domingo, 9 de diciembre de 2007

Paradoja de Abilene y educación

La presión es tan común en la educación que se considera de mal gusto expresar el malestar y los propios agobios que se dan en una situación de estrés educativo, lo que obliga a interiorizar y somatizar el malestar por medio de la llamada Paradoja de Abilene, estudiada en la sociología de la comunicación y que explica por qué nos cuesta tanto discrepar y resolver nuestros problemas de integración en entornos especialmente castigados y críticos.

La paradoja de Abilene se da cuando los límites de una situación particular presionan a un grupo de personas para actuar de una forma que es opuesta a sus deseos individuales. El fenómeno ocurre cuando un grupo continúa con actividades desacertadas que ningún miembro de tal grupo quiere porque ningún miembro está dispuesto a expresar objeciones. Fue observada por el experto en administración Jerry B. Harvey en su libro de 1988 The Abilene Paradox and other Meditations on Management.[1] La denominación de la paradoja viene de una anécdota citada por este para explicar el fenómeno:

Una calurosa tarde en Coleman, Texas, una familia compuesta por suegros y un matrimonio está jugando al dominó cómodamente a la sombra de un pórtico. Cuando el suegro propone hacer un viaje a Abilene, ciudad situada a 80 km., la mujer dice: "Suena como una gran idea" (pese a tener reservas porque el viaje sería caluroso y largo). Su marido dice: "A mí me parece bien. Sólo espero que tu mamá tenga ganas de ir." La suegra después dice: "¡Por supuesto que quiero ir! ¡Hace mucho que no voy a Abilene!"

El viaje es caluroso, polvoriento y largo. Cuando llegan a una cafetería, la comida es mala y vuelven agotados después de cuatro horas.

Uno de ellos, irónicamente, dice: "¿Fue un gran viaje, no?". La suegra responde que, de hecho, hubiera preferido quedarse en casa, pero decidió seguirlos sólo porque los otros tres estaban muy entusiasmados. El marido dice: "No me sorprende. Sólo fui para satisfacer al resto de ustedes". La mujer dice: "Sólo fui para que estuviesen felices. Tendría que estar loca para desear salir con el calor que hace". El suegro después refiere que lo había sugerido únicamente porque le pareció que los demás podrían estar aburridos.

El grupo se queda perplejo por haber decidido hacer en común un viaje que individualmente nadie entre ellos quería hacer. Cada cual hubiera preferido estar sentado cómodamente, pero no lo admitieron entonces, cuando todavía tenían tiempo para disfrutar de la tarde.

Resulta sorprendente, pero explicable. Ninguno expresa sus propias preferencias, es más, todos comunican lo contrario de lo que realmente desean. Cuando alguien finalmente se arriesga a decir lo que piensa –aunque sea de forma irónica– se abre la caja de Pandora. Nadie quería ir a Abilene. Todos dieron por hecho que a los demás les apetecía hacer ese viaje y que tenían que estar contentos por ello, en lugar de arriesgarse a expresar sus propios deseos y mostrar su desacuerdo. Esta decisión produce un resultado negativo. Se sienten frustrados, enfadados e insatisfechos porque han hecho algo que no querían: un viaje caluroso y polvoriento.

¿Cómo es posible que cuatro personas se pongan de acuerdo para hacer algo que en realidad no desean? En el ámbito de la psicología este comportamiento se explica según la teoría de la “conformidad social”. Esta teoría sugiere que los seres humanos a menudo les cuesta actuar de una forma contraria a la tendencia del grupo; a lo que piensan que quieren los demás.


El fenómeno es una forma de pensamiento de grupo. Se explica por teorías de conformidad de la psicología cognitiva social que sugieren que la especie humana suele sentirse desanimada para actuar en contra de la tendencia del resto del grupo. Del mismo modo, en psicología social se estudia qué motivos ocultos y señales indirectas yacen tras los actos y afirmaciones externos de la gente, frecuentemente porque existen determinados frenos sociales que impiden a los individuos expresar abiertamente sus sentimientos o seguir sus inclinaciones. La teoría se usa generalmente para ayudar a explicar decisiones de trabajo extremadamente malas, en especial para criticar la supuesta superioridad de las "reglas de comité". Una técnica mencionada para combatir este mal administrativo, también usada por consultores, es preguntarse "¿Estamos yendo a Abilene?" para determinar si la decisión colectiva es legítimamente adoptada por los miembros del grupo o si es, solamente, el resultado de este tipo de pensamiento grupal.

La paradoja de Abilene aplicada a la enseñanza muestra que el profesor puede ser esclavo de tres condicionantes que influyen en su desmotivación:


Interpretar erradamente y sacar conclusiones sobre presuposiciones. Es una de las principales trampas de la comunicación: emitir conclusiones sobre lo que creemos son intenciones y deseos del otro.

Atraparse en los miedos y las fantasías negativas. Llenarse de pensamientos negativos que deprimen sobre lo que podría suceder si el profesor manifiesta sus deseos y opiniones; la esclavitud del individuo atado a un comportamiento muy conservador como grupo. Miedo a sentirse aislado y atacado que genera la esquizofrenia a decir sí cuando se quiere decir no.


Necesidad de aprobación, que nos lleva a silenciar nuestros propios deseos y opiniones y hacernos autosabotaje, sin disponer de la información necesaria para saber los auténticos pensamientos e intenciones del resto del grupo.

Para no viajar a Abilene en sus relaciones con profesores, padres, alumnos, familia y consigo mismo, el profesor tiene, primeramente, que adoptar un comportamiento asertivo o autoafirmativo y decir lo que piensa para no traicionarse a sí mismo, porque lo contrario hace al profesor infeliz, pero hacerlo no de la forma cínica y agresiva que genera el burning out, sino sin ser desagradable


En segundo lugar, escuchar de verdad sin adivinar ni presuponer. Eso consiste en saber exactamente qué piensan y qué quieren en realidad los alumnos, los profesores, los padres (a pesar de que muchos no quieran dejarlo saber ni mostrarlo). Lo que piensan los demás debe quedarse en la categoría de hipótesis “por contrastar” con las de otros; el suegro podría haber tratado de descubrir verdaderamente los auténticos deseos de sus familiares, preguntándoles directamente qué estaban pensando y revelando por qué estaba haciendo la sugerencia de ir a Abilene.

En tercer lugar, el profesor debe combatir sus propios temores y pensamientos deformados sobre las consecuencias futuras de sus acciones. Que digamos que no no nos va a generar más despego del que ya tenemos y tampoco nos van a echar del trabajo porque discrepemos en términos correctos en una reunión. Cuestionar estas creencias es el primer paso para abrirse al diálogo y poder alcanzar acuerdos que estén verdaderamente alineados con los intereses de la mayoría.En resumen, la Paradoja de Abilene postula que en situaciones críticas existe, en el pensamiento gregario, una tendencia a tomar decisiones poco satisfactorias que exigen importantes sacrificios personales.

[1] Jerry, B. Harvey, The Abilene Paradox and Other Meditations on Management. Jossey-Bass, 1996.

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