Paseando por Internet deseando rescatar algo de lo mucho que escribía en los tiempos antañones de Internet por las listas de correo, he visto que algunos han colgado algunos de los mensajes que envié que les gustaron especialmente, por ejemplo en Opinatio; copio este, por ejemplo, sobre el ladino y Elías Canetti, de 1999:
Son amenísimas las memorias del premio Nobel de literatura Elías Canetti, pero en cuanto a los aspectos lingüísticos relacionados con el ladino (el texto está esmaltado de palabras en castellano del siglo XV) y los idiomas en general resultan ser de una sensibilidad excepcional, por lo que ofrezco aquí un centón de textos interesantes extraídos de La lengua absuelta, el primer libro de su autobiografía.Canetti es un apellido que proviene de la población manchega conquense de "Cañete". Tras la expulsión de 1492 pasaron a Italia, donde se italianizó su apellido, y luego a Adrianópolis, en la costa de Yugoslavia. Sus antepasados, que se dedicaban al comercio, se ubicaron por fin en Bulgaria. Allí, en Rustchuk, en el bajo Danubio,
Se podían escuchar en un mismo día hasta siete u ocho idiomas diferentes. Además de los búlgaros, que por lo general provenían del campo, había muchos turcos que vivían en su propio barrio, y colindando con este estaba el barrio de los sefardíes, el nuestro. Había griegos, albanos, armenios y gitanos. Los rumanos venían de la otra orilla del Danubio; mi nodriza, de la que no me acuerdo, era rumana. Ocasionalmente también había rusos (La lengua absuelta, Madrid: Alianza Editorial-Muchnik, 1983, p. 8).
Los sefardíes eran judíos creyentes para quienes la vida en la comunidad religiosa tenía significado; ocupaba, sin excesivo ardor, el centro de sus existencias. Pero se consideraban judíos especiales, lo que estaba estrechamente relacionado con su tradición española. En el transcurso de los siglos, el español que hablaban desde su expulsión había evolucionado muy poco. Habían incorporado algunas palabras turcas, pero se las reconocía como turcas y casi siempre tenían vocablos equivalentes en castellano. Las primeras canciones infantiles que oí eran españolas, se trataba de viejos "romances" españoles, pero lo que se grababa con más fuerza en un niño era la mentalidad de los españoles. Con ingenua arrogancia miraban por encima del hombro a los demás judíos, y utilizaban la palabra "todesco", cargada de sarcasmo, para designar a un judío alemán o asquenazi. Hubiera sido impensable casarse con una "todesca" y entre las muchas familias de las que oí hablar o conocí en Rustchuk de niño, no recuerdo ni un solo caso de matrimonio mixto. No tenía seis años de edad cuando ya mi abuelo me previno contra este tipo de alianza. Pero esta discriminación generalizada no era todo. Entre los mismos sefardíes existían las "buenas familias", por lo que se entendía las familias adineradas desde hacía mucho tiempo. Lo más arrogante que podía decirse de alguien era "es de buena familia" [en ladino del original]; cuántas veces, ad nauseam, le había oído decir esto a mi madre... (p. 10).
