Atenolol y Topamax para el corazón y la tensión, Vandral 150 para la ansiedad, Nolotil para el dolor de espalda que no deja dormir, Gelidina para que la cara no se te caiga a trozos... Eso es lo fácil; lo difícil, la sonrisa campanuda e ir vestido de alguien entre los patitos guapos, patitos, dicho sea de paso, que terminan por transformarse en pajarracos de mierda, y ni siquiera mierda consistente, pura diarrea, salvo algunos que otros, muchos más de lo que parece, majos y majas que más bien recuerdan a Bugs Bunny, a Piolín o al incansable y simpático Coyote, el de moral de Alcoyano, santo patrón animal o mascota de todos los profesores.
Quienes coleccionan mierda y se quedan con ella, estercoleros humanos, se quedan siempre con lo feo de lo que leen y manchan con esa mierda a otros; los que se quedan con lo hermoso, se quedan con ello y hermosean a los demás con esa belleza; estos son los que merecen la pena, no los otros; y estos, siempre, son los pocos, no los muchos. Y no siempre los pocos son tan pocos como parecen ni los muchos tantos como suelen parecer. Hay una hermosa expresión en el Evangelio de San Mateo para definir a esos malos en un ecológico discurso de Jesús que se ve era el favorito del poverello de Asís, "sepulcros blanqueados" .
Me dirán: no eres el único en sentir ni en pensar estas cosas. Pues claro que no, pero sí soy único en una cosa: en decir por escrito algo de lo que pienso en mi entorno cercano y en que ello me importe un pimiento. ¿O no?
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