Ha muerto el rumano que se quemó a lo bonzo porque no encontraba dinero para volver a su país, ya que el que había reunido trabajando en un empleo miserable se lo estafó un vivillo de los de aquí. El hombre tenía una mujer y dos hijas. La noticia la he leído en El Mundo donde ni siquiera figuraba su nombre, porque el periodista ya lo había olvidado, quizá, o porque la ética periodística exige que los posibles trastornados aparezcan de forma anónima, a pesar de que no hay nadie tan anónimo como un muerto; sin embargo, han vuelto a poner en sus páginas virtuales la ventanita con el terrible vídeo donde se ofrece su inmolación, en medio de gritos horrendos, al lado de anuncios tan cachondos como "Crédito personal desde 150 euros/mes por cada 10000 euros solicitados en 90 meses (con una letra idiminuta ilegible para un viejo de vista fatigada, que mi hija me transcribe como TIN 8'37% , TAE 9'35% sin cambiar de banco y comisión de formalización 2% 200 euros, REBE n.º 07/32607). Me gustaría tener un traductor automático de esta jerga, pero aunque hay programas traductores de inglés y de francés, del gíglico capitalista no hay. Por encimita del suicidio, hay otro anuncio pestañeteante: "Tarjeta Diez en una. 5% descuento permanente Carrefour, Cortefiel, El Corte Inglés. Banesto". Según dice la noticia, era "un inmigrante" y "un ciudadano rumano". En ese "un" hay un desprecio cósmico, insuperable, situado al principio, como cualquier forma de tajo o separación quirúrgica de la infección. Me duele este hombre, me quema la piel y los cojones del alma. No me resulta fácil olvidar la desgracia si ataca a un padre de familia como yo, que lucha por unas hijas como las mías. Según el contador lateral, la noticia más leída del periódico cuenta la disputa entre Alonso y Hamilton, dos excelsos corredores de coches que no van a ninguna parte, sino que se limitan a hacer círculos, quizá no viciosos. La del abrasado padre rumano que quería volver a su patria no figura siquiera en la lista.
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