Sí señor. Se trata de un loro yaco de cola roja, cuyo sexo no sabemos de momento. Sobre el nombre tengo mis dudas. Si es muchacho, y ya que es africano, le llamaré Amurates, como el pirata morisco ciudarrealeño. Si es chica, Mafalda, por el comic de Quino que tantas veces he leído y releído; pero mis hijas lo bautizarán con algo más convencional, como Tina o Amy, que tampoco me disgustan. Tenemos ya la jaula, que parece un palacio de lo grande que es y de los cachivaches con que está equipado. Viene de Valencia y cuenta apenas tres meses; acaba de dejar la papilla y tenemos mucho miedo de que le pase algo. Somos expertos ornitólogos, sobre todo mi hija Paloma, que sienta cátedra en el tema, pero no sabemos cómo llegará de estresado el pobre animalito.
Los yacos hablan por los codos y se suelen encariñar con el miembro más alto de la famila, o sea, yo. ¿Qué le voy a enseñar a decir? ¿Tópicos literarios? ¿Carpe diem? Bah, lo que me convenga: ¡Aprovecha el tiempo, estúpido! ¡Haz memoria! ¡No comas tanto! ¡Trabaja! ¡Vete a tomar el fresco! ¡El tiempo que nos hace, nos deshace!
O, simplemente: "Lorito real"
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