Una palabra, insistente y tierna a la vez, que a menudo escuchaba era "la butica" [en ladino del original]. Así se llamaba a la tienda donde el abuelo y sus hijos pasaban el día... (...) Entre ellos, mis padres hablaban alemán, idioma que no me estaba permitido entender. A parientes y amigos, como a nosotros los niños, nos hablaban en ladino. Era este el idioma vernáculo, castellano antiguo; posteriormente lo he escuchado a menudo y nunca lo he olvidado. Las campesinas de casa sólo hablaban búlgaro y fundamentalmente debo haberlo aprendido con ellas. Pero como nunca fui a una escuela búlgara y abandoné Rustchuk a los seis años de edad, lo olvidé rápidamente. Todos los acontecimientos de aquellos primeros años fueron en ladino y en búlgaro. Después "se me han" traducido en su mayor parte al alemán. Sólo los acontecimientos especialmente dramáticos, muertes y homicidios, y los peores terrores, se me han grabado en ladino, y de manera exacta e indeleble. El resto, casi todo, y en especial todo lo búlgaro, como los cuentos infantiles, lo tengo presente en alemán.Cómo tuvo lugar este proceso, es difícil de explicar. No sé ni la circunstancia ni la ocasión en que, dentro de mí, se me tradujo esto o aquello. Nunca he indagado al respecto, posiblemente por temor a destruir, mediante una inspección metódica y sistemática, mis recuerdos más preciados. Sólo puedo decir que tengo presentes aquellos años con toda su frescura y con todo su vigor -han sido mi alimento durante más de sesenta años- . Sin embargo, en su mayor parte están ligados a palabras que en aquel entonces no conocía. Hoy me parece natural ponerlos por escrito; no siento que con ello esté cambiando o distorsionando nada. No es como en las traducciones literarias de los libros en que se realiza un trasvase de una lengua a otra; se trata más bien de una traducción en el inconsciente, y aunque huyo de esta palabra como de la peste, palabra trivializada por su utilización excesiva, me gustaría reivindicarla para este único y exclusivo caso ( p. 17).
Además de la abuela Canetti había mucho de turco en Rustchuk. La primera canción infantil que aprendí, "Manzanicas coloradas las que vienen de Stambol", terminaba precisamente con el nombre de la ciudad de Estambul, de la que oí decir que era inmensamente grande y que relacioné inmediatamente con los turcos que se veían entre nosotros. "Edirne" -que así se decía Adrianopel en turco, la ciudad de donde provenían los dos abuelos Canetti- era nombrada a menudo. Nunca llegaba al final de las canciones turcas porque tenía dificultad para aguantar ciertos tonos particularmente largos; a mí me gustan mucho más las vehementes y apasionadas canciones españolas" (p. 25).
Todos los hombres se levantaban de repente y bailaban un poco en derredor, cantaban y bailaban juntos "jad gadia, jad gadia" -un corderillo, un corderillo-. Era una canción divertida en hebreo y yo la conocía muy bien, pero tan pronto como acababa, un tío mío me hacía señas para que me acercara y me la traducía al ladino, verso a verso.Cuando mi padre volvía del trabajo, se ponía a hablar con mi madre. En este tiempo estaban muy enamorados y tenían un idioma propio que yo no comprendía; hablaban en alemán, la lengua de su feliz época escolar en Viena. Lo que más les gustaba era hablar del Burgtheater; ya antes del conocerse habían visto las mismas obras y los mismos actores y nunca terminaban de hablar de sus recuerdos. Después me enteré de que habían llegado a enarmorarse uno del otro con este tipo de conversaciones, y así como no pudieron hacer realidad el sueño del teatro -ambos hubieran dedicado gustosamente su vida al teatro-, lograron imponer su matrimonio, pese a que hubo mucha oposición.
Fastidiado el niño Elías de que sus padres hablaran entre ellos una lengua incomprensible para él y se negasen a enseñársela porque era demasiado pronto, solía repetir párrafos en alemán a solas como si fueran sortilegios o ensalmos mágicos. Saludos a todos. Ángel Romera, moderador.
From palou@netrox.net Tue Jan 04 22:59:10 2000
Subject: Canetti, el ladino y la traducción inconsciente
Es tan hermoso lo que has mandado sobre Elias Canetti, que no se como agradecerlo. Te cuento que hay una tradicion sefardi segun la cual es bueno, para purificar espiritualmente una casa, limpiarla con agua caliente y luego echar esta por la ventana, pero existe el peligro de que se bañe (y escalde) con ella a los espiritus que vagan bajo las ventanas, por lo cual, antes de tirar el agua, la dueña de casa debe asomarse a la ventana y decir en voz alta:"Apartad la güena jente ke vo a echar agua kaente". Ya lo sabes, por si necesitais limpiar un dia la casa.....
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