miércoles, 22 de octubre de 2008

Hacer el Profesor


Cualquiera que pretende mejorar a los demás hace el payaso; más en concreto, el augusto: ese clown de cara blanca que con su sombrerete triangular como de Dios parece un caracono, con pantalones de vaca con guardainfante, atuendo en lo demás ceñidísimo y botones exagerados: el cura, el profesor, el político, si me apuran. Es el payaso de las bofetadas y el primero en ser eliminado en las guerras civiles junto a los artistas, que, también, pretenden mejorar algo, aunque sea el mundo, embelleciéndolo.

Con frecuencia veo a mis compañeros desanimados por su tarea de "hacer" el profesor. La materia inerte se resiste tenazmente. No se trata del barro del alfarero, que mancha pero es blandengue, ni de la piedra del escultor, que encallece la mano con su dureza y cuyas esquirlas se te pueden clavar en los ojos. En el caso de los humanos la materia es el espíritu, y lo que te agrede es simplemente odio, rencor, miedo, ignorancia, prejuicios, simplezas, risas tontas, ninguneos y burricies. El ruido blanco a secas que forma todo ello, los insultos, descalificaciones y desobediencias que estropean el trabajo y que imposibilitan su éxito total para siempre.

El payaso serio en la enseñanza actual es siempre el payaso ridículo. Lo que necesitan los alumnos es el payaso tonto, el de nariz roja, zapatones, vestidura holgadísima y cabellera anárquica, que no les enseñe nada, pero les distraiga.

El payaso triste.

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