Un señor, al que al parecer vestir con falda y de riguroso luto negro, como las viudas quintañonas de mi pueblo, confiere una cierta autoridad para hablar sobre maricones y reinonas, y a quien llaman por ahí Rouco, condena el matrimonio homosexual. Difícilmente podría condenar algo que ni siquiera admite. Por otra parte parece entender a fondo el tema; se ve que en los masculinos seminarios se entiende mucho de ese ramo. Dice que el matrimonio gay es ir contra la realidad, pero no dice el señor Rouco qué entiende por realidad. ¿Es la que describe el Papi Benito XVI hoy? ¿Es la que describirá dentro de cuarenta años, cuando desmienta lo que Rouco está diciendo hoy? ¿Es la que describe el Dalai Lama? ¿Es la que proclama la Constitución? ¿Es la que le dé la gana a cada uno y, por descontado, a los homosexuales, a pesar del Papi, del Dalai Lama, del señor Rouco, de mí y de quien se tercie? Por otra parte, considera, el muy meticuloso, que con el matrimonio homosexual el hombre expresa su rebeldía ante los límites biológicos. Se ve que le interesa saludablemente el cuerpo de los homosexuales y sus excesos; pero la verdad es que no es asunto suyo y tres son una multitud en el caso del matrimonio que, le tengo que recordar, es una institución más antigua y sólida que su pretendido, desfigurado y malentendido Cristianismo. Le convendría recordar su celibato y que no tiene por qué imponérselo a los demás.
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