viernes, 13 de junio de 2008
Mi mujer
Un antiguo profesor de filosofía de mi mujer dijo cuando presenté un libro que coordinaba que mi mujer valía mucho más que yo y yo le di la razón. Mi mujer vale muchísimo más que yo... Pero yo he sido el primero en darme cuenta, por eso me casé con ella.
Lo primero que destaca en mi mujer cuando la ves es su tamaño: es pequeña; lo segundo, sus enormes ojazos. Posee una piel de terciopelo. Pero sus virtudes más sobresalientes derivan de su carácter. Cualquiera que no la mirara dos veces la tendría por una mosquita muerta, pero mi mujer está hecha de un material que ya no se fabrica; su tenacidad, su voluntad, su constancia y su paciencia, virtudes que no son nada sin la adecuada proporción de prudencia, le hacen concluir con éxito las tareas más espinosas, difíciles, complejas y arriesgadas. Pondré un ejemplo; para superar un examen de latín, en vez de aprenderse la gramática, que la asustaba, se aprendió de memoria La guerra de las Galias en latín y en castellano, proeza bárbara que no logro ni siquiera imaginarme. Esta particular tenacidad la ha ejercido en favor de los demás y, últimamente, en su propio favor, por lo cual ha superado tres oposiciones seguidas y se ha sacado un par de licenciaturas. De su trato humano sólo cabe decir que, cuando enfermó de cáncer, paramos de contar las visitas al hospital en un mismo día cuando ya íbamos por 125. De ahí que los amigos que tenga lo sean a muerte, por no decir su propio esposo. Son incontables las personas que se han beneficiado de su buen hacer, pues toma como propia cualquier causa que exige proteger al desahuciado por la desgracia o el infortunio. Y es que mi mujer posee una empatía y un buen corazón que se señalan también protegiendo animales o soportándome a mí, que no soy nada fácil de soportar.
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