencia intelectual; no hay que confundirla con la violencia emocional o física, pero también es un hecho que la violencia intelectual garantiza esas otras dos violencias. Por ejemplo, un maquinista mal pagado, divorciado de una mujer igual de mal pagada y unos niños que quieren más sueldo o más cosas, que no puede divertirse porque no tiene amigos ni distracciones en una ciudad dormitorio, que está harto de ver siempre en televisión el mismo programa, que tiene que conducir su tren por un mal trazado que se hizo para poder robar un poco más en el contrato de las vías al estado, y al que no le dan tregua ni para faltar un día al trabajo para poder descansar, no es raro padezca insomnio, que dé una cabezada y que lance, sin querer, su tren a un lago en Nueva York, provocando una docena de muertes, sin estar borracho y sin estar drogado. La culpabilidad se vuelve difusa porque la culpa la tiene algo tan difuso como la mentira, que se repite muchas veces, tantas que quedamos anestesiados, dormidos, inconscientes de qué es verdad e importa y qué no es verdad y no importa, como no importa un sueño o soñarrera. Todas esas causas remiten a una forma de vida profundamente económica, y que no economiza en dinero, sino en simple humanidad. Nos curtimos y empedernizamos con esa lluvia de violencia de todo tipo que nos cosifica, nos aliena en vez de alentarnos, nos quita la vida y, con ella, todo el discernimiento, toda la libertad, todo el valor.
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