I
Carlos Yarnoz, "Informe de la OCDE: La crisis dispara la desigualdad entre ricos y pobres a un nivel récord. El 10% de los españoles menos favorecidos perdieron un 13% anual de ingresos entre 2007 y 2011, según la OCDE", en El País, 21 de mayo de 2015:
Las desigualdades entre ricos y pobres se han situado en su máximo nivel desde que la OCDE (Organización para la Cooperación el Desarrollo Económico) inició su medición hace 30 años. La diferencia se ha disparado durante la crisis en países como España, entre otras razones por los ajustes fiscales, las subidas de impuestos y los recortes sociales. En los 34 países de esa institución, el 10% de los más favorecidos posee el 50% de la riqueza, mientras el 40% de los más pobres solo tiene el 3% de la misma.
El desempleo y los ajustes son los factores que más han contribuido a las desiguldades en España
En un informe titulado Por qué menos desigualdad beneficia a todos, la OCDE destaca que “nunca fue tan elevada la diferencia entre ricos y pobres”. El pormenorizado análisis se detiene especialmente en lo ocurrido entre 2007 y 2011, los años más duros de la última crisis económica mundial. En ese periodo, los ingresos en los hogares descendieron prácticamente en todos los países de la organización, pero en mucha menor medida en las capas más privilegiadas.
Las pérdidas fueron especialmente elevadas en los países más golpeados por la crisis. En España, por ejemplo, los ingresos en las familias descendieron una media del 3,5% anual en ese periodo. Como en Irlanda o Islandia. En el caso de Grecia, llegó al 8% anual.
Pero el incremento de las desigualdades en esa época es más evidente al comparar las capas sociales más altas y las más bajas.
En España, el 10% de los hogares más desfavorecidos perdieron un 13% anual de sus ingresos entre 2007 y 2011, mientras el 10% de los que más tenían solo perdieron un 1,5% anual de sus ganancias.
En el periodo previo a la crisis, la desigualdad antes de impuestos y beneficios estaba bastante estabilizada, recuerda la OCDE, pero se disparó cuando golpeó de lleno. Y continúa haciéndolo en estos últimos tiempos de leve recuperación. La razón es doble: el elevado desempleo que apenas se reduce y los ajustes fiscales que afectan al seguro de desempleo, al sector educativo y a la escasez de inversiones. Es lo que está ocurriendo en Grecia, Irlanda o España.
Recortes laborales en España
En el caso de España, además, se han registrado otras medidas que han incrementado las desigualdades. La consolidación fiscal, señala la OCDE, incluyó aumentos de impuestos sobre los ingresos y el consumo (en 2011 y 2013), a la vez que se producían recortes sociales (2013) para las capas más bajas. El incremento de empleos temporales o las diferencias salariales entre hombres y mujeres también han contribuido. En este caso, los países con peor nota son, por este orden, Alemania, México y España.
Como consecuencia de todo ello, el documento destaca que la pobreza ha aumentado de forma preocupante entre 2007 y 2011. En toda la OCDE, la población por debajo del nivel de pobreza ha pasado del 1% al 9,4%. En España, está en 18%, casi el doble que antes de la crisis. En Grecia, en el 27%. Y un dato alarmante: quienes más caen en esta fosa ya no son ciudadanos de mayor edad, sino los jóvenes.
II
Martín Caparrós, "El amigo del Duce", en El País 10 de agosto de 2015:
Gini no había cumplido los 30 cuando hizo su gran aporte: el coeficiente que salvaría su nombre.
La desigualdad se ha vuelto –ya era hora– un asunto de moda. A nadie le importaba mucho hace bastante poco, cuando todos tenían tanto; ahora que todos tienen menos y los que menos tienen tocan fondo, la desigualdad está en todas las bocas. Así que manadas de funcionarios, políticos, académicos y asimilados varios que jamás querrían la igualdad se preocupan porque la desigualdad es excesiva: no es buena para los negocios, te perjudica en alguna elección, queda fea, solivianta. Y esa preocupación ha puesto en el candelero una palabra: Gini –como en el coeficiente.
El coeficiente de Gini existe desde hace más de un siglo.
Parece nuevo, pero no: el coeficiente de Gini existe desde hace más de un siglo. El coeficiente de Gini mide la desigualdad de un país en una escala de cero a uno (aunque permite evaluar cualquier otra forma de distribución desigual). Su principio es simple: si toda la riqueza del mundo estuviera en manos de una sola persona, el mundo tendría un coeficiente igual a 1; si toda la riqueza del mundo estuviera repartida en partes iguales, el coeficiente daría 0. La realidad está, tímida, oportunista, en algún sitio entre uno y otro. Pero, en síntesis: cuanto más alto es el coeficiente, más alto el nivel de concentración de la riqueza –de injusticia económica– de una sociedad. Y eso permite muchas medidas, mucho juego y, como habla de desigualdad, suena bien progre.
Usamos nombres que dejan de ser nombres. Decimos gilette o diesel o mcdonald sin pensar en que hubo hombres que pusieron sus nombres a esas cosas. Gini, modestamente, es uno de ellos. Corrado Gini nació en el Véneto en 1884, hijo de campesinos ricos, pequeño genio que entró muy joven a la Universidad de Bolonia, estudió derecho y matemáticas y se licenció, a sus 20, con una tesis sobre El sexo desde un punto de vista estadístico. Después enseñó derecho constitucional, biometría, demografía, economía política, sociología y estadística. Gini era un hombre bajito e irritable, seguro de su valor y preocupado porque todos lo notaran, superior implacable, inferior obsequioso, que no había cumplido 30 años cuando hizo su gran aporte: el coeficiente que salvaría su nombre. Corría 1912; pronto vendría la primera guerra –de la que lograría escabullirse– y un matrimonio pasablemente desdichado y, ya en los veinte, el renacimiento: un tal Benito Mussolini le devolvió las esperanzas en la grandeza de su patria.
Durante los años triunfantes del fascismo Gini siguió siendo un estudioso serio.
En 1926, el Duce en persona le encargó la dirección del Instituto Nacional de Estadística. Gini aceptó, emocionado por su encuentro con el gran hombre, y en su discurso inaugural habló de otra de sus preocupaciones: la hegemonía de la raza blanca que, dijo, estaba amenazada. “Después del maravilloso desarrollo del siglo pasado, ahora estamos en un momento estacionario”. Había que fomentar el nacimiento de los bebés adecuados: blancos, sanos, legales, muy cristianos. La disciplina se llamaba eugenesia, y nazis y fascistas la abrazaron con ansia; Gini fue su líder en Italia.
Durante los años triunfantes del fascismo Gini siguió siendo un estudioso serio y aplicado que formaba parte de la élite cultural del régimen: participaba en actos, firmaba manifiestos, dirigía revistas, acomodaba amigos, asesoraba al Duce. Su caída no lo afectó más de lo necesario: fue juzgado pero al fin conservó su cátedra en la Universidad de Roma. Para limpiar su nombre se unió al Partido Unionista, que proponía anexar Italia a Estados Unidos. Y, ahora, por esas raras vueltas de la historia, su nombre y su concepto denuncian las injusticias más tajantes.
¿Qué hacer con las vidas horribles de los que hacen cosas necesarias? O, incluso: ¿qué hacer con las cosas necesarias de los que viven vidas horribles? Lo discuten, en su mesa del paraíso paradójico, Céline, Pound, Keynes, Einstein. A veces, incluso, si se aburren, invitan a un muchacho Jesucristo.
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